Leonardo Valencia:
Moneda al aire. Sobre la novela y la crítica
Fórcola, Madrid, 2018
96 páginas, 11.50 €
POR WILFRIDO H. CORRAL 

 

Tal vez no sea casualidad que el primero de los veintiún breves capítulos que se consustancian en Moneda al aire. Sobre la novela y la crítica utilitaria, de Leonardo Valencia, comience con una cavilación en torno a Los restos del día, de Ishiguro, cuya narrativa es la vértebra de su tesis doctoral en teoría de la literatura y frecuente gatillo conceptual para este libro. Seguramente, no es coincidencia que se dedique a un tema inagotable que, en teoría (su ensayística y magisterio universitario) y práctica (su narrativa), no deja de preocuparle. Es más, con la circundante preocupación contemporánea entre humanistas y letraheridos por la utilidad de lo que se cree inservible para las sociedades globalizadas y digitalizadas, tampoco es azar que inicie su hipótesis postulando que el personaje Stevens de esa novela del británico «desautoriza toda la multiplicidad emocional de las novelas», que son percibidas como documentos didácticos limitados y a las que se les otorga un valor de uso que se distancia de consideraciones estéticas.

Esa complejidad de sentimientos es notable en la convicción y, hacia el final del libro, el entusiasmo con que Valencia examina su tema. ¿Qué hace un crítico ante tanta abundancia estética para estar a la altura de los esfuerzos concienzudos del novelista cuando él mismo ejerce ambos papeles? Esa pregunta conduce a la que, probablemente, es una razón de ser de Moneda al aire: a los lectores asiduos de Valencia les consta que desde su libro de ensayo anterior, el polémico (sobre todo para algunos intérpretes ecuatorianos) El síndrome de Falcón (2008), su última década como crítico se puede definir como un elegante y severo cuestionamiento del enfoque que en el penúltimo capítulo concibe de este modo: «La prepotencia de una visión moral o de una perspectiva científico-naturalista orientada a simplificar de forma dogmática una novela […] es el nivel más pobre de la crítica».

Si se lee esa afirmación como una alusión a cierta reacción a alguna de sus novelas y ensayos, tanto mejor, porque no es ni el primer ni el último narrador que una crítica nacional interpreta mal, lo que, en todo caso, es un derecho. Pero no se sabe de ningún país pequeño como el suyo que obligue a no tener una mente grande o literatura mayor. ¿Sobre qué tipo de crítica se expresa? Del decimoquinto al último capítulo Valencia se ocupa de pormenorizar las coordenadas de la que denomina, con conocimiento de causa, «crítica utilitaria», siempre apoyándose en un vaivén entre numerosas ideas (occidentales, las más) sobre la novela y el estímulo que, por la exaltación que mencionaba, no puede ser otro que su propia experiencia nacional con la falta de diálogo serio e informado. Esa oscilación tiende a ser peligrosa en autores menos ilustrados de cualquier país, y se termina a la defensiva.

Ése nunca es el caso en Moneda al aire. Así, el decimosexto capítulo postula que «El crítico utilitario parece oscilar sólo sobre tópicos, reduciendo las novelas a las conveniencias y oportunismos de su propio discurso»; mientras el capítulo anterior subraya la pereza mental que socava la secular y archiconocida riqueza del género: «Su alta discontinuidad, diversidad y extensión puede trastocarse si se la ciñe a las simplificaciones interpretativas de los resúmenes de los libros en las contraportadas, o bien desde las taxonomías temáticas y editoriales […] hasta las interpretaciones de orden psicológico, simbólico o político (incluidas las lecturas nacionalistas)» (las cursivas son mías). Si para los que nos dedicamos a la interpretación literaria esas observaciones retoman un lugar común, la realidad es que hoy mismo se puede confirmar con creces que así son la mayoría de las reseñas que se leen. En última instancia, Valencia les pide a los críticos de la novela —no necesariamente a la crítica en general— que sean modestos en alcance, honestos en sus valoraciones, exigentes en método y objetivos en autopercepción. Es mucho pedir, y el novelista, como crítico, lo sabe. En ese sentido, Moneda al aire no es un breviario sobre la novela o una introducción a ella y supone que sus lectores tienen cierta sofisticación o una experiencia considerable en la lectura de una buena variedad de novelas en que antecedentes como el realismo brillan por su ausencia.

