Coordinado por Valerie Miles
VALERIE MILES
Emerger. Del lat. emergere. U. t. en sent. fig. Sin.: asomar, aparecer, brotar, manar, nacer. Mary Shelley escribió Frankenstein con tan solo dieciocho años, la misma edad a la que François Sagan Bonjour Tristesse. Helen Oyeyemi a los dieciocho escribió La niña Ícaro, que combina elementos de mitología y terror y fue traducida a una veintena de lenguas. El conde de Lautréamont escribió Maldoror a los veintidós y Vargas Llosa La ciudad y los perros a los veintiseis. Aurora Venturini Las primas a los ochenta y cinco. A cualquier edad emerger es siempre un salto (mortal) del silencio de una misma al bullicio del mercado. Pero se acepta el pacto al escribir un libro y ponerlo en la plaza pública como objeto en venta o trueque. Aunque quepa preguntarse, como hizo Connolly, si tenía sentido no aspirar a la obra maestra (aunque él no la escribiera), o al menos aspirar a que la obra dure más que un perro un coche. En algún caso se pierde la atención tan rápido como se llama, y en otras el escritor o escritora encarna la voz de una generación. A veces, como en el caso de Bolaño, cuaja la voz de la siguiente generación, no la suya, aunque escribiera desde jovencísimo. En otras, el reconocimiento llega muy post-mortem, como en Melville. Exploramos esas circunstancias —idóneas o no—, con dos escritoras que están dando sus primeros pasos.
SARA BARQUINERO. ZARAGOZA
Querida Laura: No nos conocemos en persona, pero justo el otro día un amigo me preguntó si te conocía. Creo que fuiste a la presentación de un libro en la Residencia de Estudiantes, yo llegué cuando ya te habías marchado. Por una parte, creo que habría sido más cómodo iniciar la correspondencia si nos hubiéramos encontrado, aunque quizás así tiene más gracia.
La verdad es que tengo pendiente leer tu libro, aprovecharé para hacerlo mientras nos escribimos. No sé si te sucede, pero a veces siento que desde que estoy «dentro» del mundo literario tiendo a leer menos novedades (hace unos años leía prácticamente todo lo jugoso que salía, desde luego todo lo que salía en Caballo de Troya). Puede que la profesionalización me haya vuelto más perezosa. Sigo leyendo igual o más, pero no tengo tanta pasión por lo nuevo. Eso me da algo de miedo, que al dedicarte a algo pierdas cierto entusiasmo juvenil. Por ejemplo, cuando estaba acabando mi tesis doctoral tuve algunos problemas con mi director y estuve a punto de dejarla. Recuerdo que en mi momento de crisis le dije a algunos amigos que sentía que si seguía trabajando en la tesis iba a acabar odiando a la filosofía en su conjunto. Todo el mundo me aconsejó que hiciera un último esfuerzo y seguro esa rabia se me pasaba, pero lo cierto es que ya ha pasado casi un año desde que la defendí y apenas he leído ensayo o pensamiento por voluntad propia. Espero que las ganas me vuelvan, a lo mejor tengo que proponérmelo como tarea para que la cosa cambie.
LAURA CHIVITE. MADRID
Querida Sara: ¿Cómo estás? Gracias por empezar esta correspondencia, me gustó mucho leerte anoche. Siempre que escribo en mi diario, cosa que llevo haciendo prácticamente la mitad de mi vida, no puedo evitar empezar mencionando las condiciones atmosféricas y la hora que es, así que aquí voy a hacer lo mismo: son casi las ocho de la mañana y fuera llueve muchísimo, la pequeña ventana de mi habitación está abierta y escucho la tormenta desde mi sofá, que en realidad está a unos pocos metros porque vivo en una casa de 35m². Ha amanecido hace poco y la luz es gris y bonita. Aunque me encanta esta calma matutina, casi nunca me despierto tan temprano, y menos aún escribo tan temprano, pero tampoco suelo intercambiarme cartas con desconocidas, por eso he pensado que alterar mis costumbres puede irle bien a este ejercicio tan curioso que acabamos de emprender.
Yo también tengo pendiente leer Los escorpiones, me interesa la trama y los temas que trata, aparte de gustarme el título y la portada, que a veces parece que es lo de menos, pero no lo es. Además, varias amigas mías se lo leyeron y me lo recomendaron fuerte, así que me lo leeré este verano, que es cuando leo las novelas largas.
