Coordinado por Valerie Miles
VALERIE MILES
Daniel Samoilovich es una institución de las letras argentinas como fundador en Buenos Aires del Diario de poesía, que influyó en varias generaciones de poetas trasplatinos y junto con Edgardo Dobry, ha continuado fortaleciendo el puente esencial entre la poesía argentina y la brasileña. Daniel, pones en cuestión y en tensión los límites de la lengua y urdes un tejido verbal en el que la conciencia histórica, la melancolía y el humor corren parejas. Y es el humor de Edgardo que prima también en los cambios de paralaje de su poesía. Uno de tus últimos libros, Edgardo, también tiende otro puente, que es el de la poesía hispanoamericana con algunas vanguardias históricas de Estados Unidos. La tradición poética española y alguna latinoamericana tiene mucho que aprender, otra vez, de estas vinculaciones. Exploramos eso en la poesía y también en el ensayo, porque la poesía es pensamiento (y viceversa).
EDGARDO DOBRY
Cadaqués
Querido Daniel, ¿cómo va todo en Buenos Aires? Desde que estuviste en Barcelona en mayo último, cuando presentamos tu antología chilena, se me hace presente tu voz, recitando tus poemas (¿no te pasa que, si escuchaste leer unas cuantas veces a un poeta después, cuando lo leés en silencio, se te reproduce mentalmente su voz?), y sobre todo cuando aparece el humor en lo que estoy leyendo. Me pasó hace unos días con un haiku de Shiki: «Maldita mosca./ Cuando quiero matarla/ ya no se acerca». Y me volvió a pasar esta semana, al toparme con una fabulita del Midrash sobre la astucia del zorro frente a la ferocidad del león (el judío frente al poder). No es casualidad porque, aunque con tonos distintos, vos y yo trabajamos don frecuencia sobre los registros del humor en nuestros poemas. En tus libros, aunque desde el principio hay un elemento humorístico, lo cómico aparece como tesitura predominante a partir, si no me equivoco, de El despertar de Samoilo; y reaparece en El carrito de Eneas y en Molestando a los demonios. En mi caso creo que sucede algo parecido: en El lago de los botes ya hay humor, pero en mi último, El parasimpático, es donde aparece con mayor evidencia. Creo que hay una cierta relación porque pienso que en El despertar el humor está, en buena medida, en el lenguaje, en el modo de poner en evidencia la cantidad de rémoras petrificadas que encierra la lengua cotidiana. En el «18 Brumario» Marx se refiere al «lenguaje honesto, hipócritamente moderado, virtuosamente lleno de lugares comunes de la burguesía». Eso fue escrito en París en la misma década de la primera edición de Les Fleurs du mal. Difícil no pensar en Baudelaire (y en Heine) como una campaña contra los «lugares comunes» de la lengua.
Pero en Molestando... el humor ya no está en las palabras sino en los conceptos, y lo mismo sucede, creo, en el reciente El libro de las fábulas. Si pienso en los míos, creo que El lago también tiene esa risa neobarroca de la lengua, en cambio en El parasimpático el humor está más bien en el ángulo desde el que se mira la escena.
No sé si te preguntaron o te preguntaste alguna vez por la genealogía de los poetas humorísticos. Para mí, la revelación fue Heine: me enseñó que en el poema se puede reír y llorar a la vez, y que la amargura no tiene cauce más eficaz que el giro cómico. A partir de ahí, Catulo siempre me resulta más vivo que Propercio, con toda su parafernalia mitológica. El Catulo que se ríe de sí mismo, que se dice a sí mismo «quedate tranquilo y no hagas boludeces, si lo que perdiste no volverá de todas formas». Y acto seguido te muestra que no hay tranquilidad ni posibilidad de dejar de hacer boludeces.
Quizás d’Ors diría aquí que el humor es barroco porque es dionisíaco. No sé, en todo caso parece evidente que el humor es un «llegar después», porque no hay Aristófanes sin Esquilo o Sófocles. ¿Qué pensás? Te dejo un abrazo grande y me voy a dar un báquico chapuzón.
DANIEL SAMOILOVICH
Buenos Aires
Querido Edgardo, disculpá la demora en responder, tu carta desató tal remolino en mi cabeza que el polvo ha tardado un par de días en asentarse.
