POR CRISTINA BURNEO SALAZAR
Dolores Veintimilla, autora ecuatoriana que publicó Necrológica, un alegato contra la pena de muerte.

La escritura y la intervención política de las mujeres nunca han sido esferas separadas. El ingreso mismo de las mujeres en el reino de la escritura, por excelencia de signo androcéntrico, constituye la afirmación de una existencia diferenciada, dueña de otra palabra. Nuestra intervención en los dominios letrados no se limita, sin embargo, a la tematización de lo que nos sucede. No somos un «tema de género», pero desde nuestra condición política de género lo hemos pensado todo. Además, hemos creado vías alternas a la magistralidad y al soliloquio para hacerlo. La asamblea, el posteo y el lugar de trabajo sexual son lugares de escritura colectiva que recupero aquí a partir de un conjunto de textos que muestran qué es «escribir en deliberación».

Los relatos de mujeres trans y cis y de los feminismos –pues solo para una parte de las mujeres el feminismo es su primera identidad política– han sido expansivos en estas décadas, y con ello han ampliado en el campo cultural las nociones tradicionales de «escritura», «libro» o «autoría». En las oralidades; en el pensamiento escrito y aquel transmitido en el hacer; en los archivos del pensamiento como en los del cuerpo; en el grafiti y en redes sociales; en la Literatura mayúscula tanto como en la escritura orfebre, la voz de toda clase de mujeres contesta los relatos autorreferenciales del colonialismo de los hombres y la naturalización de la violencia, o sea, del régimen amplio que llamamos patriarcado. Estos registros rebotan uno en otro en un territorio donde la palabra de las mujeres se ha politizado, es decir, se ha devuelto a la polis con un reclamo e ideas alternativas de mundo.

La asamblea

Aquí están, viéndonos a los ojos, las manos de Susana Chávez Castillo. En 2018, varias mujeres forman una asamblea en Ciudad Juárez. Llaman asamblea y no taller a las sesiones que desarrollarán con la escritora Cristina Rivera Garza y que coordina la escritora juarense Hilda Sotelo. Hilda es la segunda generación alfabetizada en su familia, explica. Se reúnen escritoras, artistas, una dirigenta rarámuri, una activista intersex, una representante del Instituto de Mujeres de la ciudad, una periodista, una directora de teatro, una madre sobreviviente de su hija, asesinada. En distintos lenguajes, la asamblea reclama: «Ni una más». Esta consigna fue acuñada por Susana y se repetirá en todo el mundo antes y después del feminicidio del que es víctima el 5 de enero de 2011 en Ciudad Juárez. Cercenada su mano, cubierta su cabeza con una bolsa de basura, tirado su cuerpo.

El resultado de esta asamblea será una plaquette autogestionada para traer de vuelta a la poeta, la disidente lésbica, la activista. Se titula #Escriturascontraelpoder. Fronterizas con Susana Chávez. Trabajan bajo la asesoría de Cristina a partir de su propuesta de escritura conocida como desapropiación. El proceso constituye a la vez un posicionamiento político: la determinación por recuperar la memoria y la escritura de Susana Chávez Castillo mientras se delibera sobre el feminicidio y la violencia.

Asamblea, no taller. Se tratan asuntos de interés colectivo sin representantes: todas las miembros tienen derecho a una opinión que se pone en común. La asamblea no busca la productividad del workshop, a veces más cercano a una comprensión corporativa de la escritura creativa, como ha escrito Mark Nowak en Social Poetics. Él diferencia el taller y su origen proletario del workshop donde se busca producir para el mercado. En cambio, una asamblea pone en primer lugar la capacidad de acción colectiva y lo que Nowak llama «nuevas conjunciones», por ejemplo, las que forman escritoras con maestras, militantes con madres de la clase trabajadora. La asamblea es una fuerza social en movimiento. En este caso, se organiza desde la poesía. La escritura que allí se produce emerge de la decisión de luchar contra el feminicidio y hacer visible la violencia en la maquila o el campo algodonero desde un lugar distinto al de la teoría o los tribunales. La poesía permite sustraer la palabra del razonamiento jurídico y la abstracción.