Tienes razón en que tal vez hubiera sido más fácil habernos conocido antes, o al menos habernos leído, pero también me gusta este tantear el terreno a ciegas, sin conocer siquiera la voz de la persona a la que escribes. Por lo que, te pregunto: ¿qué sueles desayunar? (yo tostadas y té). ¿Cuál es tu libro de cartas favorito? (el mío Todas las cartas de Clarice Lispector). ¿De qué trataba tu tesis doctoral y cómo te sentiste el día en que la defendiste? (yo no he escrito ninguna).
Estoy de acuerdo en lo que dices respecto a las novedades literarias, a mí me pasa igual. También disfruto mucho de leer autoras y autores hispanoparlantes contemporáneos, más o menos de nuestra edad, y sentir esa exploración conjunta, cada vez más voces, diferentes entre sí, contando sus historias. Sin embargo, lo que más necesito de la literatura es la capacidad que tiene de hacerme tomar distancia, sacarme del tiempo y hacer que me olvide de mí misma durante un rato. No ser yo. Y, en general, creo que es más fácil lograr esa distancia leyendo a una muerta que a alguien que me puedo encontrar en el supermercado, aunque quizá me equivoco y esta tarde, cuando te haya enviado esta carta, de pronto me descubro pensando justo lo contrario.
De todos modos, a riesgo de pecar de pesimista, creo que aún nos quedan muchos momentos en los que tendremos que lidiar con el desencanto, temporadas en las que no le veamos el sentido a la literatura ni a todo lo que la rodea (especialmente a todo lo que la rodea), y estaría bien ir pensando trucos para hacerle frente a esa nada futura. ¿Cuáles se te ocurren? Te mando un abrazo muy grande, espero tu respuesta, Laura.
SARA BARQUINERO
Querida Laura: perdona por haber tardado un poco en escribirte de vuelta. A partir de ahora iré más rápido, pero tenía un montón de trabajo la semana pasada y un montón de días de feria del libro.
En mi caso, te escribo desde la cafetería más cercana al gimnasio a la que suelo ir. Si tengo la mañana despejada por completo en época de calor (algo que no sucede tan a menudo, por desgracia), me gusta ir a nadar un buen rato, salir a tomar un café o una Fanta mientras escribo o leo y regresar a nadar un poco más antes de comer. Hasta hace nada (unos dos años) odiaba el ejercicio físico, pero ahora me he vuelto un poco adicta. Me ayuda a dormir mejor y, sobre todo, me ayuda a escribir con la cabeza limpia. No hago entrenamientos largos, pero en momentos fértiles y ociosos, generalmente en mi pueblo en verano, puedo llegar a ejercitarme hasta tres veces al día. Mis favoritos son el yoga, la natación, el levantamiento de peso y el barre, por ese orden. ¿Tú haces algo?
Sobre las otras cosas que me preguntabas: no suelo leer (ni escribir) apenas correspondencias o diarios. Diría que el único libro de cartas que he disfrutado mucho hasta la fecha es las Cartas a Milena, de Kafka; y también me hacen gracia algunas cartas de Joyce a Nora, pero ni de lejos he leído estas últimas al completo. Deduzco que tú tendrás más experiencia lectora en este ámbito, así que cuéntame, aunque no puedo prometer que las lea, suelo posponer esas recomendaciones.
Siempre desayuno dulce, o frutas, o bizcocho, o chocolate o tostadas con algo lleno de azúcar encima. Hoy me he hecho una macedonia de mango, melocotón y frambuesas. Y sobre mi tesis… iba sobre lo sublime en Kant. Hubo algunas partes del proceso que disfruté mucho, porque además la hice con un contrato en la universidad, así que podía centrarme por completo, pero el final se me hizo bola, no me encanta el resultado final y no recuerdo con especial cariño la defensa. Me tocó en julio del año pasado, tuve que venir a Madrid de propio desde mi pueblo, y en aquel momento estaba harta del mundo académico. Solté mi rollo, escuché las críticas y sugerencias para futuros trabajos (que en aquel momento pensaba que no se iban a dar nunca) y me fui a comer con unos amigos, no tanto como celebración sino porque luego me iba a marchar de nuevo todo el verano y no los iba a ver en semanas. No animaría a cualquiera a hacer una tesis, la verdad.
