POR ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Las historias personales, y más en el caso de las sensibilidades susceptibles, como era el caso de Luis Cernuda, están llenas de equívocos y malentendidos que conspiran, junto con el natural enfriamiento de las relaciones con el trascurso del tiempo, para que los amigos se alejen entre sí y relaciones que eran sólidas se debiliten o incluso desaparezcan. Fue lo que sucedió con Cernuda y la mayor parte de poetas de la generación del 27. Con José Bergamín no fue menos.

Ángel Gilberto Adame, meticuloso reconstructor de los detalles de la vida de Octavio Paz, me consulta como biógrafo del poeta de La realidad y el deseo «qué hizo a Cernuda retirar sus textos inéditos a Bergamín y decidir que los tuviera Paz, alguien a quien apenas conocía». La pregunta es pertinente, pues yo mismo no lo he tenido claro hasta que he ordenado mis ideas y los datos disponibles al redactar estas páginas, y ya el mismo Paz se interrogó por qué Cernuda lo eligió a él. Trato de responder aquí a su consulta, a expensas de que algún día pueda aparecer una carta, un documento, que arroje más luz sobre el asunto y, porque las figuras implicadas son de la mayor importancia literaria, sobre nosotros mismos; es decir, sobre el comportamiento humano.

Es en 1923 o al año siguiente cuando se puede datar la inicial toma de contacto entre Cernuda y Bergamín, pues el 21 de agosto de 1924 el sevillano escribió a su paisano Joaquín Romero Murube un comentario sobre Juan Ramón Jiménez tomado, y llega a citar la página exacta, de El cohete y la estrella (1923), primer libro de Bergamín y obra que fue del gusto del sevillano, quien compartió el entusiasmo de José Guerrero Ruiz al reseñar éste la obra. Aparte de que el primero hubiera leído previamente al segundo en algún periódico, revista o suplemento literario, y por supuesto en el citado libro, tenemos también constancia de que el 1 de junio de 1925 solicitó al librero y editor León Sánchez Cuesta (para quien unos años después trabajaría) el envío de la obra teatral que este acababa de publicar a Bergamín: Tres escenas en ángulo recto.

Luego tuvieron ocasión de conocerse, aunque no poseamos total certeza de que así fuera, en la segunda mitad de enero de 1926, cuando Cernuda estuvo unos días en Madrid, donde visitó a José Ortega y Gasset y a Gabriel Miró y coincidió con Eugenio d’Ors y Guillermo de Torre. Al menos, el 17 de enero escribía a su amigo José María Capote que quería visitar a Bergamín, «a quien aún no conozco».

La primera reacción conocida de Bergamín ante Cernuda, por su parte, se produjo con motivo de la aparición de Perfil del aire, colección inaugural de poemas del primero, en la primavera de 1927. El segundo fue uno de los críticos que se ocuparon del libro del sevillano. «El idealismo andaluz» era una crítica elogiosa (más que reseña, ensayo, pues Francisco Ayala ya se había ocupado de la novedad en esa misma cabecera, La Gaceta Literaria) en la que se podían leer frases como esta:

Joven y perfecta, idealmente andaluza, su poesía tiene, sobre todo, la gracia, el angélico don andaluz —sevillano— de la gracia, tiene ángel (auténtico, no mixtificado por ningún sobrenaturalismo literario), y tiene arquitectura ideal viva ligera, erguida, nítida, como una giralda.

 

En una carta de encendido entusiasmo, fechada el 6 de mayo, Bergamín ya felicitaba a Cernuda por el libro y le anunciaba su deseo de publicar en Mediodía el artículo que finalmente vio la luz en el número 11 (1 de junio) de la revista de Giménez Caballero. Es de señalar que ambos, Cernuda y Bergamín, eran compañeros de editorial y por así decir conmilitones pues, finalizando 1926, vio la luz en Litoral, la colección dirigida por Emilio Prados, José María Hinojosa y Manuel Altolaguirre, el libro Caracteres, de Bergamín. El de éste fue el tercer suplemento de la revista; el de Cernuda, el cuarto. Caracteres, además, iba dedicado a Pedro Salinas, profesor de Cernuda en la Universidad de Sevilla y guía del joven poeta en sus años mozos.

Cernuda valoró positivamente la crítica de Bergamín, a diferencia de las firmadas por Ayala, Chabás o Salazar Chapela, que le parecieron malévolas. En «Carta abierta a Dámaso Alonso» (1948) escribió: «usted recordará que mi libro adquirió cierta relativa notoriedad de disfavor, gracias a las críticas que de él se hicieron, entre las cuales sólo la de Bergamín y alguna otra tuvieron condescendencia». Cernuda tendría ocasión de agradecer personalmente a Bergamín sus palabras cuando éste participó en Sevilla en el insoslayable homenaje a Góngora, a mediados de diciembre del mismo año, en compañía de otros miembros de la que vino en llamarse generación del 27. Allí convivieron, en actos oficiales y cuchipandas organizadas por el ínclito Ignacio Sánchez Mejías, bien que seguramente entorpecida la comunicación por la afonía que padecía el madrileño esas jornadas y la reticencia que no menos aquejó siempre al sevillano.

