Coordinado por Valerie Miles

Fotografías de Nina Subin y Bengt Carlsson

VALERIE MILES

Sabemos que hoy en día, la consolidación de la obra de un escritor a nivel internacional pasa por Nueva York. Para que esta obra cruce fronteras lingüísticas y culturales y encuentre un público lector, requiere de una comunidad de profesionales volcada hasta un nivel muy personal. Barbara, a través de la legendaria editorial New Directions que presides y tras haber editado más de una docena de sus obras, y Wendy, como editora de la prestigiosa revista literaria Threepenny Review, la primera en tratar con seriedad la obra de Javier Marías, fuisteis claves para este proceso de internacionalización. Incluso las dos habéis enfrentado, cada una a su manera y de forma ejemplar, los desafíos tanto económicos como humanos que representó, por ejemplo, la publicación de su monumental trilogía, Tu rostro mañana. Con prisa pero sin pausa, y martinis mediante, me gustaría explorar en este intercambio epistolar algunos de vuestros recuerdos del autor de Corazón tan blanco: Wendy, sobre la recepción crítica inicial de su obra; Barbara, lo que supuso para el equipo de New Directions descubrir y volcarse por entero a la obra de Javier durante tantos años.


BARBARA EPLER

Querida Wendy: He estado pensando mucho en Javier, y como siempre cuando alguien de pronto deja este mundo, me digo que ojalá le hubiese enviado algún libro delicioso, algo que le hubiera gustado (una primera edición de una obra de New Directions o una nueva pero rescatada. Creo que le habría gustado El Conde Luna de Alexander Lernet-Holenia).

Pero últimamente no le había enviado nada a Javier.

Supongo que nunca aprenderé a mantenerme al tanto de lo que le ocurre a todo el mundo; no me evitaré sufrir estas punzadas de remordimiento, aunque en este caso llegan demasiado tarde y son casi reconfortantes: se sienten como los remordimientos que pululan por tantos de sus libros…

No recuerdo exactamente cómo empezamos tú y yo a compartir nuestro interés en Javier, pero fue hace mucho tiempo. ¿Te acuerdas? Creo que le envié a Javier por fax (de qué otro modo podía haber sido) un artículo muy bello de Margaret Drabble sobre su obra y que publicaste en Threepenny Review: ¿es así o estoy alucinando? ¿O quizás era sobre el Reino de Redonda? ¿No terminó Margaret Drabble como duquesa de Redonda o algo parecido? ¿La nombraron caballero o condesa?

Acabé siendo recadera de Redonda. Uno de mis primeros encargos fue localizar a Ray Bradbury cuando obtuvo el Premio Reino de Redonda. Di con su agente para avisarle de que su autor había ganado algo de pasta y que lo habían nombrado duque (quedó clarísimo para ellos que yo era una chiflada). Por aquel entonces, hacia 1999 creo, Javier quería comunicar la noticia de Redonda publicando un anuncio que pregonara a su nuevo duque. Le sorprendió lo mucho que costaba sacar un anuncio en The New York Times y The New York Review of Books: de hecho, estaba horrorizado, lo cual de algún modo me resultó útil, teniendo en cuenta que ND puede permitirse muy pocos anuncios.

En cualquier caso, no accedí a la nobleza, aunque estuve al servicio de Su Majestad. ¿Ayudaste a Javier en su reino, Wendy?¿Eres duquesa? Recuérdame cómo conociste a Javier.

WENDY LESSER

Querida Barbara, efectivamente, conocí a Javier gracias al artículo de Margaret Drabble. Ocurrió así: conocí brevemente a Margaret Drabble cuando pronunció un discurso de homenaje en la Academia Americana de Artes y Letras, en Nueva York, en 1996 o 1997. Como soy una editora emprendedora (los pobres no podemos sobrevivir de otra manera, ¿verdad?), me acerqué justo después de la charla y le pregunté si podía publicarlo en The Threepenny Review. Creo que le arrebaté el borrador de las manos, pero puede ser que esté exagerando.

