RAQUEL GARZÓN Y ALAN PAULS EN DIÁLOGO

A los cinco años del fallecimiento del escritor argentino Ricardo Piglia, el novelista y traductor Alan Pauls y la periodista y escritora Raquel Garzón dialogan en torno a su obra y su legado literario. Una conversación que supone un homenaje a uno de los maestros de la literatura hispanoamericana contemporánea, una indagación en su trabajo narrativo y ensayístico, fundamental para entender la tradición literaria argentina y latinoamericana y la renovación que aportó su propio trabajo creativo.


Raquel Garzón

Ricardo Piglia era uno de esos autores que celebraba el hecho de que se hablara de literatura fuera de ámbitos académicos, con naturalidad, como si uno lo hiciera entre amigos que se recomiendan libros. No se me ocurre mejor forma de homenajearlo a cinco años de su muerte que conversar con Alan Pauls. Pero antes quería compartir dos imágenes y algunas notas mentales. La primera imagen nos la regaló el mismo Piglia en 1957: la imagen del artista cachorro. Su ficción de origen de escritor, el lugar desde el cual toma la palabra y construye una obra. En esa imagen vemos a un jovencísimo Ricardo Piglia, de dieciséis años, en medio del desbande de una mudanza que iba a llevar a su familia de Adrogué a Mar del Plata, la primera ciudad grande en la que vivieron. Elige un rincón y en un cuaderno se pone a escribir un diario… Se pregunta el joven Piglia: ¿tiene que despedirse o no de sus amigos, de los lugares, de la gente que ha constituido hasta ese momento su mundo? Su respuesta está en varios libros: en Prisión perpetua, en Los diarios de Emilio Renzi… Pero me parece esencial esta imagen inaugural, porque Piglia nos da una clave de lectura de toda su obra. Nos dice desde el comienzo lo importante que va a ser para él esa relación, a veces confusa, siempre apasionada, entre vida y literatura. «Si yo no hubiera empezado a escribir el diario, no habría escrito nada más», dijo en más de una ocasión. Y, cuando uno ve que esos diarios son la obra a la que le dedicó su último tiempo como escritor, esta afirmación inicial se resignifica. La segunda imagen es de 2012: la del escritor consagrado, el conferenciante prestigioso e internacionalmente reconocido, el profesor de Literatura Latinoamericana en Princeton por veinte años, que una vez jubilado decide volver a vivir a la Argentina. En ese momento, hace una de esas intervenciones que él solía hacer. Cambia la discusión de ese momento, acerca de qué era la literatura argentina del presente. Y dice que el presente en los buenos libros funciona de otra manera, se impone. Uno no tiene que estar preguntándose qué es el presente, porque la literatura tiene otro timing, genera espacios donde hay libros que no han sido escritos hoy que pueden volver a discutirse, a leerse. Eso hacía Ricardo Piglia. Leía mejor y enseñaba a leer. Definía bitácoras distintas. Delineaba mapas culturales diferentes, que nos ponían a todos a pensar en cosas que se nos habían pasado por delante y no habíamos visto. Y por eso me parece tan importante que estemos hoy aquí conversando sobre su legado a cinco años de su partida, que pueden ser quizá un tiempo y una distancia adecuados para ponderar el lugar central que Piglia tuvo en la literatura y en la crítica en español, definiendo siempre un más allá, llevando las formas más lejos, proponiendo nuevas discusiones, analizando de otra manera qué quieren decir tradición y vanguardia.

Nos dice desde el comienzo lo importante que va a ser para él esa relación, a veces confusa, siempre apasionada, entre vida y literatura. “Si yo no hubiera empezado a escribir el diario, no habría escrito nada más”, dijo en más de una ocasión. Y, cuando uno ve que esos diarios son la obra a la que le dedicó su último tiempo como escritor, esta afirmación inicial se resignifica

Hay cosas que no pueden pensarse igual después de Piglia, y eso es lo que venimos a conversar aquí, a recordar y a celebrar. Alan Pauls no solo fue amigo de Ricardo, sino que es también uno de los escritores que le gustaban. Quisiera empezar por el origen. Conociste a Ricardo siendo muy joven. Ese encuentro fue muy impactante, hasta el punto de que alguna vez te he escuchado decir que te sentías cortado por la tijera de Piglia. 

