Coordinado por Valerie Miles

Fotografía de Nina Subin y cedidas por la autores

VALERIE MILES

La arquitectura es música congelada dice Schopenhauer, y un paisaje acústico es un soundscape, escribe Sloterdijk. Un espacio y un sonido también presentes, a las 4 de la madrugada, en la imaginación de un poeta en duermevela. Voces. La música en el ruido mundanal. Si logramos despreciar la poesía con precisión, ¿alcanzaremos algo genuino? Esa es la pregunta que formulan estos poetas y traductores a partir de la obra de Marianne Moore y Elizabeth Bishop. ¿Es posible llegar más allá del gusto propio, podemos desprendernos de algún modo de la dicotomía del me gusta/no me gusta mediante el análisis? Entonces, la música contra la música: la muerte contra la muerte. El deseo y el desprecio perfectos.


MARIANO PEYROU

Madrid

Querida Tedi: Aquí nos prometieron unos días lluviosos y hoy amaneció soleado, así que muy contento. No tanto por el sol, por supuesto, como por las expectativas incumplidas.

Te escribo a instancias de Valerie Miles para que intercambiemos algunas ideas sobre la traducción, y se me ocurre que cierto gusto por las expectativas incumplidas es necesario para poder traducir poesía: no se va a poder lograr lo que se desea, pero aparecerá otra cosa, y a veces esa otra cosa, en diálogo fantasmal con lo que se deseaba, puede aportarnos algo.

En fin, voy con una propuesta para que la aceptes, la modifiques o la rechaces. Como creo que tanto en la poesía como en la traducción lo importante es lo particular y que al hablar en abstracto no se dice casi nada, se me ocurrió que una buena manera de intercambiar algunas ideas sería comentar la traducción de un poema concreto. Resulta que hace un par de meses, para pasar el rato, me puse a traducir «One Art», de Elizabeth Bishop. Es un poema al mismo tiempo sencillo e intraducible, o más intraducible que otros, en mi opinión. Podemos jugar con eso de diversas maneras: lo traduces tú por tu lado y luego comentamos las dos versiones; te envío mi traducción y las dudas que tengo y me haces una crítica; o lo dejamos en el cajón y jugamos a otra cosa, quizá a traducir otro poema juntos desde el principio, o a lo que se te ocurra a ti. ¿Qué te parece?

Un abrazo grande, Mariano.

TEDI LÓPEZ MILLS

Ciudad de México

Querido Mariano: No es un día fácil. En la casa a un lado del edificio donde vivo están trabajando diez albañiles con música a todo volumen. Gritan, martillean, taladran, raspan, pero lo único verdaderamente insoportable es la música. Mi pequeño patio colinda con el jardín de la casa. Podría cerrar la puerta, pero la libertad de mis dos gatos –van y vienen: afuera, adentro, luego a la inversa– me lo impide.

Reconozco que la cadena de necedades incluye la mía propia. Sin embargo, porque es mía voy a insistir en defenderla. (Acabo de asomarme por la reja divisoria –cubierta de yedra– para pedirle a uno de los albañiles que le baje un poco al volumen. Claro que sí, me dijo con una sonrisa. A ver cuánto dura la buena voluntad.)

Paso a tu propuesta. Debo confesar que no estoy de acuerdo con una de las premisas del poema «One Art» de Elizabeth Bishop, de que perder –cualquier cosa– no es un desastre. Creo que sí lo es, aunque sea sólo momentáneamente y varíen las dimensiones. Yo preguntaría, además: ¿qué vino antes: la rima «master-disaster» o la idea? También debo confesar que ese poema de Bishop –de quien soy una admiradora casi incondicional– no está entre mis preferidos, precisamente porque sospecho que se sacrificó el sentido por la forma. Suena pedante, pretensioso, pero valdría la pena discutirlo.

Te hago entonces una contrapropuesta. Que traduzcas tú el poema y yo intervenga, de modo arbitrario, como juez y parte; que sea un juego en el que se admita todo, incluso otros poemas de la propia Bishop y de autores diversos; que pueda haber paráfrasis en lugar de traducción, y que ambos, tú y yo, juguemos con las reglas y hasta las cambiemos sobre la marcha. A fin de cuentas, son nuestras. Ya me dirás qué opinas.

Abrazo, Tedi

MARIANO PEYROU

Supongo que los trabajadores descansarán el domingo, o se cansarán en otras actividades, y que hoy estarás más tranquila. Concuerdo con tu sentencia «lo único verdaderamente insoportable es la música» y voy a empezar a usarla en mis clases (de música). En serio, siempre he pensado que el gran fallo de la música es que es demasiado invasiva: podemos cerrar un libro o cerrar los ojos, pero no podemos cerrar los oídos.