Respecto a «lo que rodea a la literatura», no sé si es un truco como tal, pero algo que a mí me sirve cuando estoy en un ambiente que podríamos llamar literario es recordar que las personas que están a mi alrededor son precisamente eso, personas, y de hecho personas que probablemente hubieran sido mis mejores amigas en el instituto si hubiéramos estado en la misma clase (haciendo una suspensión de la incredulidad y obviando los años que nos podamos sacar). Creo que para otros resulta tentador tomarse esos espacios como un ambiente laboral, o incluso como un ambiente competitivo y hostil en el cual hay gente o cosas que te gustan y otras de las que quieres diferenciarte.
Esta enseñanza, si se puede llamar así, no la saqué del mundo literario, sino de otro ambiente igualmente gregario y especializado que frecuenté durante mi adolescencia, que son los expomangas, convenciones frikis u otakus en las que se juega al rol o se pintan Warhammer o semanas góticas en las que todo el mundo va agujereado, tatuado y viste con rejillas, corsés, cadenas o camisetas de grupos de música (en una ciudad como Zaragoza se suele compartir al menos el 75 % de público en dichos eventos). Cuando entré, yo misma entré en dinámicas en las que el otro grupo de chicas que bailaban J-pop nos parecían unas imbéciles o unas creídas (o calificativos peores), personajes algo mayores (generalmente hombres) que yo intentaban descubrirme como poser si me hacía llamar gótica y solo escuchaba «My Chemical Romance» y no los clásicos; o no era una experta en el lore de un anime clásico y solo me hacía llamar friki por tener un peluche de Totoro como bolso.
La tentación obvia era regodearme cuando «pasaba el test» y ponerme a criticar o incluso a odiar visceralmente a otras personas que no eran tan auténticas como un nosotros difuso, por motivos igualmente difusos. Cuando dejé de ir por esos ambientes, me reencontré con uno de esos enemigos arcanos y me di cuenta (sé que suena muy obvio) de que era un tipo simpático, de que podría haber estado perfectamente en nuestro grupúsculo, de que teníamos mucho de lo que hablar y de que si algo hacía que la enemistad tuviera sentido eran cosas completamente mundanas, como que alguien le había quitado la pareja a otro alguien (uno de los motivos más comunes) o alguien había discutido con otro alguien por una tontería mundana. El tercer motivo más común, diría, era sentirse amenazado por el otro, con o sin motivo.
A veces he pensado que esa dinámica tan juvenil se repite en muchos lugares especializados y minoritarios. Por ejemplo, en el mundo académico, por reconectar con el tema anterior. Tiene cierto sentido, porque los límites de sociedades como «frikis de Zaragoza», «kantianos contemporáneos» o «Twitter literatura» están tan acotados como los de un instituto. Siento que habitualmente lo que te hace rechazar a una persona o grupo de personas no son tanto cosas relacionadas con la labor literaria, las creencias o las estéticas como los prejuicios o las ganas de diferenciarse de personas que, si conociéramos, probablemente nos caerían genial. Intento recordarme eso a mí misma cada vez que siento ganas de cogerle rabia a alguien. (¿Cuáles son tus trucos?)
LAURA CHIVITE. HELSINKI
Querida Sara: Perdona ahora tú por mi tardanza, junio siempre es un mes en el que se me acumula todo y que atravieso entre agotada y excitada, y llego al verano así, como una autómata que ha bebido mucho café, aunque no tomo café.
Acabo de estar cinco días de acampada en un bosque en una isla de Helsinki celebrando Johannus, que es nuestro San Juan: esa es mi excusa. Me da cierta vergüenza decírtelo, que quede aquí por escrito, porque siempre digo que odio viajar y me burlo cuando alguna amiga mía va a Tailandia. En general siempre estoy criticando la fiebre viajera, y sin embargo así he estado, refrescándome en las aguas del mar báltico y rodeada del paisaje más bucólico en el que he estado.