Alan Pauls

Fue el primer escritor hecho y derecho que conocí personalmente, el primero a quien le mostré lo que yo escribía, mis balbuceos de adolescente. Dio la casualidad feliz de que era el escritor que más me gustaba. Ricardo tenía treinta y cinco y acababa de publicar Nombre falso, el libro que me hizo pigliano. Era un escritor joven, pero ya se notaba que no le interesaba publicar mucho. Tenía un ritmo en su modo de hacerse presente públicamente muy particular. En general uno siente que los escritores ponen todo lo que tienen, sea bueno o malo. Con Ricardo uno siempre tenía la impresión de que estaba guardándose una carta, de que algo estaba por venir.

Raquel Garzón

¿Qué te fascinó cuando lo leíste? ¿Qué encontraste en esos cuentos de Nombre falso que no te habían dicho antes?

Alan Pauls

Hay dos cuentos que me fascinaron por completo. «El fin del viaje», un cuento à la Pavese, con una prosa transparente, púdica, pero a la vez muy sensible. Un relato de padre e hijo. El padre que agoniza, el hijo que va a verlo a un hospital de Mar del Plata. Y el viaje. Es un relato de una prosa norteamericana. Y el último relato, «Nombre falso», un homenaje a Roberto Arlt, un cuento muy largo, casi una nouvelle. Un texto posborgiano, donde Ricardo desplegaba su arsenal de escritor que piensa todo el tiempo la tradición literaria en la que está escribiendo, un escritor que plantea al escribir una concepción más o menos sistemática y formulada de lo que es la literatura, para qué sirve, de qué está hecha, cuáles son sus condiciones… Y, al mismo, tiempo una especie de ficción policial, un thriller alrededor de un inédito de Arlt —por supuesto, apócrifo—. Era una relectura del papel de Arlt y Borges dentro de la literatura argentina. Era fenomenal, muy ambiciosa y, para mí, en ese momento, muy eficaz. 

Raquel Garzón

Hasta que Piglia no empieza a escribir se leía a Borges y Arlt como estéticas opuestas; de alguna manera su gran aporte nos permite leerlos de otra forma, superar esa oposición. Y no fue su único aporte a nuestro modo de leer: a Puig, Saer y Walsh los reúne en un libro que probablemente esos mismos autores nunca hubieran querido compartir. Te quería preguntar hasta qué punto te parece que la capacidad de Piglia de ver la literatura con un gran angular no tiene que ver con la condición de outsider de alguien que no se formó en la literatura, sino que provenía de la historia y que, de alguna, podía tomar cierta distancia y leer de otro modo lo que la literatura estaba diciendo de la sociedad.

Alan Pauls

Ricardo ponía en práctica la mirada del historiador que puede trazar panoramas, establecer relaciones de fuerza, asociar polos, impulsos o imaginaciones que no son evidentemente asociables. Era increíblemente consciente de cómo se mueven los escritores en el campo y de cómo se tenía que mover él para lograr escribir lo que quería, estar en el lugar donde tenía que estar. Uno de los conceptos que más impuso Ricardo en la Argentina en los últimos veinte años fue la idea de que los escritores leen de una manera particular, y la particularidad de esa lectura es que es totalmente interesada. No leen en nombre de la literatura, del universal literario, del bien, de la belleza o de la calidad, leen totalmente embarrados. Lo que leen, el modo en que leen, el tipo de clasificación que arman y las redes que constituyen tienen que ver con cómo se posicionan en un cierto campo. Un campo animado por relaciones de asociación, de rivalidad, de lucha, de envidia… En cierto sentido, Ricardo cumplió una función nietzscheana, bajó la literatura de las altas esferas al mundo de la institución literaria, una máquina compleja, apasionante, que los escritores de algún modo desmontan o a la que se adaptan o en la que hacen su pequeño juego de agentes dobles… Él descubrió muy rápido que el lugar que quería para sí mismo era totalmente único. Nunca quiso estar con nadie. Lo que uno lee en los diarios es la construcción de una especie de soledad artística tremenda y la cantidad de sacrificios que hace para preservarla … Todos esos sacrificios tienen que ver con la absoluta determinación que tiene de constituirse como escritor en un lugar totalmente singular. 

Raquel Garzón

Es una estrategia que le sirve para mantenerse al margen de la trampa de la literatura comprometida, en una época en la que tenías que firmar en todas partes. Él logra defender de alguna manera la distancia como una posición literaria. 

