Mariana Enríquez
Alguien camina sobre tu tumba.
Mis viajes a cementerios

Anagrama
400 páginas
POR PAULA VÁZQUEZ

La voluntad de contar el mundo solo puede realizarse a través de lo particular. Con espíritu claramente benjaminiano, en Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios, publicado originalmente en 2014 y reeditado en una versión ampliada por Anagrama, Mariana Enríquez enhebra el fragmento hasta convertirlo en serie capaz de iluminar el acontecimiento histórico. 

El flâneur fue unos de los personajes característicos de Benjamin, una de las claves para comprender el siglo XIX y el inicio del siglo XX, el paseante, el hombre en la multitud, el observador de lo propio en lo otro, habitante de una ciudad que es depósito de la historia y sus ruinas, de los pasajes como lugar de cruce, de individuos y mercancías, de pensamientos y voluntades, que podemos leer si encontramos la llave adecuada. 

En nuestro tiempo el espacio urbano ha sido devorado por las autopistas y los centros comerciales, las ciudades son cada vez más lugares de expulsión y las condiciones necesarias para el paseo, el tiempo de extravío, sólo lo tienen quienes están fuera de la maquinaria de producción. A este contexto de base se le suma ahora, tras casi dieciocho meses de cuarentenas a nivel mundial, el desafío de ver si y cómo recuperamos el espacio público luego de la experiencia total de una vida `de interior´.

Por todo esto, parece decir Mariana Enríquez, la posibilidad de la existencia del flâneur en el tiempo pivot desde el siglo XX al inicio del siglo XXI -el primer recorrido del libro ocurre en 1997- tiene en los cementerios su único espacio posible. 

La nueva versión de la obra que aparece ahora bajo el sello Anagrama amplía el recorrido de manera que, a través de la lectura, conoceremos veinticuatro cementerios salpicados por el mundo. La muestra se inicia con una forma inquietante del erotismo a través del pliegue de eros y tánatos sobre una tumba en Génova -“ella tan fría, nosotros tan jóvenes”- que resulta el puntapié inicial para el amor de la autora por los cementerios. Se expande hacia las tumbas secretas de Rottnest Island en Australia, retratando también locaciones más célebres como el cementerio de Montparnasse de París, el cementerio judío de Praga, y otros menos evidentes como el prebístero de Lima, Perú, o el del Poblenou de Barcelona, en donde se menciona el memorial-pasadizo de Benjamin, en el pueblo cercano de Portbou.

Las crónicas incluyen cameos de personajes famosos y sus respectivas tumbas –la de Marx, en Londres, la de Elvis en Memphis–, ángeles sin sexo, tours literarios, historias de vampiros y fantasmas, epitafios en forma de poemas, conjuntos escultóricos hermosos, el museo del vudú, maldiciones, mitos y leyendas. Pero el libro no es un mero compendio de paseos escabrosos, biografías de muertos que no descansan en paz o la encadenada descripción de la belleza de los mausoleos, sino una red de historias y objetos que, por la naturaleza siempre inacabada de la serie, revelan el objetivo de renovar las herramientas y los métodos para adentrarse en un universo cansadamente estereotipado. 

El mosaico de viajes, libros, citas, encuentros con amigos, festivales literarios, bandas de rock, fragmentos de la historia oficial confrontados con otras fuentes, estatuas, fotografías, y un nutrido etcétera que conforma el universo de Alguien camina sobre tu tumba devela el instinto de una arqueología y nos muestra en ella a una escritora impura que alterna la historia con la novela de terror, el vudú con el punk, la admiración de la belleza sueca con el animal print, la masonería con el urbanismo. 

La ampliación de la muestra que ahora se presenta acentúa el evidente sustrato político que late debajo de cada porción de suelo destinada al entierro. La excursión al cementerio Sara Braun, de Punta Arenas, en Chile, llamado el “cementerio más hermoso del mundo”, con sus extraños cipreses de puntas redondeadas -“gigantescos penes de un monstruo del bosque”, les llama la autora- realizada en 2019, es la ocasión para repasar la historia del genocidio de los pueblos originarios, principalmente selk´nam y onas, a mano de cacerías humanas encargadas por los hacendados de la época o por el hambre, a causa de la desaparición del guanaco tras la apropiación ilegal de cientos de miles de hectáreas convertidas en latifundios privados. La historia de esas matanzas es también la historia de la concentración de la riqueza en nuestros países, de la dependencia de los mercados internacionales y el retraso en la industrialización, afirma la autora. 