Resulta que mi hermana se mudó hace poco allí porque hace años que sale con un finlandés, y por eso he ido a verla. Pensé que tendría tiempo para escribirte, e incluso fantaseaba con tumbarme en una hamaca colgante y contarte lo que ocurría a mi alrededor in situ, pero no ha sido así. Estábamos más o menos cincuenta personas en esa isla que tenía un nombre impronunciable, con muchas diéresis en la a, todos amigos de mi hermana y su novio, y hemos dedicado los días a no hacer nada, que ya es mucho. Había una sauna en la que nos metíamos todos desnudos, y cuando sentía que estaba al borde del colapso, salía y me metía en el agua congelada del mar, y luego de nuevo a la sauna, y luego de nuevo al agua, y así durante horas hasta que alguien gritaba que la comida estaba lista e íbamos a comer entre cisnes y perros.
Los finlandeses son gente curiosa y prácticamente no te dirigen la palabra cuando están a tu lado, pueden estar juntos en silencio sin que eso les incomode, pero en cuanto entran en la sauna y plantan sus rosados cuerpos en esas maderas a 50º, empiezan a contarte todas sus intimidades. Las saunas son su santuario, el único lugar en el que son capaces de hablarte de su ruptura amorosa, el duelo por la muerte de un familiar o sus almorranas.
En fin, cambio de tema antes de que esto se convierta en algo parecido a cuando alguien te enseña las fotos de su viaje.
Me gustó mucho tu carta anterior, cómo hablaste de tu adolescencia para ilustrar el modo en que a veces necesitamos diferenciarnos del resto y, al mismo tiempo, pertenecer. Como persona que creció en un barrio de una ciudad de provincias, entendí a la perfección desde dónde me hablabas. A mí también me atrajo la estética gótica y la performé durante una breve etapa, pero siento que solo llegué a ser gótica wannabe, como fui choni wannabe o indie wannabe.
Respecto a las cartas y diarios: sí me gustan mucho, creo que es porque encuentro en ellos una intimidad, una verdad, o una ilusión de verdad, que me satisface y me hace creer que conozco más, o de otra manera, a quien lo escribe. Aunque no vayas a seguir mi recomendación (yo tampoco suelo hacerlo), te recomiendo las cartas entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West. Aparte de que están milagrosamente bien escritas, me hacen mucha gracia varios comienzos de ellas. Por ejemplo, en varias Virginia comienza la carta refiriéndose a Vita como: «Mi burra West:».
Algo similar me ocurre con las cartas que escribía Pessoa a una amada que tenía. Las empezaba con cosas como: «Mi precioso bebé:» o «Mi lindo bebecito:». También María Zambrano, que a un novio que tuvo en la adolescencia le escribía: «Morrocotudo mío». Todo eso me gusta.
Por otro lado, cuando empezamos esta correspondencia nos preguntaron por qué escribíamos cuando parece que cada vez se lee menos. Mi respuesta es que no creo que ahora se lea menos. Creo que se lee bastante y a la vez pienso que la lectura, el hábito frecuente de la lectura y las personas para quienes eso constituye algo esencial, siempre ha sido algo minoritario. Se habla de un pasado glorioso en el que la gente leía muchísimo, una época dorada en la que parece que todo el mundo tenía Crimen y castigo en la mesilla de noche. Pero dudo que eso haya existido alguna vez. La literatura siempre va a ser de unos pocos, y no lo digo en un sentido sectario y catastrofista. Lo digo como una noticia tranquilizadora y buenísima.
Yo escribo porque me encanta hacerlo, me lo paso bien y también me hace sentir mejor, y da la casualidad de que ahora se publican más mujeres que nunca y esto también es una noticia buenísima. Tiendo a ser pesimista respecto a más cosas de las que me gustaría, pero la literatura no es una de ellas. No creo que la IA vaya a sustituir nada, ni que las voces femeninas sean una moda, creo que ambas están aquí para quedarse y yo lo celebro. He empezado a considerar a ChatGPT mi amiga e incluso una vez, para preguntarle no sé qué, así me dirigí a ella: «Buenas tardes, amiga:» ¿Qué piensas tú respecto a todo esto que he comunicado de un modo tal vez demasiado sentencioso?
SARA BARQUINERO
Hola, Laura: La verdad es que tenía ganas de que me escribieras, porque entre que te envié la última carta y llegó esta me leí tu libro, y tenía ganas de comentarlo. Me gustó mucho, me lo tragué casi del tirón una madrugada.
