Coordinado por Valerie Miles

Fotografía de Nina Subin, cedidas por el autor y fotografía de Asís G. Ayerbe

VALERIE MILES

La innovación, la audacia, la experimentación, el desafío a las convenciones y el debate sobre temas contemporáneos y atemporales. Las revistas literarias son piezas vitales en el ecosistema de la literatura nacional e internacional. Son lugares de refugio, alejados del apresuramiento habitual imperante en nuestra época. Celebran la diversidad mientras crean conexiones, constelaciones y sobre todo complicidad entre ellas. Comienzan por detectar antes que nadie un clima en la conversación de las letras, y terminan por proponer y defender un criterio estético y moral. Como es el caso de esta directora de Granta en español, que colabora con Cuadernos Hispanoamericanos para establecer un diálogo contra la volatilidad de unos tiempos de revelaciones.


ÓSCAR ESQUIVIAS

Querido Ginés: Espero que estés muy bien, tan quimérico y activo como siempre. Yo, esta misma mañana, he participado en un congreso académico dedicado al mar. Me he acordado (pero no lo he contado en público) de cómo, cuando mis padres tenían algún día libre en verano y decidían ir a Santander o a Laredo a pasarlo en la playa, antes de montarse en el coche, compraban el Diario de Burgos y alguna revista (y también un tebeo para mí, lo que me hacía muy feliz). Se ve que para viajar necesitábamos bibliografía, pero lo cierto es que era un placer enorme pasar las horas leyendo frente al mar.

Mi madre tenía predilección por una revista llamada Pronto, quizá porque era barata (el Hola lo leía en la peluquería). Y en Pronto había una sección que me fascinaba. Se titulaba «Qué hubiera sido de mi vida si…» y en ella eran los propios lectores los que contaban alguna experiencia propia, una encrucijada vital determinante que les marcó la existencia, y fantaseaban sobre los resultados de haber tomado otro camino.

Yo era un niño con mucha imaginación y siempre estaba tentado de mandar una historia (por supuesto, falsa) a esta sección de Pronto, fingiéndome adulto. Nunca lo hice, pero discurría continuamente posibles argumentos, así que se puede decir que la prensa rosa alentó mi vocación literaria en la infancia, como si fuera un niño escapado de una novela de Manuel Puig.

Este es mi primer recuerdo sobre publicaciones periódicas, ¿qué te parece? Luego, ya de jovencito, conocí las revistas literarias burgalesas. Había una, El lucernario, en la que soñaba publicar, pero sus responsables nunca aceptaron mis textos (esto no es un reproche: por lo que recuerdo, los que les mandé eran recuelos de Kafka y Vicente Huidobro; porque, aquel niño que leía Mortadelo y Pronto, pasó a ser un universitario que mezclaba El castillo y Altazor y escribía de corrido, sin puntos, comas, ni tildes, en algo que no se sabía si era prosa o verso). Con todo, la existencia de esta y otras revistas literarias en Burgos (y de los grupos de escritores que se congregaban en torno a ellas y organizaban tertulias y recitales poéticos) fue determinante para mí. En aquellos años universitarios participé en la fundación y dirección de varias revistas y desde hace año y medio, el fotógrafo Asís G. Ayerbe y yo editamos en Madrid Mirlo, la revista más bonita y simpática del mundo (o, por lo menos, de España, por ser modesto).

Fundar una revista se parece a fundar una ciudad: uno crea un ágora, allí se reúne gente, se crean relaciones y se levantan edificios de letras e imágenes, con una estética reconocible, porque cada revista acaba teniendo una identidad propia. Participar en una revista le puede cambiar la vida a un escritor, sobre todo si es joven y está en los comienzos de su vocación (se me ocurre que, si Pronto sigue existiendo, podría escribirles hoy un testimonio titulado: «Qué hubiera sido de mi vida si… no hubiera publicado de joven en revistas literarias»).

Un abrazo muy fuerte (ahora mismo escucho por la ventana el canto de un mirlo: parece un tenor italiano en plena aria di bravura). Otro abrazo más, Óscar

Madrid, 9 de mayo de 2024

GINÉS CUTILLAS

Querido Óscar:

Mientras escuchas el mirlo con ínfulas operísticas, yo escucho un martillo hidráulico, ¿cómo es posible estando en la misma ciudad? Nombras el mar, nombras Laredo y regreso a unos días maravillosos en los que cruzaba en barca a Santoña para comer anchoas y queso.

