A pesar de la repercusión del ultraísmo argentino –también como detonante de otras líneas poéticas y literarias–, tenemos que señalar que el arco temporal que abarca es relativamente breve –tan sólo comprende de 1921 a 1927, aproximadamente– y que está marcado por la aparición de la revista Prisma (1921), posteriormente de Proa (1922-23/1924) y, por último, de Martín Fierro (1924), en cuyo primer número Oliverio Girondo escribirá lo siguiente:
«Martín Fierro siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una nueva sensibilidad y de una nueva comprensión, que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión» (Oliverio Girondo en Collazos, 1977, 7).
Los colaboradores de esta emblemática publicación comenzarán a ser llamados martinfierristas y, aunque a priori la variación pueda resultar anecdótica, señala las convergencias con los ultraístas españoles –que reposan en el amor a la novedad, la exaltación de una nueva sensibilidad, el canto al progreso y a la vida moderna– al tiempo que nos deja vislumbrar las diferencias y singularidades, entre las que podríamos destacar la exaltación de la argentinidad. Por tanto, es inevitable para profundizar en el ultraísmo argentino revisar la vanguardia europea y trazar los puentes que propiciaron este nacimiento y que nos llevan, obviamente, hasta la etapa parisina y la visita a España de Vicente Huidobro, a la figura del español Cansinos Assens o hasta el principal promotor del futurismo italiano, Filippo Tommaso Marinetti. Todos ellos inspirarán, al menos en este periodo, a voces argentinas tan prestigiosas, imprescindibles y únicas como la de Borges, Girondo, Marechal, González Lanuza, Francisco Luis Bernárdez, Norah Lange, Brandán Caraffa, Roberto A. Ortelli, Francisco M. Piñero o Helena M. Murguiondo, entre otros que harán suyos estos presupuestos.
GRUPO BOEDO Y GRUPO FLORIDA
Las ansias de cambio estaban presentes en un mismo espacio, que no era otro que el escenario urbano bonaerense. Sin embargo, la manera de plasmar esta necesidad tomará formas distintas y aparentemente contrapuestas. Así pues, mientras que unos buscan un contacto con las fuentes directas de la renovación en Europa –como analizaremos más adelante–, otros optan por captar la preocupaciones sociales nacidas en el seno de la sociedad porteña, sintiéndose, en todo caso, seguidores de Zola, Barbusse, Rolland, Dostoievski o Tolstoi. En torno a esta posición encontramos a autores que anteponen la cuestión social frente a –como ellos mismos definen– la gratuidad del arte, y así queda recogido en publicaciones como Dinamo,[i] Campana de Palo o Los Pensadores, que a partir de su número 100 se transformará en la Revista de Selección Ilustrada, Arte, Crítica y Literatura. La conformación de este grupo se gestará a partir de las reuniones mantenidas en el número 837 de la calle Boedo, donde funcionaban tres imprentas de jóvenes pertenecientes al proletariado urbano como eran Florencio Sánchez, que encarnaba la protesta ante la injusticia social; Roberto Payró, que actuaba como referente gracias a su visión de la realidad modificable, o Carriego, que exaltaba la indagación de una poesía de lo cotidiano.
El concurso literario organizado por el diario vespertino La Montaña otorgará visibilidad a varios escritores boedistas que fueron premiados, tales como Elías Castelnuovo, Manuel Rojas, Leónidas Barletta y Roberto Mariani. Este protagonismo también se evidenciará a través de dos géneros principalmente, elegidos por los miembros del Grupo Boedo para transmitir los conflictos y la crueldad humana: el teatro,[ii] que dará paso a una escena experimental de enorme calado social, y la narrativa. De este modo, el grupo se caracteriza por cultivar una literatura de denuncia, afirmando expresamente que la literatura no es un mero «pasatiempo de barrio» en el número 117 de la revista Los Pensadores. También se valdrán de carteles para difundir su pensamiento y concepción literaria, que defiende el sano realismo frente a la literatura falsa, romántica y hueca, atribuida a los seguidores del Grupo Florida por Barletta y Olivari.
Un artículo de Roberto Mariani publicado en la revista Martín Fierro será el que desencadene una agria polémica entre ambos grupos. Por un lado, los componentes del Grupo Florida postularán su adhesión a las vanguardias, dando prioridad a la poesía; por otro, los miembros del Grupo Boedo abogarán por la revolución social y elegirán la prosa como reveladora de las contingencias de los marginados.
