En 1940 sí aparecería en Séneca la segunda edición de La realidad y el deseo, de mano del mismo editor que el de la primera: Bergamín. Ahora se incorpora Las Nubes, que no conoció publicación independiente hasta más tarde, en una edición que efectuó Alberti en Argentina sin contar con Cernuda. Pero la alegría de ver publicado el poemario se vio empañada. En carta a Enrique Moreno Báez de 9 de agosto de 1941, Cernuda se lamentaba de que, aunque publicado a principios de año (en realidad, finales del anterior), aún no le había llegado el libro ni le habían pagado lo que le ofrecieron por contrato. Tampoco quedó satisfecho de la edición, llena de lunares que la afeaban. Cernuda era especialmente sensible a esas imperfecciones: recuérdese su enojo con la revista Mediodía a causa de esto, que le llevó a no volver a publicar en la misma. En carta a Gregorio Prieto de 21 de noviembre de 1941, escribió:

El libro abunda en erratas, algunas bastante estúpidas, pero después de todo más vale que esté publicado, sea como sea, que tenerlo inédito, expuesto a tantos riesgos como ahora hay. Hasta doy por bien empleado el que libreros y editores se lucren —aunque no en mucho— a costa de mis veinte años de trabajo.

 

Cabe suponer que no serían tantas las erratas si a la queja le aplicamos la misma reserva que ante la exageración sobre el tiempo de composición de La realidad y el deseo, más cercano a los tres lustros que a los cuatro, salvo que Cernuda estuviera pensando en su prehistoria literaria. Sí había un error de bulto, que le molestó especialmente: la aparición de la serpiente que ilustra la cubierta, pues esa serpiente (cuya figura emulaba la de la letra «S», inicial de su amor Serafín Fernández Ferro) alegó que debía incluirse sólo «dentro del libro, al frente de Donde habite el olvido, y que si la han reproducido en la cubierta y en la portada es sin saberlo yo, que no lo hubiera autorizado». A Rafael Martínez Nadal le añadió en una carta otro de los defectos de la edición del libro: «entre otra estupideces cometidas una es la de llamarlo poesías completas. Pero al menos ya está publicado».

La edición, de la que se volvería a quejar a otros, estuvo al cuidado de Emilio Prados, de cuyo celo impresor, o más bien negligencia, constan quejas también de otros autores de Séneca. Pero Prados fue defendido en lo posible por Bergamín, que consideraba que era misión de la editorial protegerlo al menos en lo económico. De nuevo a Moreno Báez escribió Cernuda el 7 de diciembre de 1941: «No sé si habrás visto mi libro. Me enviaron tan escaso número de ejemplares que para ofrecer uno a Atkinson tuve que pagarlo de mi bolsillo, lo cual después de la estafa que la editorial Séneca me ha hecho, me parece el colmo». Es interesante ver cómo en la misma carta pide a su corresponsal que si halla un ejemplar de «una antología de poesía española, publicada por Séneca» se la compre y envíe. ¿No habría sido más normal solicitar a la editorial, ya que era autor de la casa, un ejemplar de la misma? Es decir, poner unas letras a Bergamín. Bien es verdad que no era igual, en términos de rapidez, recibir un ejemplar remitido desde la misma Gran Bretaña que desde México, y menos aún con las dificultades impuestas por la guerra.

En realidad, no se trataba de una antología de poesía «española» sino iberoamericana. James Valender la ha identificado con Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española, selección de Emilio Prados, Xavier Villaurrutia, Juan Gil-Albert y Octavio Paz (México D. F., Séneca, 1941). Lo chocante es que tuviera que procurársela por otros medios cuando él era uno de los poetas representados, con veintiún poemas nada menos. Lo suyo habría sido que recibiera al menos un ejemplar justificativo de la editorial, qué menos. En cualquier caso, la selección no sólo de sus textos, que también, sino en conjunto, le pareció «absurda» y con un «tono trasnochado», primando la veta surrealista sobre otras tonalidades o épocas.

Con todo, el 14 de junio de 1942 ofreció a Bergamín la publicación en Séneca de su nueva colección de versos. Aunque no cita el título, está hablando de Como quien espera el alba. Pero ponía «dos condiciones previas para el envío del manuscrito»: de un lado, recibir el contrato; de otro, «una cantidad a cuenta de mis derechos de autor». Y establecía un plazo: «Si en unos dos meses no recibo respuesta, entenderé que no os interesa mi propuesta y buscaría otro medio de publicar mi libro». Como posdata, añadía: «Por cierto, me debéis un año de venta de La realidad y el deseo». La manera de despedirse era algo fría, «Con un saludo de», que contrasta con otras fórmulas de abrazo que emplea por esas fechas. Trascurrieron dos meses y medio y volvió a escribir a Bergamín el 31 de agosto ofreciéndole en esta ocasión la publicación en Séneca de la Defence of Poetry de Shelley, «traducida por mí hace algún tiempo y aún inédita». Y agregaba, con resquemor: «No necesito recordarte las cosas admirables que, si quisieras molestarte en escribirme, pudieran publicarse de esta literatura». Se lamentaba además de no haber recibido respuesta a su tarjeta postal anterior, considerando que no interesaba la publicación de su nuevo libro de poemas a pesar de que La realidad y el deseo había tenido éxito y se había vendido bien, según él. «Allá tú», concluía despechado, no sin antes alardear de que estaba publicando en Gran Bretaña sus cosas, como era el caso del inminente Ocnos.