Gastronomía aparte, me hablas de publicaciones periódicas. A medida que te leo, me saltan a la memoria revistas y libros de colecciones que perseguía con ahínco hasta completarlas. Pero empecemos por esa revista Pronto que comentas. Supongo que en tu casa entraba por tu madre, como en la mía. He de confesar que poco me interesaba lo que allí se decía, a excepción de la sección de consejos sentimentales. Como crío que era, me fascinaba ver a los adultos complicarse la vida. Siempre pensé, nunca lo supe a ciencia cierta, que muchas de aquellas historias eran inventadas por una sola persona encargada de sacar adelante aquella página porque comencé a detectar en las preguntas ciertos patrones que se repetían. Desde entonces no he dejado de confundir realidad y ficción.

El otro semanario que entraba en casa, y que sí que devoraba de principio a fin, era El Caso. Yo, que por aquel entonces estaba leyendo a Poe con sus muertos emparedados, veía en este periódico reminiscencias góticas de los frustrados escritores, que, sospechaba, eran aquellos periodistas. Recuerdo en especial el caso del mesón del lobo feroz, por el que un exlegionario regente de una bodega en Madrid emparedaba prostitutas en el sótano de su establecimiento. Cosas de la vida, viví años después en la calle Luciente, justo enfrente de donde habían ocurrido los hechos.

Hablas de tus padres comprando el diario y a ti un cómic con ánimo de crear un futuro lector. Para mí esta figura fue un tío que se llamaba igual que yo, Ginés. Siempre que me llevaba con él a comer, me soltaba antes en una librería de Ruzafa, en Valencia, y me decía que hasta que no eligiera un libro, no salía de ahí. Pronto aprendí, para no hacerle perder el tiempo a él ni al paciente librero que alguna vez nos aguantó la persiana, a seguir colecciones, muchas de ellas de Bruguera, como las novelas de Julio Verne. Recuerdo otra, Hombres Famosos, de la editorial Toray, que eran biografías de personajes ilustres de la historia. Desde Hernán Cortes hasta Edison pasando por Marco Polo. Ninguna mujer. Ambas colecciones tenían en común que se podían leer como novela y como cómic. Yo, por supuesto, siempre me iba por la segunda opción. Lo que no soportaba, y sigo sin soportarlo, eran aquellas otras publicaciones más adolescentes como Cimoc, Totem, Cairo, 1984 o El Víbora, donde las historias iban por entregas y te dejaban con la miel en los labios por un mes. O, ya que has nombrado al maestro Ibáñez, esa otra publicación que duró cuatro años, Guai!, para la que creó los personajes Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo, y que me provocó un trauma de infancia por no haber conseguido acabar una historia de Percevan, un personaje de la escuela franco-belga.

Quedan muchas cosas pendientes a las que me gustaría responderte.

Abrazo de oso gigante —el abrazo, no el oso—,

Ginés

ÓSCAR ESQUIVIAS

Querido y osado Ginés: Te contesto a vuelta de correo, como hacían los enamorados decimonónicos. Sí, sí, me fascinaban los consultorios sentimentales, al igual que los anuncios por palabras del periódico, muchos de los cuales eran verdaderos microrrelatos: «Se vende bonita verja de hierro para camposanto»; «Perro perdido, “Boly”. Necesita medicación diaria, está enfermo»; «SEÑOR 74 años. En plenas facultades. Busca señora». La casa de la literatura tiene muchos accesos, y sin duda este es uno de sus portillos más transitados: el primer libro de José-Miguel Ullán, de hecho, está compuesto por noticias sacadas de los periódicos, que él convirtió en versos.

Las revistas son adictivas porque tienen algo de cita. Se parecen a quedar periódicamente con un amante (o con un amor que vive en otra ciudad), casi en secreto (es raro que la prensa cultural reseñe la aparición del nuevo número de una revista, ¡qué tiempos cuando sí lo hacía!). Ser lector asiduo de una revista (o un periódico) te define como persona y, según el momento, puede ser peligroso: durante la Guerra Civil estar suscrito a ciertas publicaciones bastaba para fusilar a alguien.

