Coordinado por Valerie Miles

Fotografías de Nina Subin, Virginia Aguilar y Sonia Frag

VALERIE MILES

Al parecer estamos volviendo a debatir la cansina dicotomía que muchos letraheridos creíamos ya superada: ¿continente o contenido? Nabokov ironizó con esa imagen en alguna de sus clases en Cornell, y más tarde en su ensayo sobre el making of de Lolita: el profesor de literatura formula preguntas desatinadas a los alumnos, en busca del «propósito» de la historia, su trama. Y lo consideró aún peor -dijo Nabokov con acento estadounidense-: «so what’s the guy trying to say?» (¿qué es lo que intenta decir este tipo?). En este sentido, los dos han sido tildados de ser escritores honrados (honestos). ¿Qué quiere decir «honesto» aplicado a una obra literaria? Un escritor no hace más que disfrazarse, esconderse tras personajes, mentir y jugar constantemente. Lo único que se me ocurre es que la honradez siempre se aduce frente a una poética, una temática o… ¿frente a uno mismo o al lector? A ver si conseguimos dilucidarlo, por favor, porque quiero sacar la almohada.


VICENTE LUIS MORA

Málaga

Querida Sara: Te escribo porque me ha dado por buscar la etimología de la palabra «honesto» y su campo semántico es aburridísimo. Decoro, pudor, recato… En fin, lo contrario de lo que debería ser la literatura —hablo para mí; cuando enuncio estas frases tan sentenciosas hay quien se molesta, cuando para nadie más que para mí las digo: para obligarme en público a cumplirlas—. Incluso honos, en latín, significaba «cargo político», y de ahí el cursus honorum, que aún perdura: el camino vital entendido como acumulación de cargos políticos. Unido a la palabra honestidad. Para que luego digan que la filología no es divertida. 

No quiero ser injusto: hay personas honestas en la política; por desgracia, no suelen aparecer en las noticias. Luego no existen. Ergo las hay, pero no las hay; si no sabemos sus nombres, ¿cómo votarlas? 

Tú, que has escrito con vigor sobre el silencio administrativo, ¿crees que la literatura es lo contrario de la burocracia? ¿O somos los funcionarios kafkianos del castillo de nuestra literatura? ¿Cómo rebelarse contra uno mismo?

El rinoceronte que nos regalaste sigue bien, hemos descubierto que adora los pistachos. Un abrazo, Vicente

SARA MESA

Tomares

Querido Vicente: discúlpame porque mi investigación ha sido más vulgar que la tuya. Agárrate: acabo de mirar las definiciones de honesto en el diccionario de Google y sale esto:

1. [persona] Que actúa rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral, especialmente en lo referente al respeto por la propiedad ajena, la transparencia en los negocios, etc. «era un honesto padre de familia».

2. [persona] Que respeta las normas socialmente establecidas, especialmente las de carácter sexual. «¿sabías que en esta villa viven las mujeres más honestas y bellas de la provincia?».

Y ojo con los ejemplos que se dan: honesto padre de familia, mujeres honestas y bellas… ¡Por si alguien dudaba que el lenguaje es ideología! Gracias por abrir este melón. Yo te confieso que no tenía ni idea de los campos semánticos ni de la etimología de esta palabra. De hecho, que como escritora me llamaran honesta me hubiera parecido bien hasta hoy o, mejor dicho, hasta ayer, cuando leí tu correo. A partir de ahora, casi mejor que me llamen deshonesta. Lo que me hace pensar en los dobles filos de las grandes palabras, esas que a menudo se usan como elogios. Una persona noble. Un escritor consagrado. Una dama respetable.