Alan Pauls

Había ahí un juego sutil, matizado, que le permitía estar con un pie en distintos lugares al mismo tiempo y a la vez nunca ser confundido. Los escritores que le interesaban eran extravagantes, estaban en un lugar —injustamente— menor en la literatura argentina. Lugar menor que al mismo tiempo es un lugar de mucha fortaleza, porque es el lugar desde el cual los escritores ejercen una influencia secreta y resurgen —muchas veces, lamentablemente, de un modo póstumo— para convertirse en los grandes escritores reconocidos que tendrían que haber sido. Lo que le interesaba a él, en términos de práctica artística, eran escritores que no estaban en el candelero, más bien desplazados, marginales. El manejo de esa distancia en Ricardo tenía también algo increíblemente estratégico, político y artístico. Ese grado de cercanía entre él y esos socios hacía que se produjeran chispas interesantes.

Raquel Garzón

Piglia nos dice a lo largo de toda su obra que el diario es la gran obra que resignifica todo lo anterior. ¿Qué rol cumple Buenos Aires, que está tan presente a lo largo de los tres tomos? Es una ciudad que no es propia, sino que él se la va apropiando, y es casi una coprotagonista de Los diarios de Emilio Renzi.

Alan Pauls

Hasta que Piglia no empieza a escribir se leía a Borges y Arlt como estéticas opuestas; de alguna manera su gran aporte nos permite leerlos de otra forma, superar esa oposición. Y no fue su único aporte a nuestro modo de leer: a Puig, Saer y Walsh los reúne en un libro que probablemente esos mismos autores nunca hubieran querido comparti

Él bromeaba mucho con eso. Muy pronto empezó con el chiste de que en realidad todo lo que había escrito era un pretexto para justificar su gran obra, que eran los diarios, que nunca iba a publicar. Era el colmo del escritor que se guarda la carta. Ricardo trabajó con los diarios los tres o cuatro años antes de morir y la reescritura que hizo es increíble. Lo que más me impresiona de los diarios es el gesto extraordinariamente borgiano: cada vez que reeditaba un libro, Borges tocaba todo. No podía soportar la idea del texto como “documento”. El modo en que Ricardo mete mano a sus diarios es impresionante, el modo en que hace jugar la ficción con el diario como laboratorio y cantera de ficciones, en que se relee a sí mismo, en que falsifica ese texto que se supone que tiene un valor de verdad. Me parece espeluznante que además lo haya hecho en esas condiciones, cuando ya estaba enfermo. En el diario uno puede leer realmente la fabricación de un escritor. Me parece algo hermoso. El primer y el segundo tomo quizás sean los textos más ricos sobre la vida literaria argentina de los que yo tenga registro. Que un escritor como Ricardo, que estaba en otra idea de la literatura, al final haya producido ese “documento”, me parece asombroso. Y los diarios, además, funcionan como un mapa de Buenos Aires. Su descripción de la bohemia como forma de vida incluye una descripción de la ciudad como teatro de operaciones de la forma de vida literaria; ahí se despliegan sus acciones, sus relaciones, sus formas de asociarse, sus guerras, sus zonas ocupadas… Ricardo era un escritor eminentemente urbano, y los escritores que le gustaban eran urbanos. Era alguien muy atento al tipo de discursos que producen las ciudades. La ciudad le interesaba no solo como máquina de producir discursos, sino también como un elemento hiperconductor de historias. Era alguien muy interesado por el modo en que las historias se producen, circulan, se alteran, se enriquecen y se van robando unas a otras. En cierto sentido, Ricardo encontraba en la ciudad ese espacio mítico en el que Benjamin imaginaba que existían los primeros narradores: la ciudad como un gran fogón, alrededor del cual media docena de personas se juntaban para escuchar a alguien contar historias.

Raquel Garzón

Era una persona muy consciente del lugar en el que quería estar, de cómo quería ser leído, de con quién había que juntarse y con quién no, a qué escritores había que reseñar y a cuáles no para pararse de un modo determinado en el mapa cultural de la época. Durante un tiempo, me parece que pudo controlar mucho esas variables, y en algún momento me parece que la cosa cambió. ¿Tuvo que ver con la irrupción de Aira y con cierta esgrima que hubo ahí?