Lo cómico en nuestros libros: no sé si estoy de acuerdo en que el humor sea más evidente en El parasimpático que en tus libros anteriores. Hay aquel que abre El lago de los botes donde comparás la caminata a través del fondo barroso del laguito del Parque Independencia recién desecado con el Éxodo bíblico. O el de «Pizza Margarita» incluido en un libro más temprano. Al contrario: el humor en El parasimpático es, a mi entender, menos evidente, empujado por las articulaciones barrocas, las elipsis, lo no dicho… un humor más abierto al sueño, y, por qué no decirlo, a la melancolía, el mélan kolikós, el humor negro en sentido etimológico.
En cuanto a la genealogía de la literatura humorística: el primer libro que me reveló esa dimensión fue La Celestina, leída por indicación de la profesora de primer año del secundario; venía dándonos la lata con cosas supuestamente más aptas para jóvenes como Zalacaín el aventurero o el meloso, indigno de Juan Ramón, Platero y yo, y de sopetón nos descerrajó La Celestina
Quizás algo parecido, pienso, pasa en mi poesía. Releo El mago, un libro escrito cuarenta años atrás, seguramente con una voluntad seria de entrada en las cosas y el paisaje, y me doy cuenta de que no pude evitar la hipérbole, la duda, la ironía sobre el que escribe: los millones de mosquitos de la selva amazónica son alados samuráis que cuidan el descanso de la sombra, el durmiente que acaba de despertar tontea sin remedio sopesando parsimoniosamente las supuestas pruebas de su existencia (a saber, el empapelado mal hecho del cuarto de hotel en que se encuentra; no deja de ser una broma). En Las Encantadas, en El despertar se desata más la lengua, pero el impulso es el mismo, el lugar asignado al azar, a la duda, la risa sobre las enormes pretensiones del poeta («Las pretensiones son enormes, los resultados deformes», Leónidas Lamborghini famosamente dixit...)
En cuanto a la genealogía de la literatura humorística: el primer libro que me reveló esa dimensión fue La Celestina, leída por indicación de la profesora de primer año del secundario; venía dándonos la lata con cosas supuestamente más aptas para jóvenes como Zalacaín el aventurero o el meloso, indigno de Juan Ramón, Platero y yo, y de sopetón nos descerrajó La Celestina: el desparpajo, el variado talento para la injuria (nota al margen: ¿estás de acuerdo en que una de las cosas más características del idish es lo florido —por llamarlo de algún modo— de sus maldiciones, más feroces que las de cualquier otro idioma?), los refranes con doble intención –«Mal está el huso cuando la varva no está de suso»– todo aquello me voló la cabeza. Ese lenguaje loco, extraterrestre y trascartón; por supuesto vino El Quijote y en las clases de latín, Catulo… Montaigne dice que le gusta Catulo y no Marcial y me parece entender por qué: Catulo se ríe de todos y también de sí mismo, Marcial solo de los demás. También prefiere el Señor de la Montaña a Terencio por sobre Plauto; tampoco lo explica, también me parece entenderlo.
Como decís, «la amargura no tiene cauce más eficaz que el giro cómico», pero además lo cómico —especialmente ese cómico que vamos delimitando, con su costado melancólico— conlleva una entrada radical, indeclinable, en lo sublime. Desconfiamos siempre de lo sublime satisfecho de sí, de la poesía instalada en lo poético, de lo serio instalado en la solemnidad… y otra vez, de las pretensiones no cuestionadas. Sí que es barroco el humor, por lo que tiene de juego, de artificio, de irregularidad y descentramiento. Es, como decís, tal cual, «llegar después», un después que no es sino el subrayado de lo que ya estaba antes. ¿Te acordás del ensayo que Burucúa leyó en Rosario en el seminario que organizó María Teresa Gramuglio para los veinte años de Diario de Poesía? Es increíble cómo te hace ver en las escenas de la Ilíada pintadas por los barrocos un subrayado de la vis comica presente nada menos que en Homero. Por ejemplo, en la representación del juicio de Paris por Rubens o Luca Giordano, Burucúa ve perplejidad e ironía; imaginate: las tres diosas de lo más alto del Olimpo sometiéndose, con toda la mercadería a la vista, por vanidad pura, al escrutinio de un simple mortal.
