“Vuelas, vuelas, memoria, memoria de la melancolía”, escribe desde Roma, tal vez, tratando de apresar los intensos recuerdos o las hojas que le faltan por escribir y dejar amarrada a la literatura su propia vida

POR  AROA MORENO DURÁN

Cansada de no saber dónde morirse, pues esa es la gran pena del expatriado, escribe María Teresa León (La Rioja, 1903 — Madrid, 1988) esta luminosa memoria en cuadernos escolares. Lo hace entre 1964 y 1965 —cuando todavía le quedaban diez años para poder regresar a España—, en su casa de Via Garibaldi, en el barrio de Trastevere en Roma. “La casa de la amistad”, la llamó, pues por allí pasaban escritores, artistas y amigos desplazados en un exilio que, para entonces, pesaba mucho en León. “Vuelas, vuelas, memoria, memoria de la melancolía”, escribe desde Roma, tal vez, tratando de apresar los intensos recuerdos o las hojas que le faltan por escribir y dejar amarrada a la literatura su propia vida. Y, tal vez, porque la enfermedad que terminó por borrar todo lo vivido de su mente comenzaba a mostrar sus primeros signos, ese mal, el Alzheimer, que no le permitió tener consciencia plena de su regreso a España con Rafael Alberti, su marido, en 1977, cuando se legalizó el Partido Comunista. 

Se cruzan sobre la vida y obra de María Teresa León algunas deliberadas oscuridades. La primera, que atraviesa su pensamiento y los vaivenes de su biografía, es la dictadura de Francisco Franco, que mandó al exilio a 1.191 intelectuales españoles después de la Guerra Civil. La segunda es que no se trata de un escritor, sino de una escritora. Porque si el olvido del patrimonio intelectual del exilio es terrible, es especialmente agudo en el caso de las mujeres. Y la tercera, que también tiene que ver con que María Teresa fuera una mujer del siglo XX, la proyecta la sombra del hombre que fue su segundo marido, Rafael Alberti (Cádiz, 1902 — Madrid, 1999) y al que, inevitablemente, se alude cuando se piensa en ella. Escribe María Teresa: “Ahora yo soy la cola del cometa. Él va delante. Rafael no ha perdido nunca su luz”. 

Memoria de la melancolía es una autobiografía muy especial, es un libro original de material extremadamente social y a la vez muy íntimo, pero trasciende la memoria personal para conectarse con toda una época y sus gentes

En el prólogo de esta Memoria de la melancolía, el poeta Benjamín Prado aclara que ni La arboleda perdida, la autobiografía de Rafael Alberti, necesita de esta memoria, ni esta memoria necesita de La arboleda perdida para sostenerse. Sin embargo, los dos libros trazan una cartografía similar, ubicados en unas coordenadas espacio temporales compañeras y se desbordan desde una lectura perfectamente independiente de los manuscritos. Sin embargo, mientras que la obra de Rafael Alberti fue publicada rápidamente tras su regreso a España, en dos años se publicaron catorce títulos en Seix Barral, la de María Teresa León iría editándose muy poco a poco, desapareciendo durante décadas del fondo de las librerías y jamás vio la luz de forma completa. Ella, como Luisa Carnés, de la que Hoja de Lata reeditó hace cinco años con éxito Tea Rooms, o como Carmen de Burgos, reducida en nuestra historia de la Literatura a amante de Ramón Gómez de la Serna o Concha Méndez, en cuya biografía se subraya lo primero que fue la esposa de Emilio Prados, y tantas y tantas otras mujeres intelectuales que escribían y que siguen en el silencio tras el paso de los años. 

Salvar la imprescindible obra de María Teresa León es lo que va está haciendo la editorial sevillana Renacimiento, en una colección que lleva precisamente ese título, Memoria de la melancolía. Una biblioteca que, por fin, recogerá toda su intensa literatura: obras de teatro, novelas, ensayos y cuentos, y que ya sacó un año antes El viaje a Rusia. 

Memoria de la melancolía es una autobiografía muy especial, es un libro original de material extremadamente social y a la vez muy íntimo, pero trasciende la memoria personal para conectarse con toda una época y sus gentes. Pocas veces, aunque siempre con una voz honda y poética, María Teresa León se queda en la anécdota personal y privada. Su memoria es memoria de una España que se quedó sin patria y por las páginas de este libro pasan no solamente los acontecimientos que atravesaron la historia del siglo XX, sino también sus protagonistas. León nos habla de Stalin, de Miguel de Unamuno, de Miguel Hernández, de Federico García Lorca, de Pablo Picasso, de Pablo Neruda, de Ernest Hemingway, un índice total y enorme de personalidades del arte y la política que condujeron la Historia y el arte contemporáneos. 

España era entonces, cuando le tocó vivirla a María Teresa León, y según sus propias palabras, “un país de tonos brillantes y oscuras y desconcertadoras simas: país de majestad y miseria, de garbo y pobretonería, de aristocracia popular y plebeyismo aristocrático, de restallantes esperanzas y fantasmales inhibiciones, vivido por un pueblo nacido a la libertad el 14 de abril de 1931”. Consciente de que ya se habían escrito muchos libros sobre los años irreconciliables de España, la autora aborda su memoria sin evitar lo triste y la rabia, “sigo escribiendo sobre los muertos”, su participación en los hechos, lo que vivió y lo que sintió, tamizado por el subjetivo rumbo que toman los recuerdos con el paso del tiempo. Y es en ese sentido que busca en su infancia, en sus primeras lecturas y la tradición, en los años republicanos, en la felicidad que habitó su casa de la calle Marqués de Urquijo en Madrid hasta que las bombas empezaron a caer. 

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