Tenemos así a un joven London que busca su propia voz narrativa, marcado por adaptarse a la realidad editorial y periodística, a los gustos del lector del momento. Y a fe que lo consiguió con los casi doscientos cuentos que escribió y a los que se enfrentó la Universidad de Stanford, que los recopiló cronológicamente hasta editarlos en 1993. De esta manera, el primer tomo que reunió en español, de los tres previstos, ochenta y siete historias —treinta y seis de ellas inéditas o nunca recogidas antes en libro— apareció en el año 2017 abundantemente ilustrado con fotografías del autor y dibujos de adaptaciones de sus obras. Un tomo este que acogió textos aún muy descriptivos, como «Relato de un tifón en la costa japonesa» y «Baño nocturno en la bahía de Edo», basados en el periodo en que un London de diecisiete años, en 1893, se embarcó como marinero en una goleta rumbo a la costa de Japón, y otros con los que fue perfeccionando su estilo, caso de «Al hombre del camino», de 1898, y «Una odisea en el norte», de 1899; mientras que el segundo comprendía el periodo de London que va del año en que se introdujo en el East End hasta cuando se construyó una casa en Glen Ellen, en 1910, donde viviría sus últimos años. En medio, así pues, está su gran clímax aventurero y literario: su inmenso viaje transoceánico y sus mejores novelas, y todos estos cuentos que hablan, como se apunta en el prólogo, de «territorios de blancos y de aborígenes, de leprosos y de caníbales».

Todo daba inicio, en el segundo tomo, con un conjunto de historias sobre un par de patrulleros pesqueros, en torno a las corruptelas de ese ambiente marítimo, y de repente aparecía el primer texto magistral, «Amor a la vida», sobre un hombre que vaga perdido por los montes, como un moribundo demente, urgido por un lobo igualmente defenestrado. Y es que el nexo común de relatos como la ingeniosa fábula «Una nariz para el rey», situado en Corea, o «Lo inesperado», sobre buscadores de oro en Alaska, o «Alojamiento por un día», en que el protagonista es un hombre que viaja en un trineo llevado por perros a temperaturas gélidas, o el extraordinario «Un trozo de carne», acerca de una familia que no tiene qué comer y del boxeador que hace lo imposible por ganar dinero, es la lucha por la supervivencia. Frente a la naturaleza, la pobreza, los peligros en forma de gente perversa o animales peligrosos, no importa el trasfondo, siempre imperará el instinto de salvar el pellejo.

 

De San Francisco al mundo

Pocos escritores, en una vida tan breve como la de London, que muere a los cuarenta años, podrán encontrarse que aborden tamaño número de asuntos en sus cuentos, en muchas ocasiones de manera pionera en las letras de los Estados Unidos, como remarca el editor: «el alcoholismo, las consecuencias de la vejez, el boxeo, la tauromaquia, el trabajo infantil, la ecología, fantasías extraterrestres, el juego, el trabajo en las minas de oro, el amor (tanto el primitivo y atávico como el romántico e ideal), la discapacidad mental, los mitos, la corrupción política, la psicología (humana y animal), la explotación racial y sexual, la revolución, la experimentación científica, la vida de los marinos, el suicidio, la vida en los arrabales, el socialismo, la guerra, la naturaleza y la escritura…». A ello se añadiría una gran variedad de escenarios narrativos que atraviesan el mundo entero: desde las gélidas tierras nevadas del Norte hasta Hawái, de Australia al Ecuador, de Irlanda hasta, por supuesto, su querida California.

Allí nació en 1876, en San Francisco concretamente, en el seno de una familia muy pobre; se vería obligado a abandonar sus estudios y trabajar con catorce años en una fábrica. En la adolescencia, ya era poco menos que un ladronzuelo, un pícaro, un vagabundo —se le encarcela treinta días por ello, en 1894, en una localidad de Nueva York, después de que el año anterior acudiera a una marcha en Washington que protestaba contra el desempleo—, hasta que su pulsión literaria, ganando incluso premios literarios, se fue abriendo paso a la vez que cambiaba de trabajo una y otra vez para ganarse un sueldo. Experiencias intensas que curtirían su carácter y ciertamente le darían materia narrativa de primer orden.