Bueno, me he ido yendo por las ramas, si sigo así en cualquier momento terminamos en «Las Meninas», con quienes no hay forma de terminar. Te avisé al principio que tu carta había levantado un vendaval: en voici.
EDGARDO DOBRY
Barcelona
Querido Daniel, el verano se puso serio por estos barrios así que te escribo mientras el ventilador me mira con su cara de «hago lo que puedo». La comparación de la travesía por el laguito artificial del Parque Independencia de Rosario con el Éxodo bíblico (en El lago de los botes) fue resultado a la vez de la Torá y de Cecil B. DeMille, quien hizo de la persecución de los judíos por los soldados del Faraón un episodio de thriller trepidante. Pero en la Torá ya hay pasajes en que el humor está dentro de lo solemne, como en el Libro de Ester, cuando Asuero quiere homenajear al judío Mardoqueo por haberle salvado la vida de una conspiración en su contra y le pregunta a su protegido, Amán, cómo debe hacerlo. Amán, que es un vanidoso y que ha logrado convencer a Asuero de que debe exterminar a los judíos, cree que el homenajeado será él, y le da grandiosas ideas, con las que, por fin, quedará humillado y caído en desgracia.
Me impresiona mucho esa lectura tuya de La Celestina. Entiendo ahora tu atracción por el espesor de la lengua, los arcaísmos, las formas ligeras y significativamente desviadas del uso normativo. Ahí está la productiva lectura del poeta argentino, que capta en La Celestina lo propio y lo raro, la lengua que es a la vez suya y extraña, la parte de ese idioma todavía maleable, en estado de formación. Después está el humor como una variante del ejercicio lírico por excelencia, l– analogía. En muchos de tus poemas, no se trata de una comparación sino de una revelación: lo visible en un texto solo entrega su sentido cuando la mirada encuentra la clave del desciframiento. Creo que bastante de eso hay, también, en Molestando a los demonios y en El libro de las fábulas.
En el inicio de los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía –otro gran ejemplo del humor como analogía: los pescados «mercurizan» el muelle; alguien, al abrir una ventana de par en par, parece «crucificarse»; el sifón, «irascible» es un «extracto de mar». Girondo puso la divisa «Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo SUBLIME». ¿Y cuál es ese prejuicio? Está por todas partes, todo el mundo quiere ser sublime.
La última vez que nos vimos me contaste que vas a sacar dentro de poco un libro de ensayos; entiendo que, sobre todo, en torno de la poesía, aunque quizás también sobre arte, porque sé que el arte, la pintura en particular, siempre ha sido importante para vos, como se ve en muchos de tus poemas, y también en tu amistad y trabajo conjunto con artistas. En todo caso, el libro de ensayos es algo nuevo para vos, porque si bien escribiste numerosos artículos y columnas, la reflexión o de exploración crítica o teórica no fue una constante en tu producción. ¿Por qué decidiste ahora reunir esos materiales y con qué criterios lo hacés? Contame algo sobre eso.
DANIEL SAMOILOVICH
Curioso, interesante, volver a escribir cartas, pensarlas de día y escribirlas de noche y en los días siguientes abrir el correo para ver si hay respuestas como se abrían antes las cajitas-buzón llaveadas en la planta baja de los edificios. (Vi en tu casa de Barcelona, y en la de Nora, que aún existen allí, pero ahora, imagino, repletas de propaganda y malhadadas facturas de luz).
No tenía presente el pasaje del Libro de Ester que mencionas y la ironía de la situación me encantó; me hizo acordar de otra bien tremenda, la de Edipo explayándose sobre cómo ha de ser castigado el asesino de Layo, sin saber que está dictando sentencia contra sí mismo. Son bien distintas las implicancias de los dos pasajes; el bíblico subraya que los enemigos de Israel serán vencidos, el griego tiene un trasfondo menos claro. Fijate que en Edipo no se castiga la hybris, la impiedad o el orgullo. ¿Qué, entonces? Kerenyi piensa que Edipo vive la tragedia de saber lo suficiente como para resolver el enigma de la Esfinge, pero no tanto como para saber de quién es hijo, a quien ha matado y con quién se ha casado: quién es, en suma. Más allá de las diferencias, subsiste la crueldad y el ingenio desplegados, ya por Yahvé, ya por el Destino, para hacer a los hombres bromas pesadas. A consecuencia de lo cual uno no sabe si reír o llorar o maldecir… quizás la cosa da para todo eso. O para decir, con Robert Frost: «Perdóname Dios, las pequeñas malas pasadas que te jugué, y yo te perdonaré esa enorme que Tú me jugaste a mí».
