Eduardo Moga
Tú no morirás
Editorial Pre-Textos
84 páginas
No es la primera vez que Eduardo Moga (Barcelona, 1962) poetiza lo biográfico. Ya lo hizo en Muerte y amapolas en Alexandra Avenue (Vaso Roto, 2017) con su experiencia de desarraigo, y también en el íntimo retrato familiar en Mi padre (Trea, 2019). No obstante, ambos libros despliegan desde lo biográfico un plano más amplio de indagación: el espacio urbano de Londres y sus habitantes despiertan la reflexión poética del escritor en diálogo con sus circunstancias (en Muerte y amapolas), así como el retrato del padre se construye en paralelo al del fresco sociológico del contexto en el que vivió (en Mi padre). Sin embargo, en Tú no morirás (Pre-textos, 2021), el escritor se lanza a tumba abierta a hurgar literariamente en el final de una relación amorosa larga y plena, sin que otro núcleo temático interfiera en la vivencia del desgarro causado por la ruptura.
No es infrecuente este grado radical de confesionalidad en la literatura actual (piénsese, por ejemplo, en Irse de Esmeralda Berbel o en Caliente y Poesía masculina de Luna Miguel); sí lo es, me parece, en la de E. Moga.
La relectura del libro me ha llevado a una organización distinta a la que el índice propone, y así es como la desgrano a continuación.
Doce poemas componen Tú no morirás además del «soneto inicial», el único texto sereno y moderadamente feliz del libro: una suerte de agradecimiento del autor a quien con su existencia lo ha convertido en amante. El poeta se declara «afortunado» por amar a su mujer, hacerlo da sentido al mundo, mucho más que ser amado. La convicción que transmiten estos versos clásicos (Moga ha cultivado asiduamente la poesía en metros tradicionales: Diez sonetos, Seis sextinas soeces, Décimas de fiebre) resuena en el «poema II»: la fuerza del amor impulsa a la pareja –los ángeles- a crear realidades que se rebelan contra la injusticia o la crueldad, abrazando la inteligencia y la incertidumbre para conjurar la muerte y la maldad sin más armas que la imaginación, la desnudez y los besos. Metáforas y humor, autocrítica e insumisión describen a los protagonistas de este mundo de dos, contradictorio, pleno y elocuente en su afirmación.
En este grupo de poemas (I, III, IV y X) mana a raudales la vorágine sentimental causada por la ausencia, la soledad y la urgencia de recuperar el cuerpo amado. El poeta hurga en el lenguaje, como hurga en las huellas que el espacio conserva de la amada («Hurgo en la tinta y en las sábanas […]Hurgo en el papel»). Con manos «hambrientas y agujereadas» – imagen que se me antoja lorquiana -, el amante trata de convivir con la ausencia, pero los objetos personificados y la angustiosa enumeración impiden el sosiego: «Los potos proclaman tu ayer», «faltas de las toallas, y las sartenes, y las constelaciones; de la música que pregona tu silencio y de la mesa en que languidezco».
La ausencia se materializa en el «poema I», se extiende por el espacio y el tiempo y anula la consistencia del propio cuerpo: «sin tu cuerpo, carezco también del mío, que se atenúa en niebla o se deshilacha en quejido». Porque el cuerpo es isla protectora y lugar místico («cuanto más crece esta savia que acendra mi delirio, más me llago»), de ahí que aparezca en el «poema III» como territorio donde navegar ríos, descubrir médanos y trochas, atravesar praderas y explorar entrañas. El sexo es la ruta del amor, la forma en que los cuerpos imprimen sus huellas en la tierra.
El yo, mutilado del cuerpo que ama, choca contra su vacío y su nada. Proliferan los pronombres indefinidos en el «poema IV» (nadie, nada, otro, todo, alguien) como interlocutores fantasmas, innombrables y mudos, espejos del silencio y la soledad. El yo, atosigante en su continuo «soy», trata de ser alguien a pesar de todo, pero la soledad agiganta el espacio de su nada. La indagación identitaria solo consigue profundizar en el desconocimiento y la dislocación. Ante la ausencia de un tú, que sea mirada y decir distinto pero solidario, la identidad propia se desvanece: «En todo soy, pero todo se desentiende de mí». Ese tú es al que se dirige Moga en el «poema X», disponiendo -como en el Tractatus– las características del yo y su tendencia lógica hacia un tú para constituirse en hecho del mundo.