Quedó contenta con la edición del artículo, así que en cuanto tuvo listo un nuevo ensayo literario –que resultó ser uno sobre Javier, titulado «A Dandy Style» [Un estilo dandi]– me lo envió. Threepenny lo publicó en diciembre de 2000. Margaret había leído toda su obra, o buena parte de ella, cuando fue jurado del Premio Dublín/IMPAC el año que se lo concedieron a Javier. Así que redactó su sentencia favorable en ese ensayo.

Margaret estaba tan entusiasmada que empecé a leer los libros de Javier por gusto, antes de que se publicara el ensayo. Primero leí Todas las almas (creo que todo el mundo de habla inglesa empieza con este), luego Corazón tan blanco (que sigue siendo mi favorito) y después Mañana en la batalla piensa en mí. Me encantaron, pero, curiosamente no me pareció en absoluto el escritor que Margaret Drabble había retratado. Es decir, a ella le parecía muy español, casi machista, es decir, muy dandified, estilo pavo real macho, como da a entender su título. Mientras que a mí me parecía un escritor hondamente interesado en cómo los hombres y las mujeres se relacionan entre sí –desde ambos lados del pasillo– y se fijaba en las cosas con una minuciosidad que no relaciono con los hombres machistas.

Pero como su artículo era tan positivo, entendí que a Javier le gustaría igualmente, y le envié por correo el número de la revista por medio de su editor estadounidense, que eras tú. Tal vez abriste el sobre y le enviaste por fax ese único artículo. Pero sé que envié la revista entera, porque quería invitarlo a colaborar.

Debió de responder casi de inmediato, porque en otoño de 2001 –es decir, sólo nueve meses después de que apareciera el artículo de Drabble– ya habíamos publicado «Gualta», un relato traducido por Margaret Jull Costa. (Parece que hay muchas Margarets en esta historia: es responsabilidad de los británicos, me parece). Y al año siguiente empezamos a publicar sus escritos a menudo, siempre traducidos por MJC, sobre todo lo que escribía para El País. Hasta su muerte, publicamos sesenta y siete artículos en The Threepenny Review, más que ningún otro escritor en toda nuestra historia.

En cuanto a Redonda, yo también era una cortesana de poca monta. Si acaso. Desde luego que no era noble, pero me escribía de vez en cuando sobre el Reino y, por supuesto, he leído las novelas (¿o era sólo una novela?) en que menciona al Reino y su historia.

Creo que empezaste a enviarme sus libros desde el momento que empezó a publicar en New Directions, incluso antes de mudarme a Nueva York y que estableciéramos nuestra costumbre de tomarnos unos martinis juntas. Nos conocimos en persona gracias a que somos dos editoras de Javier, aunque no tengo claro cuándo ocurrió. ¿Lo recuerdas tú? ¿Recuerdas cuándo conociste en persona a Javier? Sólo nos reunimos dos veces, así que me han quedado grabadas.

Y en mi próxima carta te contaré cómo fue que Elizabeth Tallent reseñó la serie Tu rostro mañana para Threepenny.

BARBARA EPLER

«Conocí» a Javier por primera vez a finales de los noventa, por fax, como probablemente conoció a buena parte de la humanidad.

No lo conocí en persona hasta después de publicar varios libros, allá por 2005. Fui a Madrid: a una guarida de soltero en la Plaza de la Villa 1, un rincón de la vieja España. Javier había explicado de antemano a su portera, una adusta dragona de edad avanzada, que su editora estadounidense venía de visita a ver su biblioteca. (Aquella espléndida biblioteca era una especie de escenografía –para una obra de teatro sobre un León de las letras– y supe aquella tarde que la gravitas de Javier siempre se describe con una ceja alzada).

Y de golpe me parecieron tan graciosos los lamentos de algunos críticos afirmando que Javier no era lo bastante «español»; probablemente por su anglofilia. A mí me parecía muy, pero que muy español: España parece existir en la historia, su pasado está tan presente, y Javier acarreaba siglos en su actitud. Y bien puede ser que fuera un progresista comprometido, pero personalmente también era el Rey de Redonda, ceja alzada y todo: Javier era muy soberano. Pero su Majestad también era muy grata compañía, lo cual puede ser el caso de mucha gente de la realeza, no tengo idea. Nos reímos mucho, coincidimos y discrepamos sobre libros, películas, arte y música, durante una larga y tardía cena en una maravillosa taberna antigua, de piedra y techos bajos, donde todo el mundo lo conocía.

