POR CARLOS FONSECA GRIGSBY
Vuelvo a la imagen insólita que me fue dada una mañana de noviembre al llegar al Carl Duisberg Centrum de Colonia, un día que sería mi último en ese instituto donde desde inicios de agosto había recibido clases intensivas de alemán.
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Vine a este país gracias a una beca de investigación, en mi condición de poeta disfrazado de académico que espera nunca convertirse en académico que se disfraza de poeta. La beca incluía el estudio de ese idioma cuya fonética ya había dejado de parecerme áspera, pero entre cuyas preposiciones abundantes y precisas, aun al cabo de cuatro meses intensos, me sentía naufragar. Iba cinco horas al día, cinco días a la semana. Tenía dos maestras que se alternaban. Una de ellas, una germanista rusa, rubia y bajita, risueña y vivaracha, nos enseñaba los martes y los miércoles. Su pedagogía totalitaria, contra cuyo modelo me había rebelado con todas las energías de mi pubertad en un colegio de monjas en Nicaragua, era en cambio perfecta para un idioma como el alemán. La otra maestra, una alemana de izquierdas, gordita y de pelo azul, simpatiquísima y con un sentido del humor afín al mío, nos enseñaba los lunes, jueves y viernes. Durante las elecciones, nos hizo una presentación sobre los distintos partidos políticos y sus posibles coaliciones parlamentarias. Nos habló sobre la corrupción que existe en el partido de la Merkel, el CDU. Ante mi sorpresa, recuerdo que dijo, entre risas y en alemán, algo así como que si yo creía que la corrupción era un lujo que solo en el tercer mundo nos podíamos dar.
El día que llegué a la ciudad —un día antes de empezar las clases— hacía un verano más bien otoñal. Llovía mucho y, aunque había días soleados, el tiempo era fresco. Todos los coloneses que entonces conocí, oriundos y advenedizos, se empeñaban en disculparse por el mal tiempo con que su ciudad me recibía. Pedro, el ecuatoriano que llevaba cuatro años viviendo en Colonia pero que hasta ahora estudiaba el alemán en serio, tenía el ceño consternado y casi triste cuando le contesté que sí a su pregunta sobre si ese era mi primer verano en la ciudad.
Antes de mi llegada, viví por meses en un limbo pandémico en el cual no estaba claro cuál sería mi próximo destino. Volví a Nicaragua, donde estuve la mayor parte de un año mientras postulaba a becas y trabajos para volver a irme. Era el mayor tiempo que pasaba en el país después de que lo dejara —desesperado por dejarlo— al terminar el bachillerato. Desde entonces había vivido en México, España, Escocia, Francia e Inglaterra. Eran extrañas circunstancias para un retorno: mientras en el mundo cundía una pandemia, el país seguía sumido en la mayor crisis política de su historia reciente.
Después de siete meses hube de sumar Alemania a esa lista de expatriaciones, y fue aquí en Colonia donde vine a reencontrarme con otro poeta nicaragüense. La mudanza me fue leve, pues él y su esposa se encargaron de que la ciudad no me fuera inhóspita. Hoy, cada vez que podemos, tropicalizamos parques y rincones. Ponemos a Willie Colón y/o Rubén Blades en el celular, bebemos cerveza kölsch y hablamos sobre nuestras experiencias con el erizado idioma alemán.
Ese fue el camino que me llevó a la imagen insólita que me fue dada mi último día de clases, a la que vuelvo ahora y no sé explicar: Un señor alto, gordo y de gafas, disfrazado de Pokémon, se besa lascivamente con una chica joven y delgada, disfrazada de princesa, con una diadema en su cabeza y un vestido celeste, mientras Mario y Luigi se frotan contra ellos bailando y cantando afuera de la boca del metro Hansaring en Colonia, una fría mañana de noviembre de inicios de carnaval.
Carlos Fonseca Grigsby. Managua, Nicaragua, 1988. Poeta, cuentista, traductor y ensayista. Con dieciocho años fue ganador del Premio a la Creación Joven Fundación Loewe 2007 por Una oscuridad brillando en la claridad que la claridad no logra comprender (Visor, 2008), convirtiéndose en el autor más joven en la historia del premio. En el año 2020 se convirtió en el ganador del Premio de Poesía Ernesto Cardenal In Memoriam «Juventud Divino Tesoro». Acaba de publicar Rilke y los perros (Visor, 2022). Es doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Oxford.