De jovencito, las revistas literarias locales me dieron la posibilidad de publicar mis primeros textos y, por tanto, de tener lectores ajenos a mi círculo de amistades (y esta debería ser una de las principales funciones de las revistas: ser semillero de vocaciones, dar voz a los jóvenes y sus inquietudes). Una revista ofrece la posibilidad de conocer almas afines, de compartir un proyecto vital, una estética, una forma de mirar el mundo, y también de contrastar tus ideas e intuiciones con las de otros autores. Las revistas tienen algo de empeño colectivo, de ilusión compartida. En mi caso, el dirigir o codirigir aquellas primeras revistas también afiló mi criterio como lector. No se juzga de igual manera un texto si se lee por simple deporte (como diría Ortega) a si se hace como editor, esto es, si está en tu mano decidir si se publica o no. Esa mirada responsable (por denominarla de alguna manera) es muy importante: una revista no puede (no debe) ser un centón inconexo y desnortado de palabras e imágenes en el que quepa todo. Participar de joven en la confección de revistas creo que me hizo mejor escritor y mejor lector, además de cambiar mi forma de entender la literatura. Hasta que no me trasladé a vivir a Madrid no conocí y frecuenté de verdad las grandes revistas culturales españolas. Litoral, Sibila y Scherzo fueron mis primeros amores (y todavía perduran). Recuerdo el efecto que me hacía entrar en la Casa del Libro de la Gran Vía y encontrar aquel enorme revistero, ubérrimo, que rebosaba revistas como pámpanos rubenianos, y que tanto echo de menos. Ahora casi todas las librerías se han deforestado de revistas. ¡Con lo que me gusta tocarlas, hojearlas (¡hasta olerlas!) antes de comprarlas! Porque, por supuesto, prefiero las ediciones en papel.

También prefiero recibir cartas en el buzón a correos electrónicos, y ya espero la tuya. Ojalá que el martillo neumático de tu calle esté calladito (hoy, aquí, el mirlo todavía no ha venido a cantar, quizá esté ocupado o tenga una cita…). Recuerdo que, ya de niño, me sorprendía el volumen con el que cantan los pájaros en Madrid, ¡hasta los gorrioncillos chillan como descosidos! Supongo que lo hacen para sobreponer su canto al estruendo de la ciudad. Pienso ahora que nuestras revistas se parecen a esos trinos en mitad del ruido, a veces insoportable, del mundo. Bueno, todo ese párrafo (aunque no lo parezca) era una despedida. Aquí pongo el punto final (tras un fortísimo abrazo), Óscar

GINÉS CUTILLAS

Madrid, 10 de mayo de 2024

Querido Óscar:

Me siento Valmont en Las amistades peligrosas. Ojalá estas epístolas degeneren en tales.

Has tocado un punto sensible. Como microrrelatista que soy, me fascinan los anuncios por palabras porque has de elegir las exactas para hacer atractivo el producto que pretendes vender. Eso me da pie a recordar otra revista mítica de nuestra época universitaria, El Jueves, la única que sobrevivió a todas las del boom del cómic adulto en España, donde leí un anunció que aún recuerdo a día de hoy: «Se vende bote de fabada o se cambia por abrelatas» de un supuesto vendedor que jamás probaría aquellas alubias.

Otras publicaciones periódicas que no vivimos porque no nos tocaban por edad —menos mal, porque habríamos plegado ya la servilleta— fueron aquellas del siglo XX que hicieron emerger el género de la nouvelle en España, tales como El cuento semanal (1907-1912), La novela del sábado (1953-1955) o La novela popular (1965-1967), que sirvieron, primero, para dar a conocer un elenco de autores que conforman la literatura en español actual, segundo, para, como bien dices en tu última carta, como punto de encuentro de almas afines. He querido recordar este tipo de revistas porque eran necesarias en su época. Actualmente, a través de Internet, la gente con los mismos intereses, hasta los más raros que no mencionaré aquí, se encuentran con facilidad e instantaneidad. Y he ahí el tema que en algún momento tenía que salir y que ya has enarbolado. ¿Son necesarias entonces las revistas en papel? Pues sí. Porque la literatura es papel, la literatura es tocar, oler, pasar adelante, atrás, marcar páginas, subrayar, arrancar, colgar en la pared, como altares improvisados a maestros y maestras vivos y muertos… La literatura, como la música, no son bits viajando por la red, tienen que posarse sobre un soporte físico que puedas tocar, que puedas hacer tuyo. Mis libros, a base de subrayarlos, son objetos únicos. Qué te voy a contar que no sepas… Por eso, cuatro amigos llevamos los últimos once años, de los cuarenta y cuatro de Quimera, defendiendo esa manera de hacer literatura, dando voz a quienes no la tienen, poniendo el foco en autores y obras mal olvidadas. Pero tampoco somos santos. ¿Qué sacamos a cambio? Sentarnos con los grandes en conversaciones lentas de viejos amigos que se acaban de conocer. Aprender, al fin y al cabo, porque en literatura aprendemos los unos de los otros, como ahora mismo ocurre con este intercambio de misivas. Me apena ver cómo las revistas desaparecen de los anaqueles de las librerías y sólo permanecen aquellas que remitíamos al principio, Prontos, Lecturas y demás aquelarres que no aguantan el paso del tiempo, todo lo contrario de lo que es la buena literatura, aquella que nace con la idea de ser universal y atemporal y que adquiere nuevos prismas de lectura acorde al tiempo en que te enfrentes a ella.

