POR GABRIELA YBARRA

De niña, Esther Tusquets, pasaba los días leyendo cuentos de hadas y fantaseando con hacer teatro y escribir novelas. Sin embargo, cuando cumplió treinta y ocho años, se dio cuenta de que no había llevado a cabo ninguno de sus sueños infantiles y se propuso el reto de escribir un libro. No se lo dijo a nadie. Ni a su pareja. Un año después, cuando terminó el manuscrito de El mismo mar de todos los veranos, quedó satisfecha, pero no tenía esperanzas de que la novela fuera a vender demasiado porque era exigente de leer: el estilo es barroco y apenas hay puntos, así que, antes de hacer perder dinero a la editorial de algún amigo, decidió que lo más honesto era que el libro saliera en Lumen, el sello que ella dirigía.

El libro fue un éxito. Sin proponérselo, Tusquets había escrito una de las primeras novelas españolas en tratar el lesbianismo. El mismo mar de todos los veranos se publicó en 1978, en un país recién salido de una dictadura donde la homosexualidad había estado perseguida por la ley. “Ya se podían decir las cosas, pero todavía sorprendía decirlas”, cuenta Tusquets en una entrevista. Además, en un mundo editorial copado por autores hombres, que una historia escrita con marcada sensibilidad femenina fuera la novela del año, resultaba revolucionario. En la reseña que Carmen Martín Gaite publicó en Diario 16 se puede ver el alcance del éxito del libro: 

«Me produce una particular alegría que la mejor novela española de este año la haya escrito una mujer […] Y si reseño, complacida, el hecho y lo saludo como acontecimiento, no es en nombre de presupuestos feministas (que, caso de existir, podrían haber, por el contrario, obnubilado y predispuesto a ver oro donde tal vez brillaba simplemente oropel), sino porque siempre he estado convencida de que cuando las mujeres, dejándose de reivindicaciones y mimetismos, se arrojan a narrar algo con su propia voz y a escribir desde ellas mismas, desde su peculiar experiencia y entraña de mujeres […], descubren el universo a una luz de la que el “hombre-creador-de-universos-femeninos” no tiene ni la más ligera idea».

Aunque en 2022 ya no sea revolucionario publicar una historia de amor y de deseo entre dos mujeres, El mismo mar de todos los veranos sigue manteniendo su interés y su fuerza, y es un documento muy útil para entender cómo funcionaban las relaciones de poder en la Barcelona de los años 60 y 70. En el primer volumen de lo que acabaría conformando La trilogía del mar, Elia, la protagonista de todas las historias, es una profesora de universidad burguesa de mediana edad que está insatisfecha en su matrimonio y busca un amor que la salve. Conoce a Clara, una alumna colombiana más joven que ella con quien puede desear y amar sin someterse a ningún dictado patriarcal. Elia vive asfixiada por las expectativas que la sociedad burguesa catalana tiene de ella y solo se siente a gusto cuando retorna a los espacios de su infancia y pasa tiempo con su amante. Clara representa lo exótico, lo tabú y le recuerda a Elia a la joven que fue. Elia ve en Clara un Teseo que puede sacarle del laberinto en el que se ha convertido su vida. El cuerpo de la joven es un refugio (“todo su cuerpo se hace cuna, se hace caracola marina, se hace para mí guarida cálida”). Con su amante, Elia puede relacionarse sin máscaras, de forma espontánea, como en la infancia. 

Los personajes son y no son los mismos, y la biografía de la autora parece cruzarse en todos ellos: la madre bella y distante es y no es la madre de Esther Tusquets, la protagonista burguesa con un matrimonio fracasado que explora diferentes formas de amor y de placer es y no es la autora. Los ambientes son siempre cerrados: el piso de la infancia, las casas de veraneo

A lo largo de las tres novelas que conforman La trilogía del mar (El mismo mar de todos los veranos, El amor es un juego solitario y Varada tras el último naufragio), Elia explora diferentes caminos para tratar de encontrar la libertad. En los dos primeros libros, busca el amor en amantes más jóvenes que ella: una alumna y un alumno que proceden de un entorno social diferente al suyo y con quienes construye relaciones de codependencia. Elia es una mujer que se resiste a envejecer y parece querer apropiarse de la juventud de sus amantes. Es egocéntrica e inmadura. No sorprende que El mismo mar de todos los veranos esté plagado de referencias a Peter Pan. En los dos primeros libros de la trilogía, la protagonista se queda siempre en el umbral de alcanzar la libertad, no tiene el suficiente arrojo ni para romper con su clase social ni para crecer. En este sentido son anticipatorias las primeras páginas de El mismo mar de todos los veranos, donde hay una descripción muy vívida del portal de la casa de la infancia de la narradora. Elia es una niña que escucha los sonidos de la ciudad y de los vecinos desde el portal, pero no sale a la calle. Incluso de adulta, en lugar de salir al mundo o de unirse a las actividades de su tribu, elige permanecer en un limbo, en un espacio de transición entre el hogar familiar repleto de los recuerdos de la infancia y el mundo exterior donde la protagonista parece incapaz de valerse por sí misma. Elia no encaja en los cánones de su clase, pero si pierde su status social, pierde el poco poder que tiene. Es dependiente de sus amantes, de las opiniones de su madre y de su hija, de su marido, de su tribu. Las relaciones que Elia establece con los demás impiden cualquier progreso.

