POR MANUEL ALBERCA
Leer novelas en clave autobiográfica es siempre una operación arriesgada y problemática por razones obvias: «novela» y «autobiográfica» implica una evidente contradicción en los términos. Pero este ejercicio quiere ser un intento prudente de ir un poco más allá de la pura lectura ficticia. En el caso de estas novelas de Javier Marías, se reiteran tantos y tan constantemente los mismos motivos y argumentos narrativos, pasando de un libro al otro, que nos permiten entrever al autor, pero de manera tan emboscada que exige un pormenorizado análisis.
I
No descubro nada nuevo si digo que una parte importante de la obra de Marías —especialmente Negra espalda del tiempo, Tu rostro mañana y Berta Isla— tiene su origen en el mundo que el autor acrisoló en Todas las almas. Si Tu rostro mañana parecía concluir y cerrar definitivamente el llamado ciclo de Oxford, la publicación de Berta Isla lo prolonga y enriquece con nuevos hallazgos.
El lector recuerda que, al final de Todas las almas, el narrador y protagonista anónimo regresa de Oxford, se instala en Madrid y se casa con Luisa, con quien que tiene un hijo. Pero en el comienzo de Tu rostro mañana, este mismo personaje y también narrador, ahora bajo el nombre de Juan Deza, ha vuelto a Inglaterra, a Londres exactamente, después de divorciarse de Luisa, con la que ha tenido un hijo más. Por su parte, la trama de Berta Isla actualiza este penduleo entre Madrid y Oxford, entre España e Inglaterra, y retoma temas y personajes que, como vasos comunicantes, pasan de las novelas anteriores a la última, que está protagonizada por una pareja de personajes nuevos, Berta Isla y Tomás Nevinson.
El ciclo de Oxford había empezado casi treinta años antes con la publicación de Todas las almas. Esta novela tiene la forma de un memorial en el que el narrador, conocido como «el español», rememora los dos cursos pasados en la Universidad de Oxford como profesor de español. De vuelta a Madrid, su ciudad natal, y asentada su vida, escribe los recuerdos de aquellos dos años. A pesar del escaso tiempo transcurrido, recuerda como muy lejana y casi ajena una perturbación psíquica sufrida en aquel tiempo: «[…] una de esas perturbaciones que seguramente pasan inadvertidas para todo el mundo menos para el que la siente, una de esas que todos tenemos de vez en cuando». La verdadera causa de esta perturbación se le escapa, pero cree encontrarla en algunas de las circunstancias del destierro voluntario en Oxford. Allí comprueba su obsesiva, quebradiza y cambiante personalidad, y comprende que es indispensable compartir con otros los recuerdos para escapar al vértigo de la pérdida de identidad. Constata también que cada uno de los enigmáticos compañeros del college arrastra consigo un secreto, que mortifica sus vidas: Cromer-Blake esconde una ominosa enfermedad y un fracaso sentimental; Toby Rylands, su pasado de espía. Su amante, Clare Bayes, una profesora, casada y con un hijo, guarda un secreto familiar que marcó su infancia y prolonga su alargada y fantasmal sombra hasta el presente.
Entre el relato del narrador sin nombre y la biografía y la persona del autor hay más de una coincidencia, que no creemos fortuita, pero es la ambivalencia estatutaria del relato, y no tanto la semejanza entre la novela y la biografía de Javier Marías, lo que me inclina a considerarla una autoficción. Una peculiar autoficción, en la que nunca se confirma la identidad nominal de autor y narrador, pero se señala indirectamente, pues algunos de los amigos del autor con su nombre propio aparecen en el relato como amigos del narrador: Guillermo (Cabrera Infante), Miriam, la mujer de este último, Félix (de Azúa), Vicente (Molina Foix). A estos dos últimos además les dedica el libro: «A mis predecesores, Félix y Vicente».
Por tanto, en la novela se juega al menos con la posibilidad de identificar autor, narrador y protagonista, se establecen hipótesis para salir de esa indefinición nominal, se puede pensar que su anonimia está preñada de insinuaciones que sugieren la identificación, pero, de hecho, el texto no la asegura. El equívoco onomástico, que el autor fomenta en Todas las almas, con la alternancia de anonimia, nombre genérico («el español») y nominación falsa («Emilio») y los nombre equivocados y confundidos que le atribuye Will, el errático portero del college en que enseña (que reaparece fugazmente en Berta Isla), sugiere y niega al mismo tiempo la posibilidad de identificar al personaje novelesco con el autor.