Hace un par de días estaba dando un paseo, escuchando unas canciones que hablaban de la propia muerte y lo que pasará después -unos testamentos, en realidad- y me puse a pensar en que las canciones, los poemas, el arte en general, son cosas que oponemos a la muerte, y en que lo que más me gusta de la poesía es que trabaja con elementos aparentemente muy simples: palabritas. Para organizar un concierto hace falta un esfuerzo concertado, para rodar una película hace falta un equipo de personas con infinitos conocimientos técnicos, todo esto requiere un gran aparataje; en cambio, un poema se dice con la voz, se escribe con un lápiz y un papel. Hay algo delicado ahí, discreto, y lo oponemos a la muerte con una fe que me parece conmovedora, y se me ocurrió durante el paseo que esto era como enfrentarse a Darth Vader armado con una cuchara.

A mí tampoco me vuelve loco este poema de Bishop, quizá porque «lo único verdaderamente insoportable es la música». No me encanta el poema, pero me encanta leerlo, por decirlo así, y me pareció muy interesante traducirlo. Creo que lo que dices de sacrificar el sentido por la forma es exactamente así, aunque añadiría que al sacrificar el sentido por la forma surge un sentido nuevo que es más fuerte que el sentido original. Quiero decir que si Bishop se limitara a lamentarse, el poema, creo, impactaría menos. No impacta en un lugar muy hondo, de acuerdo, pero sí en un lugar juguetón, y me parece que la «frivolidad» que suponen las rimas y las regularidades métricas contribuye a crear ese sentido nuevo, que incluye el deseo de lamentarse y la contención o la represión de ese deseo: la mirada irónica, desde fuera. Por eso me pareció imprescindible mantener rima y regularidades métricas en la traducción.

Bueno, aquí te lo envío. Juguemos.

UN ARTE

El arte de perder se aprende fácilmente;

muchas cosas parecen sentir un gran deseo

de perderse, y se pierden y no es un cataclismo.

Pierde algo cada día. No sufras un bloqueo

si has perdido las llaves o el tiempo: da lo mismo.

El arte de perder se aprende fácilmente.

Practica, pierde más cosas más velozmente:

sitios, nombres, lugares de ocio y de recreo

donde pensabas ir. No es ningún cataclismo.

Yo he perdido el reloj de mi madre y ahora veo

que perderé las casas que amé hasta el paroxismo.

El arte de perder se aprende fácilmente.

Perdí ya dos ciudades donde ya no paseo,

mis terrenos, dos ríos y todo un continente.

Y los extraño, pero no es ningún cataclismo.

Y aunque te perdí a ti (y perdí el coqueteo,

tu voz, todos tus gestos), no miento. Es un truismo

que el arte de perder se aprende fácilmente,

aunque parezca (¡dilo!) un cataclismo.

¡A ver qué te parece! Hay algunas cosas que no me acaban de gustar, ya comentaremos.

Espero que tengas un día felizmente silencioso. Un abrazo, Mariano

TEDI LÓPEZ MILLS

Los albañiles descansan hoy, pero ayer el trabajo se combinó con el festejo. El ruido y la música se mezclaron con los gritos de los niños –sus hijos, supongo– que corrían por el jardín aventando pelotas o piedras. Decidí fingir que el mundo suena así todo el tiempo y que incluso un minuto de silencio sería ominoso. Fue útil la exageración durante el desayuno, mientras leía el periódico. Luego puse mi propia música a todo volumen y bailé con mi reflejo en la ventana.

Es cierto lo que señalas acerca de la poesía y lo que llamas «palabritas»: la relación parece simple y la comunicación, garantizada. No hay aparatos, parafernalia; sólo hojas de papel, una pluma, un lapicero o la pantalla, el teclado, algo que decir, pero tampoco es fundamental, quizás el hallazgo de una rima desconcertante o la semejanza súbita entre dos cosas absolutamente contrarias. Abundan los ejemplos y muchos de ellos son poemas. Nada más pero también nada menos.

Marianne Moore, maestra y amiga de Bishop, escribe en «Poetry»:

I, too, dislike it […]

Reading it, however, with a perfect contempt for it, one

discovers in

it, after all, a place for the genuine.

(A mí también me disgusta […].

Al leerla, sin embargo, con un desprecio perfecto, uno

descubre que,

a fin de cuentas, contiene espacio para lo genuino.)

Una declaración concreta termina en una conclusión abstracta y condescendiente: ¿qué es genuino? La música dentro del ruido. Moore no explica por qué le disgusta la poesía –imagino muchas razones– pero nos asegura que si logramos despreciarla con precisión encontraremos una forma de verdad. ¿Será?