¿Recuerdas cuando nos conocimos, hace como unos cuatrocientos años? Entonces los dos trabajábamos en bullshit jobs, en terminología de David Graeber (perdón que hable también por ti, es solo mi intuición). Tú ya habías publicado varios libros y tu blog de crítica era muy popular, mientras que yo escribía casi a escondidas unos poemas espantosos. ¿Era honesta? Yo creo que no. Cuatrocientos años después soy capaz de ver que daba cabezazos contra mis propias necesidades expresivas robando las voces de otros. ¿Eso es falta de honestidad -falta de respeto a la propiedad privada, de acuerdo a la definición 1- o mero aprendizaje? ¿Y ahora? ¿Es ahora diferente? ¿Cómo saber si una traza la línea o se limita a seguir la línea que otros trazan?

No estoy hablando de la tradición, a la que una no puede ni debe sustraerse. Hablo de aquello que decía Juan Mayorga: ¿quién habla por mi boca cuando creo que estoy hablando yo? Y sí, quizá podemos llegar a ser burócratas. Altavoces inconscientes de ideas que nos han sido dadas. Sujetos a inercias y automatismos que no nos molestamos en analizar. A modas, aunque queramos negarlo. Si los vaqueros de hace cinco años me parecen anticuados y creo que no me favorecen, aunque sigan siendo de mi talla, si de pronto me parece que los que se venden ahora son realmente bonitos y esos sí quedan bien, ¿por qué no me va a pasar lo mismo con la escritura?

Sueno muy negativa. No lo soy. De lo que hablo es de estar siempre alerta, por si acaso.

Vicente, me temo que me he extendido demasiado en esta carta, pero déjame contarte una última cosa, es importante: hoy he llevado a Alice, mi perra, a una pequeña intervención quirúrgica y le he comentado a la veterinaria lo de los pistachos. Me dice que cuidado: algunos rinocerontes son alérgicos. También a las almendras y a las nueces (las de toda la vida, no las de Macadamia, de esas podéis darle sin problema). Un abrazo de vuelta, Sara

VICENTE LUIS MORA

Querida Sara: tu veterinaria tenía razón. Esta mañana hemos encontrado al rinoceronte muerto. Ha sido un gran golpe para nosotros. Su cuerpo grisáceo bloqueaba el pasillo de entrada al salón y he tenido que trepar por su vientre hinchado para llegar al teléfono y pedir una grúa. Hace un rato lo sacaban por el balcón, parecía el bebé Gargantúa, dormidito y colosal.

Supongo que así nacen las historias, Sara, al menos las mías brotan de este modo: un mamífero perisodáctilo irracional se cuela en mi matemática y reglada consciencia y ahí se queda, bloqueando el espacio cotidiano, hasta que lo saco por la ventana de la escritura.

Por eso las modas no suelen afectarme, porque desde los veintipocos no elijo, sino que los monstruos me eligen a mí para hallar el camino hacia la realidad palpable, aunque sea en forma de libro. Te confieso que me encantan las modas literarias, porque sirven para detectar mercachifles disfrazados de escritores, y así vamos discriminando. Hay autores de nuestra edad a los que antes siempre leía, pero he dejado de hacerlo desde que se van apuntando a todas las tendencias. ¿Te pasa lo mismo?

A mí me gustan las voces que, dentro de sus variaciones, tienen elementos constantes. La crítica social a través del desquiciamiento individual, el estilo entendido como cuchillo, la mirada desactivadora de sesgos, la sexualidad turbia y la narrativa como espacio de conflicto me parecen señas de identidad de tu obra narrativa desde El trepanador de cerebros (2010) hasta La familia (2022). Los libros cambian, pero cierta Sara Mesa permanece ahí. Me doy cuenta de que he leído casi toda tu obra, pero por Wikipedia veo que me falta algún título. Bueno, así debe ser: siempre debe haber un libro tuyo no leído por delante, por si llega el crudo invierno y faltan lecturas de calidad.