Las autoras usan en varios textos la máquina de cut-up Lazarus Corporation para combinar poemas de Susana con otros, suyos o de autorías diversas. La técnica del cut-up es a la escritura lo que el collage al arte visual: se recombina constantemente. La intervención en los textos junta la escritura de Susana con otras, trayéndola al presente por medio de la reconstrucción de un lazo póstumo donde ella está viva.

Leticia Ruiz, maestra de educación básica, combina «La casada infiel», de Federico García Lorca, con un poema de Susana. El de Lorca, alegato contra la moral, se junta con el deseo lésbico en Susana en una potente alianza marica que Leticia sella para recuperar la memoria del deseo, que resiste contra la muerte:

Aquella noche corrí tus lirios
Entre tus ramas sin estribos
Potra de nácar sin bridas

La plaquette antecede a otro proyecto editorial, también propuesto desde el Doctorado en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Houston, dirigido por Cristina Rivera Garza, que cuenta con el sello editorial Canal Press. El volumen Primera tormenta, compilación de la poesía de Susana, es editado en 2020 del otro lado de la frontera. La recuperación de su obra es, también, la recomposición de su cuerpo, como devolverle su mano, ojalá. Cuenta Hilda en el texto que abre el volumen que, en la Ciudad Juárez de los años noventa, ella, Susana y sus amigas se hicieron buscadoras de las mujeres asesinadas y escritoras a la vez. «Enfrentamos juntas el reto de buscar a las hijas, a las hermanas, a las madres: a las desaparecidas. Las buscábamos por toda la ciudad, por lotes baldíos, atrás de las maquiladoras, en las calles, los callejones, en el campo algodonero, en el Valle de Juárez.»

Primera tormenta da cuenta del proceso –y no solo el proyecto– necesario para recuperar la escritura de mujeres como Susana Chávez Castillo. Se requiere, primero, que alguien haya cuidado la obra. Blanca Inés Cruz Champala, pareja de Susana, recogió sus poemas uno por uno de servilletas y papeles sueltos. Y uno por uno los transcribió. La escritora Sylvia Aguilar Zéleny se unió al colectivo editorial y el equipo de Canal Press preparó la edición. La investigación sobre la obra de Susana Chávez, la puesta en recirculación del blog que mantuvo desde 2005, la fuerza de trabajo que supone imprimir un libro risográfico, todo esto forma una cadena de producción que, además, no cabe idealizar. La comprensión de un proyecto editorial como un proceso colectivo es aquí muy importante. Muchas veces ignoramos que procesos de recuperación como este implican un compromiso hecho de gestión cotidiana, trabajo no remunerado, cansancio, conflictos que deben procesarse. Recuperar archivos perdidos es también una decisión epistémica que demanda mucha deliberación. Ella, Susana, ha demandado la organización de todo ese trabajo para que hoy la podamos escuchar:

Soy la libertad de mi madre
que se ha gastado el cuerpo por ser
la de mi abuela.

En Ellas hablan, la escritora canadiense Miriam Toews ficcionó una historia sucedida en la comunidad menonita de Manitoba, Bolivia, donde decenas de niñas y mujeres fueron repetidamente violadas por hombres de su entorno, sedándolas previamente con anestesia de ganado. En su obra, Toews crea la comunidad de Molotschna. A las mujeres les han prohibido aprender a leer y a escribir, se dedican a la tierra, los graneros y la confección. Allí fraguan un espacio político y se congregan en una asamblea clandestina. El objetivo es decidir qué harán ante las agresiones de las que son víctimas. La asamblea conduce a que cada mujer nombre su experiencia y tome posiciones. ¿Crecerán sus hijos y se convertirán en violadores como los adultos? ¿Se los llevarán con ellas? ¿Son ellas animales o son humanas? Las deliberaciones asamblearias son el dispositivo narrativo de Ellas hablan. Las mujeres debaten e imaginan otra comunidad, pues la que tienen las ha esclavizado al punto de perder su identidad. «Cuando nos hayamos liberado, tendremos que preguntarnos quiénes somos», dicen.

La asamblea destinada a la escritura va más allá del taller feminista o, mejor dicho, ambas instancias de encuentro se indistinguen en procesos como estos, de deliberación y esclarecimiento de nuestras verdades para transformar nuestra existencia y salir del silencio.