Puedo verlo cuando pidió un taxi y le dio instrucciones al conductor, amenazándole en broma con lo que pasaría si no me llevaba sana y salva al hotel, y recuerdo que me dijo adiós con la mano; su forma de saludar también era como un rey.

La siguiente ocasión fue a finales de 2009, en el bar del hotel Gramercy Park: acababa de llegar para la promoción del tercer volumen de Tu rostro mañana (el duodécimo libro que publicamos) y quise darle la bienvenida y entregarle mil dólares por sus derechos que él pensaba usar para comprar libros raros.

Aquella fue una visita extraordinaria: era venerado, algo poco común en estas tierras. (Se había negado a venir para presentar sus libros anteriores porque Bush era presidente: años más tarde me dijo que estaba muy enfadado con nosotros y que nunca vendría porque Trump había ensuciado la Casa Blanca). En todos los actos no cabía ni un alfiler: su conversación en la Biblioteca Pública de la ciudad con Paul Holdengraber, su lectura y charla en el 92nd Street Y. Pero lo que más recuerdo –en la visita entre bastidores a los tesoros de la biblioteca que Paul diseñaba en torno a las pasiones de los escritores invitados– es a Javier señalando, mientras acariciaba una primera edición de Tristram Shandy, que su propio ejemplar estaba firmado. Y lo veo en el 92nd Street Y, en el encuentro que Bernard Schwartz solía organizar con estudiantes de institutos públicos de la ciudad antes de la presentación formal: Javier se esforzaba en motivar y alentar a los jóvenes, pero al mismo tiempo, no sabía muy bien qué hacer con un trozo de pizza fría en el plato de papel que sostenía tan delicadamente: quería que los niños se relajaran y disfrutaran del manjar, pero él no podía estirarse lo suficiente como para comerlo. (Me apiadé de él y cambié su plato de papel por un vaso de agua, dejándolo a un lado, pero no demasiado cerca).

Nuestros amigos Margo y Anthony Viscusi organizaron una fiesta, y recuerdo cómo sonreía de alivio cuando Margo le trajo un cenicero, asegurando que le gustaría fumar. También recuerdo el almuerzo convocado por Ben Sonnenberg (el maravilloso editor fundador de la revista Grand Street y devoto de la obra de Javier: «¡Soy un adicto!»). Javier se sintió como en casa al instante (de nuevo con un cenicero puesto ipso facto), hablando con Ben y Robert Silvers y Michael Wood y otras cabezas.

Pero mis dos escenas favoritas se remontan a la parte trasera de una limusina (cortesía de Yale), de camino a New Haven.

El conductor tenía instrucciones de llevarnos primero a una calle cercana al campus: Javier tenía muchos deseos de ver la casa donde su familia había vivido cuando él tenía cuatro años y su padre, huyendo de Franco, trajo a la familia a Estados Unidos. Condujimos despacio por aquella calle frondosa, Javier escudriñaba las casas porque no sabía el número exacto, pero enseguida la encontró y estaba muy conmovido. Nos detuvimos, bajamos, y pisó el césped como si estuviese entrando en un sueño. Me quedé junto al coche y vi que en aquel momento, para él, todo el viaje había merecido la pena. Absorto, miraba también hacia arriba, y empezó a dar vueltas por la casa. Eso me puso nerviosa, y pensé que sería mejor acompañarle, ya que no parece tanto un allanamiento si hay dos personas juntas. Estaba avanzando hacia él cuando se abrió la puerta principal y un hombre, en un tono no precisamente amable, le preguntó: «¿Qué se le ofrece?».

Le expliqué que Javier era español y estaba allí para impartir una conferencia en la universidad y que, de niño, había vivido en aquella casa. El hombre se tranquilizó y Javier señaló las ventanas de su habitación y charlaron un rato. Y aunque lo invitó a entrar, Javier lo rehusó, pues quería mantener sus recuerdos intactos. Volvió al coche muy contento y dejó escapar un largo suspiro…

Pero antes, aún en la autopista, le pregunté a Javier si conocía la canción de Elvis Presley, Poison Ivy League [La liga de hiedra venenosa, que alude a la élite de las universidades estadounidenses más prestigiosas, conocida como «La liga de la hiedra»]. Negó rotundamente la existencia de tal canción. Grazné: «Necesitarás un océano / de loción de calamina / Poison Ivy League / Poison Ivy League…».