La contestación de Bergamín no se hizo esperar en esta ocasión. El 17 de septiembre se dirigía a su «querido amigo Luis» diciéndole que si no le había escrito antes era porque él había comentado que pasaría el verano en Oxford y no regresaría a Glasgow hasta septiembre. La respuesta era positiva, alentando a Cernuda a que le enviara la traducción de Shelley. Debió de haber dado orden, tiempo antes, de que su autor cobrara las liquidaciones de su libro, puesto que lo daba por hecho en la carta, y expresaba su deseo de haber publicado el libro de versos que le anunciaba y «sigo queriendo el de tus prosas cuando tú me digas». Lo animaba igualmente a que le mandase algún original, si lo tenía, en verso o prosa, que encajara en El Clavo Ardiendo.

Defensa de la poesía llegó a anunciarse en la serie El Clavo Ardiendo de un catálogo de Séneca (pues aparece en el Anuario bibliográfico mexicano de Julián Amo, 1940, página 171). Sorprende la fecha del anuario, dos años antes de que Cernuda hiciera la propuesta a Bergamín, pero todo se aclara cuando se lee el subtítulo y el pie de imprenta, respectivamente: Catálogo de catálogos e índice de periódicos 1941-42 y Secretaría de Relaciones Exteriores, 1942. Como otros libros que se anunciaron, finalmente no se publicaría por Séneca, ya acuciada por problemas financieros. Lo cual no impidió que el director de la editorial lo incluyera, al recibir la propuesta de Cernuda, entre las próximas novedades.

Cernuda dudaba de las intenciones de Bergamín. En carta a Nieves Mathews de 1 de octubre del mismo 1942 ponía en conocimiento de ésta que no había enviado nada a Bergamín, «porque conozco un poco a aquella gente. Si desean verdaderamente publicarme algo ya enviarán contrato, y si no, veremos». No obstante, preguntaba a su amiga si creía que obraba mal. El caso es que, quejándose de nuevo a Concha de Albornoz por el hecho de que Bergamín no le enviara ejemplares de la segunda edición de La realidad y el deseo, le escribió que pensaba costear él mismo la edición de sus cosas poco a poco. «Si yo no lo hago, nadie lo hará, y si algún valor tienen esas cosas sólo así puedo salvarlas de su pérdida casi segura», le decía.

Pero como lo cortés no quita lo valiente, un año después Cernuda escribía a Bergamín para darle el pésame por el fallecimiento de su esposa, Rosario Arniches, muerta en la Ciudad de México el 22 de febrero de 1943. Seguramente ello propició alguna correspondencia más, de la que sin embargo no tenemos noticia fehaciente, dando un envío al que se refiere Bergamín un año más tarde.

Otro disgusto le llegaría cuando Séneca reprodujo en El Clavo Ardiendo las traducciones que Cernuda y Hans Gebser habían publicado ya en el número 32 de Cruz y Raya (noviembre de 1935). Cernuda no estaba satisfecho con esas traducciones, que habría deseado corregir, y ahora se encontraba con los hechos consumados. Además, la publicidad incorporaba una doble errata en el nombre del autor: «Holderling». Enojado, el 8 de diciembre de 1943 escribió una carta a Octavio G. Barreda, director de El Hijo Pródigo, donde había visto la publicidad que Séneca hacía del libro, con la intención de que aquella misiva se publicara como carta abierta. Asumía los errores como suyos, «pero sí corresponde ahora una grave parte en la repetición de tales errores a la editorial Séneca, ya que, como era cortés y legal, se me hubiera debido consultar para repetir la impresión de aquellas traducciones». Lo recordará una vez más en «Historial de un libro» (1958), cuando escriba que «José Bergamín, director de la editorial, no tuvo a bien enterarme de la reimpresión». La carta abierta se publicó en el número 13 (abril de 1944) de El Hijo Pródigo, y Bergamín replicó en la misma página, achacando la falta de comunicación entre editor y autor a las interrupciones provocadas por la situación bélica, en el número 13 (abril de 1944). De manera salomónica, Barreda las imprimió en columnas adyacentes. Comenzaba Bergamín, visiblemente molesto:

Mi querido amigo Barreda: le agradezco el conocimiento que me da de la carta de Luis Cernuda, con su solicitud de publicación en El Hijo Pródigo; y puesto que el poeta considera más cortés esta comunicación a ustedes que haberse dirigido directamente a nosotros, haciendo mío su ruego de publicidad, le responderé por el mismo conducto que usted amablemente me ofrece.