Desde lo alto de la tripa del rinoceronte mi casa parecía distinta, como un mapa cenital de mi casa. Vista desde el punto actual nuestra trayectoria narrativa, Sara, la propia trayectoria se desdibuja, se introyecta; es como si nuestros libros anteriores fueran otros, porque los vemos desde su futuro. Dan un poco de rabia, porque ahora sabemos qué necesitaban para ser tal y como los concebimos en su momento. En mi caso, a mis libros anteriores a Fred Cabeza de Vaca lo que les faltaba era mala leche. Creo que a partir de ahora voy a compensar ese desajuste, haciendo libros muy cabrones.

Qué carta más larga, me da vergüenza mandártela. Pero como ahora voy a ser inclemente…

SARA MESA

Zahora

Querido Vicente: Te escribo desde una casita cercana a la playa, aquí hace diez grados menos que en Sevilla y no hace precisamente fresco. Que esté aquí ahora es un poco engañoso, porque apenas me muevo de casa, cada vez restrinjo más los viajes por trabajo -le he cogido verdadera manía a los aviones; no, mejor dicho, a los aeropuertos- y, por circunstancias personales que te ahorraré, tampoco me voy más allá de unos días sueltos al campo o a la playa. Esto no es una queja. Me gusta estar en casa. Ya hemos hablado de esto alguna vez: yo, como los niños, como los perros, necesito de la rutina para funcionar con cierto equilibrio. Y la rutina que me he montado en esta época de mi vida es como una dieta hecha a mi medida.

Me quedé pensando acerca de las modas literarias y, en especial, del término tendencias, porque yo no lo tengo tan claro. ¿Cómo identificas tú las tendencias? ¿Cómo se sabe si son o no verdaderas tendencias? ¿Hay tendencias ocultas -menos visibles- que también están, pero no se nombran? A mí me preocupan más estás últimas… Lo demás, muchas veces no son más que etiquetas mediáticas y editoriales. Cuando en septiembre publiqué La familia la prensa empezó a decir que la familia era un tema de moda -aquí se confunde título con tema-, se nombraron otros libros recientes donde aparecían familias -en años anteriores también los hubo, siempre los ha habido- y voilá, ahí estaba yo dentro de una tendencia, sin que en ningún momento se hiciera la más mínima mención a la propuesta estética ni de mi libro ni de los otros, claro. Me recuerda un poco al famoso ejemplo de la falsa estadística: el 98% de los fallecidos por cáncer comían huevos de manera habitual, por ejemplo. Basta con que en los libros aparezcan ciertos escenarios, personajes o circunstancias -campo, ciudad, madres, padres, enfermedad, trabajo- para que sean clasificados y despachados bajo una etiqueta que no es significativa.

La dictadura del tema es algo que me pone enferma -¿de qué va su novela?, te preguntan, y esperan que elijas, breve y eficazmente, tu propia etiqueta: el cuerpo, la precariedad, la vida rural, lo que sea-, además de la explicitud de un mensaje ideológico o dirección interpretativa -¿qué ha querido decir con su novela?: que matar está mal, que existe el machismo, que hay que cuidar el entorno…-. Cada vez más, las novelas se leen como ensayos y hablo de novela muy conscientemente, porque creo que el cuento todavía se mantiene a salvo de esto. Últimamente, entre ciertos escritores y en algunos congresos literarios, he escuchado decir que es necesaria una ficción constructiva que ofrezca soluciones y no abone el terreno de la desesperanza, lo que despacharía de un plumazo gran parte de la ficción que a mí me interesa particularmente. No sé si esto son solo cosas mías o tú también lo has notado y experimentado.

En fin, querido Vicente, después de largarte esta monumental chapa, me voy a dar un paseo y un baño. Abrazos, Sara

p.d. Nos vimos obligados a fingir que era un rinoceronte. Pero te confesaré algo que quizá ya sabías: no lo era.

VICENTE LUIS MORA

Querida Sara: en Málaga hace hoy buen tiempo, como casi siempre, lo que empieza a preocuparnos. Me recuerda el ritornelo informativo de la última novela de Marta Sanz, Persianas metálicas bajan de golpe: «Hoy no llueve y mañana tampoco lloverá». Llevamos meses en esa distopía climática.

