Coordinado por Valerie Miles

Fotografía de Nina Subin, Richard Hirano y José Manuel Vidal

VALERIE MILES

Recuerdo una de las veces que estuve en Tánger con Paul Bowles cuando conversamos sobre la identidad. Era a principios de los 90 y la gente aún distinguía entre lo que era ser un viajero y ser un turista. Como estadounidense letraherida y nómada, empezaba a desprenderme de una sola identidad nacional para sentir el profundo vértigo de la incipiente extrañeza de las identidades nacionales, culturales y lingüísticas múltiples. Hoy en día se suscribe de forma generalizada esta idea de las identidades escépticas y el nomadismo se ha convertido en una marca de lo contemporáneo. Pero: ¿qué es real si es la mirada ajena lo que nos otorga la identidad? En Otras Inquisiciones, Borges dice que Berkeley afirmó de la identidad personal que «yo no meramente soy mis ideas, sino otra cosa: un principio activo y pensante». Mientras que Hume, el escéptico, lo refuta y hace de cada hombre «una colección o atadura de percepciones, que se suceden unas a otras con inconcebible rapidez». Esta correspondencia entre dos escritores peruanos afincados en España desde hace lustros, explora el peso y las paradojas de dichas identidades múltiples.


SANTIAGO RONCAGLIOLO

Barcelona

Querido Fernando: Te escribo para pedir consejo como veterano de la migración. A estas alturas, no tengo muy claro qué soy.

Acabo de publicar una novela ambientada en la España colonial, porque ya he pasado más tiempo en España que en ningún otro país. En España nacieron mis hijos y aquí se halla buena parte de mi trabajo y las amistades de mi vida adulta. La historia transcurre en el siglo XVII, un siglo que puedo conocer igual de bien que cualquier nacido aquí, porque no hay que haberlo vivido entero, hay que haberlo leído. Sin embargo, durante la promoción del libro, los periodistas me preguntan por la situación política peruana.

Ya sabes: por alguna razón, un escritor es un tipo de que te dice por quién votar. A los músicos y a los cineastas se les pregunta por su arte. A nosotros, se nos pide análisis político. Quizá se debe a que los periodistas les da pereza leer los libros, y en cambio, todo el mundo tiene opiniones políticas. Así hay tema de conversación. Quizá sea que, en realidad, la gente no compra novelas para leer historias sino para exhibir un certificado de lo que son (o de lo que se consideran, o de los amigos que quieren). Así, lo importante del libro no es lo que tiene dentro, sino lo que lleva por fuera, lo que puede ver alguien cuando te visita en tu casa y husmea tu biblioteca: el nombre del autor. Compras libros de mujeres para establecer que eres feminista, compras libros de autores difíciles para dejar claro que eres inteligente, y por supuesto, compras libros de un peruano para mostrar que eres progre y te importan los pobres.

Cada vez que voy a Francia o a Alemania me preguntan si estoy exiliado. Les decepciona mucho saber que no soy un perseguido político. No compran a un escritor peruano para que sea un ciudadano normal. Una vez me emborraché en una presentación y respondí que sí, que me habían torturado y expulsado del Perú. Pensé que estaba siendo claramente sarcástico. Incluso hiriente. Pero esa noche, vendí todos los libros. Mientras los firmaba, comprendí con tristeza que los lectores estaban encantados conmigo. Al fin, esos franceses habían conseguido lo que creían que era un peruano de verdad. O sea, un chileno de 1974.

La duda es si, tras un cuarto de siglo en España, puedo seguir siendo un peruano de verdad, incluso si no me pongo sarcástico

Pero también existe la posibilidad de que yo, en efecto, me haya convertido en un extranjero. Que intente leer ese país con ojos ajenos. Es posible que ya sea un español… pero ningún español parece creer que yo sea eso.

Tú llevas más tiempo que yo aquí. Te quiero preguntar ¿Cuánto tiempo debe pasar para ser de acá? ¿Y dejas entonces de ser de allá? ¿Qué somos exactamente a estas alturas? ¿Tendremos que hacer análisis electorales de varios países en la promoción de cada libro?

Espero tu respuesta con ansiedad étnica.

FERNANDO IWASAKI

San José de la Rinconada

Santiago querido, tu carta trasluce que has llegado a esa edad en la que las preguntas de los periodistas se entreveran con las respuestas que le damos a nuestros hijos cuando son adolescentes, pues en ambos casos la verdad resulta irrelevante.