En los poemas «VI» y «VIII», nucleares y bellísimos, el verso acentúa tanto la reflexión como la intensidad con que fluyen los motivos del decir: el cuerpo ausente creado en el vacío («me abrazo a tu no estar con ahínco»); el dolor apropiándose de todo («Este dolor/ me crece en las pupilas […]cuando deambulo/por la casa, sin más linde ni abrigo/que la desolación»); la esperanza, en fin, de un nuevo comienzo («perseguirte es/ mi luminaria y mi despeñadero»).
Las referencias temporales y espaciales (a veces, aquí, en este tiempo) son pequeñas concesiones que alivian apenas la angustia, concreta y palpable en el lenguaje: el poeta está ciego, manotea, deambula, imagina desesperadamente un aquí y ahora juntos y sin muerte. Sin muerte, sí, en ello se afana, en librar este amor y su cuerpo angélico (el de Ángeles) de la desaparición a través de las sílabas y los nombres. La palabra como cura y también como inapelable muestra de amor: cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo, escribió Garcilaso; y así, E. Moga: «las sílabas/que enlazo, desquiciadas, te pertenecen» o «te describe mi voz/como si serpearas dentro».
Se dicen y desdicen los alejandrinos con las dudas del lenguaje y el sentido de lo escrito (¿será máscara u origen encarnado y perenne de lo vivido?). El ímpetu de la palabra amante, la carnalidad y el deseo urgente en sus metáforas descartan el silencio (amante, también, aunque perecedero) para apuntalar, inquebrantables, la certeza del título –Tú no morirás– y su desafío, en el que resuena el polvo enamorado de Quevedo, pero también el vértice oscuro del encuentro de Valente. Los versos de E. Moga alcanzan tanta belleza como los que le precedieron en este empeño: «Diré/ tu cuerpo, tu impetuosa trasparencia, tu luz/ sin lindes ni amargura […]sea mi fin ineludible/decirte. Hasta que solo haya eco en la ceniza».
Aunque la densidad y el carácter reflexivo son inherentes a cada página de Tú no morirás, se aprecia en los poemas «V», «IX» y «XI» un discurso más narrativo. En el primero, el paisaje inanimado o utilitario (inyectores, andén, vagón, vigilante, megafonía) contrasta con la inminente tristeza del adiós. La despedida recurrente percute en el lector mediante la anáfora (otra vez) y el entorno acaba contagiado por el desamparo de la voz poética: «Otra golondrina sobrevuela los raíles que brillan, desamparados, bajo la lluvia solar».
La 2ª persona protagoniza el siguiente (IX). Sus gestos, su silencio, su insatisfacción y hastío construyen el retrato de la convivencia gastada, dinamitada por la lejanía o la invasión del otro. Relámpagos de realidad, lucidez y generosidad para el amor -este amor-: «Nada de lo que eres, ni aun lo peor, me inquieta. […]Todo lo que soy, lo soy en tu negrura».
El penúltimo poema («XI») es un recuento del derrumbe del nosotros, paralelo a la perspectiva de la vejez. La confusión cunde en la derrota como cunde en el texto sin signos de puntuación. Todo se resquebraja y acumula hecho ruinas, sin que por ello el amante reniegue del cuerpo amado, ni de la vida en común («veo la superficie cuarteada de tu presencia […] y el desmoronarse de tantas cosas inexpugnables y sin embargo ruedo hacia ti y abrazo tu rodar»). El llanto, la distancia, la vejez, el ruido del mundo y el cerebro en ebullición no distraen al poeta de rogar a su mujer «óyeme», «recórreme», «dime», «abrázame»: imperativos agónicos que, sin embargo, se aproximan a la plenitud perdida de aquella oración que todos los amantes rezan con los versos de J. Gelman.
Otros amantes protagonizan la última sección del libro, donde el autor se aleja de sus circunstancias para decir en 3ª persona o en una 1ª persona femenina (Rut o Mariana Alcoforado) el amor sin muerte de personajes históricos, literarios, bíblicos… Todos ellos proclaman su amor (prohibido, insatisfecho…) hasta el momento final. Se diría que Eduardo Moga, convencido de que alguien a quien se ha amado tanto no podrá desaparecer, los convoca como argumentos y hasta pruebas de su fe: un nuevo «nada te turbe, nada te espante…solo el Amor basta».
La escritura de Tú no morirás arraiga en lo biográfico, retoma el tópico del amor más poderoso que la muerte y lo pasea por el s. XXI como una bofetada contra la poesía ramplona, escrita «a la intemperie» -recojo la expresión de V. Luis Mora-, huérfana de raíces y, por ello, raquítica en su vuelo. Sustentada en un lenguaje asombrosamente rico, en la reinvención de las formas y en una poderosa imaginación poética, su lectura nos sacude hasta la misma raíz.