Tu última carta viene cargada de asuntos del mayor interés. Estoy de acuerdo con lo de las tendencias inventadas, que creo afectan más a esta feliz eclosión de literatura escrita por mujeres de todas las edades. Como si, ante este ingente y fértil corpus novelesco, hubiese que «poner orden». Sucede cuando los periodistas culturales se postulan como centro del debate, en vez de poner el énfasis en las obras, singularizadas por sí mismas. El fenómeno no es nuevo, y está ligado al continuo «industria del libro hipercomercial / periodismo del espectáculo».

Sobre la dictadura del tema, ese horror creciente que apuntas, también me apetece mojarme. Porque supone una involución en esta era cardinalmente regresiva. Tras no pocos dimes y diretes, el imaginario estético había desbrozado el antiguo debate entre forma y contenido, a favor de una síntesis superadora. Pero la pobreza mental de estos tiempos no sólo ha traído la falsa oposición de vuelta, sino que ha elegido su ganador: el contenido, el más comercial y comprensible de los dos elementos. Por ello, frente a la dictadura de la «creación de contenidos», que abandona por completo el arte del proceso creativo a cambio de la baratura de la historia, propongo cambiar el eje de observación y poner el énfasis en la importancia de la estructura y de la forma. El tratamiento riguroso del modo de contar se opone así a lo argumental, como ejercicio de resistencia. Como «forma resistente», que diría Rancière.

Frente a una cultura de la dependencia —que obliga a los sujetos a consumir series, porque «enganchan», o a suministrarse dosis de escrituras del yo exhibicionista, porque su morbosidad es «adictiva»—, la idea es trabajar la cultura de la independencia: ficciones que no pueden enganchar porque incomodan, porque son complejas, porque son duras, porque ponen el dedo en la llaga.

Frente a una figura autorial de consumo basada en quién eres, en cuáles son tus traumas o de dónde vienes, lo que te convierte en un objeto consumible —no se lee la obra, se consume a su autora o autor—, hay que invisibilizar el contorno propio: no soy especial, no molo ni soy cool, si tengo problemas personales los resuelvo en casa, no me muestro en fotos ligero de ropa, no me hago selfies, me limito a escribir libros.

En otro orden de cosas, Sara, siempre supimos que tu regalo no era un rinoceronte, sino un mosquito, pero sus picaduras nos dejaban aplastados, desangrados y adheridos a la cama con la sensación de sufrir un peso enorme.

Se me olvidaba el otro asunto espinoso que apuntas, esa necesidad de que nuestras ficciones «curen» o aporten soluciones a la sociedad. Este dislate procede, precisamente, de la dictadura del tema: al presentarnos como «opinadores sobre asuntos de actualidad», en vez de como creadores de obras, de estructuras o de frases, somos una extensión del periodismo, en vez de su antítesis. Porque eso es la literatura, lo contrario del periodismo entendido como profesión: quienes creamos novelas no nos debemos a la verdad, no tenemos ninguna obligación más que la de escribir buenos libros. Si no podemos hacer lo que queramos, no somos creadores, sino marionetas del Zeitgeist, propagandistas de la norma y de la normalidad. Tú y yo hacemos novelas retorcidas, con un claro trasfondo de crítica social, porque esa es nuestra voluntad, pero nadie debe forzarnos a encontrar soluciones a los conflictos que presentamos. No somos dulces ni adiestrables. Como bien dices, sin desolación no existiría buena parte de la mejor literatura universal.

Creo que voy a tomarme la pastilla de las diez, que me he venido muy arriba.