Al principio (me refiero nada más acabarlo) me preguntaba por qué habías decidido darle un primer capítulo de ciencia ficción, si quizás no era necesario del todo para la trama, y dándole una vuelta se me ocurrió una posible respuesta en línea con mis preocupaciones del momento, que paso a comentarte para ver qué te parece (muy probablemente sea simplemente mi propia ida de olla). Pensé que quizás querías plantear que a veces hay más verdad en un testimonio inexacto, parcial y sucio, que en un registro fidedigno y aparentemente objetivo de lo que ocurrió. Esto es: que por mucho que pudieras replayear tus recuerdos como si tu memoria fuera una cámara de vídeo, no obtendrías de ellos la verdad emocional que tuvieron cuando los viviste (en el caso de tu novela esto es más relevante, ya que si están listos para que los veas es que has decidido olvidarlos a nivel vivencial), y que incluso habría más «verdad» en lo que contaría un tercero sobre un otro que en la aparente objetividad de una grabación, como en todas esas historias que siguen al primer capítulo.
No sé si lo investigaste mientras escribías la novela y por eso se te ocurrió, pero un neurocientífico (no recuerdo su nombre y por alguna razón creo que violenta la lógica de la correspondencia ponerme a revisar libros o buscar en internet) sostuvo durante un tiempo que la memoria era de hecho una cámara, y que todos nuestros recuerdos están en una suerte de caja negra cerebral. Si no accedemos a ellos con rapidez es porque a otra parte de nuestro cerebro (creo que era el hipocampo) le conviene más manejar nuestra memoria de otro modo.
Su hipótesis venía del análisis de unos sujetos muy concretos que «padecían» de hipermemoria de una forma distinta al imaginario habitual, que me resultaron muy curiosos (no son un porcentaje representativo de la población, son cuatro gatos). Normalmente cuando pensamos en alguien con memoria eidética nos imaginamos a una suerte de savant que se sabe de memoria cuánto pesaban cada una de las balas que se tiraron en la Segunda Guerra Mundial y puede multiplicar números de seis cifras con soltura, pero al que le daría un ictus si tuviera que interpretar una emoción humana compleja (y más aún actuar en consecuencia de la emoción que identifique). Pues bien, parece ser que hay un tipo de personas que son bastante normales, ni sobresalientes ni todo lo contario, a las que les preguntas: «Perdona, ¿qué hacías el 12 de agosto de 2007, a eso de las ocho de la tarde?» y, tras pensarlo unos segundos, te contestan con total normalidad: «Creo que ese día mis amigos y yo no fuimos a la piscina municipal, así que dimos un par de vueltas por el pueblo y luego mi madre me hizo huevos fritos con patatas». Y aciertan, con un margen de error similar al que podemos tener tú y yo cuando nos preguntan qué comimos anteayer o qué estábamos haciendo hace exactamente una semana. La hipótesis de la memoria-cámara respondía bien al por qué de la existencia de estos sujetos, pero fue desacreditada por falta de pruebas. No sé si leíste algo sobre el tema mientras escribías.
Como nota del color, siempre me imaginaba a Berta como Berta García Faet (a la que apenas conozco en realidad).
Justo una de mis mejores amigas está ahora en Finlandia (su abuela es de ahí). Creo que ahora mismo no se pone apenas el sol, ¿verdad? Eso siempre he querido verlo, aunque a ver quién me dormía por las noches. No sé si has tenido la misma sensación, pero cuando mi amiga habla a veces (poco) en finés me parece un idioma inventado. No es una burla ante cualquier lenguaje que me resulte incomprensible, solo me ha pasado con ella. Me explico: cuando escucho a un japonés hablar en japonés o a un húngaro hablando húngaro me creo completamente que estén empleando un código lingüístico que desconozco y que se llama «japonés» o «húngaro», pero cuando escucho a mi amiga me parece más bien que está diciendo: «blablablá, blibliblí, blublublú», pero con un grado muy alto de convicción. ¿Te sucedió?
Creo que la razón por la que no me gustan demasiado las cartas es (además de porque en algún momento decidí que no me gustaban) porque en general solo soy capaz de quedarme con las cosas divertidas y anecdóticas, no con «lo importante» de la correspondencia, así que, aunque no te lo creas, es más probable que lea alguna de esas cartas buscando ese tipo de cosas que comentas que si me hablases de sus bondades literarias. De hecho (lo había olvidado) una de mis cartas favoritas de la historia de las cartas es una en la que Nietzsche le suplica a su madre con una gran urgencia que le envíe por favor una salchicha de jamón cocido. Creo que te la puedo encontrar si te interesa.