Tu traducción es excelente. Siempre hay riesgo en mantener las rimas: el amor se convierte en paroxismo con tal de rimar con cataclismo que no es lo mismo. Creo que al perderlas se inventa también un arte sin desastre. Pero si seguimos por ese camino quién sabe a qué grado de incoherencia lleguemos (o llegue yo).

Seguiré comentando tu traducción en mi próxima carta (ahora me toca ver un episodio muy reconfortante de Curb Your Enthusiasm). Abrazo, Tedi

PD: Acerca de la muerte –oponerse a ella– no me atrevo a formular conjeturas: soy muy supersticiosa.

MARIANO PEYROU

Entiendo muy bien tu relación con esos albañiles, porque a mí también me perturba mucho el ruido, y me parece que oponer a eso la propia música es una buena solución, cuando es posible y conveniente. Es como lo de oponer poemas o ternura o deseo a la muerte, en realidad, lo cual me lleva pensar que en los poemas y en la ternura y en el deseo hay algo de muerte también (música contra la música, muerte contra la muerte).

En relación con «me gusta / no me gusta», eso que aparece tanto todo el tiempo (el otro día, por ejemplo, no me gustó una película, pero me gustó verla), tengo ganas de contarte que desde hace un tiempo pienso que habría que dejar de darle tanto espacio a ese que manifiesta su gusto. O sea, tratar de ir más allá del gusto propio, no identificarnos con él, tratarlo con «un desprecio perfecto» y considerarlo una etapa, el resultado arbitrario de una interacción contingente con el mundo, y no, como solemos hacer, la destilación de nuestra esencia: relacionarnos siempre con nuestro gusto como nos relacionamos con lo que era nuestro gusto a los once o catorce años, con cariño, pero también con cierta condescendencia y, desde luego, sin ningún orgullo. Creo que para leer o para vivir esto sería muy bueno, pero sería especialmente valioso para escribir, para explorar lugares de escritura distintos, que es una forma de aspirar a ser más libres.

Quizá por eso me apeteciera traducir un poema como este, con rimas y constricciones que son tan ajenas a mi manera de escribir.

TEDI LÓPEZ MILLS

6 de abril

Son las seis de la mañana. No hay ruido de albañiles. Estoy despierta hace más de una hora: inútilmente.

No sabría cómo eliminar el «me gusta/no me gusta» de mi sistema de reacciones o funciones.

Quizá más tarde, con luz natural, me cueste menos trabajo pensar.

7 de abril

Fue imposible seguir con la carta ayer. Las interrupciones no vinieron de afuera sino de adentro: cansancio y una extraña inercia que me llevaron a abstenerme de casi toda actividad que no fuera obligatoria o al menos obsesiva; por ejemplo, gracias a un amigo, me enteré de que el nuevo escándalo en la ciudad de México o, más precisamente, en mi barrio, es que en algunas zonas el agua de la llave (la dizque potable) tiene un fuerte olor a gasolina. Varias veces llené vasos de agua y, con intervalos de diez o quince minutos, olí el «vital líquido» en busca de algún aroma sospechoso. Por fortuna, hasta ahora no he descubierto nada raro: el agua huele a agua. Espero que continúe así.

Hay una idea que «me gusta mucho» del poema de Bishop: las cosas están colmadas de la intención de perderse: por lo tanto, perderlas no es un desastre. Pero ¿en qué momento descubre uno esa intención? Empezaré a observar las cosas con más cuidado.

Mencionas la ternura y el deseo. También se pierden los sentimientos, se extinguen. Habrá que encontrar alguna fórmula para que eso no duela demasiado. Sería ideal, supongo, considerar el gusto o el disgusto como algo pasajero y no parte esencial de nuestra persona. Aunque tal vez mantener esa ecuanimidad nos impediría elegir y peor aún –o mejor– cancelaría la pasión. ¿Cómo sería el amor, por ejemplo, sin la antesala del gusto? Aquí le paro, pues me estoy poniendo melodramática.

8 de abril

Hoy habrá un eclipse solar que se percibirá parcialmente en la ciudad de México a partir de las 11.30: en 14 minutos. No compré los lentes especiales para ver eclipses. Parece que una simple coladera colocada en el camino del sol sirve para observar las fases del oscurecimiento. Ya no te dije: de la casa de al lado, la de los albañiles, queda sólo el cascarón. Abrazos, Tedi

MARIANO PEYROU

Venecia

¡El ruido también molesta cuando no está! Yo hoy también madrugué más de lo que hubiera querido. Últimamente vengo todos los años a Venecia, a dar unas clases en la universidad o cosas así, y he desarrollado una relación muy emocionante con la ciudad. Es como si lo disperso se concentrara y se reuniese y yo fuera, durante unos días, más yo. No lo puedo explicar mejor, y creo que no hace ninguna falta. ¿No te pasa a ti también que, en algunos lugares, seguramente por cómo se han ido asentando en tu memoria, eres más tú?