Su negación se intensificó: «¡No! ¡Conozco todas las canciones de Elvis! Te lo estás inventando».

Acabé siendo recadera de Redonda. Uno de mis primeros encargos fue localizar a Ray Bradbury cuando obtuvo el Premio Reino de Redonda. Di con su agente para avisarle de que su autor había ganado algo de pasta y que lo habían nombrado duque (quedó clarísimo para ellos que yo era una chiflada)

Pero le aseguré que era cierto, que tal canción existía, y que en ese mismo momento nos encontrabamos de camino hasta un ejemplar de la liga de la hiedra venenosa.

«¡No! ¡Yo conocería esa canción!».

Saqué mi teléfono, sabiendo que no le gustaba nada el teléfono, pero rebusqué en YouTube el fragmento de una película de Elvis en la que canta la canción. Javier se quedó boquiabierto mirando el teléfono.

«No», murmuró, mientras Elvis cantaba. Pero pidió volver a verlo y dijo ah sí… ¡Sí! Se había equivocado pero estaba contento: pocos escritores supuestamente altivos se alegrarían tanto de equivocarse. Luego, tras una pausa, me pidió ponerlo una vez más.

Al recordar momentos como aquel echo mucho de menos a Javier. Creo que voy a releer uno de sus libros: ¿tú también recurres a eso?

WENDY LESSER

¡Qué fascinantes son tus recuerdos con Javier! Ojalá hubiera podido verle in situ en España, pero las dos veces que visité Madrid él estuvo de viaje. Así que mis dos únicos encuentros con él fueron breves y en Nueva York.

Recuerdo aquella fiesta de Margo Una semana o diez días después, leí en El País el artículo que había escrito sobre nuestro encuentro neoyorquino. Expresaba su consmiseración por la pobre Wendy Lesser, una amiga editora con la que había quedado para tomar un café el día de las elecciones en Nueva York. Como indicaba en la columna, la pobre criatura había sido abandonada temporalmente por su marido, que se encontraba en Sicilia (¡increíble que se acordara de ese detalle!), y se vio obligada a ver las elecciones con unos amigos. Pero lo que más compasión le produjo fue mi alegre certidumbre de que Hillary ganaría y, por tanto, mi sorpresa y consternación ante el resultado. (Creo que intercambiamos unos mensajes a la mañana siguiente de las elecciones, pero estaba tan conmocionada que no lo tengo claro). Sabía que nunca más vendría a Estados Unidos mientras Trump estuviera en el poder; a su lado George W. pareciera un gatito. Y, efectivamente, nunca volvió.

En mi carta anterior, prometí contarte la historia de la reseña que escribió Elizabeth Tallent sobre Tu rostro mañana. Pues Elizabeth es una de mis mejores y más fieles escritoras en Threepenny: la publico desde su primer cuento en nuestras páginas, en 1980, cuando ella, yo y la revista éramos jóvenes. Es sobre todo narradora, pero también es una crítica magnífica. Como sabía de su afición por Javier Marías y que siempre había querido escribir algo sobre su narrativa y Javier tenía mucho interés en que se comentara su obra, le pregunté a Elizabeth si quería ocuparse de los tres gruesos volúmenes, y aceptó. El luminoso, inteligente resultado, «Carressing Repetitions» [Acariciando las repeticiones], salió en nuestro número de invierno de 2012, y todo el mundo quedó satisfecho.