Como el libro del poeta Christian Formoso titulado El cementerio más hermoso de Chile, del que Enríquez cita algunos fragmentos, el cementerio de Punta Arenas funciona como “cementerio resumen” de todos los cementerios, de todos los tiempos, de todos los lugares, de todos los muertos, en tanto sus hermosos caminos y sus cuidados mausoleos blancos están fundados en la violencia civilizatoria de todos los procesos que se valieron del exterminio físico o simbólico de los habitantes originarios. 

Todos los países, dice Enríquez, son un gran cementerio y cierra este capítulo con una verdad evidente pero no tan transparente para nuestra tradición occidental: estamos acá para morir y, si tenemos suerte, para que los vivos nos entierren, para tener una tumba. Pero no todos tenemos esa suerte, y no todos, sobre todo en Latinoamérica, tienen una tumba. Los genocidios de conquista, las pestes, el secuestro de cadáveres, las desapariciones forzadas, la tentativa siempre renovada de borrar la memoria son, quizás, el resto principal, el más potente, que nos deja la lectura de los recorridos de cementerios de Mariana Enríquez.

La autora ensaya la forma de la crónica de cuerpo presente y, en medio de sus paseos por los cementerios, también se permite imaginar su propia tumba. En el capítulo inicial, que es a su vez el viaje iniciático, confiesa haber anticipado a sus amigos el deseo de que arrojen sus cenizas en la tumba de Mendoza Paz, fundador de la Sociedad Protectora de Animales, una pirámide perfecta sin símbolos cristianos situada en el fastuoso cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires. La pirámide tiene una inscripción: “Aquí no hay nada. Sólo polvo y huesos. Nada”. 

No deja escritos, sin embargo, los motivos de esa elección. ¿Por qué usurpar una tumba en el cementerio de los ricos? ¿La verdad de la cita despojada es argumento suficiente? Plegar la muerte propia sobre la muerte de los otros, particularmente sobre un otro al que no estamos unidos por ninguna genealogía, sino por nuestra pura voluntad, quizás pueda interpretarse como un modo de huir de la propia muerte, de volverla ya vista, ya narrada, apenas material literario, ficción.

En perfecto movimiento circular, Enríquez destina el último capítulo al cementerio de la Recoleta. Allí rastrea los orígenes de los enfrentamientos ideológicos que recorren la historia nacional argentina, a partir del tratamiento de los cadáveres de Evita, Aramburu, Rosas, Alberdi o Perón. Es marzo de 2020 y aunque en la Argentina aún no se ha decretado la cuarentena el mundo ya sufre los avances del coronavirus y la muerte forma parte de la conversación cotidiana. La escritora oficia de guía para unos amigos, cuenta la historia de cada tumba mientras trata de alejarse de los turistas europeos, probables contenedores del virus mortal que se irradia desde Wuhan. Decide volver a buscar la pirámide de Mendoza Paz que, como sabemos, ha elegido como el destino de sus cenizas. Unas páginas antes deja escrito el miedo y el efecto de realidad que siente, quizás por primera vez desde que recorre cementerios, mientras camina entre tumbas en pleno ascenso del coronavirus: “Tenerle miedo a la muerte y a la plaga en un cementerio es tenebroso y realista, es una confirmación del fin”. 

Cuando llega a la pirámide, la inscripción ha desaparecido. No sabe si la han retirado por mantenimiento, si la tumba se ha vendido, o si sencillamente se ha perdido. El final queda abierto y Enríquez, que a pesar del miedo no se enferma de coronavirus, nos deja listados en el epílogo todos los cementerios que aún desea conocer. Acaso nuevos modos de ampliar la serie, de renovar la pulsión de flâneuse, la observación sobre las ruinas, pero sobre todo de afirmar, frente a la experiencia del límite, que está viva: una chica punk, menuda, latina y redondita, como se describe a sí misma, que seguirá retratando la belleza y la crueldad de las ruinas de las ruinas, porque con leyenda o sin leyenda, en la doble acepción de la palabra, todos seremos apenas polvo y huesos. Nada.