Andrés Felipe Solano
Gloria
Sexto Piso
132 páginas
POR FRAN G. MATUTE

Es Gloria una novela llena de hallazgos, que parece haber nacido del encuentro, o reencuentro, o quizás descubrimiento de varias fotografías antiguas tan impactantes, tan chocantes, tan estimulantes, que bien merecían que alguien se inventara una historia alrededor de ellas. Una de estas imágenes, probablemente la más icónica, cierra de hecho emocionalmente el libro. No revelaré aquí su contenido, pero baste decir que hará dar un respingo a cualquier mitómano del Nueva York pop callejero. Es por esto que la intensa historia familiar que en esta novela se condensa transcurre en las calles de esa ciudad. Lo hace además en un día muy concreto de 1970, en paralelo a la celebración de un magno concierto en el Madison Square Garden, más que representativo del poder latino del momento. Suena en esta novela, de fondo, mucho twist, mucho watusi, mucho boogaloo.

Andrés Felipe Solano (Bogotá, 1977) no había nacido entonces, de ahí que aplaudamos la vívida ensoñación que nos regala de un tiempo y un lugar más que reconocible para la mayoría probablemente gracias al cine de la época, teniendo esta novela mucho de cinematográfico, no ya por una mera cuestión plástica sino porque parece que haya sido escrita con una steadicam. Solano nos lleva de este modo por su texto sigilosamente, elegantemente, sinuosamente de un lado para otro, acompañando todo el rato a la Gloria protagonista, de la que pronto sabremos que no es otra que la madre del autor. Estas páginas contienen por tanto un cántico a su figura, a su independencia femenina, a sus arrestos como mujer trabajadora en un mundo de hombres. Solano nos la dibuja llena de vida, también de dudas, de zozobras, pero dispuesta a darlo todo por un futuro mejor en los Estados Unidos. Qué duda cabe que bajo el retrato particular late el de la inmigración, también el de una ciudad compleja pero aparentemente llena de oportunidades. Solano se traslada de este modo, desde el presente, como extraño narrador corpóreo y acompaña a su madre de la mano por aquellas calles de Nueva York que estoy seguro al autor le hubiera gustado conocer entonces, por más que las conociera varios años después, experiencias estas que darán lugar a varios paralelismos en la trama, y que, justo es decirlo, no siempre funcionan.

Uno hubiera deseado de hecho que la trama no se moviera de 1970. Los acontecimientos que en ese momento se cuentan surgen además del encuentro de varias capas de realidad, en las que la frenética noche del concierto, una intensa mañana en el trabajo, el desconcertante visionado de unas fotografías (de nuevo aquí otro paralelismo metanarrativo, quién sabe si buscado) y el encuentro luego fortuito con el presunto autor de esas fotografías habrían bastado para dar forma a la novela. La propuesta es sin duda arriesgada, pero no se percibe en ningún momento voluntad alguna de complejizar la historia porque sí. Hay cierto lirismo sensorial en ella, pero sobre todo ha de valorarse un esfuerzo comprometido para con las posibilidades expresivas literarias. Con todo, Solano a veces da la impresión de que no confía en su lector y subraya sin querer la relación entre algunas de estas escenas que se superponen temporalmente. Es por esto que el mayor logro de esta novela reside al final en la cercanía que ofrecen sus personajes. Se sienta uno allí con ellos toda la noche y es capaz de vivir en sus carnes las tensiones que entonces se generan, presumiendo de que algo violento está ahí a punto de estallar. Hay sin duda algo de morbo en estas situaciones, también la incómoda sensación de que se está siendo testigo no invitado a la revelación de ciertas intimidades ajenas. Ocurre igual, claro está, con ese regalo literario último, tan hermoso, que Solano le hace aquí a su madre en forma de novela, que parece escrita, no obstante, solo para ella. Al finalizarla queda en cualquier caso flotando en el aire la intrigante sensación de que cuanto más se asemeje la autoficción del futuro a este tipo de propuestas mejor será para todos.