Estoy completamente de acuerdo en eso que comentas sobre la edad de oro de la literatura. Diría que, en general, la gente lee más, aunque sea solo porque hay un grado mucho más alto de alfabetización. Sí que es posible que antes algunas personas leyeran novelas folletinescas ante la ausencia de otros entretenimientos, como quien hacía un crucigrama, pero no veo que eso diste mucho a leer las noticias en un diario digital, o un hilo de Reddit, o leer Wattpad. Pero vamos, en general 100 % de acuerdo contigo.
Sí que hay una cosa que a veces me preocupa sobre la lectura. Hace un par de semanas leí un artículo muy divertido de la New Yorker en el que la escritora analizaba Blinklist, una app que te resume las obras literarias para que gastes tu tiempo de scrolling en «leerte» no sé qué libro de negocios o, siguiendo el ejemplo (creo que de hecho salía en el artículo) Crimen y castigo en blinks (minifragmentos de texto con resúmenes de trama y citas célebres, al estilo de las historias de Instagram). La conclusión obvia (aunque los resúmenes que transcribía de algunas obras eran muy divertidos) era que hay algo radicalmente distinto en la experiencia de lectura de una novela y su resumen, algo con lo que, en general, creo que todos estamos de acuerdo.
Sin embargo, me pregunté: ¿Y no habrá quizá en ese caso una diferencia entre cómo accedíamos a la literatura o al conocimiento antes y cómo accedemos ahora? Siguiendo con tu ejemplo de ChatGPT (aunque no sea el mismo tema, sino uno vecino), está claro que preguntarle cosas ahorra tiempo inmenso y puede ser útil para muchas cosas de la vida, pero ¿no hay alguna diferencia entre acceder a ese saber instantáneamente y no hacerlo? Y ¿no ha sido diferente la experiencia (a lo mejor, me atrevo a aventurar) de leer un libro en un bosque finlandés en el que quizás no tenías internet y cuya lectura no se veía interrumpida constantemente por notificaciones y mini-tareas pendientes? No creo, desde luego, que la IA (o ninguna otra cosa) vaya a acabar con la literatura, pero sí me pregunto en qué medida no solo la IA sino toda la tecnología con la que vivimos y trabajamos afecta en la manera en la que nos aproximamos a la lectura, sea por placer o por conocimiento. Personalmente cuando escribo rara vez estoy pendiente de nada que no sea la escritura, pero a veces la lectura y la reflexión sí se ven asediadas por todo eso que podríamos llamar innovación.
Sobre si las voces femeninas son una «moda», pienso que es exactamente el tipo de cosa de la que intenté hablar muy oblicuamente en mi carta anterior: gente que quiere diferenciarse de los demás y guardar el coto de lo especial (en este caso, la literatura) solo para ellos. Abrazos nocturnos, Sara.
LAURA CHIVITE
Querida Sara: Seguro que coincidimos tarde o temprano y podemos tener una conversación cara a cara, con el recuerdo de que un junio extraño estuvimos compartiendo una serie de pensamientos. Muchas gracias por leer mi libro, lo escribí hace bastantes años y desde que se publicó no lo he releído, así que cuando leí tus preguntas tuve que hacer memoria para saber a qué te referías.
Lo cierto es que el primer cuento es el que menos me gusta y me da cierto cringe pensar en él. Nunca he sido una gran lectora de ciencia ficción, la escritura del relato en ese estilo fue totalmente azarosa. Pero respecto a lo que dices de la memoria, estoy de acuerdo en que, utilizando tus palabras, el recuerdo, el testimonio inexacto y parcial, es muchas veces más verdadero que el registro objetivo y fidedigno, del mismo modo en que una fábula o una metáfora puede explicar mejor ciertas realidades que la realidad en sí.