Cabe añadir que esta nítida división que encontramos en el ambiente literario argentino entre las inquietudes formales y las sociales constituye un distintivo, puesto que las vanguardias europeas exhibían una ruptura que implicaba igualmente cambios estéticos pero también sociales y políticos. De hecho, será precisamente Marinetti, con muchos de sus manifiestos o con su Teatro sintético futurista, publicado en 1915, el que acometa una ácida crítica de la sociedad de su época a través de textos programáticos o de piezas teatrales experimentales, presentándose así de manera indisoluble su deseo de cambio estético y social (Gómez Menéndez, Ll, 2008a).
En cualquier caso, y a pesar de las notables diferencias, hemos de observar que tanto Boedo como Florida compartirán un mismo escenario, Buenos Aires, y un mismo deseo de cambio, cuyas obras encarnan mediante distintos planteamientos que responden y reaccionan a una situación de agotamiento general. Es más, a pesar de esta oposición, hay que destacar que el Grupo Boedo también es artífice de la renovación formal y que los cambios estéticos denotan una diversa concepción del mundo.
Para abordar el Grupo Florida, es esencial rastrear los contactos con Europa de autores como Huidobro o Borges. Este último, buen conocedor del Viejo Continente, establecerá hacia 1918 una estrecha conexión con Rafael Cansinos Assens, quien congregaba a múltiples escritores en las tertulias de los cafés, al margen de postular el valor de la imagen, la ruptura del discurso lógico, la exclusión de la rima, la anulación de la puntuación o la simplificación de la sintaxis en las revistas Grecia y Cervantes. Para la estudiosa María Raquel Llagostera, estas propuestas provenían del cubismo, de Apollinaire o de Ramón Gómez de la Serna. Obviamente, esos referentes aparecen en Assens, pero, sin duda, guardan un notabilísimo parecido, por no decir que son prácticamente idénticos, a aquellos contenidos en el Manifiesto técnico de la literatura, publicado en 1912 por Marinetti, y del que fuera buen conocedor Ramón Gómez de la Serna (Gómez Menéndez, Ll, 2008b).
Podemos convenir, por tanto, que Borges no sólo descubrió a Cansinos Assens, sino que mediante sus viajes, conversaciones y postulados tuvo acceso al núcleo común que define las vanguardias europeas y que vincula el deseo de cambio, ruptura y transgresión con una intervención en el espacio sinóptico de la página en blanco, donde es posible romper la sintaxis y proponer una escritura propia de este nuevo espíritu.
Borges se encontrará al regresar a Argentina en 1921 con la reiteración de formas ya exploradas, asentadas y asumidas. De ahí que decida poner en marcha junto a González Lanuza, Sergio Piñero, Norah Lange y Guillermo la revista Prisma. Después creará Proa, que conocerá dos etapas (1922 y 1924) y cuyo propósito será difundir obras nacionales de diversas tendencias. Ahora bien, será la revista Martín Fierro, fundada en 1924 por Evar Méndez y Samuel Glusberg, la que marque la diferencia aunque se extinga en 1927 por divergencias políticas entre sus componentes. La revista Martín Fierro, unida al ultraísmo, estará asimismo vinculada al Grupo Florida y a escritores como Leopoldo Marechal, González Lanuza, Jorge Luis Borges, Jacobo Fijman, Roberto Ledesma u Oliverio Girondo, autor del manifiesto que aparecerá publicado en el número 4 de la revista y de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), poemario emblemático donde se perciben la ironía, el humor, nuevas temáticas y un aire renovador que se distancia de la poesía tradicional.
En definitiva, las influencias europeas y el creacionismo darán identidad al Grupo Florida. Podemos convenir, entonces, que esta combinación arroja como resultado un ultraísmo argentino reconocible en Martín Fierro, revista que también se ocupará de otras manifestaciones artísticas de su época, como la música, la arquitectura, la plástica o la dramaturgia.
ULTRAÍSMO
El ultraísmo argentino, como ya hemos dicho, hunde sus raíces en el creacionismo huidobriano y el impulso ultraísta de Cansinos Assens, sin olvidar las aportaciones de otras vanguardias europeas. Por tanto, es preciso que nos detengamos en el surgimiento del ultraísmo en España con el fin de observar el ambiente en el que se fragua gracias a las traducciones y críticas realizadas por Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre, Borges, Laso de la Vega o Cansinos Assens, y publicadas por revistas españolas como Prometeo, La Gaceta Literaria, Cervantes o Grecia, entre otras, que darán buena cuenta de los textos más representativos del cubismo, dadá, el futurismo o el expresionismo.
A pesar de su enorme interés por los diferentes ismos, los ultraístas en España se considerarán un movimiento independiente cuya conexión con otras vanguardias no sólo será compatible sino indispensable. Y así lo sostendrá Guillermo de Torre, que se mostrará partidario de borrar la distancia y el aislamiento de España para marchar contemporáneamente sin convertir el ultraísmo en una copia al servicio de otros ismos (1920, 480).