Inma Monsó
La maestra y la bestia
Anagrama
352 páginas
POR CARMEN G. DE LA CUEVA

Inma Monsó (Lérida, 1959) ha escrito una gran novela. La maestra y la bestia (Anagrama, 2023) es una novela única, extraña, diferente en el panorama contemporáneo español. Y, al mismo tiempo, es una novela heredera de las mejores escritoras españolas del siglo XX: Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Josefina Aldecoa. Una comienza a leer la historia de Severina, una muchacha que es maestra y llega a su primer destino como interina en un pequeño pueblo de montaña en el Pirineo catalán y acaba arrastrada por la corriente de estas trescientas cuarenta y nueve páginas que son como un caudaloso río incapaz de serenar sus aguas. Digo que es una novela río —categoría que yo misma acabo de acuñar— porque las ideas, las frases, los fragmentos de la vida interior de su protagonista se mueven, fluyen, circulan sin descanso y acaban desembocando en una misma. Es imposible no sentirse parte de las agitadas aguas que son la vida interior de Severina, una de esas chicas raras que diría Martín Gaite.

La verdadera protagonista de esta historia es la mente de Severina y cómo esa mente, esa mirada, esos ojos curiosos que quieren saberlo todo y no hacen apenas preguntas, cuestionan el mundo y a los otros con una sed de infinitas experiencias. La leía y me acordaba mucho de Gabriela, la protagonista de Historia de una maestra (1990) de Josefina Aldecoa, porque, justamente, tiene diecinueve años como Severina cuando llega a su primer destino en el autobús de línea y lo cuenta todo desde su propia voz: «Yo creo que no me acuerdo nunca de la primera escuela que tuve como interina porque fracasé en ella. Fue un fracaso mío, personal, porque no supe, no pude en tan poco tiempo entrar de verdad en el pueblo». El fracaso de Gabriela se parece, en parte, el fracaso de Severina, porque Severina quiere que Dusa sea su pueblo, quiere un pueblo, quiere la nieve, quiere la soledad de estar en el mundo para verlo todo. Pero hay algo que divide las aguas de estas dos novelas como si fuera una enorme presa: la guerra civil. Gabriela se hace maestra en un momento histórico donde la enseñanza cobraba protagonismo y las Misiones Pedagógicas extendían sus raíces por las áridas tierras españolas. Severina, en cambio, se inicia en la enseñanza en 1962, en plena dictadura franquista, con la alargada sombra de la Sección Femenina sembrando su influencia en cada gesto y cada decisión en la vida de las muchachas hasta conformar su existencia y sus costumbres.

La guerra y todo lo que vino después —la terrible dictadura, el miedo, la represión, la muerte y la violencia más atroz, los sueños enterrados, exiliados, muertos en el alma— tienen un papel crucial en la historia de Severina, sobre todo, en su infancia, una infancia llena de silencios y de un lenguaje secreto con el que sus padres —un padre anarquista que colaboraba de manera clandestina como podía con una multicopista y viajes secretos a Francia y una madre tuberculosa que es el motor de toda la curiosidad de Severina— lo hablaban todo para que ella no pudiera entender nada de nada. Cada personaje importante de esta historia de Inma Monsó tiene algo mágico y maravilloso, una potencia, una lengua propia. Como Simeón, la bestia, el hombre herido y poeta que será uno de sus interlocutores en el pueblo o Simona, su madre, maestra antes de la guerra e hija de maestra y que le transmitirá todo lo que sabe y todo lo que no sabe sobre la vida, los libros y la cultura para que la imaginación de Severina nunca deje de volar.

Hay muchos momentos memorables en este libro, como cuando Simona le regala a Severina por su décimo cumpleaños una libretita encuadernada con la misma tela de la bata que llevaban las dos en casa, con rayas azul pastel y blancas que tenía un candado y una llave diminuta y le pide que la use para ponerse «en contacto consigo misma». O cuando Severina, después de sentirse hechizada por el atractivo eléctrico de Simeón, se masturba en el monte: «ella seguía convencida de que nada de aquello sobrepasaba los límites de su mente, de que todo ocurría en lo más profundo de su interior». La Severina de Inma Monsó es una chica tan rara y maravillosa como la Andrea de Carmen Laforet —magnéticas, profundas, inteligentes ambas— que, más allá de los límites de la Sección Femenina, llegaron al mundo para poner en cuestión la conducta amorosa y doméstica que la sociedad española del momento imponía y para buscar su propio camino.