Muchos pasajes de Bueno contienen la fraseología característica del pensamiento regeneracionista, detectables en cabezas del movimiento como Costa, Silvela, Mallada, Maeztu o Baroja; su idea de España es la de la nación sin pulso que se deja desmembrar en 1898, presa de una clase política inepta y vana:

«La puntillosidad del carácter español, que en lo individual no tolera nada y en lo colectivo lo soporta todo sin una rebeldía, le desconcertaba. ¿Cómo puede haber venido tan a menos un pueblo que tiene un pasado honroso? ¿Cómo soporta pasivamente todo este infecundo fariseísmo, que es el árbitro de la vida nacional? Además, la duplicidad de nuestros estadistas le estomagaba» (1924, 191).

Pero Jordán acaba por abandonar y marcharse, sin proponer una solución, sin ni siquiera haberlo intentado como otros protagonistas de la época, arribistas también pero con claros objetivos de mejora (piénsese en César Moncada de César o nada, de Baroja, publicada en 1910). Jordán es descaradamente egoísta y frío. Se parece más a Quintín García, de La feria de los discretos (1905). Lo único que le importa es desasirse de todo para lograr cierto nivel de tranquilidad y prosperidad material. Carece del carácter del héroe. No pasa de ser un evasivo, un tránsfuga de la vida, la juventud y los ideales que ni siquiera logra alcanzar su propia felicidad personal. La descripción de esta injustificable evolución de hombre joven e ilusionado a hipócrita maduro constituye el núcleo temático de la novela, la clave de su interpretación:

«La añoranza del pasado le embargó un momento el ánimo, y recordó sus años de luchas y de estrecheces materiales, de idealismos y de entusiasmos; la época juvenil de intrepidez y de romanticismo, en que se atrevía a todo y lo osaba todo, sin temer a nadie ni a nada. ¿Por qué cambia el ser humano? Sin duda, porque, al morir parcialmente todos los días, su personalidad actual renace sobre las cenizas de su personalidad de ayer. Pero persiste el recuerdo, que agrupa y refunde todas las imágenes del pasado para torturarnos a lo largo de la vida con la evocación de lo que quisiéramos haber olvidado definitivamente» (1924, 296).

El «dolor de vivir» es el dolor de haber abandonado todo lo que podía justificar nuestra vida (el amor, el interés político, los ideales, el abandono sexual, incluso la religión sentida) con el objetivo de alcanzar una posición social. Es ella la que causa la impotencia del hombre, su desesperación íntima. La huida última del protagonista es la mejor certificación de su hastío radical.

Son exactas las palabras de Álvarez Blanco cuando trata de filiar el tipo de novela de tesis que pretendió construir el autor:

«Bueno creó un género híbrido en el que en ocasiones no existe la separación entre la ficción y la no ficción, tal es el caso de novelas que defienden idearios políticos, o que expresan críticas directas hacia una clase social, o hacia personas concretas de la sociedad. Se documenta que repudió a la clase media, por carecer de pulso e iniciativa, y a la clase dirigente, representada por los partidos de turno, por no ver ni en la clase ni en el sistema una vía de regeneración» (2003, 14).

La entrevista concedida al Caballero Audaz es especialmente rica también en declaraciones políticas muy oportunas a la hora de valorar la sátira de 1924. Preguntado acerca de su relación con Eduardo Dato, el líder conservador, Bueno responde:

«Estoy con la mayoría, es decir, con el Gobierno. Mi elemental deber de lealtad me impone la decapitación de mis ideas. En el Parlamento español las mayorías no opinan libremente más que en los pasillos de la Cámara. Dentro del salón de sesiones no ejercen más derecho que el de la emisión de un monosílabo y no siempre discretamente».

Es curioso que Bueno utilice su particular concepto de «lealtad» cuando está hablando precisamente de la «decapitación» de sus ideas. Es un detalle relevante porque nos da pistas ya de qué clase de actitud política desea para España. El hombre responsable debe estar con el Gobierno, es decir, junto al poder del Estado, en todo momento, sacrificando hasta su propio parecer. Teniendo en cuenta las simpatías por Primo de Rivera, Mussolini y Hitler, aireadas en los años 30 sin ningún tipo de pudor, no parecen palabras vanas. Desde 1914 pensaba Bueno que el sistema de partidos turnantes había de ser sustituido, y que la función propia de las oposiciones era totalmente fútil.

