Aún peor, la última traducción al inglés del Cèllere Codex, presuntamente el manuscrito más auténtico de Verrazano de los que contamos, no siempre hace justicia al documento original, dado que en cierta manera favorece los argumentos de los defensores de la figura de Verrazano (por ejemplo: la traducción de «nero» por «dark», en vez de «black», en referencia al color de los indios).
De cualquier manera, merece la pena hacer un somero repaso del abanico de investigadores que cita Destombes para defender la causa de Verrazano y que, sin duda, son en su mayoría sólidos historiadores a nivel nacional y, en algunos casos, internacional. Se observará, no obstante, dentro de los citados estudiosos, cierta tendencia nacionalista hacia lo francés e italiano, así como un conocimiento marginal y limitado de la presencia luso-española por esas costas septentrionales. Uno de ellos, Richard Henry Major, es el creador de una de las mayores fabulaciones que existen sobre los viajes de navegación: On the voyages of the Venetian brothers Zeno, to the northern seas, in the fourteenth century. En su obra narra la fabulosa llegada a América en la segunda parte del siglo xv de los hermanos venecianos Zeno. Un bulo que el historiador canadiense T. G. Oleson califica como: «una de las más absurdas y, al mismo tiempo, más exitosas fabricaciones de la historia de la exploración».[29]
Otro librito (19 pp.) de Henry Major, que no tuvo el eco que él hubiese deseado, defiende que la primera aparición de la palabra «América» surge en un mapamundi realizado ni más ni menos que por Leonardo da Vinci: Memoir on a mappemonde by Leonardo da Vinci, being the earliest map hitherto known containing the name of America.[30]
Otro de los autores mencionados por Destombes es Cornelio de Simone, que vuelve a citar a sus paisanos, los hermanos «Zeno», como los descubridores de Norteamérica a principios del siglo xv. En otro de sus libros defiende el descubrimiento de Norteamérica por el veneciano Giovanni Caboto, siendo el documento más importante de este viaje es una carta escrita en español de reputación más que dudosa.[31] A ellos se suma Paul Gaffarel, autor que ha defendido con argumentos poco convincentes la teoría de que los irlandeses llegaron a América antes que los vikingos.[32] Por su parte, el clérigo e historiador episcopaliano Benjamin Franklin da Costa, además de firme creyente en la «historia» de Verrazano y en los mapas de su hermano, es defensor del descubrimiento vikingo de Maine en los actuales Estados Unidos.[33]
Prospero Peragallo fue un autor italiano especializado en crónicas portuguesas y gestas realizadas por italianos, además de defender apasionadamente algunas causas perdidas como la veracidad de las aseveraciones del hijo del almirante, Fernando Colón, figura ampliamente criticada por la notoria falsedad de muchas de sus afirmaciones sobre la figura y hechos de su padre.[34] Peragallo se enfrenta dialécticamente con Henry Harrisse en un librito de veintinueve páginas e igualmente defiende la identidad de Giovanni Verrazzano frente a los que lo identifican con el corsario «Giovanni Florin».[35] Con un estilo muy particular, ve como una obligación patriótica defender la figura de Giovanni de Verrazano para que no se confunda con la de un vulgar pirata: «la cuestión tenía que decidirse de forma concluyente y triunfal a mayor gloria del navegante florentino, la conciencia me decía que no solo haría un trabajo justo, sino patriótico…» (Intorno alla supposta identità di Giovanni Verrazzano, 3).[36] Peragallo, furioso con la publicación de Henry C. Murphy por comparar al egregio explorador Verrazano con un vulgar pirata, le defiende como si el honor de su familia estuviese en entredicho: «Hace unos años, el estadounidense Murphy salió con un libro en el que, después de haber intentado, a fuerza de sofistería, paralogismo, estiramientos e insinuaciones malignas, despojar a Verrazzano de la gloria del descubridor» (4).[37] Wroth se posiciona claramente del lado de Peragallo, porque, según él, sus argumentos se caracterizan por el «sentido común»: «The Peragallo refutations of 1897 and 1900, characterized by common sense, would have been enough in themselves to clear up the persistent confusion between identities of Florin and Verrazzano» (p. 258).
De entre los otros autores mencionados, además del importante libro sobre el constructor naval y pirata bretón Ango (padre e hijo) de Eugene Guenin y el libro sobre Verrazano de Gabriel Gravier, el más eminente es el historiador franco-estadounidense Henry Harrisse, autor de The Discovery of North America, obra canónica por excelencia del descubrimiento de Norteamérica.[38] A este autor, del que sí debemos tener cuidadosamente en cuenta sus opiniones sobre Verrazano, veremos que no se posiciona al respecto, porque son muchas sus dudas en torno a los viajes de Verrazano, como cuando afirma, en su The Discovery of North America, que una conclusión tan diferente a las nociones comúnmente conocidas en materia de historia geográfica no puede aceptarse sin ser sometida primero a pruebas y análisis severos (78). Las dudas de Harrisse a la hora de posicionarse no son gratuitas, ya que anteriormente había tenido fuertes controversias con algún nacionalista inglés que afirmaba que la palabra América ya existía antes del mapa de Martin Waldseemuller de 1507 (donde teóricamente aparece por primera vez el nombre «América») y de Américo Vespucci.[39] En cuanto a la disputa histórica sobre Verrazano escribe:Sin estar aún en posesión de los nuevos hallazgos que esperamos que, a petición nuestra, puedan resultar de las investigaciones iniciadas por el Gobierno francés entre los documentos del Almirante Bonnivet y en los archivos parlamentarios de Rouen (en Honfleur y Dieppe se han agotado), así como en la Torre do Tombo en Lisboa, por un amigo a quien le hemos encargado examinar la correspondencia diplomática de Joao da Silveyra, Pedro Gómez Teixeira y Diego de Gouveya, nos abstendremos por el momento de analizar los documentos mencionados anteriormente (215).