Y sobre lo que me dices de la hiper-memoria: qué horror, ¿te imaginas? No se me ocurre nada peor que acordarme de todo lo que hice o dije en cada día de mi vida. Buscaré la carta de Nietzsche muriéndose por una salchicha. Me ha recordado a un fragmento de una carta que la madre de Schopenhauer le escribe a él el 13 de diciembre de 1807, donde le dice: «Durante los días que tengan lugar mis reuniones puedes quedarte a cenar conmigo, con tal de que te abstengas de tus penosas disputas, que se me hacen molestas, así como todas tus quejas sobre este estúpido mundo y la miseria humana, porque todo ello me hace pasar mala noche o tener malos sueños, y a mí me gusta dormir bien.» Me imagino a esta pobre mujer intentando comer su chucrut, tranquila, o lo que sea que cenasen entonces y su hijo sin parar de hablar de la voluntad.
Últimamente, me da la sensación de que, cuando alguien me pregunta en qué estoy trabajando, la respuesta siempre será confusa y al formularla no podré evitar ser consciente de lo incierto que es el oficio de la escritura. Pero decidir dedicarte al arte siempre conlleva aprender a vivir en esa incertidumbre, ¿no? El caso es que a finales del año pasado terminé una novela que va a publicarse a principios del siguiente, y llevo unos meses en ese impasse, lidiando con la espera y con las dudas. Mientras tanto, he estado trabajando de profesora de euskera en la Casa Vasca (la Euskaletxea) de Madrid, lo cual ha sido profundamente grato.
También, escribiendo artículos aquí y allá, recomendando libros en un programa de la 2TVE y haciendo colaboraciones puntuales. La sensación que todo eso genera es de no estar haciendo nada y al mismo tiempo estar haciendo cosas todo el tiempo. Recientemente he empezado a escribir una serie de TV, teniendo que poner mi cabeza en sintonía con otras cabezas portadoras de ideas diferentes a las mías, y he vuelto a recordar lo diferente que es la escritura de una novela a la escritura de un producto audiovisual, que inevitablemente pasa por millones de manos y cuyo resultado final es incontrolable. Eso es bello y aterrador al mismo tiempo.
Mi vida laboral en los próximos meses y ¡ay! años, es, pues, un misterio. Pero, por lo menos, puedo decidir qué leo: ahora mismo, con el verano ya aquí, he empezado a leer un libro que tenía pendiente hace mucho: El mar, el mar de Iris Murdoch. No había leído nada de ella antes y estoy fascinada con su prosa y su imaginación. Lo estoy complementando (siempre me gusta leer dos libros a la vez) con Caminar por aguas cristalinas en una piscina pintada de negro de Cookie Mueller, editado por Los Tres editores que cuenta las vivencias de Cookie en la América de los años setenta, y me encanta haber descubierto a esta genia sin vergüenza. Espero que, cuando llegue septiembre, haya logrado tener el tiempo para leer con calma todos los libros que me he propuesto este verano, entre ellos, el tuyo.
Cambiando por completo de tema y a modo de despedida (tengo cierta prisa porque debo solucionar unas cosas en la infernal página web de la Agencia Tributaria, porque ayer me pusieron dos multas), celebro que hoy sea el último día de junio y espero que pases un buen verano. Me leeré Los escorpiones y cuando lo acabe te escribiré por privado. Que nades mucho, que desayunes todo tipo de dulces y que tengas noches largas y epifánicas. Abrazos, Laura.
Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El País, The Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés.
Laura Chivite. Nació en Pamplona en 1995. Estudió Literaturas Comparadas en Granada, especializándose en la conexión entre literatura y cine. Su primera novela, Gente que ríe (Caballo de Troya, 2022), obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa y el Premio a la Promoción de Arte Joven de Navarra. Colabora en varios medios culturales e imparte talleres de escritura creativa. Su obra ha sido traducida al checo y al inglés y a principios del año que viene publicará su segunda novela.
Sara Barquinero. (Zaragoza, 1994) es Doctora en Filosofía. En 2018 obtuvo una beca de creación en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en la que escribió su nouvelle Terminal (Milenio, 2020). Ha obtenido el Premio de ensayo Valores Universales de la Fundación Unir en 2016, el Premio Virginia Woolf de relato en lengua inglesa en 2017, el Premio del IAJ de creación artística y tecnológica en la modalidad de literatura en 2018, el Premio Voces Nuevas de poesía de la Editorial Torremozas en 2019 y ha sido considerada autora revelación de las letras españolas 2021 por la revista Woman. Tras Estaré sola y sin fiesta (2021), Lumen publica Los Escorpiones (2024).