La dictadura del tema es algo que me pone enferma -¿de qué va su novela?, te preguntan, y esperan que elijas, breve y eficazmente, tu propia etiqueta: el cuerpo, la precariedad, la vida rural, lo que sea-, además de la explicitud de un mensaje ideológico o dirección interpretativa -¿qué ha querido decir con su novela?: que matar está mal, que existe el machismo, que hay que cuidar el entorno…

SARA MESA

Querido Vicente: sí, exacto, la ficción como una extensión del periodismo, ese es el mejor diagnóstico posible. Yo decía «las novelas se leen como ensayos» y no, ojalá fuera así, es algo muchísimo más perverso, más bien se leen, o se pretenden leer, como meras columnas de opinión: qué piensa este escritor, esta escritora, de este tema del que tanto se habla ahora o, incluso peor, en qué lugar del debate se sitúa, pero sin medias tintas porque no queremos medias tintas. De verdad pienso mucho en esto últimamente, en las demandas ejemplarizantes que se le hacen a la ficción, en la noción de empatía como único modo de conexión lectora, en la limitación de horizontes temáticos e, insisto, en cómo todo esto podría estar afectándonos, aunque nos creamos a salvo. Incluso por reacción, fíjate. Recuerdo el caso de un escritor al que admiro que me confesaba estar completamente paralizado para escribir sobre su padre -una historia que le persigue desde siempre y que sin duda ha marcado la persona que es- porque son muchos y muchas los que están escribiendo ahora sobre padres. Yo le decía que eso no importa, cada libro es único y sin duda él debía escribir lo que le diera la gana sin pensar en lo que escriben los demás, pero una parte de mí lo entendía profundamente. Y tanto: te diría que me pasa lo mismo.

Pero basta de quejas. No sé si influye el día tan luminoso que hace hoy, que he dormido diez horas seguidas (¡sí!) y que estoy en medio del campo desconectada de todo, pero creo que sería justo verlo también desde otro ángulo, porque lo cierto es que se siguen escribiendo ficciones estupendas, rompedoras, complejas, a la contra, llenas de humor, osadía, mala leche y también, por qué no, grandeza humana, libros que se publican en todo tipo de editoriales (hay ahora una red de editoriales independientes fantásticas, ¿no crees?), que se leen, se debaten y se estudian, y toda esa heterogeneidad también existe y resiste. Quizá en nuestras reflexiones estamos siendo, sin darnos cuenta, un poco elitistas, porque nos lamentamos de las entrevistas que nos hacen o de las etiquetas que nos cuelgan y esto solo significa que nos entrevistaron y nos etiquetaron, es decir, tuvimos la oportunidad de recibir atención y ahora la tenemos de reaccionar ante ella.

Llega la hora del paseo vespertino, pero antes de despedirme quería preguntarte en qué estás ahora, es decir, qué rinoceronte o mosquito andas destripando. Yo llevo tiempo armando una ficción sobre la burocracia. ¿Ves? Hasta en esto mismo me contradigo. Acabo de resumir todo un trabajo de casi dos años sobre cuestiones textuales (estructurales, lingüísticas, etc.) en un tema acotado en una sola palabra: burocracia. Para matarme.

VICENTE LUIS MORA

Querida Sara: Es curioso cómo dormir bien dulcifica la existencia. Llevo años sin dormir diez horas seguidas, por simple incapacidad, estrés o ridícula autoexigencia (¿De qué? ¿Para quién?), y eso explica muchas cosas.

Pero he podido dormir una buena siesta y eso me vuelve más positivo y ecuménico y coincido contigo en que la diversidad editorial nos salva. Hay un panorama rico, que cartografío en mi blog cuando puedo. Eso sí, esas editoriales alternativas que comentas carecen de la visibilidad de las grandes. No marcan la agenda (salvo raros casos puntuales, que confirman la norma), no establecen líneas, y por eso la actual necesidad imperante de «sinceridad» en los escritores, en cuanto síntoma generalizado —sobre esto reflexiona bien Hernán Vanoli en El amor por la literatura en tiempos de algoritmos—, no encuentra resquicios de resistencia pese a todos los ejemplos puntuales en contra que podamos citar (o que seamos). Desde hace años, seguramente desde lo del número 322 de Quimera, mi objetivo es ser el escritor menos sincero, más falaz y mendaz, más embustero e impredecible que pueda. Por desgracia, esa actitud mía es apenas una gota de lluvia contra el muro de hormigón de confesionalismo —falso también, claro, pero que es presentado como honesto y sincero, basado en hechos reales— que nos asfixia.