Es verdad que el primer mundo ha construido una imagen del peruano compositum que ningún peruano común y silvestre podría colmar; pero no deberías permitir que la ignorancia gringa y los prejuicios europeos te achanten. Al contrario, úsalos en su contra. Por ejemplo, tú sabes que para el común de franceses y alemanes un guatemalteco y un paraguayo son iguales. Pues bien, a ese periodista francés confúndelo —como quien no quiere la cosa— con un belga, y verás cómo salta como un otorongo. Yo llevo años chinchando los hechos diferenciales europeos, igualando a suizos con alemanes, escoceses con ingleses, catalanes con murcianos y suecos con noruegos (¡cómo se ponen los noruegos cuando los confundes con un sueco!), porque me alucinan esos huevones que piensan que no tienen nada que ver con otros huevones que viven a menos de 100 kilómetros, pero que al mismo tiempo creen pazguatamente que un chileno es lo mismo que un nicaragüense, a pesar de los 5.582 kilómetros de cordilleras, selvas y desiertos que los separan. Dile tú a un neoyorkino que es igualito a uno de Alabama, para que veas cómo se rebrinca. Y, por supuesto, cuando vayas a la Feria del Libro de Los Ángeles, háblales de su gordura y sus mantecosidades como si estuvieras en Mississippi. Verás cómo a partir de entonces sí te empiezan a tratar como peruano.

Y aquí está la vaina: ¿qué es un peruano? ¿qué es ser peruano? Tú dices —con retranca— «un chileno de 1974», pero esa sería la expectativa de gringos y europeos. Yo he tomado la precaución de tener un apellido japonés para que no me pregunten cojudeces, pero además tengo la fortuna de vivir en Sevilla, donde una embajada de irreductibles ponjas se instaló en Coria del Río en el siglo XVII y donde nuestro paisano Pablo de Olavide fue alcalde en el siglo XVIII. O sea, que tengo de dónde agarrarme, querido. Tú lo tienes más yuca porque vives en Barcelona y te has instalado después de Bolaño, Fresán y los autores del Boom. Es decir, formas parte de un linaje. ¿Qué puedo sugerirte? Que te construyas tu propia tradición: tira del «Cholo» Sotil en Barcelona y establece un paralelo entre el quechua y el catalán. No te agobies si no ves la relación, porque en Cataluña la verán a través de la política.

Y así llegamos al núcleo de tu carta: la política. Siento decirte, Santiago, que no podemos evitarla. Cuanto más la esquivemos, más nos acosarán. Por lo tanto, si la política está hasta en la sopa, échale rocoto. Quéjate de la ausencia de picante en los restaurantes peruanos de Europa y Estados Unidos. Pregona que la lucha de clases en nuestro país comenzó en la cocina, cuando miles de indios y esclavos negros empezaron a echarle ají, rocoto y otros pimientos flamígeros a la comida de los conquistadores, encomenderos, obispos, virreyes y demás espontáneos, hasta que nació la primera generación de peruanos con estómago a prueba de balas. Celebra tus ruedas mundiales de prensa en restaurantes peruanos e inunda de ají mochero las comidas de los periodistas aborígenes, para que la progresía primermundista entienda que la lucha armada es cualquier huevada comparada con una guerrillera dosis diaria de ají, chile y rocoto. Así, mientras se les chorrean los lagrimones, tendrán que admitir que sí, que tú no eres un «ciudadano normal», porque eres capaz de comer eso que se pregonaba por las calles de Lima: revolución caliente.

Abrazo étnico y multicultural,

Fernando

Es verdad que el primer mundo ha construido una imagen del peruano compositum que ningún peruano común y silvestre podría colmar; pero no deberías permitir que la ignorancia gringa y los prejuicios europeos te achanten. Al contrario, úsalos en su contra

SANTIAGO RONCAGLIOLO

Sevilla

Querido Fernando, qué alegría recibir tu respuesta tan rápidamente. Y qué interesante que asocies mis problemas identitarios con tener hijos adolescentes… porque ellos forman parte de mi confusión.

Verás, otro de los temas de los que hablo mucho en estos días es el colonialismo. Ayer mismo, de gira en la capital andaluza, mis entrevistas se han detenido mucho en eso. Y es que mi nueva novela está ambientada en el virreinato español del Perú durante el siglo XVII. Y por casualidad, ha sido publicada en un contexto muy curioso: hoy en los medios de prensa se discute la colonia como si fuese un partido de fútbol, y cada quien escoge su equipo: el presidente mexicano sigue enfadado con España por la conquista, y los derechistas españoles le responden que España solo fue a América a civilizar a una pandilla de tribus caníbales.