En la actualidad, el viajero puede visitar Glen Ellen, un pequeño pueblo del valle de Sonoma en que todo allí recuerda al escritor. Está el parque Jack London State y se circula por la London Ranch Road hasta llegar al rancho de cincuenta y siete hectáreas donde vivió sus últimos años junto a su mujer Charmian. Otro hogar que tenía proyectado, llamado Wolf House —dada la cantidad de lobos que aparecen en sus obras, como en Colmillo blanco—, fue construida en 1911 pero se quemó en un incendio sin que la pareja hubiera podido empezar a habitarla; Jack y Charmian estaban durmiendo a media milla de allí, en su casa de campo —una cottage que se puede también visitar—, y acudirían enseguida en caballo tras el aviso de un granjero que había visto las llamas a lo lejos, aunque sólo llegarían a tiempo para ver cómo se desmoronaba su sueño de establecerse en plena naturaleza. Hoy aún se mantienen allí sus ruinas.

A los pocos años de aquel suceso, en noviembre de 1916, enfermo de uricemia por su abuso del alcohol, le esperaría su última aventura. Había empezado a beber desde muy joven, cuando vagabundeaba por las tabernas y puertos de Oakland, algo que había narrado tres años antes en John Barleycorn. Las memorias alcohólicas, donde personificaba al alcohol con ese nombre, encarnación del «rey de los perseguidos, de los ocultos. Era el más escueto y el de la más sincera palabra. Era la compañía ideal para caminar por la senda de los dioses. Todavía ayuda al desarraigado en su lucha. Su camino estaba hecho de la más desnuda de las verdades y de muerte. Él nos proporcionó visiones de absoluta claridad y sueños de todo. Era enemigo de la vida y maestro de los deseos, más allá de cualquier anhelo de existencia. Fue el asesino de manos rojas que murió violentamente, joven». Barleycorn se convertía así en un interlocutor al que hablarle de su trayectoria: la de un hombre que se hace a sí mismo, incluso a pesar de la bebida, de la que un momento dado en el libro critica como perjudicial para los jóvenes. Y, sin embargo, dice haber perdido el sentido por el exceso de alcohol y considerar que, aun reconociendo que para escribir necesita llevarse a gaznate varios tragos, «todos los bebedores se convierten en tales por obra y gracia de las relaciones sociales».

En su última travesía aventurera, decíamos, en Glen Ellen, consume una mezcla excesiva, ¿aunque accidental?, de morfina y atropina que le deja agonizante, hasta que el día siguiente muere sobre el diván de Charmian. El suicidio había sido importante en su obra, como en Martin Eden (1909), en que un joven escritor se arroja al mar desde un barco, y que bien podría haber sido el reflejo de su atormentada personalidad, pues en ella también surgía la bebida como presencia alrededor de los orígenes miserables del protagonista, al igual que sucedía en John Barleycorn: infancia sin juguetes y hasta pasando hambre, vendedor callejero de periódicos a los diez años, empleado luego en una fábrica de frutas de conserva en jornadas de diez horas diarias, más pescador ilegal de ostras en la bahía de San Francisco, hasta que a los diecisiete años se embarca hacia el Japón y los mares del sur, hasta, finalmente, convertirse en escritor; en un escritor que desaparecía muy joven tras una obra prolífica. El certificado médico acreditó que la causa de su fallecimiento fue una uremia seguida de un cólico nefrítico, pero no son pocas las voces que ahora cuestionan, a la luz de nuevas suposiciones que tampoco son concluyentes, que en realidad London, para escapar de las diferentes dolencias que le aquejaban, tuviera la intención de matarse.

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

· Johnson, Martin. Por los mares del sur con Jack London. Traducción de Beatriz Iglesias, Ediciones del Viento, 2016.

· London, Jack. La gente del Abismo. Traducción de Javier Calvo, Gatopardo Ediciones, Barcelona, 2016.

–. Antes de Adán. Traducción de Fernando Varela, Ediciones B, Barcelona, 2016.

–. Once cuentos de Klondike. Traducción de Jorge Fondebrider, Eterna Cadencia Editora, 2016.

–. Cuentos completos I (1893-1902). Traducción de Susana Carral, Reino de Cordelia, Madrid, 2017.

–. Cuentos completos II (1902-1910). Traducción de Susana Carral, Reino de Cordelia, Madrid, 2018.

· Woolf, Virginia. «El oleaje de Oxford Street», en Londres. Traducción de Andrés Bosch, Lumen, Barcelona, 2005.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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