En Páramo solo, por ejemplo, la venezolana dialoga con un familiar querido muerto. Nos aventuramos hacia un tránsito, hacia ese lugar denominado «páramo solo», un lugar obviamente poco hospitalario. La importancia de la familia en la poesía de María Auxiliadora Álvarez ya ha sido señalada, entre otros, por Julio Ortega (2009, pp. 9 y ss.). Y llama la atención cómo dialoga con ese ser amado, muy cercano y lamentablemente ya muerto, que se halla en esa suerte de no lugar –como indicó Marc Augé–, en este caso abstracto pero textualmente material. Se trata, y conviene subrayarlo, de una zona tarkovskiniana de arenas movedizas, una no man’s land de estirpe eliotiana, tierra baldía sin límites, un no lugar por excelencia donde todo lo sólido se desvanece en el aire (Berman), disuelto en «vida líquida» (Bauman), intersticios por donde se filtran las grandes preocupaciones que asolan la conciencia de la poeta, por donde se escapa la vida, por donde asoma la poesía, una suerte de tierra de nadie o territorio que es, sobre todo, el lugar de la creación, el espacio de la reflexión poética. Las cuestiones metaliterarias –no podían ser menos, pues destaca en esta poesía el pliegue y el repliegue de la reflexión que siempre va más allá– están al orden del día, y podríamos leer muchos poemas, pasajes o fragmentos al respecto. Un no lugar que remite directamente a una realidad nómada, que se mueve, y al cuestionamiento de las identidades monológicas e inamovibles, empezando por las identidades literarias y terminando por cualquier esencialismo reduccionista: la poesía de nuestra autora soslaya el pensamiento racionalista no porque no sea eficaz, o verídico, sino porque la poesía se ocupa de esas otras cuestiones que se escapan a la lógica cartesiana. No hay que «separar la razón de la intuición, como lo hizo Occidente», recalca la propia María Auxiliadora Álvarez (2017, p. 15). Y podríamos adentrarnos en discursos rizomáticos, con Deleuze, para analizar la complejidad de lo que hablamos. Como tal, a veces resulta una realidad incómoda, ya que no se ajusta a las coordenadas del utilitarismo. La polisemia es un atributo de las palabras y, por consiguiente, de la poesía. Las palabras no se reducen a meras definiciones del diccionario, no apuntan a un solo significado. No solo los diccionarios son incapaces de explicar lo que sucede en el no lugar –del presente o del pasado–, sino que el carácter incomprensible de esa realidad va más allá de cualquier explicación racional cercana a una lógica estable. Quizá por eso Julio Ortega (2019) defina este no lugar como exilio en nuestra poeta, porque el exilio es no encontrarse en el lugar donde te encuentras y echar de menos el lugar del que vienes, no poder sentir como propia la pertenencia.

La ruptura con el sentido común aquí se plantea como el eje donde gravita el conocimiento. La ruptura con el objetivismo se convierte transversalmente en uno de los emblemas de esta obra, que se repliega activa. Nada hay más insensato que el sentido común para justificar lo que comúnmente suele ser un atropello. Así, la poesía se transforma en denuncia, no como libelo o propaganda, sino como manifiesto o explicación de lo que acontece, desarrollo ideológico de lo que sucede, de la realidad que nos configura, pero no desde un lenguaje matemático, sino con las herramientas de la lírica y, a partir de ahí, queda en manos del lector, que despliega sus dispositivos hermenéuticos. La conciencia se erige en el ring donde se dan cita todos estos debates y combates, una conciencia crítica que no se deja avasallar por el pensamiento único y totalizador de la sociedad capitalista de consumo y tecnológica que tiende a homologarnos como si fuéramos productos en serie, obviando nuestra individualidad. Quizá, por eso en el poema «Pompeya» asistimos a ese no lugar donde las ruinas fantasmagóricas se alzan como vestigios mudos de un tiempo detenido y los cuerpos calcinados y petrificados ejemplifican una suerte de reducto inmóvil, de traslación espacial a lo largo de los siglos, extraña e incluso terrorífica pero con todas las grandezas, su esplendor de época, y la miseria de la impotencia de quedar atrapados en una cápsula del tiempo, estableciendo un diálogo ucrónico con el presente, superponiendo planos temporales, con la muerte del padre: «Mi corazón había sido destruido en Pompeya // el sol hería de nuevo / las grietas del mundo estallado // pequeñas piedras pulidas / reflejaban todavía / la luna de ayer // y yo pude reconocer / el cuerpo de mi padre / entre los escombros».

El silencio El lugar es ese no lugar porque el silencio representa lo contrario a la poesía. Y si bien es cierto que la poesía necesita el silencio y la soledad para nutrirse de ellos, después emerge hacia la superficie en forma de palabras compartidas. Se apunta que esta «poesía, con el paso de los años, se ha ido depurando de elementos formales, tipográficos e incluso de palabras, logrando efectos máximos con elementos mínimos» (Penalva, 2016, p. 6). A través de la poesía se podría decir que se sortea el no lugar al que estamos abocados. Pero no solo a través de ese método, sino también a través de la pérdida de la individualidad, de la borradura de la individualidad que nos permite conectar con el otro, con la otredad. En Páramo solo, de hecho, la voz autorial enuncia versos tan lúcidos, tan desprovistos del yo como «ella está acostumbrada», «así es mi madre» o «ya sabes lo que pienso de ella / y lo que ella piensa de hablar», en un discurso dialógico donde se desemboca en que «el páramo te va a hablar», resolviendo felizmente el no lugar en un lugar, el silencio en comunicación, a través de la poesía.