Dentro de ese contexto está su postura ética, que es explicar a conciencia a sus lectores lo que tiene en mente, nunca para que lean sus novelas, sino para exponer sin condescendencia, ironía o pontificación procedimientos que se encuentra en la mejor novelística contemporánea. Retrocediendo hacia los primeros catorce capítulos de su compendio, ¿a qué tipo de novelista se refiere Valencia? Si hay un efecto especular en sus análisis, que no todo lector culto o especializado tiene que captar o debe hacerlo, también hay un discernimiento compartido con los mejores novelistas latinoamericanos de su generación. Como en ellos (y no todos son de países «mayores»), en casi cada página se nota una mente que calibra de manera fiable y novedosa. Por ese proceder, al llegar a la conclusión del decimocuarto capítulo —en que compara la novela con el cine y el teatro: «La condición discontinua y variable en la percepción de la novela es una de sus mayores virtudes. No necesita un teatro o sala de proyección»—, en verdad ha llevado a cabo un extraordinario trabajo de concisión que, como la frase que acabo de citar, está lleno de polivalencias.

De esa manera Valencia, siguiendo con Ishiguro y un poco conocido autor ecuatoriano del siglo xix (Carlos Tobar y su novelita Timoleón Coloma, publicada primero en Perú) para explayarse sobre las lecturas perniciosas, con la debida anuencia a Cervantes, afirma en el tercer capítulo: «Lo paradójico es que conocemos de estas críticas a la novela desde ella misma. La capacidad irónica del género le permite contener su propia autocrítica en la voz de quienes las malinterpretan, menosprecian o simplifican». Si es así, ¿cuál es el propósito de tanta crítica acerca del género? La razón es el otro lado de la moneda: explicarse a uno mismo en el acto de leer. Es entonces que se le hace inevitable al autor historiar la novela desde dentro (algo que ha llevado a cabo en ensayos no recogidos), es decir, desde lo que han opinado sus autores y algunos críticos, tal vez para evitar —de acuerdo a un ensayo reciente de Alfonso Berardinelli citado por Valencia, y, sobre todo, en estos tiempos en que todo el mundo tiene un «relato», se cuestiona la verdad y la pericia es un anatema— el «exceso de atribución de un rango novelesco a cualquier libro narrativo».

En ese recorrido, que incluye las visiones románticas alemanas y las anteriores francesas dedicadas a la utilidad del género, un subtexto importante es la noción de totalidad. Es por intentar esa suma, nunca restringida por la extensión, que la novela ha sido vista como un «espejo del mundo», un saco donde cabe todo, un retrato, un laboratorio de experimentos, una enigmática épica moderna burguesa (de Hegel a Lukács), una mentira, un artefacto y cualquier cosa que se les ocurra a sus autores. Esos intentos de totalidad hacen caso omiso de los comisarios críticos y no tienen que ver con la credibilidad, sino con un entendimiento estético compartido en el seno de nuestras sociedades abiertas y diversas.

Quizá por ese desarrollo de personalismos e imprecisiones profundamente difíciles los capítulos 11-13 de Moneda al aire son un historiar de las interrupciones que cada tiempo social ha impuesto a la interpretación del género. Hay que recordar que los lectores, como los novelistas, no son lo mismo en cada momento de lectura, por lo que han leído y vivido. Así, si Valencia está en lo correcto al decir (en el capítulo 12) que «No se leen novelas de un tirón», y que novelistas como Henry Fielding o Laurence Sterne, y más recientemente Italo Calvino, incluyen llamados autoconscientes a los lectores sobre su quehacer, recuerdo la importancia al respecto de uno de los autores que él mismo ha llamado «inasibles», más cercano a la tradición iberoamericana: Macedonio Fernández y sus más de veintinueve prólogos y trece posibles títulos para Museo de la Novela de la Eterna. Como dice el ecuatoriano, «La novela también permite al lector, como un segundo aspecto constitutivo, una experiencia de jerarquía de lo recordado», y eso tiene que ver con un matiz importante suyo en un momento en que se sospecha del análisis de los expertos: que la totalidad de la novela es una impresión que no obliga a los novelistas a justificar sus incursiones.