 

A continuación, afirmaba que le había escrito preguntando si tenía algún inconveniente en la reproducción de las traducciones, y que le había enviado ejemplares de varios libros de la colección El Clavo Ardiendo, incluido el de las traducciones de Hoelderlin (sic), y agregaba:

Pero reconozco mi pequeño abuso de confianza, dada la relación de amistad que siempre supuse en el poeta, no esperando su respuesta y conformidad expresa y escrita para publicarlo. De ello me arrepiento y prometo a Luis Cernuda que no volverá a suceder. Por lo que le ruego me diga, directamente para no molestar a usted ni a los lectores con un asunto tan baladí, qué desea que hagamos con el original de un libro suyo, que acabamos de recibir estos días, pues no ha llegado acompañado de carta ni referencia alguna.

 

Así concluía la carta, preguntando antes de la despedida a Barreda en los términos protocolarios de rigor:

Esto por respecto a la cortesía. Y a lo legal (?), si ha cobrado con puntualidad hasta la fecha sus derechos de autor por su libro La realidad y el deseo, editado o reeditado por Séneca con su expresa conformidad, y que nuestra representación en Londres y en Oxford vino haciéndole con toda exactitud hasta ahora.

 

Enfrentado a las cartas cruzadas por los dos amigos, ahora en los momentos más bajos de su relación, un anuncio de Bacardi en que aparecía una botella acompañada de unas copas sobre una bandeja, copas que en aquella ocasión seguramente habrían rechazado ellos tomar juntos para, chinchín, pelillos a la mar, hacer las paces.

Por estas fechas, Cernuda se escribía de vez en cuando con Octavio Paz. Le había escrito por primera vez en 1938, al poco de llegar a Cranleigh School, en el sur de Inglaterra, recordándole el encuentro valenciano, y, aislado y necesitado de interlocutores sensibles e inteligentes, Cernuda ya no cesó la correspondencia. Le envió su poema sobre Cortés y Moctezuma, «Quetzalcóatl», versos de los que estaba orgulloso. También le halagaría la elogiosa reseña que Paz escribió de Ocnos y que, ocupándose no menos de La realidad y el deseo, publicó en el tercer número de El Hijo Pródigo (junio de 1943). Pese a todo, lo expuesto por Paz no llega a convencerle, como declarará a Nieves Mathews.

Tocada, aunque no hundida, la relación con Bergamín se mantuvo, y Cernuda daría por buenas las explicaciones ofrecidas por el director de Séneca en El Hijo Pródigo. Lo demuestra que más tarde, el 5 de julio de 1944, anunció a Nieves Mathews que había enviado Poesía y literatura, su colección de ensayos de crítica literaria, a Bergamín, «que sé que ha recibido, aunque nada sepa acerca de si lo publicarán o no. A lo mejor está ya impreso». Y en esa zozobra seguía meses después el 29 de octubre de 1944, como evidencia una carta a Ricardo E. Molinari. Al mismo le refería año y medio más tarde, el 29 de abril de 1946, que intentaba recuperar ese original de Poesía y literatura que estaba en manos de Bergamín, pues Cernuda tenía la información de que en esta fecha la editorial Séneca había desparecido o iba a hacerlo.

Séneca, efectivamente, sufrió importantes reveses económicos en 1946 debido a una diversidad de causas, y ya no se repondría. De hecho, las dificultades eran anteriores y ya existían cuando Cernuda se exasperaba porque la editorial no publicara sus libros. Fue en ese año cuando Bergamín dejó la dirección de la editorial, tras pedir una licencia que ya llevaba solicitando desde 1943, al enviudar y tener que atender a sus hijos menores. Fundada por el exilio español, la empresa dependía de créditos que no se recibían o llegaban recortados, y su comercialización fue siempre deficiente, agravada por la situación bélica internacional que contrajo los mercados y no era la idónea para la literatura. La venta a crédito no siempre asegurada, los depósitos mal liquidados y las devoluciones cada vez mayores que colmaban los almacenes fueron socavando a una empresa que tuvo entre sus hitos la publicación póstuma de las Obras completas de Antonio Machado y Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. Bergamín acusó estas penalidades en una carta a Pedro Salinas citada por Víctor Díaz Arciniega en su trabajo sobre la editorial que reprodujo la revista Trama y Texturas (número 24, septiembre de 2014, página 123). En enero de 1942 se sinceraba:

Me duele pensar que pudiera deshacerse todo lo que en Séneca con tanto sacrificio personal venimos haciendo. Sin la ayuda, más bien con el estorbo, de quienes tenían el deber de apoyarnos, sí que calumniados por el resto de españoles peregrinantes que no acaban de desenredarse de sus propios líos egoístas y politiqueros. A veces me desespero y pienso romper con todo esto aislándome y buscando por otros caminos el pan para los míos. Todo se me hace oscuro, entonces, y sigo adelante, amarrado al duro banco de esta galera que, por otra parte, de cuando en cuando, me compensa, sobre todo, con muchos de los libros que llevamos hechos.

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