Me preguntás por mi libro de ensayos: hace mucho tiempo tenía ganas de hacer una selección de las decenas de artículos que fui publicando en revistas; a los que, si sumaba otra cantidad de prólogos, textos para presentaciones, catálogos de muestras, etc. etc…. se armaba un etc. tan grande que su heterogeneidad de tono, extensión y temas me desalentaba de antemano. También estaba el problema de las repeticiones: tenía la impresión de que ciertas cosas reaparecían en trabajos de épocas y temas diferentes… De pronto, como suele pasar, de la suma de problemas surgió una solución. Empecé a entrever que las repeticiones no eran producto de la peligrosa tentación del copy-paste sino de algunos núcleos de ideas que reaparecían: una, pertinaz, la del poder del azar y el error en nuestras vidas y en lo que escribimos. Había sido la idea rectora de Las Encantadas, y lo era, a poco pensar en ellos, de la mayoría de los ensayos. Así han nacido todos mis libros: un día ves el hilo rojo que une un grupo de poemas, o un solo poema y otros que aún no existen y que es necesario escribir, o intentar escribir… y otro día aparece un título, que es simplemente el nombre de ese hilo y que ya no abandonará ese libro en ciernes. Cuál es, en este caso, ese título, me lo reservo: para no spoilear el efecto, queda en secreto y algún día del año que viene lo verás en casa o lo recibirás por correo.
Me pregunto cómo habrán nacido otros libros de ensayos: en un extremo están los libros «monográficos» como tu Historia Universal de Don Juan o el Nabokov y su Lolita de Nina Berberova; en el otro, recopilaciones de textos solo unidos por haber sido escritos por una misma pluma, como Hombres y libros de Rufino Blanco-Fombona. Pero otras veces la cosa no es tan obvia. ¿Dónde pondrías libros como Cuestión de énfasis de Susan Sontag o Lezioni americane de Italo Calvino? El primero parece presidido por la unidad de lo diverso, el segundo por la diversidad de lo uno, el despliegue en seis escuadrones de un solo plan de guerra. El asunto me intriga: desde que Montaigne puso entre tapas de libro sus lecturas y pensamientos, nos ha dejado, además de un millar de páginas espléndidas, un género que es también un enigma y un desafío, ¿verdad? Con él te dejo, y con un abrazo grande.
EDGARDO DOBRY
Querido Daniel, los viejos buzones de latón se llenaron, en estos días peninsulares, de propaganda electoral. Lo cual permite al ciudadano la modesta pero no desdeñable venganza de romper ruidosamente las cartas (carnalidad no consentida por el correo electrónico) de los partidos políticos que lo insultan diariamente y una vez cada cuatro años pretenden tener su voto. Esto me hace acordar de que, hace unos años, alquilé un departamento en el centro de Buenos Aires por un par de semanas. Una mañana, de pronto, sonó el teléfono fijo (hasta entonces no había advertido de que había uno en la casa) y una voz grabada, de no sé de qué político, me pedía el voto para una elección próxima. Cada país tiene sus estilos de seducción.
Hablemos un poco del ensayo: es mi segunda casa literaria, o quizás la primera, porque, por número de páginas, escribí bastante más ensayo que poesía. Es verdad lo que decís, en cuanto a las dos maneras de practicarlo: por iluminaciones compiladas o por proyecto monográfico, como en el caso –para citar un libro que ambos queremos– de Auerbach sobre Dante y el mundo terrenal.