Sin duda que la poesía se establece como ejercicio de altruismo y alteridad fundacional en la transferencia, olvidándonos de nuestros propios sentimientos y emociones para que otros sentimientos y emociones entren en nosotros, nos penetren, como una suerte de agresión hacia nuestra integridad, que nunca volverá a ser la misma tras la experiencia lectora. Porque nuestra integridad sufre al abrirnos a la otredad, al borrar nuestra individualidad y dejar que nos traspase el otro… Compartir unos sentimientos ya manidos, ya trillados por otros, como los que vemos en los medios de comunicación de masas, eso no tiene mérito ninguno porque es de fácil digestión. Pero entrar en otro mundo significa olvidarse del propio –y somos reacios por naturaleza– en una operación sacrificada y dolorosa, no exenta de aprendizaje y educable, puesto que también se puede aprender a vivir en la otredad. En el fondo, la tarea responsable del poeta es esa: arrancarle a la vida su página de poesía, trasladarla en palabras y prepararla para ser transferida a los lectores, en la libertad de entender la responsabilidad como le parezca. Es un concepto amplio que, en un mundo de estupor, en este Paréntesis del estupor en el que vivimos, se entiende de manera flexible: «Desarrollar no es cumplir», escribe acertadamente nuestra poeta.

Un poema es algo distinto a contar historias que emocionen porque la poesía no se desarrolla en territorios ya explorados sino que explora ese lugar o territorio donde nadie antes ha llegado. T. S. Eliot no abogaba por contar emociones, cuantas más –o más truculentas– mejor, con lo que se incurriría en la conocida falacia detallando historias muy cargadas de emoción: por ejemplo, sobre un emigrante que pasa muchas fatigas o una anciana desahuciada. Los ejemplos no faltan. Eliot hablaba de que el poema debe ser emoción, transmutar (Pujals Gesalí, 1990, pp. 30-31) la emoción y convertirse en emoción misma. El texto como corriente emocional, como stream, o dicho de otro modo: vías purgativa, iluminativa y unitiva, ese es el raptus poético en el que se sumerge el lector pero que también transmite el texto desde su autonomía e inmanencia. Podríamos decir borboteo, nacimiento desde el manantial, corriente telúrica que aflora. Por tanto, al lector le llega la emoción viva, la vibración, el caudal del estremecimiento, el temblor del proceso que es descubrimiento, emoción nueva, no vivida antes, es decir, no vivida nunca antes fuera del poema: «Esas ramas que de lejos / parecen unidas // y semejantes // (en extensión / en aglomeración / en nudillos) / De cerca / cumplen distancias / insondables: / que nunca / se han rozado / en el temblor».

Este estremecimiento o escalofrío es algo decisivo –una lección fundamental–, pues diferencia la poesía que nos interesa –mientras que podamos diferenciar y elegir– de la que no: no hay en ningún caso una verdad anterior al texto, como ya advertimos más arriba. Eso es, en buena lógica, la experiencia poemática de la que partía la poesía de la experiencia en Langbaum, y que Borges como buen lector de poesía inglesa asimiló bien, una concepción cerrada en la que el poema –desarrollándose– completaba en sí una historia. O Cernuda, por supuesto. Pero la anécdota no tiene por qué estar basada en la cotidianidad. Recordemos los impresionantes poemas mítico-heroicos de El inocente (1970), de José Ángel Valente. No en vano los estudios sobre Valente de nuestra autora son tan decisivos (Álvarez, 2017, pp. 271 y ss.). En el sentido apuntado, la emoción se descubre al leer el texto, es decir, no existía antes…

El poema aquí se concibe como proyección de sí mismo, lenguaje proyectado, aunque la primera lectura se enfoca desde y hacia ese sujeto que dialoga consigo mismo y que maneja las posibilidades de la enunciación. Un sujeto camina con paso incierto por un lugar extraño, nómada e inestable, estableciendo un correlato objetivo con la otredad, con esa persona que se va o que se ha ido, que anda en tránsito, en ese no lugar. El nomadismo es la constante de estas identidades cambiantes. En palabras de la propia autora, deconstruyendo los discursos de la identidad: «Walter Mignolo y Ángel Rama se han enfocado en distintos periodos históricos para concluir en cada cabo (siglos xvi y xx, respectivamente) que los discursos de la identidad y la conciencia social en Latinoamérica han subsistido en forma paralela pero desunida. Tal vez algunas de las claves de estas uniones y separaciones se encuentren demasiado a la vista para ser percibidas» (Álvarez, 2017, pp. 404-405).

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