Harrisse es consciente de los problemas habidos con los mapas de Visconte de Maggiolo referentes al viaje de Verrazano, en cuanto a autoría, fechas, grafía, controversias, etcétera.[40] Una de las reservas más importantes de Harrisse sobre el pretendido viaje de Verrazano es que los reyes franceses no lo anunciasen en su momento a «bombo y platillo», como siempre habían hecho. Resulta sorprendente, por tanto, que los viajes de Jacques Cartier (1534), realizados diez años después, fueran considerados oficialmente los primeros: ¿Por qué? Sabemos que Francisco I cada vez que tenía una oportunidad de ponerse una «pluma en el sombrero», como dicen los norteamericanos, la aprovechaba.
Gracias a la crónica portuguesa de 1613, Crónica do muyto alto e muito poderoso rey destes reynos de Portugal dom Ioão III [Crónica del muy alto y poderoso rey de estos reinos de Portugal don Juan III], de Francisco D’Andrada, a la que nos remite Harrisse, confirmamos que Giovanni de Verrazano no era más que un vulgar pirata que se ofreció al rey de Francia y que éste aceptó gustoso sus servicios para seguir haciendo estragos en las costas portuguesas del Brasil. Dice la crónica portuguesa:
Durante este tiempo fue el rey avisado por algunos portugueses que negociaban en Francia que un Juan Varezano, florentino de nación, se ofreció al rey Francisco para descubrir en el Oriente otros reinos que los portugueses todavía no habían descubierto, y que en los puertos de Normandia se hacían con prisa armadas con el beneplácito de los almirantes de la costa de Francia y la disimulación del rey Francisco, para ir a poblar la tierra de Santa Cruz, llamada Brasil, descubierta y demarcada por los portugueses en su segundo viaje a la India (I parte, cap. 13, p. 12 v.).[41]
Dicha crónica también nos dice que en lo único en que el rey francés mantuvo su palabra durante los nueve años que estuvo allí el embajador João Silveira fue en no mandar al «florentino», esto es, a Verrazano, a tierras americanas: «Que fueron nueve años continuos en los cuales no acabó ninguno de los negocios que llevaba a cabo [el rey de Francia] excepto el de prohibir el viaje del florentino que atrás hice mención y el de algunos navíos de corsarios» (D’Andrada, parte i, cap. 14, p. 14 r.). En fuentes españolas como las de Antonio de Herrera y Tordesillas o Andrés González Barcia, en las que no aparece ningún descubrimiento realizado por parte de «Verrazano», sí es célebre, no obstante, la hazaña de Juan Florentin al tomar el tesoro mexicano (Smith, 20). Efectivamente, no será hasta principios del siglo xvii cuando Antonio de Herrera y Tordesillas dedique un capítulo al viaje de «Juan Verraçano Florentín» (tomo ii, década 3, libro 6, cap. 9, p. 191).
Como decía en una entrevista la dueña del archivo privado más importante de Europa, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, «falsificaciones las ha habido siempre y por lo que parece nada va a cambiar».[42] Wroth termina su libro poniendo todo el peso de sus afirmaciones en el conocido traductor italiano Giovanni Battista Ramusio:
Ser aclamado por Ramusio como un gran capitán con conocimiento de marinería y el arte de la navegación, explorador y descubridor exitoso, defensor de la colonización, hombre sabio e inteligente que se había dedicado a emprender tareas que exigían valor, trabajo y sudor. Giovanni da Verrazzano está nominado para tener un asiento entre la élite de su tiempo, hombres de pensamiento y acción que dieron dirección a los destinos del mundo moderno. Aquí, dijo el gran historiador de viajes [Ramusio], fue un «caballero valiente» cuya fama no debería ser enterrada y cuyo nombre no deberá pasar al olvido (Wroth, 264).
Pero Ramusio, con el todo el crédito que se merece por la enorme cantidad de traducciones de viajes realizadas, no deja de hacer valido el conocido adagio: traduttore, traditore. Así es, el conocido traductor veneciano se toma a menudo más licencias de las necesarias, como bien resumen los historiadores Richard Flint y Shirley Cushing Flint: «Ramusio has a deservedly poor reputation as a publisher of translations, because from time to time he introduce alterations and additions to the original texts without the slightest editorial acknowledgment» (186).