La asonada

No publiques mi nombre. Testimonios contra la violencia sexual (2024), de Cristina Fallarás, es un libro que hemos leído antes de que aparezca. En su cuenta de Instagram (usuaria: cfallaras), que cuenta con 239 mil seguidoras, ha publicado a diario, por largo tiempo, testimonios de mujeres que han sufrido violencia sexual. Las autoras de los testimonios escriben un mensaje directo, que Fallarás luego reproduce en su feed tras cortar su nombre de la captura de pantalla. Hay numerosos testimonios de madres, amigas o compañeras que narran la violencia de otras o piden consejos para acompañarlas. El testimonio que aparece en el feed suele generar comentarios de solidaridad en el muro y expresiones de «a mí también». Yo también lo viví, yo también dudaba, yo tampoco me atreví a contarlo. Así, cada testimonio se multiplica por muchos otros.

La cuenta de Fallarás ha sufrido cierres más de una vez. Lo ha denunciado como censura de Meta Platforms Inc. –empresa matriz de Facebook y corporación dueña de Instagram– contra la memoria colectiva construida con este archivo. Se atribuye los cierres a contenido violento, pues la corporación no distingue los testimonios de otras expresiones de violencia sexual. El algoritmo se usa como excusa para no hablar de políticas corporativas que se decantan por este tipo de censura. El volumen aparece así en la tensión entre la índole de los testimonios y un código que determina o impide que se publiquen ciertos contenidos. El libro impreso preserva un archivo frágil, que de lo contrario podría desaparecer.

En abril de 2018, en una experiencia previa de escritura colectiva, Cristina Fallarás lanzó el hashtag #Cuéntalo para recoger testimonios de mujeres víctimas de violencia sexual a raíz del juicio conocido como La Manada. El hashtag convocó miles de relatos testimoniales y se convirtió en un espacio de encuentro, explica Fallarás en Ahora contamos nosotras (2019). Por medio del relato corto se forjaba una memoria colectiva de la violación y se desmantelaban los sentidos que en ella permanecen incrustados –la culpa es suya, es mala víctima, miente, está sola–. Esto dio como resultado otro archivo frágil, que podía desaparecer dado el entorno tecnológico privado en que se gestaba: la red X, antes llamada Twitter.

De #Cuéntalo se desprende una relevante reflexión sobre el archivo y las redes. Dos expertos en archivística, Vicenç Ruiz y Aniol Maria, tomaron el hashtag para construir una perspectiva sobre nuevos tipos de documentos, su gestión y el recuerdo que generan. Las redes y el momento de aparición de relato muestran la relevancia de la escritura en estos entornos y su capacidad de producir significado en el tiempo: «Queremos diseñar un modelo de tratamiento archivístico integral para los fondos documentales sociales, entendidos como el conjunto de documentos generados por un grupo de usuarios a través de una dinámica participativa en el marco de plataformas sociales y alrededor de un acontecimiento determinado.» El hashtag generó tres millones de tuits capturados por Ruiz y Maria.

Estas formas de comparecencia –siguiendo el trabajo de Margarita Padilla y de Guiomar Rovira– generan múltiples procesos simultáneos como publicaciones, causas comunes, lectura hipervinculada, acciones en red que mueven textualidades en el espacio digital tanto como en la plaza pública, y construyen así nuevos universos de referencia. No se trata de oponer las escrituras fuera de libro a la literatura, sino de la reorganización del campo mismo y de examinar las membranas que se abren entre diversos modos de la escritura.

Propuestas editoriales como estas apuntan a resignificar el acto mismo de escribir en función de los lugares y soportes en que circulan sus contenidos a raíz de causas que mueven. El archivo de No publiques mi nombre se formó a partir de una convocatoria concreta para narrar la violencia sexual. Cada mensaje directo enviado a Fallarás, cada carta, es una intervención política contra la cultura de la violación. Se publicaron alrededor de mil testimonios que, se calcula, constituyen apenas diez por ciento de los que llegaron a la bandeja de Instagram. Este es un libro-asonada compuesto por mil autoras, una gorgona con mil cabezas y mil lenguas que dicen: aquí venimos, no va más.