Este aspecto, unido a la indeterminación genérica, no es ni un simple juego ni mucho menos algo banal. Ambos aspectos están estrechamente ligados a los dos centros más importantes del universo narrativo de Marías: la incertidumbre azarosa de la existencia y la incomprensibilidad de un mundo sin referencias estables. En torno a esas dos grandes preocupaciones del universo-Marías giran otros como la pérdida de la identidad, la disolución del pasado, los errores de la memoria o las limitaciones del lenguaje para contar lo ocurrido. Estos temas con variantes y ejemplificaciones distintas reaparecen en todos los libros del ciclo oxoniense. Aceptemos, pues, que Todas las almas es una novela, una novela singular, porque, como ocurre con algunas autobiografías, desencadenó efectos extratextuales y réplicas de las personas que se sintieron aludidas.
Tal fue el cúmulo de desmentidos que el autor quiso contestarlos en Negra espalda del tiempo, un libro autobiográfico, por más que parezca una novela por la multitud de historias y de coincidencias inverosímiles. El narrador (bajo el nombre propio de Javier Marías) se esfuerza en subrayar las diferencias entre el mundo real de Oxford, vivido por él, y el relatado en Todas las almas. Sin embargo, cuanto mayor es el esfuerzo de Marías por subrayar la diferencia entre ambos mundos y sus respectivos personajes, cuanto más insiste el autor en distanciarse del narrador de la novela, más crece la reticencia del lector que no acaba de verlo.
A esto no es ajeno el hecho de que el autor, que ya había dado pruebas de su capacidad para crear un marco receptivo ambiguo en Todas las almas, ideó una estrategia contraria en Negra espalda del tiempo. Si en la primera amagaba un relato de apariencia autobiográfica, que, según el autor, era una novela, ¿la clasificación de «falsa novela» significaría que Negra espalda del tiempo era un verdadero relato autobiográfico o una novela doblemente ficticia, pues la «falsedad» o, mejor, el principio de irrealidad, se presupone en cualquier novela? El problema radicaba en vencer la desconfianza de los lectores, pues ¿qué crédito podía tener alguien que había jugado a confundir, haciendo pasar por verdadero lo ficticio, y que ahora pedía que, por irreal que pareciese, lo aceptasen como verdadero?
¿Qué sucedió en realidad? Marías, que aspiraba, según sus propias palabras en el comienzo de Negra espalda del tiempo, a colocar las cosas en su sitio y a deslindar la ficción de la realidad, terminaba por introducir de nuevo la ambigüedad. El autor estaba acostumbrado a transitar con agilidad entre la ficción y la autobiografía con el pasaporte de la novela, que es el salvoconducto literario de curso legal más aceptado. Pretendía relativizar, incluso diluir la frontera, donde confluyen lo real y lo ficticio, con la intención de crear una dimensión única y compleja: lo real-ficticio. Sin embargo, esta aspiración no consigue abolir las diferencias entre ambas instancias narrativas. Al contrario, este territorio híbrido adquiere interés y relevancia en la medida que los límites existen.
Aunque son apreciables los valores de Negra espalda del tiempo y, sobre todo, el intento de abrir caminos nuevos para la autobiografía, resultó un libro malogrado, por más que le costase aceptarlo al autor (v. Ángeles García «Mi novela no ha sido entendida», entrevista a Javier Marías, El País Semanal, 8-11-1998). Nadie le podrá discutir interés a los hechos relatados, pero su aparición se justifica sólo por la relación tangencial con el autor, sin conseguir convencernos de su necesidad ni del anclaje que tienen en su vida, ni menos aún mostrarnos quién y cómo es la persona a la que le suceden o afectan tantos, raros y, a veces, gratuitos sucesos. Este libro debería haber explicado las relaciones entre la obra y la vida del autor, pero la expectativa resultó frustrada, pues Marías no clarificó lo sucedido ni deslindó lo real de lo ficticio.
No obstante, Negra espalda del tiempo, con Aquella mitad de mi tiempo y las entrevistas concedidas a la prensa, especialmente la de The Paris Review, incluida en este libro (incluso las memorias de Julián Marías, Una vida presente), dibujan un «espacio autobiográfico» reconocible en la obra narrativa de Javier Marías y, sobre todo, en las novelas que nos ocupan. El concepto de «espacio autobiográfico» no se corresponde con lo que se conoce a veces como inspiración autobiográfica, sino una estrategia orientada a constituir un juego, plural y cambiante, de imágenes ficticias, en las que es posible reconocer la representación del propio autor de manera fantasmática. Para poder establecer un «espacio autobiográfico» es necesario que haya, al menos, un texto fundado en el «pacto autobiográfico». En el caso de Marías sería Negra espalda del tiempo y Aquella mitad de mi tiempo. Estos dos libros alumbran y anticipan Tu rostro mañana, y permiten leer también la obra precedente en clave autobiográfica, por más que el autor escribiese Negra espalda del tiempo con el propósito de exorcizar el fantasma autobiográfico de Todas las almas.