POR  PAULINA FLORES

@ Lara Lanceta

Me pregunto si se ve muy extraño que me quede aquí mirando. De pie frente a la góndola del papel higiénico. Mi carrito vacío y el celular en el bolsillo. Tal vez por eso se ha acercado una sola persona. El pasillo es bastante estrecho. Hay demasiada luz. Luz de supermercado. Canciones de supermercado. Yo ya sabía del Mercadona por temas de Bad Gyal y Pimp Flaco. Trap. Barcelona. 

La persona que se acercó era un hombre de unos sesenta. De su ropa me quedó un tono azul. Así de rápida fue su exploración por el lugar. Tomó el paquete con destreza y siguió su camino casi sin detenerse. El color de la cinta distintiva también era azul: papel higiénico «doble rollo». Es el subtipo que más espacio ocupa en la góndola. Le sigue el rosa para «Suave». Verde agua para lo que imagino es «corriente». Y gris para «acolchado». Casi sin diferencias en el valor: son todos igual de baratos. 

No puedo entenderlo: Ni marca, ni logos o colores característicos, identitarios. 

En el supermercado más pequeño de Santiago Centro, donde antes vivía, tenía como mínimo 5 marcas, bien singularizadas y bastante más caras. Yo me pasaba ahí de dos a tres minutos: examinaba las ofertas, comparaba precio por metro/calidad, y a veces hasta tenía un pequeño debate moral interno: ¿cuánto me traicionaría a mi misma al elegir una de las marcas que se había coludido hace unos años si el precio, esta semana, resultaba increíblemente tentador?

Otra persona se acerca: señora con un particular carrito de tela que más parece un cochecito de bebe. Aunque se nota que viene por los rollos, pasa de largo. Quizá es cierto que estoy incomodando. Tengo que buscar un método mejor. 

Pruebo en tres nuevos supermercados, nuevos para mí: Dia, Lidl y Carrefour Express. Los datos recolectados no resultan muy distintos. Tampoco hay símbolos, es decir, solo está el papel higiénico de marca propia del supermercado, pero sin nombre representativo. Si los envases no ocuparan naturalmente tanto espacio, la góndola en ambos sería definitivamente menos importante que la de los chocolates. No lo entiendo. En el Dia la gente se inclina por los rollos suaves. Pero por lo poco que tardan en escoger, tampoco da para conclusiones. ¿Una persona que elige un papel higiénico rosa tendrá también un temperamento tranquilo? ¿o funciona como con el amor y nos atraen los polos opuestos, aquello que nos hace falta? 

Tengo un vino en la mano, esa fue mi excusa para seguir con la investigación (bueno, esa es la excusa siempre). Me acerco a un hombre de la tercera edad (en mi experiencia resulta más fácil hablar con ellos porque tienen disposición y tiempo).

Hola, disculpe, ¿le puedo hacer una pregunta? ¿Cómo elige el papel higiénico?

¿Qué?

Es que llegué a vivir aquí hace un mes, y estoy confundida, ¿usted cómo lo hace?

No lo hago. 

¿Se lleva el más económico?

No sé, el de siempre. 

¿Cuál es el de siempre?

¿Estás confundida con el papel higiénico?

El diálogo parece un tanto seco, pero la verdad es que el hombre fue muy simpático: me dijo que había estado en Chile una vez, en el 83. Yo saqué un paquete de los que él había escogido, «los de siempre», y fuimos juntos hasta la caja. Ahora tengo 23 rollos de papel en mi departamento. Supongo que la primera hipótesis ha sido comprobada: aquí no les importa mucho con qué limpiar las nalgas. 

Que no se me malinterprete; no creo que sea algo negativo –no necesariamente–, o no cuando tienes Balenciaga, más de quince variedades de queso y productos veganos a la vuelta de la esquina. Recuerdo las palabras de Demna Gvasalia, actual director de la casa de moda: «Personalmente creo que hay que ser práctico para ser honesto». 

En el Carrefour me deslumbra una anciana que se acerca: lleva pañales para adultos y el pelo impecablemente teñido de rubio. «¡Eso mierda!», me imagino diciéndole a mi mejor amigo Diego por WhatsApp: «Tercera edad, voy por ti. Literalmente: antes muerta que sencilla». 

Tras los saludos protocolares (me da la impresión de que aquí, en el barrio de la Sagrada Familia, es muy fácil conversar con las personas; es como si se reprimieran mucho para no saludarse en la calle. O tal vez sea porque hay bastantes jubilados –o soy yo, y mis horarios de jubilada–), le hago la pregunta. 

Tampoco entiende mis dudas, así que profundizamos en otros temas: me cuenta de su abuelo, que cosechaba tabaco en no sé dónde, y de su hija abogada. 

Pero yo quiero hablar de papel higiénico. De «Confort», porque así lo llamamos en mi país, tal como la marca más icónica: Confort. Porque allá el papel no es algo de higiene, ¿sabe?. Allá es un privilegio. Algo de «Elite» (que es precisamente el nombre de la segunda marca más importante). En el comercial de los noventas, que de chica veía unas 10 veces por día, hacían rodar un rollo enorme de un extremo a otro. Porque esa es la forma que tiene Chile: largo y flaco, y el papel higiénico realmente podría haber cubierto de norte a sur. Bien al sur, donde las papeleras y sus monocultivos están deforestando miles de hectáreas naturales y quitándole la tierra a los mapuche. «Allá la zona está militarizada. Está muriendo gente por papel», me gustaría explicarle. 

¿Por qué estás tan obsesionada con el papel higiénico?, me pregunta ella, ya en la calle. 

Es que no me gusta la Coca-Cola. 

Un atisbo de miedo, pero ríe. 

Ya sabe, Coca-Cola… la definición por antonomasia de lo que significa ser una marca, ya no de una bebida, sino de un país: Estados Unidos, y por consecuencia de un sistema: el neoliberal. Esto tampoco se lo digo. Lo pienso de camino a casa, varios días después. 

«Es cierto, me dice Carolina Brown», una compañera del máster por el que estoy en Barcelona. «En Chile somos tan arribistas que hasta pa limpiarnos la raja lo hacemos en francés». 

«A mí siempre me ha dado risa Scott», me comenta Bruno. «¿Cuál es la idea? ¿Que pensemos que vamos a pasarnos un cachorro Golden Retriever?»

¿Por qué estoy tan obsesionada con el papel higiénico?, me repito, ya acostada en la cama.

«Cómo estás en Barcelona miamor», me pregunta mi mejor amigo Diego por un DM de instagram, «¿duermes bien?». 

A veces me cuesta dormir. 

Y me despierto a mitad de la noche. 

Y me quedo mirando y pensando. Y no sé dónde estoy.

La calidad es excelente sí, me refiero al papel higiénico. Eso, por descontado.


Paulina Flores. Paulina Flores nació en Santiago de Chile en 1988. Es licenciada en Literatura Hispánica. Su libro de cuentos Qué vergüenza (Seix Barral, 2016) obtuvo el Premio del Círculo de Críticos, el Municipal de Literatura y fue traducido al chino, turco, inglés, italiano, japonés e indonesio. Isla decepción, acaba de ser publicada en el otoño del 2021. Actualmente vive y trabaja en Barcelona.

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