Volvieron a verse después, cuando Cernuda viajó a Madrid en marzo de 1928. La relación fue amistosa, reforzada luego en el trato personal cuando, a partir de 1930, ambos vivieron en la capital, donde coincidieron en los ambientes literarios y en actos como el homenaje a la hispanista francesa Mathilde Pomès, por ejemplo. Sin embargo, para disgusto de Cernuda, se celebró en 1931 un homenaje, esta vez póstumo, a Fernando Villalón, con quien Cernuda tuvo tanto trato al final de su etapa sevillana; a este acto él no fue invitado, a diferencia de otros escritores y amigos como Bergamín. En carta a Gerardo Diego de 8 de octubre, Cernuda jugaba con los nombres de dos de los participantes, de los que decía que no estimaban de verdad a su paisano, a diferencia de su corresponsal. Así, Alberti era trasformado en Albertini y Bergamín en Bergamotta.

Pero más allá de la burla y el berrinche, los tres publicaron con otros una carta abierta a Juan José Domenchina el 1 de abril de 1936. Y es éste el mes y el año en el que se produce un hecho crucial: la publicación de la primera edición de La realidad y el deseo en Ediciones del Árbol, de Cruz y Raya, el sello editorial de Bergamín paralelo a la revista del mismo nombre. Curiosamente, era el mismo día en que se databa la carta abierta a Domenchina, y el libro se componía y se daba a la prensa en la misma casa en que vivía Cernuda y en el piso que él mismo había ocupado, omitiendo, ay, los buenos oficios también de Concha Méndez, que en la memoria permanece embutida en su mono de trabajo: «Se acabó de imprimir en los talleres de Manuel Altolaguirre. Viriato, 73, Madrid».

Entretanto, Cernuda había publicado en la revista Cruz y Raya varias colaboraciones: «Bécquer y el romanticismo español» en el número 26 (mayo de 1935); las traducciones de Hölderlin realizadas en colaboración con Hans Gebser, en el 32 (noviembre de 1935); «Sonetos clásicos sevillanos» se incluía en el número 36 (marzo de 1936); y, finalmente, «Divagación sobre la Andalucía romántica», que apareció en el número 37 (abril de 1936). Al poco, y en el fatídico julio de 1936, Cernuda marchaba como secretario del embajador Álvaro de Albornoz, padre de su amiga Concha, a la legación española en París. La guerra, sin embargo, estallaba, y el comienzo de la carrera diplomática tan anhelada por él se frustraba nada más empezar. Curiosamente, de inmediato tras volver Cernuda a Madrid, cesado Albornoz, Bergamín fue nombrado agregado cultural de la representación diplomática española en París, durante la embajada de Luis Araquistáin y, posteriormente, copresidente, con Alberti, de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Lo segundo sería indiferente o lógico para Cernuda, pero lo primero lo vería muy probablemente con desagrado si no con un punto de resentimiento, dado que el amigo iba destinado precisamente a donde él acababa de ser destituido.

Luego, ambos coincidieron en la Valencia de 1937 en torno del Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura. Fue en la ciudad del Turia donde los dos colaboraron en la revista Hora de España y donde conocieron a alguien que tendrá un papel importante en esta historia, como se verá: Octavio Paz. Con todo, la actividad de Bergamín en Valencia fue mucha, y Cernuda ocupó un segundo o incluso tercer plano, más dedicado a pasarlo bien en la medida de lo posible y a fumar y tenderse a tomar el sol en la playa de la Malvarrosa, como recordaría la joven Elena Garro.

Y vino el exilio. Cuando ya en México Bergamín dirigía la editorial Séneca, fundada por los españoles acogidos en aquel país, Cernuda le envió las prosas de Fantasías de provincia (1937-1940), conjunto que aunaba narrativa y teatro: La familia interrumpida, obra que permaneció muchos años en paradero desconocido hasta que Octavio Paz la halló en una caja de cartón que había depositado en casa de su madre y que recuperó a la muerte de ésta. Paz relató los pormenores de esta recuperación en «Juegos de memoria y olvido», texto que publicó junto con la pieza dramática en la revista Vuelta (número 108, noviembre de 1985) y que, a su vez, sirvió de prólogo a la edición de la obra que realizó Sirmio en 1988. Temiendo Cernuda que las circunstancias de inseguridad provocadas por la Guerra Mundial pudieran hacer que el original se perdiera, y atendiendo la petición de su amigo sevillano, Paz recogió de Bergamín, en cuyo poder estaba, aunque no terminaba de publicarse, Fantasías de provincia en 1942. Sin embargo, por razones que se desconocen Cernuda se desentendió de La familia interrumpida. Las Tres narraciones («El viento en la colina», «El indolente» y «El sarao») vieron la luz en 1948 en la editorial Imán de Buenos Aires. En carta de 2 de septiembre de 1942 a Paz, Cernuda le agradece que recogiera el mecanoscrito y le anuncia que ha desistido de publicar Fantasías de provincia, libro del que sólo desea rescatar dos relatos (serán «El viento en la colina» y «El indolente»). «Guárdelo, por lo tanto, de miradas ajenas más que de accidentes que envuelvan su pérdida», le encarecía.

Total
2
Shares