Tanto en publicaciones de su país natal como en España (donde radica, y en donde cuesta estar al corriente de libros publicados en países como el suyo), Valencia es uno de los más perspicaces intérpretes de la novela y sus avatares históricos y actuales. Moneda al aire parece ser un esfuerzo fundacional por comenzar a congregar sus ideas. Es revelador y pertinente porque no se asemeja en absoluto a otros trabajos suyos sobre el género (varios publicados como crónicas en la columna quincenal que mantiene en su país o en revistas de cultura general) ni tampoco despega de ellos, lo cual corre la cortina a la riqueza y amplitud de cómo va tasando nociones que, no es extraño para su generación, se matizan con la lectura de su narrativa, especialmente, de sus novelas extensas y breves.

Cuando asevera en su décimo capítulo que «Más que una herramienta de educación moral, una novela es un mecanismo de velaciones, revelaciones y develaciones, un poderoso lente cognitivo, un aparato crítico para entender las convenciones, reciprocidades y aislamientos en los que se mueven sus personajes, tanto si éstos se someten a ellos como si los enfrentan o eluden», se ubica en la extensa tradición hispanoamericana de los novelistas como críticos y se apega a una conceptualización borgiana (la narración que se autoanaliza, según un seminal ensayo de 1975 de Ana María Barrenechea) que se viene renovando con César Aira, autor favorecido por Valencia. El argentino dice en una entrevista de 2016: «Mis “novelas” (pongámosle comillas porque, en realidad, nunca escribí novelas de verdad) están llenas de teorías, científicas, sociológicas, económicas, que pienso en serio, pero las expongo en marcos narrativos surrealistas para desalentar a los que quieran refutarlas con argumentos serios. Yo diría que son ensayos que disfrazo de novelas para que no me tomen por loco». En verdad, Aira está resumiendo la práctica novelística iberoamericana que llega a su hervor en 1996, sigue con Enrique Vila-Matas y sus discípulos y mantiene su vigencia hasta hoy.

Consecuentemente, Valencia tiene razón al abogar por una autocrítica para comprender cómo piensa la novela, porque una virtud de ella es que «provoca la incomodidad de los discursos cerrados y fundamentalistas». De esa conclusión se desprende que el género en sí no es peligroso, sino la manera en que se lo lee. Se trata, más bien, de asesorar lo que se ha heredado ideológicamente, «pero no para reemplazar una ideología por otra, sino para adquirir una óptica panorámica de los distintos sistemas de creencias». Ésa sería una crítica abierta, que, a decir verdad, se está lejos de obtener con la objetividad que desea Valencia.

Es de esperar que este libro, publicado el año pasado por una editorial ecuatoriana pequeña, no llegue a formar parte de lo que en ocasiones anteriores he examinado como «la condena de la edición nacional», que, por razones muy complejas o, a veces, demasiado evidentes, suele aquejar a la producción literaria de países pequeños con literaturas presuntamente menores. Contrario a ese «estado del arte», el de Valencia es un esfuerzo mayor de síntesis, repleto de erudición e información que quiere producir acciones apropiadas; y muy oportuno, si se considera el presente desvanecimiento crítico. Ésa es una razón principal para agradecer esta iniciativa de Fórcola, que, entre sus rescates de obras poco convencionales de autores mundiales, incluye a hispanoamericanos, como Reyes, Paz, Cortázar, Carpentier, Matamoro, Roffé y, más cercano a Valencia, Eduardo Lalo. Moneda al aire es, en última instancia, una celebración de la prosa novelesca por un riguroso embebido del estilo, y les hace buena compañía.

Total
30
Shares