III

Cuando un autor ficcionaliza su vida, realiza una transacción, tácita o explícitamente, entre lo que realmente es y lo que le hubiese gustado ser. En el marco de la ficción le está permitido imaginar lo que no llegó nunca a sucederle, como si le hubiese ocurrido. En esa operación de invención de sí mismo, de impostura o sublimación de la realidad, procedimientos, por otra parte, tan humanos y, a veces, tan necesarios para seguir viviendo, se amalgama lo real-biográfico con lo biográfico-soñado. Desde Todas las almas a Berta Isla, la obra de Marías se presenta como una indagación en torno a la identidad del narrador y de sus personajes. Según avanzaba en los argumentos de estos libros, la experiencia lectora del que suscribe tomaba la forma de una investigación en la que se le iba revelando que narradores y personajes mantenían una ambigua pero inequívoca relación con su autor. Me convencí de que que si quería ir un poco más allá de la lectura ficticia, como se deduce de las ambigüedades y reiteraciones de los propios relatos, tenía que considerar también que los argumentos narrativos de Marías abrían y provocaban dudas acerca del hiato con que se separa habitualmente la ficción de la autobiografía, y el narrador ficticio del autor.

En el ciclo de Oxford, las dos figuras más relevantes —y no por casualidad— son el espía y el fantasma, en los que, de manera sucesiva y diferente, se encarnan sus narradores y personajes. Ambos tienen en común su invisibilidad, sus apariciones intermitentes y sus escondidos actos. Disfrutan de la ventaja de poder observar y vigilar a los demás sin el inconveniente de ser vistos ni juzgados por ello. Los narradores y protagonistas de Marías se caracterizan tanto por el deseo de velar su identidad verdadera o de disfrazarla, como por la indagación y desenmascaramiento de los otros.

Esta disposición para investigar las vidas ajenas era ya evidente en el narrador de Todas las almas, y su estancia en Oxford le reportará un aprendizaje avanzado para sus cualidades innatas. Clare Bayes advierte que su amante clandestino está dotado de unas cualidades observadoras obsesivas que ella definirá como una «mente detectivesca». En el reservado, y a la vez indiscreto, ambiente de la universidad de Oxford, caracterizado tanto por el cotilleo de las vidas ajenas como por la calculada opacidad de esconder los asuntos propios, encontramos la primera aproximación narrativa al tema. Los dons hacen gala de una bien acreditada facultad para indagar las vidas y los secretos de los demás, pero también para esconderse ellos mismos. (De algunos se sospecha que han sido incluso espías dobles). El «español», narrador y protagonista, lo deja escrito en su memorial: «Trasmitir información sobre algo es, además, la única manera de no tener que trasmitirla sobre uno mismo». Según esta lógica, su continuador en Tu rostro mañana, Juan Deza, y su equivalente en Berta Isla, Tomás Nevinson, estaban abocados al espionaje, y sus cualidades lo hacían presagiar. En el caso de ambos, Peter Wheeler lo ve claro y recomienda a Tupra que los capte para los servicios secretos británicos.

Deza y Nevinson tienen en común la misma exhaustividad controladora, rigurosa e incansable de la vida de los otros, pero una falta de interés para observar las suyas. La falta de disposición a estudiarse a sí mismo resulta paradójicamente reveladora en ellos, que han hecho su profesión de la vigilancia y análisis de las vidas ajenas. Es el caso de Deza, que según consta en la ficha personal, guardada en los archivos de la oficina de Tupra: «Es como si no se conociera mucho. No se piensa, aunque él crea que sí (tampoco lo cree con gran ahínco). No se ve, no se sabe, o más bien no se ausculta ni se investiga. Ese es un conocimiento que no le interesa». Es un juicio similar al que Berta Isla tiene de su marido: «[…] desde adolescente no estuvo jamás interesado en conocerse ni en descifrarse, en averiguar qué clase de individuo era. Le parecía un ejercicio de narcisistas y una pérdida de tiempo».

¿Qué podemos deducir de estas figuras narrativas y de sus invariables actitudes? ¿Es posible extraer alguna conclusión en relación con el autor? En primer lugar, la reserva, el rechazo o la falta de interés por la introspección en los protagonistas y narradores de Marías se corresponde con el desinterés que manifiesta el autor con respecto al ejercicio autobiográfico. Según Miguel Marías («Prólogo», Aquella mitad de mi tiempo, 2008), su hermano Javier «no escribirá nunca su autobiografía», y el propio autor así lo ha ratificado, aunque no por ello haya dejado de escribir sobre sí mismo y sobre aspectos de su vida en sus artículos, cuentos y novelas. Es paradójico, pero parece que la resistencia de Javier Marías a hacer autobiografía explícita no le impide, al contrario, le estimula a cierta diseminación autobiográfica incesante.

En segundo lugar, hay que admirar la coherencia y habilidad con que Marías ha manejado sus argumentos, temas y personajes, de manera recurrente en este ciclo novelístico. Ha levantado un mundo en el que personajes espías y fantasmales observan y estudian de manera oculta e indetectable lo que hacen o piensan los otros. Poco respetuosos a la hora de meter las narices en las vidas ajenas, pero retraídos y prudentes para no mostrar las suyas. «El español», Juan Deza o Tomás Nevinson, así como sus preceptores o jefes, Toby Rylands, Peter Wheeler o Tupra, son expertos en esconder sus secretos e incluso en borrar su presencia.

Esta figura narrativa, que ha hecho de la ocultación y el secretismo su modus vivendi, parece haber sido integrada, asimilada y hecha suya por Javier Marías, que evita hablar de sí mismo y de su biografía autobiográficamente. Cuando Javier Marías publicó Negra espalda del tiempo, además de anunciar una segunda parte o continuación de esta obra, que, veinte años después, parece haber sido descartada para siempre, se esperaba que se aplicase él mismo la manera de indagar que sus narradores tenían con los seres de ficción. Pero Marías, espía riguroso e incansable de sus criaturas, prefirió convertirse en fantasma de sí mismo. Desapareció de su horizonte creador el proyecto de ahondar literariamente en su vida y renunció definitivamente a cruzar el umbral de su secreto.

Ésta ha sido la opción elegida por el autor que ha hecho del espionaje y de los espías un mundo paralelo, pero incomunicado con el suyo, un mundo desde el que observar a los otros sin mostrarse ni permitir ser visto. Esa tensión o forcejeo entre conocer o ignorar, hablar o callar, narrar lo sucedido o evocar lo que pudo suceder, extiende un velo de silencio en lo personal, convencido de que es mejor no saber, ni conocer, ni contar.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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