Todo se mezcla y se establece sin orden, la identidad del personaje se amalgama en un conglomerado de estímulos y sensaciones, he aquí Las regiones del frío, del escalofrío, del estremecimiento, de la hipersensibilidad. Todo llega al mismo tiempo porque la poeta mantiene sus sentidos intactos y porque ella, al igual que el personaje de ese ser querido muerto, en tránsito, vive en el poema y toma vida a través de la creación: ahí reside, todavía con fuerza, en una identificación del frío de ambos que los une. El personaje está «acostumbrado a escuchar», es decir, acostumbrado a ponerse en el lugar del otro, a desasirse de su yo, que es justamente lo que sucede cuando morimos, y de aquí que se establezca un paralelismo con la muerte, que está ahí o se acerca, en cualquier caso, a nosotros. La conciencia del poema permanecerá, la certeza juanramoniana de la palabra poética que posee su propia conciencia seguirá estando viva, es ese ser amado, ya muerto, que habla, su personaje en el que ha entrado la voz autorial, en el que hemos entrado todos a través de la lectura. Eso no lo podrá anular nunca la muerte, puesto que la imaginación, aunque fugaz, conserva en la poesía y en su escritura un camino de materialidad y permanencia inextinguible. Y ese mundo poético con una conciencia propia solo ha sido posible porque el yo de la poeta se ha proyectado en el poema, ha creado un mundo paralelo donde la alteridad cobra una entidad sólidamente construida. El proceso o procedimiento dialógico por el que ha llegado hasta ahí es su mejor aval. Hablar con uno mismo, negociar con uno mismo, equivale a convivir con nuestra propia proyección. Quizás en el otro –sea un yo proyectado o una alteridad– no hallemos la solución definitiva ni la verdad última de nada, puesto que las soluciones o las verdades como tales no existen, pero sí al menos nos reconoceremos de algún modo y nos servirá, de manera transitoria, para disfrutarlo. ¿Es esa la belleza que nos proporciona la poesía? ¿Es esa la verdad que nos devuelve? La poesía sigue siendo una forma lúdica de conocernos a nosotros mismos y al mundo. Por eso se contempla ese paisaje inhóspito, ese páramo solo, estableciendo un correlato objetivo con el sujeto que lo contempla, asumiendo desde el propio texto la conciencia de permanencia y estableciendo una retrospectiva de lo que el paisaje ha supuesto en la trayectoria de la poeta, que no habla «por compasión» o que, cuando lo percibe, se rebela ante su propia voz: «Hablabas “por compasión” / desde tu propia agonía // hasta que el ronquido de otro estertor / tomó posesión / de tu voz». No se trata en ningún momento de una voz benévola o indulgente consigo misma, sino todo lo contrario. Quien se considera una eterna aprendiza es imposible que no asuma esas premisas como axioma, lo cual no significa que no pueda contemplar el mundo exterior, las cosas, y sentirse reconfortada: «Ya / no se escuchan / voces // en este jardín // al cactus / de la intimidad / le ha nacido / una flor».

La poesía de María Auxiliadora Álvarez no es un cúmulo de acontecimientos, más bien a medida que se lee descubrimos una secuencia de visiones. Es esencia y símbolo, y no se trata de la corriente que trabaja con el simbolismo, no va por ahí, es ante todo un tiempo mucho más largo, que va de las cosas a su significado intrínseco, a su símbolo, abandonando la palabra, me atrevo a decir, abandonar el medio de expresión, para alcanzar el grado de confianza pleno en el hecho creativo (Häsler, 2016).

Lo pequeño es hermoso, como titulaba el clásico Schumacher. Y no debemos confundir cotidianidad con coloquialidad. En la poesía de María Auxiliadora Álvarez no se renuncia a la cotidianidad, se apuesta fuerte por la vibración del presente, las pequeñas cosas, los detalles y los matices. Sí, quizás a consecuencia del conocimiento, su voz se aparta de la coloquialidad, del realismo plano, siempre con la certeza de establecer un vínculo con el lector –conectando con él a través de la poesía en Un día más de lo invisible–, que no repara en lo obvio porque la poesía no surge de lo obvio, sino que emana precisamente de desentrañar aquellas circunstancias que nos punzan. Nos despierta y zarandea de una individualidad neoliberal que ya ha perdido la predisposición al asombro, insensible y cínica, de vuelta mallarmeana de todo, sin capacidad de sorpresa.