La mayoría de todos estos políticos, como sabes, no son precisamente especialistas en Historia. Más que analizar el pasado, vociferan sus bajas pasiones presentes. Y así, los clichés transoceánicos que señalas en tu carta son empleados por las dos partes y se extienden a lo largo de quinientos años. El caso es que, una vez más, me cuesta encontrar un lugar entre gente que parece tener tan clara su identidad.

Ya sabes que mis hijos (15 y 12 años) nacieron en Barcelona y ahí han vivido toda la vida. Pero son, claro, hijos y nietos de peruanos. Hace unos años, los llevé a hacer turismo en Cuzco. Al entendernos como compatriotas, el guía turístico desplegó cómodamente toda su artillería hispanófoba: contó cómo el imperio Inca -que él identificaba como «el Perú»- había sido destruido, saqueado, violado y arrasado por los españoles, que aún hoy, quinientos años después, no han pedido perdón por eso.

He escuchado ese discurso durante toda mi vida sin discutirlo, pero con mis hijos delante, me surgieron muchas preguntas: ¿esos niños con doble nacionalidad deben exigir disculpas o defender la conquista? ¿Deben considerarse víctimas o verdugos? ¿Con quién exactamente tienen que enojarse? ¿Y las decenas de miles de hijos de otros inmigrantes a Europa de las últimas décadas? ¿Y los descendientes de los europeos que emigraron a América Latina durante el XX, después de las independencias?

Los españoles sí eran más fáciles de considerar una unidad… hasta que llegaron. Porque a partir de entonces, se dividieron los españoles peninsulares y criollos. Los primeros mandaban a virreyes con séquitos que se desplegaban por todos los puestos públicos. Los segundos se sentían relegados en su legítimo derecho, y por eso, acabaron liderando las guerras de independencia. A los criollos, la población indígena los consideraba españoles. La Corona los trataba como indígenas.

Mientras te escribo esto, me doy cuenta de que mis problemas identitarios de latinoamericano en España son los mismos que el mundo hispano ha vivido desde su nacimiento. Así que quizá sí formo parte de una comunidad clara, e incluso soy representativo de ella. Sin embargo, creo que la mayoría de la gente prefiere tener una etiqueta más sencilla: ser de izquierda o católico o peruano o Del Real Madrid, y serlo todo el día, todos los días, ignorando las demás facetas de su cultura. La identidad es una ficción que construimos para lidiar con la incertidumbre y ser aceptados en un grupo. Pero como todas las ficciones, se puede confundir con la realidad. Esa esquizofrenia solo conduce a una vida reducida y falsa.

Pero me he extendido. Tú desciendes de japoneses, peruanos, italianos y quién sabe qué más. A lo mejor tú experiencia es diferente ¿Lo es?

FERNANDO IWASAKI

Dos Hermanas

Santiago querido, veo que el asunto de la identidad te llama mucho la atención, quizá porque es uno de los temas que más obsesionan a los adolescentes y tú eres padre de dos. Voy a darte un consejo: renuncia a que te entiendan, pues los hijos adolescentes son como los críticos literarios: no nos juzgan por quienes somos, sino por lo que representamos. Y jamás van a valorar lo que decimos (o escribimos), porque les importará mucho más lo que dejamos de decir (o escribir).

Dicho esto, tú sabes que desde hace años vengo corrigiendo y aumentando un libro de ensayos titulado Mi poncho es un kimono flamenco donde desde el título dejo muy claro que asumo mi condición de mutante, alien o híbrido, aunque resulto menos raro en la Sevilla del siglo XXI comparado con el Inca Garcilaso en la Montilla del siglo XVI. Creo que a tus hijos y de paso a los periodistas y guías turísticos les vendría muy bien saber que la pureza es otra ficción, tanto en el fútbol como en la ciudadanía, pasando por la cocina. ¿Cuántos hijos de emigrantes han llegado a ser presidentes en América Latina? Sólo en el Perú tenemos a Fujimori y Kuczynski, por no hablar del chileno Eduardo Frei Montalva, del argentino Carlos Menem o del ecuatoriano Abdalá Bucaram. Los Estados Unidos han tenido a Barack Obama y en el Reino Unido el primer ministro es Rishi Sunak. ¿Para cuándo un Canciller alemán hijo de turcos? Algún día el presidente del gobierno español será un hijo de marroquíes o de bolivianos, y ya verás cómo entonces los periodistas dejarán de preguntar huevadas.