La prisión

La asonada y la asamblea hallan sus genealogías en luchas antiguas y hoy coexisten con otras, más arduas. Al pronunciarse contra la pena de muerte en 1857, la poeta ecuatoriana Dolores Veintimilla (1829-1856) pensaba, quizás, en sus propias prisiones. Ese año, Tiburcio Lucero, un hombre indígena, fue fusilado en Cuenca, al sur de Ecuador. En respuesta al fusilamiento, el 27 de abril, Dolores publicó «Necrología», un alegato contra la pena de muerte. Esta hoja volante muestra que la poeta participaba del debate abolicionista moderno, que tuvo a Víctor Hugo como su representante destacado en el siglo XIX. Es menos conocido que muchas escritoras tomaron posiciones arriesgadas en las luchas por la abolición de la horca o la tortura, y que lo hicieron a riesgo de sufrir persecución, por ser mujeres, es decir, sujetos no autorizados.

B. F. (nombre protegido) es una poeta y traductora iraní. Uno de sus proyectos de traducción ha sido verter del francés al farsi a Víctor Hugo a fin de introducir el debate sobre la pena capital en su país, donde podría ser encarcelada de hacerlo de otro modo. Irán mantiene en prisión al mayor número de escritoras en el mundo. Ver a mi amiga B. perseverar en su estrategia y actuar a pesar del miedo, desde un exilio que, espera, termine un día, expone un escenario menos discutido que otros de compromiso con la escritura. Al hablar un día por teléfono, me explica: «todos los libros escritos o traducidos tienen que ser revisados por el Ministerio de Orientación antes de que se autorice su publicación. Este ha sido también el caso de mis libros.» La desobediencia puede significar cárcel, humillación pública o muerte.

Dolores fue tachada de loca cuando cuestionó la pena de muerte. Llamó a los patriarcas dueños de una «ley bárbara» y convocó a impugnarla. Atreverse a cuestionarlos había sido una gran osadía. Como la suya, las intervenciones abolicionistas de escritoras a lo largo de la historia han ido contra toda forma de encierro. El encarcelamiento no solo tiene lugar en las prisiones, aunque sean lugar de tortura por excelencia. Las mujeres han sido esclavizadas por el hombre blanco; secuestradas en sus casas; sedadas en prisiones químicas; denigradas con bozales, cárceles de la lengua. La razón carcelaria ha construido muchas de las instituciones que nos atraviesan. Dolores fue hostigada por ilustres escritores tras la circulación de «Necrología». Se suicidó con arsénico como consecuencia del acoso. Al contrario de lo que dicta el relato patriarcal, este no fue un rapto ni estaba «enajenada», fue un acto extremo de protesta.

Las mujeres que narran la prisión atacan el corazón sádico del patriarcado: control del cuerpo, tortura sobre él, descarte. La organización anticarcelaria mexicana Hermanas en la Sombra y su colectiva editorial publicaron en 2013 la antología de poesía Divinas ausentes, firmada por un conjunto de mujeres en reclusión. El volumen no se centra en la prisión como tema, más bien, sus autoras se piensan desde condiciones diversas que las han conducido hasta allí y configuran con ello una visión crítica. Sol Nocturno escribe:

reconóceme, esta soy yo, tu madre
la que te pide que me tengas en tu vientre
para nacer diferente

Desde 2015, la Universidad por la Unidad Latinoamericana (UNILA) sostiene en Foz do Iguaçu el proyecto Direito à poesía, que llevan a cabo junto con personas internas del sistema penitenciario. Así como la universidad debe pensar críticamente la cárcel, explican, la cárcel debe ser reconocida como lugar para pensar la universidad y la literatura. Darse el derecho a escribir produce otras autorías y, con ello, expande las relaciones entre lo político y la palabra. En 2024, visitamos la Penitenciária Feminina de Foz do Iguaçu para un encuentro con mujeres que participan de sus talleres. La escritura en privación de libertad promueve la apropiación de la palabra contra la aplastante narrativa carcelaria que nos indica que esos relatos ni siquiera deberían existir. En 2022, en el marco de una escuela de la organización Mujeres de Frente, visitamos otra prisión cerca de mi ciudad, Quito. Allí también florecieron relatos tan desgarradores como astutos. Escuchar puede ser también un acto radical de compromiso. Escuchar sin reservas transforma toda escritura y, con ello, altera nuestra posición en el mundo. Toda palabra se volcará entonces contra la policía, como ha escrito Miguel James, poeta venezolano-afrotrinitense.