Me preguntas si he tenido la tentación de releerlo ahora que ya no está, y la extraña respuesta es: no. He estado esperando la traducción de su último libro, Tomás Nevinson, que se publica estos días. Sin duda lo leeré en cuanto tenga un ejemplar en las manos, aunque será una lectura algo triste sabiendo que es el último. Javier era uno de los pocos escritores vivos cuyos libros esperaba como agua de mayo; también de los pocos cuya obra he leído completa. (Incluso volví a leer Dominios del lobo en español, ya que esa primera novela nunca se tradujo al inglés, al menos que yo sepa). Pero por alguna razón nunca se me ha ocurrido releer sus libros. Quizá sea porque aún están muy presentes. (Pero también lo están las novelas de Henry James, y releo las mejores cada cinco o diez años). Lo más probable es que relaciono su lectura con una sensación de suspense: era un gran estilista, sí, pero también sabía cómo construir una trama –y unos personajes– de forma que una quería saber cómo acababa todo. Ahora sé cómo acaba todo, así que ese impulso ha desaparecido. Quizás puede tener algo que ver con la manera en que escribía (o afirmaba que escribía en una entrevista tras otra): corrigiendo cada página hasta quedar satisfecho y pasar a la siguiente. Nunca miraba atrás, y supongo que yo tampoco jamás lo haré.

BARBARA EPLER

Querida Wendy, me parece muy interesante que no sientas la tentación de releer a Javier. Como mencionas a Henry James, y acabo de releer Lo que Masie sabía, te digo que nunca se me había ocurrido antes, pero curiosamente uno me recuerda al otro. Marías y James comparten, aunque sea de maneras tan distintas, esa capacidad que Hitchcock afirmaba sobre el arte del cine: el poder de putting the audience through it.

Lo cierto es que fue especialmente difícil perder a un autor así de New Directions, para todo el equipo y para mí en particular, porque me encariñé mucho con Javier como persona (habría sido difícil no encariñarse con él: era tan único, divertido y encantador). Sin duda nunca hay un mejor momento para sufrir un plantón, pero fue especialmente doloroso después de editar esmeradamente los cientos y cientos de páginas de los tres robustos volúmenes de Tu rostro mañana. Al editarlo, a menudo me venía a la cabeza el comentario de Javier que, como su ídolo Laurence Sterne, progresaba a la vez que retrocedía. Y allí estaba yo mascullando, sí, sí, ¡pero progresemos, eh! Así que cuando fracasé en mis intentos de persuadirlo de que permaneciera en la editorial, de repente me encontré enfadada como una mujer en alguno de los romances fallidos de las novelas de Marías. Ay, ay.

Y luego, para colmo, no tardé mucho en aburrirme de esta actitud malhumorada y pataleante mía, también muy en la línea de un personaje femenino de Marías, en beneficio del héroe: fue bastante cómico, pero al final pudimos limar nuestras asperezas.

Y debo añadir que Javier intentó no ser mezquino: cuando se marchó para publicar nuevas novelas (y también se llevó Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, sus bestsellers del fondo, es cierto) al menos no se llevó el fondo entero: seguimos publicando algunos libros suyos estupendos. Javier tenía un don extraordinario para hacer exactamente lo que quería y, de alguna manera, evitar ser un canalla… Fue un orgullo publicar todas esas obras y todavía sonrío al pensar en su asombro por la Poison Ivy League de Elvis…

¡Gracias por pasear conmigo por el camino de los recuerdos, Wendy!


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Barbara Epler. Es la presidente y editora de New Directions, editorial independiente fundada en 1936 que publica unas 35 novedades al año y mantiene vivas 1.200 obras de su fondo. Ha tenido la fortuna de colaborar con magníficos colegas y con grandes traductores de escritores tan esenciales como W.G. Sebald, Laszlo Krasznahorkhai, César Aira, Inger Christensen, Octavio Paz, Fleur Jaeggy, Yoel Hoffmann, Roberto Bolaño, Takashi Hiraide, Robert Walser, Eliot Weinberger y Yoko Tawada.

Wendy Lesser. Es fundadora y editora de The Threepenny Review. Ha escrito una novela y doce obras de ensayo; entre sus libros más recientes destacan Scandinavian Noir, Why I Read y You Say to Brick: The Life of Louis Kahn, que obtuvo el Premio Marfield y el Premio PEN-USA de Investigación de No Ficción. Ha recibido subvenciones y becas de la Academia Americana en Berlín, el Centro Cullman para Académicos y Escritores, la Fundación Guggenheim, la Academia Sueca y otras muchas instituciones. Actualmente divide su tiempo entre Berkeley (California) y Nueva York. 

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