La pregunta por la identidad fue una vaina que se le ocurrió a la Generación del 98 y que trataron de responder tanto Unamuno como Ortega y Gasset. Ambos tuvieron la ocurrencia de elegir el Quijote como la obra que cifraba la identidad española y en ellos se inspiró José Carlos Mariátegui cuando eligió a César Vallejo como el primer autor nacional del Perú. Desde entonces, la crítica de izquierda en general y latinoamericana en particular, buscan autores que cifren, condensen o encarnen las identidades nacionales de sus respectivos países, con resultados más útiles en lo político que en lo literario. Por lo tanto, si alguien te pregunta por tu «identidad», lo hará porque de antemano considera que no eres peruano. ¿Y por qué hay que ser sólo peruano? Llevo casi 40 años en España y en el Perú sólo viví 23. En España también nacieron mis hijos y tú sabes lo que siempre digo: la tierra de los hijos no es la Patria, porque la Patria es la «Tierra de los padres»; pero la tierra de los hijos es tan o más importante, aunque carezca de sustantivo que la defina. En alemán existe una palabra —wahlheimat— que significa «la patria elegida» o «el hogar elegido» y eso quiere decir que podemos tener más patrias y por lo tanto más identidades.

Como bien dices, desciendo de peruanos, japoneses, ecuatorianos e italianos; pero tengo esposa e hijos de España, dos cuñados de Costa Rica y mi yerno y mi nieto son alemanes. Así, en el último mundial de Qatar, el grupo de la muerte para mi familia fue el que emparejó a España, Japón, Alemania y Costa Rica. Fue una pelotera, querido. Y nada identitaria. Piensa: ¿cuántos peruanos cambiarían el Nobel de Vargas Llosa por una Copa del Mundo de Fútbol? No lo dudes: el fútbol es más importante que la identidad.

SANTIAGO RONCAGLIOLO

Querido amigo, me gusta eso de la «tierra de los hijos». He vuelto a la de los míos: Barcelona, donde vivo. Hoy termino la promoción de este libro, que más o menos ha durado todo el 2023, presentando en casa. Lo raro es que es la primera vez que presento un libro aquí en unos diez años.

Cuando llegué aquí, pensé que había encontrado mi lugar. Ese lugar estaba donde una mujer, y con ella tuve a mis hijos. Había vivido en México, en Lima, en Madrid, y aquí quería quedarme. Pero empezó la furia nacionalista. Y la mitad de la gente aquí se encerró en una identidad que me excluía. Fue un tiempo espantoso para los que éramos diferentes. Hasta entonces, yo llevaba más de una década en este país y era un periodista español. Opinaba sobre la actualidad sin problema. Pero de repente, mucha gente dejó de discutir lo que yo decía para discutir «¿Por qué opina él si no es de acá?» Si no opinaba sobre ciertos partidos, sus votantes creían que yo odiaba a Cataluña, no que era un ciudadano como ellos, con derecho a tener una posición. Incluso escritores que yo respetaba me preguntaban «¿Por qué no escribes cosas de acá?» Un librero me explicó que los autores latinoamericanos son irrelevantes, y ni siquiera se le ocurrió que fuese ofensivo. Y por supuesto, el trabajo era para los de acá. La cultura que importaba era la de acá.

En estos meses, sin embargo, he sentido un cambio en Barcelona. Hay más aire. Ha vuelto la paz. Es posible hablar y disfrutar. Ya no creo que exista «mi lugar». Pero presentar un libro aquí es un pequeño símbolo de que quiero formar parte de esta sociedad. Fíjate: empecé estas cartas quejándome de tener que hablar de política y acabo hablando de política. Pero ahora entiendo que eso es hablar de mi trabajo. Los protagonistas de mis novelas siempre se sienten desfasados, fuera de lugar, en la sociedad que les toca. Porque así es como me he sentido yo toda la vida. Era el chico que venía de un país raro, y luego el que tenía un acento foráneo, y luego un extranjero por peruano, y luego un extranjero por español. Mis personajes suelen encontrar su lugar en el mundo. Porque con ellos, me hago la ilusión de encontrarlo yo.

Aunque quién sabe. Quizá sí tengo un lugar, solo que no es un recinto cerrado. Es más bien un camino de puntos que une a familia y amigos en al menos tres países. Gente de muchos otros países, que forma una constelación informe, en perpetuo movimiento. Me alegra que tú formes parte de ella.

