Esta cualidad es especialmente importante para el historiador de la literatura, quizás la más sobresaliente actividad a la que se dedicó Guillermo. Su archivo, en la Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona, tiene mucho en común con el conservado de Fernando en el Centro Cultural de España de Montevideo, y aun con el de Aurora en la Facultad de Bibloteconomía, también en Barcelona. Revelan el mismo método de trabajo arborescente que podría enloquecer a cualquiera que no tuviera sus capacidades: infinidad de recortes, fichas, anotaciones, fragmentos.[v] Una común compulsión omnívora de registro llevaba a los hermanos a anotarlo y guardarlo todo, a la vez que eran capaces de procesarlo sin parálisis, transformándolo en escritura casi inmediata. Si Guillermo logró tempranamente el sillón en la Academia, Fernando alcanzó muy joven algo inaccesible al mayor, la regular docencia universitaria. Ambos viajaron mucho como invitados a conferencias, pero Fernando lo hizo, además, para dictar cursos y fue corresponsal de prensa. Ayudante en la Universidad de Barcelona entre 1943 y 1945, comenzó luego a moverse, primero, como lector de español en universidades europeas y, luego, como profesor invitado anualmente en varias de los Estados Unidos. Están aún por rastrearse los caminos de acceso a esos niveles y la medida en que jugó la importancia de sus dotes sociales, el éxito de sus hábiles gestiones y contactos con notables, el peso de su obra «seria», la eventual recomendación de Guillermo.[vi]
Aceptemos, con Blas Matamoro —quien tan agudamente se ocupó de los escritores y la familia, así como de las familias de escritores, entre ellos, los hermanos—, que toda biografía es «la historia de un deseo cuyo objeto se configura al escribirse» (2010, p. 11). Bajo ese presupuesto, puede considerarse lo que cuenta Fernando que ocurre cuando publica su primer libro como historiador, con el que cosechó varios elogios. Enseguida llega a sus oídos la maledicente opinión de que «de los Díaz-Plaja», él era «el bueno» (1975, p. 256). Por un lado, lleva el supuesto elogio a su terreno preferido (la idiosincrasia española), descontando que en España «la admiración suele dedicarse como máximo a uno de cada familia. […] Si dos hermanos se dedican a la misma profesión, siempre habrá uno malo y uno bueno; jamás dos buenos» (1975, p. 256). Por otra parte, sobreentendiendo la envidia, reconoce que el comentario «no le resultó jamás agradable de oír, porque era evidente que con ello no se trataba de subirme a mí, sino de rebajarlo a él», dado que Guillermo era muy exitoso y notable en ese entonces. Transcurrido el tiempo, y siguiendo paralelos caminos de reconocimiento y destaque, los dos ya «situados en la fama» —él, según dice, gracias a su «suerte» con los libros, el hermano mediante su ingreso a la Academia y la admiración de «no pocos hispanistas del mundo»—, por fuerza pasó Fernando a ser él el Díaz-Plaja «malo» (1975, pp. 256 y 257).
PARENTESCO Y OTRAS HISTORIAS
Es atrayente la hipótesis de que, contrastando la obra de los hermanos Díaz-Plaja, aparezcan superposiciones o que resulten, en algunos aspectos, complementarias. En los primeros movimientos editoriales de Fernando, se perfila pronto un ir tras los pasos del hermano, quien desde fines de los veinte venía publicando artículos de investigación filológica, que alternaba con estudios panorámicos y antologías, en los que se aprecia la capacidad para la selección por épocas y por núcleos temáticos, algo que resultaría conveniente, a juzgar por las reediciones, y que Fernando explotará luego al máximo.
«Seleccionar es un modo de preferir», diría Guillermo (1968). Y será el caso de sus primeras antologías, Visiones contemporáneas de España. La patria vista por los escritores (1935, reeditado en 1936) y Antología temática de la literatura española (1940), una anterior y otra posterior a la guerra. No puede negarse que también él tuvo olfato y sentido de la oportunidad. Desde los años cuarenta hasta su muerte preparó ensayos en los que seguiría un tema o motivo en la historia o en la historia de la literatura (el amor, el mito de don Juan, el campo, la maternidad, la actitud hippy en la historia). En los dos primeros temas, coincidirá luego Fernando, quien igualmente se interesaría por historias más extravagantes, como la de la barba, la del juguete, y series temáticas como el «médico en la literatura española», el «árbol en la literatura española», o «el tango y los cuernos», pero escribió, asimismo, sobre el Corán, sobre los judíos españoles, sobre el humor.