En el volumen anticarcelario Muros, publicado en Ecuador en 2022 en el contexto de las masacres carcelarias, Odalys Cayambe, activista trans, describe la prisión como «un sistema de horror, torturador». Pero cuando era abierta, es decir, antes de la instauración del modelo tejano de celdas, «había una apertura, desde donde nosotras podíamos subsistir y resistir al sistema. La peluquería, por ejemplo, el trabajo sexual» permitían vivir, dice. Odalys narra la tortura y sus estrategias de supervivencia, desde allí nos hace entender el mundo que habitamos, que no es exterior a la prisión, sino que está atravesado por ella.

En cercanía a la escritura de estas autoras, que escriben privadas de su libertad pero no de su historia propia, había leído el trabajo de la argentina Camila Sosa (1982) y la brasileña Amara Moira (1985). En Las malas (2019), Sosa explica la mayor probabilidad de caer en prisión al ser travesti y hacer trabajo sexual, correr en tacos durante la noche, enfrentar el miedo y ser capaz de tretas. La policía es imagen de la persecución, aquello de lo cual hay que escabullirse, con lo cual hay que convivir desde la astucia y la indefensión a la vez.

En Y si yo fuera puta (2016, traducido por Lucía Tennina y Penélope Chaves junto con la autora para Mandacaru editorial en 2022), Amara Moira hace del trabajo sexual materia narrativa y desenmascara así a la sociedad-tabú: «El padre respetable de la familia que atiendo en la zona piensa que es genial comerme por dos mangos de morondanga». El libro narra los encuentros pagos de Amara a lo largo de un tiempo, los cuales publica en su blog como modo de desnudar su propia escritura: «Ni se dan cuenta de que el pago es mucho más la historia que las monedas en sí. […] yo el personaje, imaginando las palabras a medida que la escena va avanzando, pensando cuál es el recorte, el enfoque, dónde poner las comas, dónde el punto final.» La moral es una dimensión de la policía también desnudada en esta narrativa.

La mecha anticarcelaria en Camila y Amara le da su justa dimensión al tabú, la transfobia, la amenaza de cualquier tipo de encierro. A su vez, en una entrevista para Cuadernos Hispanoamericanos, Camila Sosa reclamaba la liberación de la «ficción trans» de la obligación de ser tema único para su trabajo. Contarlo todo en tanto protagonistas de su experiencia y, a la vez, contarlo todo. Punto. «Ni se necesita un por qué», escribe Amara. La escucha radical del mundo cis a estas escrituras nos interpela, produce desplazamientos. Más lejos de la buena conciencia, más cerca de sus lenguajes indómitos.

El compromiso político y sus convenciones, así como ciertas enunciaciones del activismo, impiden ver estas relaciones entre escritura y experiencia, aunque hallen vínculos con ello. El genérico contemporáneo «activista», me parece, puede aplanar formas de acercamiento a la realidad que se definen por la persistencia en organizar la vida de otro modo. Fundamentales como son los procesos de resistencia y militancia que prenden fuegos en nuestros mundos, sus relatos corren el riesgo de ser capturados por formas asimilacionistas de traducción –todo se traduce a activismo– o por el aplanamiento de la experiencia en narrativas formulaicas promovidas por el mercado editorial que lavan el feminismo de su potencia. Por eso, la búsqueda de lo indómito y la escucha radical son tan vitales como el acto de escribir.

Asamblea, asonada, prisión: no son «temas» feministas, son condiciones de existencia que buscan condiciones para la escritura. Asamblea, asonada, prisión. El femicidio, la violación, el encierro. Una multitud de escritoras, autoras, peleadoras, interruptoras, contadoras de historias, socavadoras de la palabra patriarcal, lo narran todo de nuevo, juntas, contra toda forma de clausura.