Quizá sí tengo un lugar, solo que no es un recinto cerrado. Es más bien un camino de puntos que une a familia y amigos en al menos tres países. Gente de muchos otros países, que forma una constelación informe, en perpetuo movimiento

FERNANDO IWASAKI

Córdoba

La sensación de sentirse extranjero fuera del Perú no es tan grave como sentir que en el propio Perú te traten como extranjero. Y no lo digo porque allá me perciban como español, sino porque vivir fuera del Perú me descalifica y me deslegitima para hablar u opinar sobre los problemas del Perú. «¿Con qué derecho opinas sobre el Perú si no vives en el Perú?». Eso lo vengo escuchando de forma constante desde mediados de los 80 y llegó a su clímax después del autogolpe de Fujimori, cuando en 1993 me incluyeron en una lista que prohibía a los consulados peruanos renovarme el pasaporte.

El Perú ya no es una dictadura, pero aquel mantra sigue existiendo: no puedes opinar sobre el Perú si vives fuera del Perú. El razonamiento es un poco estrafalario, porque no vivo en Palestina y tengo una opinión sobre Hamas, no vivo en USA y tengo una opinión sobre la Toma del Capitolio, y no vivo en Alemania y tengo una opinión sobre la deportación de inmigrantes. Pero bueno, con los años me he acostumbrado a vivir desconectado de la política peruana y ya no le dedico tiempo.

Las personas no somos de donde salimos, Santiago. Somos, más bien, de donde regresamos. Cuando viajabas a Lima a visitar a tu familia, ¿sentías que «volvías a casa»? Yo nunca he sentido eso, querido. No obstante, cuando me subo a un tren o a un avión camino de mi pueblo sevillano, me invade la gustosa sensación de saber que «vuelvo a casa», porque mi casa está en una chacra sevillana donde crecieron mis hijos, donde he sembrado árboles, donde atesoro libros y donde he enterrado a más de diez perros. Por eso los tejados de las dependencias de mi casa están coronados de Wasi Tupuy, esas cruces alegóricas flanqueadas por toritos de Pucará que pueblan los tejados cusqueños, en memoria de los animales que murieron en las casas.

Pero también en casa he dedicado un tsuboniwa o «jardín de almas» japonés a mi viejo, pues cuando murió sembré un mandarino de Satsuma y lo rodeé de cantos rodados que recogí en mi propia parcela. Desde entonces, muchos amigos me regalan un canto rodado en memoria de sus seres queridos fallecidos, para que los coloque junto al mandarino de mi padre. Santiago, admiré mucho a tu abuelo Guillermo y le tuve un gran cariño a Rafael, tu padre. Para mí sería un honor que me dieras dos cantos rodados que pueda colocar en su memoria en mi jardín de almas andaluz.

Y a ver quién nos dice que no somos de aquí.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es uno de los novelistas más leídos de su generación en lengua española. Abril rojo recibió el premio Alfaguara y Independent Prize of Foreign Fiction británico. La pena máxima fue finalista del premio francés Violeta Negra y ha sido llevada al cine, al igual que Pudor. Y líbranos del mal se mantuvo durante un año como la novela peruana más vendida. Su última novela, El año en que nació el demonio está ambientada en el oscurantista siglo XVII. También ha publicado una trilogía de historias reales sobre el siglo XX hispanoamericano, entre ellas, La cuarta espada sobre Sendero Luminoso y El amante uruguayo sobre Federico García Lorca. Sus libros para niños han sido distinguidos con el premio Barco de Vapor peruano y el White Raven de la Biblioteca de Munich. Reside en España, desde donde escribe series de televisión y películas, muchas de ellas basadas en libros.

Fernando Iwasaki (Lima, 1961). Es historiador y escritor, interesado en los estudios culturales con énfasis en las identidades, los imaginarios, las globalizaciones, la literatura comparada y la historia de las religiones. Es autor de 3 novelas, 8 libros de relatos, 10 ensayos literarios, 8 compilaciones de artículos y crónicas y 4 monografías históricas. Sus últimas publicaciones son Célula Padre. Biopsia literaria (Renacimiento, 2023), Brevetes de Historia Universal del Perú (Alfaguara, 2021), Mi poncho es un kimono flamenco (UNAM, 2021), Sevilla, sin mapa (Gong, 2021) y ¡Aplaca, Señor, tu ira! Lo maravilloso y lo imaginario en Lima colonial (FCE, 2018). Es doctor en Historia de América, Premio Rey de España de Periodismo 2015, miembro de la Academia Puertorriqueña de la Lengua y profesor titular de Retórica en la Universidad Loyola Andalucía. www.fernandoiwasaki.com

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