Ese deseo de perderse que Bishop atribuye a las cosas es parte del juego de «me gusta / no me gusta», ¿no? O sea, ella se borra, no asume la responsabilidad que el mundo nos asigna: hay que cuidar las cosas. No, dice, las cosas parecen querer perderse. Evitar que se pierdan no sería cuidarlas. Es todo irónico, claro, pero no sabemos cuánto. 

Lo que yo pensaba sobre este tema es eso que dices al final de tu carta. No se trata de cancelar el gusto, sino de tratar de considerarlo siempre provisional, de darle un lugar distinto del que suele tener, un lugar similar al que le damos a los gustos del pasado. O, dicho de otro modo, en vez de reaccionar inmediatamente desde el gusto «propio», esperar un poco a ver qué pasa; no reaccionar en función de «me gusta / no me gusta», sino en función de «¿qué me hace?». A mí me parece que así no se cancela la pasión, sino las falsas pasiones, y que el amor, sin ese uso del gusto -no sin el gusto- sería mucho mejor. Más real. Un lugar en el que uno se encuentra consigo mismo, una Venecia. O algo que está más allá del gusto, que nos conmueve de un modo mucho más fuerte.

Espero que te fuera muy bien con el eclipse y que no estés bebiendo mucha gasolina. Ya me levanto y me voy a la ducha y luego a los canales, donde seguro que me acordaré de tu frase «el agua huele a agua».

TEDI LÓPEZ MILLS

¡Estás en Venecia! Frente a eso cualquier teoría o matiz del gusto se suspende. Por mi parte, me declaro envidiosa en el mejor sentido de la palabra (si es que a la envidia se le puede atribuir algún rasgo positivo).

Propones que en vez de reaccionar con un veloz «me gusta/no me gusta» nos detengamos a ver qué ocurre: seguramente una experiencia que, de todas maneras, acabaremos calificando, gozando, resintiendo, olvidando. Sea como sea, voy a suponer que a ti te funciona esa relación con el gusto; ese autodominio. A mí, por desgracia, siempre me gana la prisa.

Donde soy menos yo es en mi casa. Y me resulta muy cómoda esa pérdida de identidad. Sin embargo, cuando ocurre en otros sitios –como en los dos viajes cortos, muy intensos, que he hecho este año– lo que resulta no es un vacío, sino una invasión de contenidos que no me corresponden, pero quieren pertenecerme a fuerzas. Suena muy abstracto, lo sé. Aún no toca contar la historia de esas excursiones porque sigue en pleno desarrollo, aunque yo ya esté de regreso, aquí en mi estudio. (Iba a escribir «es como si», pero no doy con la analogía. La más exacta sería: «es como si nada fuera todo y no hubiera entonces lugar para nadie»: ¡vaya frase absurda!)

El poema «The Map» está entre mis preferidos de Bishop. No me he atrevido a traducirlo. «Mapped waters are more quiet than the land is» quedaría en que las aguas en un mapa son más calladas que la tierra y –para seguir– le prestan a la tierra la conformación de sus propias olas. En mi libro de Bishop (en ese poema) subrayé «una jaula limpia para peces invisibles». Es una forma del agua tan clara que borra lo que la llena: la vista bajo un vidrio pulido.

Hoy perdí mi tiempo esperando una llamada. Debo aprender a no anticiparme.

Te deseo una feliz estancia. Abrazo, Tedi.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Tedi López Mills Poeta y ensayista, nació en la Ciudad de México hace ya muchos años. Sus dos libros más recientes son Cascarón roto y No contiene armonías.

 

 

Mariano Peyrou Nació en Buenos Aires en 1971 y vive en Madrid desde 1976. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas Posibilidades en la sombra (Pre-Textos, 2019) y Diciembres iniciales (Pre-Textos, 2022); las novelas Los nombres de las cosas (Sexto Piso, 2019) y Lo de dentro fuera (Sexto Piso, 2021); y los ensayos Tensión y sentido. Una introducción a la poesía contemporánea (Taurus, 2020) y Oídos que no ven. Contra la idea de música intelectual (Taurus, 2022). Su último libro es Free Jazz. La música más negra del mundo (Anagrama, 2024).

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