yo era una mariposa enfurecida, que no puede siquiera agitar las alas, mientras en golpes rudos, sucesivamente acelerados, seguros y rítmicos, la van clavando para siempre, una vez más, en el fondo blanquísimo de la gran caja de cristal, y solo puedo permanecer inmóvil

En un principio, la historia de Elia y Ricardo, el amante joven de El amor es un juego solitario, iba a formar parte de El mismo mar de todos los veranos, pero finalmente la autora decidió separarla en otro libro. Cuando ya tenía escritas las dos historias, Tusquets sintió cierta desazón porque no le gustaba que Elia nunca progresase y retornara siempre a su matrimonio infeliz. Tusquets escribió Varada tras el último naufragio para que Elia pudiera enfrentarse a sus miedos, hacerse cargo de su propio destino y abandonar el sueño de encontrar un amor que la rescatara. En este tercer libro, Elia se propone alcanzar su independencia. Está dispuesta a mirar de forma crítica su vida y a reinventarse sin necesidad de apoyarse en ninguna pareja que la guíe en el camino. Elia al fin crece, como Wendy, la amiga de Peter Pan. El libro termina con un monólogo de varias páginas, inspirado en el de Molly Bloom, el personaje del Ulises de Joyce, donde la protagonista se arrepiente de haberle fallado a su hijo y se dirige a él con la intención, quizás algo ingenua, de recuperar el tiempo perdido. 

dijiste yo quiero vivir contigo y fue como si tanto amor bloqueado hubiera excavado en un instante nuevos cauces hubiera abierto nuevas sendas y era tan increíble y tan extraño tan imprevisible y en aquel preciso instante dejaste de ser para mí el hijo de otro el hijo de Jorge 

A lo largo de la trilogía, los nombres de los protagonistas de las novelas y algunas situaciones se repiten. Los personajes son y no son los mismos, y la biografía de la autora parece cruzarse en todos ellos: la madre bella y distante es y no es la madre de Esther Tusquets, la protagonista burguesa con un matrimonio fracasado que explora diferentes formas de amor y de placer es y no es la autora. Los ambientes son siempre cerrados: el piso de la infancia, las casas de veraneo. Elia parece sentirse solo libre en la clandestinidad, lejos de la mirada de los demás. También aparece varias veces de forma diferente el personaje de Jorge, el gran amor de Elia, que siempre se marcha dejándola sola. A veces huye, otras se suicida. El suicidio se presenta como una posible salida a la asfixia. Elia vive por y para Jorge. Que desaparezca de su vida es una gran decepción y ocupa el vacío que le deja casándose con hombres a quienes no quiere y buscando amantes. 

La prosa de Tusquets es voluptuosa, sensorial, elegante y natural a pesar de lo barroco. Las tres novelas comparten un estilo lírico, envolvente, denso, reiterativo, cargado de referencias al mundo marino y literarias (cuentos de hadas, mitología, el Ulises de Joyce). El mismo mar de todos los veranos es el libro de la trilogía donde el erotismo alcanza las mayores cotas de imaginación. En ninguna de las historias de Tusquets hay descripciones explícitas de sexo, sino que, para transmitir el placer y el deseo, construye universos fantásticos y sensoriales.

y acaricio sin prisas las piernas de seda, me demoro en la parte tiernísima, turbadora del interior de los muslos, para buscar al fin el hueco tibio donde anidan las algas, y aunque la ondina ha salido hace ya mucho del estanque, el rincón de la gruta está extrañamente húmedo, y la gruta es de repente un ser vivo, raro monstruo voraz de las profundidades, que se repliega y se distiende y se contrae como estos organismos mitad vegetales, mitad animales, que pueblan los abismos del océano

“Soy obsesiva con el estilo. Pienso que solo tiene sentido publicar aquello que solo tú puedes escribir. Hay muchas novelas que no me gustan porque son copias, perfectamente intercambiables, en las que el autor no se caracteriza por nada en especial. Mis libros serán mejores o peores, pero está muy claro que son míos”, dice la autora en una entrevista, y es imposible no estar de acuerdo con ella. 

El mismo mar de todos los veranos es un libro que sigue siendo original y sorprendente décadas después de su publicación. Las otras dos novelas que forman parte de la trilogía, aunque se leen con mucho gusto, no son tan brillantes como la primera. De todas ellas, El amor es un juego solitario es la que menos ideas nuevas aporta al conjunto. En los dos últimos libros de la saga, Tusquets intenta dar una mayor profundidad psicológica a sus personajes obteniendo los mejores resultados en Varada tras el último naufragio, pero en este libro también se repiten el estilo y algunas fórmulas de la primera obra sin llegar a alcanzar el mismo nivel de imaginación y de frescura. La escritura barroca de Tusquets funciona mejor cuando es excesiva, cuando se recrea en la construcción de ambientes. Por ejemplo, las descripciones del piso de la infancia de Elia en El mismo mar de todos los veranos son excelentes, no hay atmósferas construidas con tanta brillantez en ninguna de las otras dos novelas. Además, las referencias a los cuentos de hadas y a la mitología son más recurrentes y están mejor desarrolladas en el libro que abre la trilogía que en los demás. Esto no le quita mérito al conjunto, Esther Tusquets emprendió este proyecto porque quería saber qué pasaba si llegaba hasta el final de una historia, y no solo llegó hasta al final, sino que fue más allá, y por el camino escribió un libro originalísimo que ya forma parte de la historia de nuestra literatura y otras dos novelas muy solventes que preservan su interés.