Así que con este regreso crítico a la honestidad cierro el círculo de mis cartas, Sara. Me preguntas con generosidad en qué ando liado. Pues estoy con una novela extraña, que a veces no entiendo, pero cuyo trazo me parece inequívoco. Es como caminar firme en un pantano. Creo que nunca he tenido tantas dudas ni he creado tan perdido, lo que quizá sea una buena señal. ¿Volverás a escribir poesía algún día?

SARA MESA

Querido Vicente: respuesta rápida antes de salir a comprar a Conil. Espero no publicar poesía nunca más en mi vida, soy malísima poeta, vamos, no soy poeta. Pero escribirla, ¿quién sabe? Soy incapaz de predecir lo que haré porque no hay un plan predeterminado. Para mí escribir no es más que buscar y seguir buscando y no dar nunca nada por definitivo. Quizá siempre es así. Entiendo tu frontal rechazo al confesionalismo (es decir, creo entender de dónde viene) y en algunos aspectos lo comparto, pero ¿no hay también un reto ahí, en abordar la dimensión autobiográfica sin ceder a las trampas de la sinceridad y de lo testimonial? Después de todo, ¿no estamos ofreciendo testimonios todo el tiempo de quiénes somos y de nuestro paso por el mundo?

Bueno, esto es un debate para el que necesitaríamos más tiempo y ahora estás liado caminando en un pantano. Curiosa imagen esta, cuando en tu caso la escritura parece emerger de un lugar firme. Pienso ahora en los andamios, esas restricciones autoimpuestas, tan necesarias, y en cuánto me gustó Centroeuropa por eso (aunque no solo por eso). Te deseo un feliz trayecto y te mando un abrazo sincero, de la sinceridad de la buena.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Vicente Luis Mora. (Córdoba, 1970) es escritor y crítico literario. Sus últimos libros son las novelas Circular 22 (Galaxia Gutenberg, 2022), Centroeuropa (Galaxia Gutenberg, 2020) y Fred Cabeza de Vaca (Sexto Piso, 2017); los libros de poemas Mecánica (Hiperión, 2021) y Serie (Pre-Textos, 2015); el libro de aforismos Teoría (Mixtura, 2022); el ensayo La huida de la imaginación (Pre-Textos, 2019); la monografía La escritura a la intemperie. Metamorfosis de la experiencia literaria y la lectura en la cultura digital (Universidad de León, 2021), el dietario Micronesia. Fractales de literatura [1997-2021] (Universidad de Valladolid, 2021), y la antología La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (Vaso Roto, 2016). También ha practicado el monólogo teatral (Miguel, 2016), la escritura digital (70 palabras, LAVA, 2014; Blog decreciente, en El Boomerang, 2013-2016) y el hoax (Quimera 322, 2010). Escribe crítica cultural en su blog Diario de lecturas (http://vicenteluismora.blogspot.com).

Sara Mesa. (Madrid, 1976) vive en Sevilla desde niña. Es autora de siete novelas y tres libros de cuentos. Entre sus títulos destacan Cuatro por cuatro (finalista del Premio Herralde), Cicatriz (premio Ojo Crítico de RNE), Cara de pan y Un amor (elegido como libro del año 2020 por medios como El País, El Cultural y La Vanguardia), así como el volumen de relatos Mala letra y el ensayo Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático, todos ellos en la editorial Anagrama. También ha publicado Perrita Country (Páginas de Espuma, 2021), un cuento largo ilustrado por Pablo Amargo, y la nouvelle Un reloj y tres chales, en el libro Agatha, experimento escrito con el autor Pablo Martín Sánchez. Su obra ha sido traducida a una docena de lenguas. Su última novela, La familia, ha ganado el premio Cálamo Extraordinario. 

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