Después está el humor como una variante del ejercicio lírico por excelencia, l– analogía. En muchos de tus poemas, no se trata de una comparación sino de una revelación: lo visible en un texto solo entrega su sentido cuando la mirada encuentra la clave del desciframiento
Creo que la verdad es lo que insiste: cuando uno se pregunta insistentemente sobre algo hay que responder, escribiendo. Eugenio d’Ors, en su libro sobre el barroco, se define como «un hombre lentamente enamorado de una Categoría». En la modernidad, los poetas han sido con frecuencia los grandes críticos de poesía, y no es azaroso, porque la especificidad del poema, y del arte en general, va haciéndose menos nítida, de modo que el poeta busca definir o recortar el ámbito de su propia práctica. Eliot es para mí más importante como crítico que como poeta. El modo en que lee su tradición para dirimir lo que sigue vivo del peso muerto es imponente, incluso en los momentos discutibles. Son casi todos artículos breves, publicados en revistas, luego compilados; en cambio, cuando intentó escribir ensayos monográficos, como su Idea de una sociedad cristiana, compuesto en 1939, a las puertas de la catástrofe, el argumento es débil y arrastrado por lo que Karl Shapiro denominó años más tarde «el profundo racismo de Eliot». Antisemitismo, en particular; del que, por otra parte, nunca se desdijo. Quizás la diferencia consiste en que cuando escribe sobre poesía parte siempre de una pregunta, y escribiendo formula las posibles respuestas. En cambio, en esos ensayos/manifiestos parte de una convicción y todo lo demás es una larga glosa de lo mismo.
Tengo la impresión de que, en los dos géneros, poesía y ensayo, nuestro trabajo es una forma de resistencia a la explicitud, el azúcar rápido del significado de casi todo lo que se escribe, que es una de las marcas de nuestra contemporaneidad. Por eso la poesía y el ensayo literario tienen lugares marginales. No lo digo como lamento: los márgenes tienen grandes proporciones de libertad si el poeta sabe resistir la ansiedad predominante, no ya del reconocimiento, sino del figurar, del aparecer aquí y allá. «Resistencia», por otra parte, no es del todo la palabra adecuada, porque reclama el prestigio de un heroísmo, y yo huyo de los poetas lamentosos como del aceite hirviendo. Tiene algo del orden del apartamiento, quizás. No se trata, creo, de «encriptar» ningún mensaje sino de una conciencia del espesor de las palabras, de la forma del poema y (para el ensayo) de las posibilidades de la interpretación. ¿Qué relación hay entre la forma, que implica ajustarse a un cierto rigor, y el verso libre, que es casi siempre intuitivo? Me temo que esta discusión tendrá que quedar para otro intercambio.
Estoy leyendo el Lexikón de Sergio Raimondi, sobre el que quiero escribir una reseña con cierto grado de razonamiento. Te la mandaré para saber tus observaciones antes de publicarla. Por ahora va un gran abrazo, Edgardo.
Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El País, The Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés.
Daniel Samoilovich. (Buenos Aires,1949) ha publicado once libros de poemas; entre ellos, Las Encantadas, (Tusquets, Barcelona, 2003), El carrito de Eneas (Bajo la luna, Buenos Aires, 2003) y Molestando a los demonios (Pre-textos, Madrid-Valencia, 2009). Entre las traducciones de su obra se cuentan la antología Driven by the wind and drenched to the bone (Shoestring, Londres, 2007), la versión sueca de Molestando a los demonios (Att trakassera demoner, Ellerstrom, Estocolmo, 2017) y la traducción de Las Encantadas al italiano (Fili d’Aquilone, Roma, 2019). Este año la editorial británica Shearsman publicará The Enchanted Isles, traducción de Las Encantadas al inglés por Terence Dooley y el año próximo el Fondo de Cultura Económica editará una selección de sus ensayos.
Edgardo Dobry . Nació en Rosario, Argentina. Es profesor de literatura hispanoamericana y teoría de la literatura en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona; también enseña en el Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. Entre sus libros de poesía se cuentan Cinética (Buenos Aires, Tierra Firme, 1999), El lago de los botes (Barcelona, Lumen, 2005), Cosas (Barcelona, Lumen, 2008), Contratiempo (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013, contó con una beca de la J.S. Guggenheim Foundation) y El parasimpático (Barcelona, El Club Editor, 2021, premio Ciutat de Barcelona). Además ha publicado los libros de ensayos Orfeo en el quiosco de diarios; ensayos sobre poesía (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2007), Una profecía del pasado: Lugones y la invención del “linaje de Hércules” (Buenos Aires, FCE, 2010), Historia universal de Don Juan; creación y vigencia de un mito moderno (Barcelona, Arpa, 2017) y Celebración, a través de la poesía americana (Barcelona, Trampa-Intervenciones, 2022).