Estas consideraciones sobre el sentido del deber cívico afectan directamente a los asuntos tratados en El dolor de vivir. Marcelino Jordán es un tránsfuga que traiciona sus ideales republicanos para conseguir un cargo bajo la batuta del líder del partido liberal, tal y como había hecho Bueno hacia 1910 cuando Canalejas alcanzó el poder. Nanclares, el líder conservador de la novela, es un trasunto de Eduardo Dato. Como él, muere abatido por las balas de unos anarquistas. También Canalejas había sido asesinado en circunstancias parecidas, en 1912.

Por lo tanto, el transfuguismo parlamentario de Bueno fue doble, pero esto no significa que fuera incoherente, y aquí es donde cobran sentido sus palabras de 1914: Manuel Bueno siempre se alineó con el gobierno más fuerte (léase más autoritario), más capaz, a su modo de ver, de imponer las reformas necesarias por medio de la autoridad gubernamental.

Encontramos en El dolor de vivir la dependencia orgánica que explica los comportamientos de los personajes, un clásico recurso naturalista:

«En esa época del año Madrid tiene, en las horas crepusculares, un encanto singular. La plenitud voluptuosa de la primavera deja suspensas en el aire promesas de renovación, que enardecen nuestro contento de vivir. A poco libre de preocupaciones que se esté, la felicidad parece algo posible y a nuestro alcance. ¿Depende esa ilusión de la influencia del ambiente sobre nuestro sistema nervioso? Es probable que ese bienestar, cuyo origen no nos explicamos, sea la obra de los elementos naturales, que, en ciertos períodos del año, deciden de nuestro equilibrio visceral» (1924, 79).

Y unas páginas más adelante: «Era Luis un muchacho alto, erguido y fibroso, que debía estar vagamente aquejado de algún alifafe neuropático porque no hacía más que atusarse el naciente bigote y morderse las uñas de las manos» (1924, 102). El de Manuel Bueno puede ser calificado de materialismo indeseado o, de algún modo, involuntario. En la esfera de lo civil el autor no para de reclamar idealismo; en la de lo filosófico, una mayor influencia del cristianismo humanista. Y, sin embargo, Bueno constata amargamente que nuestras más elaboradas ideaciones, nuestra espiritualidad, es el resultado del capricho de las vísceras. Especialmente sensible a este tipo de trastornos nerviosos es don Antolín, el padre del protagonista, magnate montañés de poca monta, usurero bonachón que protagoniza algunos de los episodios más simpáticos de la novela: «Don Antolín experimentó una emoción que se hizo ostensible en la llamarada que inflamó su rostro. Cualquier dispendio imprevisto que tuviera que hacer le producía aquellos trastornos vasculares que le cortaban el resuello» (1924, 236). Y ante la perspectiva inexorable de tenerle que entregar a su hijo seis mil pesetas: «El anciano enmudeció durante unos minutos. Sentía una gran angustia en la región hipogástrica, que se oponía a que entrara el aire en sus pulmones, y un sudor frío le inundaba el rostro. Fue una impresión de agonía, de la que no se repuso tan presto» (1924, 137).

No deja de asomar tímidamente en otro pasaje el que es el rasgo más definitorio de la caracterización naturalista, la herencia: «Acaso si yo hubiese estado cerca de ella no estaría ahora al borde del sepulcro», decíase Jordán. Luego, la necesidad de tranquilizar su conciencia le sugería reflexiones contrarias: «Conmigo y sin mí –pensaba– hubiera contraído esa enfermedad, a la que estaba expuesta por antecedentes familiares, puesto que su madre murió tísica» (1924, 271).

BIBLIOGRAFÍA
· Álvarez Blanco, M. del Palmar. «Aproximación a la figura y obra de Manuel Bueno Bengoechea (1874-1936)», en Crítica Hispánica, Vol. xxv, Núms.1 y 2, 2003, págs. 7-18.

· Bueno, Manuel. El dolor de vivir, Madrid, Biblioteca Hispania, 1924.
–. La herencia, Madrid, La Novela de Hoy, 1927.
· García Martín, José Luis. «Prólogo» a En el umbral de la vida, Gijón, Libros del Pexe, 2001.

Total
16
Shares