TIEMPO Y (OTRA VEZ) ARTE

Ese juego de la botella con el tiempo es el mismo que vemos en las noticias del descubrimiento de obras de arte perdidas. La prensa las ofrece con recurrencia de marea. En 2014, 20 Minutos contaba cómo años atrás un historiador de arte llamado Gergely Barki estaba viendo con su hija la película Stuart Little y se dio cuenta de que en el decorado estaba un cuadro del pintor vanguardista húngaro Berény desaparecido desde 1928. Lo había comprado en una tienda de segunda mano una ayudante de decoración del largometraje. En 2015, El Diario Vasco notificaba que un ciudadano escocés había encontrado en su ático una historia de Sherlock Holmes publicada en 1904 y que se creía perdida. Un año después leíamos en el ABC que el cuadro que narraba la decapitación de Holofernes, encontrado en el desván de una casa de Toulouse, era, según un experto, obra nada menos que de Caravaggio. También en un desván, esta vez del Tirol, fue encontrada, según leemos en el mismo periódico en 2012, la partitura de una composición de un Mozart de once años hasta entonces desconocida. En El Español pudimos leer en 2019 cómo una familia tenía colgado entre el salón y la cocina, sin darle mayor valor, un cuadro que, al llevarlo a un gabinete experto al hacer la mudanza, supieron que era de Cimabue (se trata de El Cristo burlado).

Estas noticias despiertan siempre el recuerdo de la especulación de Umberto Eco en El nombre de la rosa. ¿Se conservaba todavía en la Edad Media el libro de la comedia de Aristóteles, la segunda parte de su Poética? El estudio de Fernando Báez titulado Historia universal de la destrucción de libros documenta las causas que acaban con los textos, tanto voluntarias como accidentales. En los recortes que tengo en esta categoría intuyo la protesta que a veces hace la casualidad contra la implacable y deletérea labor del olvido.

 

INCLASIFICABLES

Pero las noticias que mayor lealtad guardan al programa que Kafka sugiere a Felice en su carta son aquellas que se resisten a ser incluidas en algunas de las categorías creadas. Como pececillos díscolos, no se dejan atrapar por las manos del orden. Por eso no podrá saberse desde fuera por qué son interesantes para mí. Por eso parecen hablarme personalmente. Y por eso las dejaré en su desnudez, sin vestirlas con una relación que busque universalizarlas. He seleccionado estas cuatro.

En Rostov del Don (Rusia) un hombre acabó disparando (con una pistola de balas de goma, eso sí) a su contendiente dialéctico, tras haber intercambiado primero argumentos y luego golpes. La disputa versaba sobre Kant. Pese a que El Mundo inscribe la noticia en la sección de «Filosofía» y no en la de «Sucesos», no he logrado encontrar dónde estaba exactamente la diferencia teórica entre los dos tertulianos. Unos meses después, al norte de los Urales, la discusión fue sobre literatura y su consecuencia irreparable. La «única literatura verdadera es la prosa», dijo la víctima, y su amigo, ebrio también pero paladín de la poesía, lo mató a puñaladas.

En Speyer (Alemania) una mujer escuchaba los problemas personales de un amigo. Este acompañó sus lamentos con alcohol y la charla se convirtió en monólogo  interminable. La mujer, desoídas sus protestas, llamó a emergencias, pero la ambulancia no quiso llevarse al gárrulo amigo. Tuvo, pues, que recurrir a la policía. Cuando los agentes devolvieron al hombre a su casa llevaba treinta horas hablando sin parar a su amiga.

En Turnhout (Bélgica) un jubilado flamenco lleva nueve años recibiendo pizzas, kebabs o hamburguesas que no ha solicitado. A veces el timbre suena después de medianoche, cuando ya duerme. Muchas son las denuncias que ha puesto contra el enigmático acosador que, usando distintos nombres y correos electrónicos, hace el pedido a diferentes locales a través de la plataforma Takeaway.com, que permite pagar en efectivo en la puerta del cliente. El jubilado, con problemas de corazón, considera que la cosa dura demasiado para ser una broma y no puede dormir por el estrés que la situación le provoca. En la foto que aparece en el artículo su rostro mira a la cámara con hartazgo rebelde, mientras sostiene en las manos una de sus denuncias. «Ni siquiera me gustan las pizzas», dice.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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