Ya que lo mencionas, es verdad que en Madrid los pájaros se hacen escuchar por encima del tráfico, una bonita analogía de esos nuevos autores y autoras que gritan desde nuestras revistas en papel para hacerse oír.

Abrazo gigante de oso —ahora creo que está mejor formulada la frase—,

Ginés

ÓSCAR ESQUIVIAS

Grizzly Ginés, amigo: ¡Es verdad, El Jueves! Yo la leí también mucho (tuve gran vocación de dibujante). De los periódicos y las revistas siempre me interesaban más las viñetas de Chumy Chúmez (mi favorito), Forges o Mingote que los editoriales o artículos de fondo. Las revistas servían (sirven) para afianzar vocaciones, encontrar personas afines, profundizar en intereses concretos, a veces inconfesables (yo escondía las revistas pornográficas en la carpeta de un LP de la Sinfonía de la Reforma, ¡qué habrían pensado Lutero y Mendelssohn!). Como bien dices, muchas de estas funciones ahora las suple (y, a menudo, con ventaja) internet. Pero en el caso de la literatura y del arte, una revista en papel (si está bien hecha, con criterio y gusto), creo que aporta belleza al mundo y ayuda a la lectura, la contemplación y la memoria.

Además, como de jovencito compraba casi todos mis libros en el rastro, me gusta mucho que las ediciones impresas se conviertan en pecios y lleguen a otras manos en el mercado de segunda mano. Durante mi adolescencia, mi biblioteca se nutrió de ejemplares descabalados de Historia 16, de Revista de Occidente, de los suplementos de FMR, la publicación de arte de Franco María Ricci, mi mayor tesoro, que no sé cómo llegaban con tanta abundancia a España (o, por lo menos, a los tenderetes del rastro burgalés).

Ay, Ginés, creo que, pese a estar tantas veces involucrado en la publicación de revistas, nunca había pensado tanto en ellas como ahora que nos cruzamos estas cartas, ni era consciente de cuánto las debo. Las revistas literarias, en concreto, tienen también algo que las hace muy simpáticas: se nutren de todo lo que la gran industria editorial generalmente rechaza o desatiende. Me refiero a los cuentos, los microrrelatos, los poemas sueltos, los aforismos, los textos breves e híbridos, la poesía visual, todo lo pequeño y, a veces, inconexo, que no llega a conformar un poemario, un ciclo de cuentos, un ensayo, mucho menos una novela (reina y señora de las librerías). Un libro es (en principio) algo único, cerrado, extraordinario, casi siempre fruto de un esfuerzo individual. Una revista, sin embargo, es una obra en marcha, colectiva, que camina hacia el futuro.

Así que las revistas que más me gustan tienen algo acogedor, de recreo, de patio de colegio lleno de jolgorio y felicidad; por eso las amo y disfruto tanto con ellas. Cuando Asís G. Ayerbe y yo fundamos Mirlo pensábamos en estas cosas. Yo tengo muy presentes unas palabras de John Cage que te cito de memoria (espero no traicionarle demasiado): «Un verdadero artista no tiene que perder el tiempo atacando a otros; lo que debe hacer, si se siente crítico, es responder con su obra, dar una respuesta creativa». Así que Mirlo es nuestra respuesta creativa. Me gusta pensar que cada uno de sus números es un juego nuevo que nos inventamos, con reglas diferentes, y que, vistos en conjunto, conforman una especie de olimpiada de la fotografía y la literatura, con todos sus deportes representados.