Las afinidades de los hermanos se cruzarán, además, en la atención a Goya, a Cervantes, al Romanticismo y, sobre todo, en la preparación de relatos de viajes, con predilección por los sitios exóticos. Aunque desconocemos el posible intercambio de lecturas o datos entre ellos, las portadas de los libros de viajes de la colección La Vuelta al Mundo en Ochenta Libros, de Plaza & Janés, de los años setenta, muestran similitudes que es difícil no sospechar producto de una estrategia publicitaria que aprovechó el parentesco. Suponemos que, al cabo, era mejor sumar.
En otras ocasiones, Fernando (o sus editores) parecieron optar por sacar rendimiento a la celebridad del hermano, pero para marcar una diferencia. Historiador por formación inicial, desde los tomos de La historia de España en sus documentos, preparados desde fines de los cincuenta, hasta Otra historia de España (1975), había ganado prestigio como desmitificador de las versiones antagónicas y reduccionistas. Guillermo, a su vez, literato por formación inicial, se había especializado buenamente en las historias clásicas de la literatura. Cuando Fernando pasa a ganarse la vida como profesor de literatura española —ya consolidado su gran éxito editorial—, publica un libro de ensayos y lecturas que surgirían de la preparación de sus clases en los Estados Unidos, y al que no tiene mejor idea que llamar Nueva historia de la literatura española, título que sugiere una contestación o renovación respeto a las obras más conocidas de su hermano, perspectiva de la cual luego el volumen no da en realidad cuenta.
Pero parece cierto que no hubo rivalidad, sino colaboración. En una de las pocas cartas que se conservan entre ellos, enviada por Fernando desde Estados Unidos, se permite aconsejar al mayor no sólo en asuntos de trabajo y dinero (de ganancia, en lo que él parecía el experto), sino incluso en cuestiones más delicadas.
Querido Guillermo:
Me encanta la noticia de tu nuevo cargo en ABC realmente importante pero realmente merecido.
Eso sí son puestos que me alegra tengas, dentro de tu línea y sin ligazones de otro tipo. Te lo digo porque la última vez que había visto tu nombre en ABC fue al pie de un artículo tuyo en que ensalzabas por dos veces el nombre del director general sin ninguna necesidad y lo que es peor, desde el punto de vista práctico, abrías la puerta —¡parece que invitabas!— a una polémica sobre los libros de texto que no creo te convenga nada. Sí, señor; estoy muy contento. Mucho más que si te hubieran dado el puesto de director de La Vanguardia. Y ya ves a mí me convendrías más en este puesto que en aquél. Adiós crítica amable de ABC, adiós. Adiós…
Mil gracias por el anuncio del libro y la dedicatoria. Me has ganado por la mano, por pocas semanas…
[…]
Catorce mil por trimestre está bien. Pide viajes sin cargar más la cuenta de sueldo. A veces están más libres de añadir extras que de subir salarios. Yo me quedo aquí otro año, como ya sabrás.
[…]
[Antonio] Buero Vallejo viene invitado por el Departamento de Estado para una gira… ¿Te convendría algo así?
Veo que has dejado paso a los demás pero ninguno escribe.
Buero Vallejo vino y dio una conferencia y yo lo presenté (2009, pp. 158-160).
Desde lejos, Fernando puede ver mejor el horizonte de la política española, quizás hasta advertir un lento declinar del régimen. Con unos años menos, probablemente menos rozado por las amarguras y riesgos de la inmediata posguerra, y con mayor conciencia y confianza de estimarse a ambos ya «situados en la fama», le reprocha suavemente la innecesaria obsecuencia.
Por último, deben señalarse las coincidencias en la tentación autobiográfica que los hermanos desfogaron en esfuerzos varios. Los relatos de vida tienen en ambos casos dos apoyos fuertes: por un lado, las anécdotas y observaciones de los viajes y, por otro, la importancia concedida a la construcción pública de sí mismos en cuanto escritores. En cualquiera de las opciones, cumplen la tendencia a «decir de menos» (2004, p. 151), señalada por Anna Caballé como poética predominante en la autobiografía española hasta el siglo xx: la adscripción al modelo «visto y vivido», la sustracción pudorosa de la intimidad, la «elipsis de la interioridad», la falta de análisis de uno mismo (2004, p. 151). Las esferas en que los Díaz-Plaja despliegan la mostración del yo serán los anecdotarios de viajes que los tienen como protagonistas y, en especial, lo relativo a la vocación y desarrollo de su figura como escritores.[vii] Ése es el mayor alcance que dieron a lo personal en sus escrituras, lo que rozó a veces la autopromoción, y que irá acompañada de una paralela construcción fotográfica de la «figura»: profesoral, distante, autorizada, en un caso; deportiva y mundana en el otro; cosmopolita en ambos. Incluso Fernando ofrece, en Mis pecados capitales, menos de lo esperable acerca de lo que supuestamente más importa —la vida— y dedica la mayor parte de las páginas a hablar de las distintas recepciones a su obra y a su lugar en el mundo literario.