Por eso mismo, se diría en muchas ocasiones que el pasado no es importante en esta poesía, o no determinante para interpretarla, por cómo se nos expone, porque se plantea como una partitura del presente, de la intensidad del momento, de la alegría guilleniana –cántico– del vivir. No es que el pasado no sea importante, porque no hay aprendizaje sin memoria, y la experiencia poética de María Auxiliadora Álvarez es una continua lección de cosas. De hecho, «la herida tiene cuerpo en la sonoridad de la memoria» (Hernández, 2009), en lo que resuena pero no se escucha –o se expresa como conmiseración o patetismo en la mirada– ni busca epatar al lector a través del dolor –«el dolor es lo único que se transforma en ganas de vida, en ganas de cambio» (Fidalgo, 2010)–. Por el contrario, se simboliza en «lo pleno», mostrándose colmado en el vacío, reverberante de voz, ahíta de sí: «Lo pleno / que tal vez / se encontraba / habitado / por el silencio». La dialéctica voz/silencio nos devuelve al presente, a las posibilidades del mundo y de la enunciación, a la creación poética que necesita una y otra vez renovarse, actualizar la experiencia textual, esa experiencia antes no vivida por ningún otro lector o ser vivo. La poeta escribe «para los muertos», escribe para los que se han ido, desde ese diálogo inconcluso –esa conversación inacabada, que dijera Hölderlin–, aunque quizá por eso nos dice también que cuando ancla su pensamiento en el recuerdo, «sobre las imágenes fijas / de la memoria / gravita la sombra / de un péndulo / en forma de cadalso». No es que el pasado no tenga importancia, porque sin él no somos quienes somos, sin él no somos nada, no adquirimos significado en el presente, sino que un pasado melancólico y las lamentaciones clásicas de los tópicos solo sirven para torturarnos en forma de cadalso. La poesía de María Auxiliadora Álvarez es una incesante búsqueda del presente, de la palabra que nos redime de la fugacidad de nuestra existencia, si es que eso es posible. Como una revelación o Resplandor, «detrás de las ramas / inmóviles / oscuras // está la mañana». Es la mañana imaginada, esa que viene después de todos los sucesos, esa que renueva el ciclo lumínico de la existencia, el ciclo vital de los seres humanos, que nos lava de la noche y de la oscuridad, y que viene a revivir el mundo. No solo la noche oscura y dichosa sanjuanista, sino sobre todo la noche como negación de la luz, a la que sucede la mañana. «La materia ígnea del verso o su pre-historia, antes de hacerse poema, espera en agitación y gimnasia continua; y su entrenamiento es la negación; es decir, una forma de ir contra sí misma. Entonces la palabra comparece ante sí y deviene una entidad extraña ante sus propios ojos» (Barja, 2017, p. 429).

Vamos a concluir, no sin antes recordar que la composición homónima del poemario Sentido aroma, que aún se encuentra inédito, da buena cuenta de esa relación entre las sensaciones, a modo de texturas, y la estructura formal. Como indicamos en su día (Abril, 2016), se trata de creación y evolución, anagnórisis que aporta conocimiento tras una profunda revisión de «la prosa del mundo», es decir, de «las cuatro similitudes» del Foucault de Las palabras y las cosas, revisión que rehúye del pasado o de los ejercicios de rememoración vacuos: «Flor cortada: // tu perfume duradero / ¿es de ti? / ¿o es de tu herida? // La memoria por venir / es una hoz en espiral // ¿caerán de nuevo las cabezas del jardín? // mi casa y mis ojos / han visto más / sangre de árbol / por paisaje // y sentido aroma».

 

NOTAS

[1] Para la inclusión de María Auxiliadora Álvarez en una panorámica de la poesía venezolana contemporánea, especialmente la escrita por mujeres, véanse, por ejemplo, entre la ingente bibliografía: Varderi (1992), Gackstetter Nichols (2003), Zambrano (2004), Pérez López (2005) o, más recientemente, Paniagua García (2017). Además, María Ángeles Pérez López (2020, pp. 367-383) ha desarrollado y revisado con amplitud el tema de la maternidad y sus tópicos en nuestra autora.

 

BIBLIOGRAFÍA

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