Esta tarde voy a escuchar a la Orquesta Nacional (sería gracioso que tocaran la Sinfonía de la Reforma justo hoy). Un fuerte abrazo de tu irreformable amigo, Óscar

GINÉS CUTILLAS

Madrid, 12 de mayo de 2024

Querido Óscar:

Nuestra correspondencia llega a su fin y la verdad que me apena. Fíjate que esta excusa, la de encontrarnos en estas páginas sin habernos conocido antes en persona, ha sido una oportunidad única para hablar de un tema en concreto que veo que nos apasiona. Las revistas, cada una en su temática, son espacios de encuentro de ideas recién germinadas que sirven para agitar conciencias y regalar semillas a otros que las plantarán en obras mayores.

Mencionas las revistas pornográficas y me acuerdo de aquella, vamos a llamarla erótica, que era Interviú, nacida en la Transición, la primera en enseñar señoras desnudas en portada. Mi tío la compraba con la excusa de que tenía buenos artículos políticos —¿por qué no compraba entonces aquellas otras con más letras y menos fotos como eran Cambio 16, Tiempo, Tribuna, Época, El Viejo Topo o las de contracultura como Ajoblanco, Star, Ozono o Nueva Lente?—. Creo que cada revista tiene su utilidad por un tiempo, para abrir espacios de libertad y de debate necesarios al tiempo que transitan. Interviú fue tapando poco a poco los atributos físicos femeninos, porque entendieron que a la primera eclosión de libertad que siguió a la muerte del dictador, el erotismo bien entendido, como la buena literatura, no debe enseñarlo todo, sólo lo necesario para dejar espacio a la imaginación del lector. Por fortuna, revistas como aquella ya no son necesarias y el propio mercado dejó de demandarlas. También por fortuna, el mercado mantiene vivas, por necesarias, a revistas como Quimera, único indicador que me da esperanzas en esta especie a la que pertenecemos y no ceder todavía el testigo a la siguiente que, sin duda, lo hará mejor.

Mencionas a Chumy Chúmez, Forges y Mingote al recordar El Jueves, y viajo contigo a todas aquellas revistas de humor gráfico que la precedieron, El Papus, Hermano Lobo y Por Favor, todas herederas de la incomparable La Codorniz. Lástima no haber vivido aquella época de locura editorial en papel que hizo de España un país más librepensador.

Revistas como la tuya, querido mirlo, son necesarias ahora. También esta en la que nos damos cita, Cuadernos Hispanoamericanos, y otras junto a las que establecemos una hermandad de resistencia como Litoral, La maleta de Port Bou o Clarín. Hay más, claro, algunas vigentes, otras ya extintas, algunas en papel, otras digitales, unas mensuales, otras ni se sabe, como Granta, Paralelo Sur, Kokoro, Revista de Letras… Todas forman un entramado de bellos locos y viejas quimeras que aún creen en la literatura como camino para mejorar al mono que somos. Y ya que tú acabas con música y yo con hermanamientos, y aprovechando que hace apenas cinco días se cumplió el doscientos aniversario del estreno en Viena de la Novena sinfonía de Beethoven, desearte de corazón que forme parte del repertorio de hoy.

Oso abraza a gigante —ahora sí, por fin, las palabras en el orden correcto—,

Ginés


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) es director de la revista Quimera y profesor de la Escuela de Escritores. Autor de los libros de relatos La biblioteca de la vida (2007) y Los sempiternos (2015); de las novelas La sociedad del duelo (2013), El diablo tras el jardín (2021) y La vida en falso (2022); de las obras de no ficción Mil rusos muertos (2019) y Valencia, geografía de una ciudad (2023); de los libros de microrrelatos Un koala en el armario (2010 y 2021) y Vosotros, los muertos (2016) y de los ensayos Lo bueno, si breve, etc. (2016) y El ensayo-ficción: una nueva forma narrativa (2024). Su obra ha aparecido en varias antologías. Colabora en diversas revistas literarias y medios radiofónicos.

Óscar Esquivias  (Burgos, 1972) es el codirector, junto a Asís G. Ayerbe, de la revista Mirlo, dedicada a proyectos que aúnan fotografía y literatura, fundada por ambos en diciembre de 2022. Antes, participó en la fundación y dirección de El mono de la tinta (1994-1998) y Calamar, revista de creación (1999-2002). Como autor, ha publicado poemas, cuentos, reseñas y artículos en Luzdegás, Entelequia, Fábula, Quimera, Rey Lagarto, Renacimiento, El Extramundi y los Papeles de Iria Flavia, Eñe, El Cuaderno, Versión Original, Librújula, Luvina, Zenda o Archiletras, entre otras. También ha publicado novelas y libros de cuentos.

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