POR MALVA FLORES
Dante en Verona (1879), de Antonio Maria Cotti (1840-1929)

A Sergio Pitol, in memoriam

CIDE SOMOS TODOS
Recuerdo que hace algunos años, en la Ciudad de México, fue noticia la traducción del Quijote al lenguaje que los taxistas utilizan para comunicarse entre ellos a través de las claves de radiofrecuencia necesarias para saber si hay tráfico en alguna zona, accidentes y demás contingencias que ignoro. Yo ya no vivía en la Ciudad de México cuando eso aconteció, de modo que nunca pude escuchar ejemplos de aquel proyecto que imaginé imposible. «En un 6-6 de 40, de cuyo 7 no puedo acordarme», pensaba que dirían, y me afligió saber si en su lenguaje podían recuperar la cadencia de las frases. Conté sílabas para construir esa probable primera línea del Quijote y abandoné el proyecto. Nunca supe, en consecuencia, si habían acometido la heroica empresa de luchar contra sus propios molinos, si llegaron a la ínsula de Barataria o cómo describirían a Sancho durante su gobierno fugaz, que duró tan sólo siete días y más de veinte capítulos. Después de ese experimento, he llegado a pensar que Cide somos todos (aunque ya lo pensó Borges, claro está). Sin embargo, hay de Cides a Cides (que me perdone Cervantes por no poner el nombre completo del árabe ilustre —Cide Hamete Benengeli—, pero es muy largo y no se presta a mis propósitos rítmicos, o no precisamente ahora).

En algún momento todos podemos creer que lo que traducimos es, de alguna manera, falso o, peor aún, que nuestra lectura es la falsa. Esa angustia fue resuelta por el propio Cide, quien aseguró que al capítulo v lo tenía «por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles que no tiene por posible que él las supiese, pero que no quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía».

Los taxistas traductores ¿pensaron que Cide mentía con un propósito deliberado?, ¿se redujo o se ensanchó la idea de Cervantes en esa versión de radiofrecuencia? ¿Una traducción sirve para ensanchar? Me lleno de dudas. Después de la Biblia, el Quijote es la obra más traducida en el mundo, tal vez la más comentada. «Víktor Sklovski, en 1922, descubrió que la novela no sólo fue la más nueva en la época de Cervantes, sino que en el siglo xx, en la época de las vanguardias, seguía siendo la más contemporánea de todas», recordó Sergio Pitol en su discurso del Premio Cervantes, y yo me pregunto si en el presente siglo lo seguirá siendo. Retórica pregunta que los taxistas ya respondieron.

Leo con mucha dificultad las anotaciones de Justo García Soriano y Justo García Morales, en la edición del Quijote publicada por Aguilar en 1949. Una edición preciosa, en papel cebolla, que casi se me deshace en las manos y me provoca estornudos continuos a causa de hongos invisibles, pues la humedad del sitio donde vivo ha vencido a mi voluntad de limpieza. También, es forzoso decirlo, por la poca frecuentación de las aventuras del aclamado hidalgo. Leo en el capítulo viii de la segunda parte:

En fin, otro día al anochecer descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se le alegraron los espíritus a don Quijote y se le entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla y el otro por no haberla visto estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de hacer cuando su dueño le enviase al Toboso. Finalmente, ordenó don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche, y en tanto que la hora se llegaba se quedaron entre unas encinas que cerca del Toboso estaban, y llegado el determinado punto, entraron en la ciudad, donde les sucedió cosas que a cosas llegan.

 

El párrafo tiene una nota. Me aventuro en ella porque me emociona la forma en que Cervantes escribe que, por no haberla visto y por verla, Sancho y don Quijote se estremecían ansiosos a las afueras del Toboso; pero, sobre todo, por el final del pasaje: «Donde les sucedió cosas que a cosas llegan». ¿Qué me dirían los anotadores?: «Cervantes, irónicamente, llama “gran ciudad” al Toboso, pueblo que tenía en la época de don Quijote una población de novecientos vecinos». ¿Eso es todo? Gran desilusión. Recapacito y pienso que lo que a mí me importa no le importa necesariamente a todos, que a lo mejor nadie sabía en 1943, cuando los esforzados anotadores hicieron ese arduo trabajo, que el Toboso era un caserío… Es difícil de creer, pero posible.

Y ¿a quién podría interesarle saber algo sobre «cosas que a cosas llegan»?, se preguntarán los lectores, no sin razón. No lo sé. A mí. Cada lector tiene distintas manías, preferencias, y esa frase se me quedó grabada, porque sí. La repito incesantemente como un mantra, con la certeza inequívoca de que existe el destino, que todo en el universo se relaciona a través de las sílabas que pronunciamos y que ahora viajan a altas velocidades en el oscuro mundo de internet.

 

ABANDONAD TODA ESPERANZA
Desde enero de este año —y considerando que en México estábamos en plena etapa electoral—, tomé la difícil decisión de no entrar más a Twitter. Me imaginaba que al momento de abrir la red «social» estaba trasponiendo aquella puerta sobre cuyo dintel flotaba —invisible pero auténtica— la famosa frase de Dante: «Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate».

Abandoné mis buenos propósitos y, de cuando en cuando, abría aquella puerta. Sin embargo, decidí no ver los miles de tuits relacionados con la política, los candidatos, las transas, la incongruencia, los debates que se convirtieron en circo, el besamanos virtual «por si acaso» el candidato llegaba; los funcionarios menores en su renovado trabajo servil: Falsas Tortugas, como aquella «marioneta bufa» de El desfile del amor que destilaba su veneno y su vano poder para asombrar a todos con un conocimiento que le era ajeno. Miraba este nuevo desfile, grotesco y virtual, y pensaba que todos, de algún modo, somos la Falsa Tortuga.

Quedaba poco que ver en mi timeline, lista que, de algún modo, ilustra el catálogo que Sergio Pitol realizó en El viaje: «El excéntrico, el chiflado, el bufón, el que ve visiones, el chalado, […] el que es la desesperación de sus superiores». Además de vídeos de raros o hermosos animales a punto de extinción, seguían apareciendo las notificaciones de la alerta Amber sobre niños y adolescentes desaparecidos; el recuento del asesinato diario de mexicanas; las mediocres noticias de la mediocre liga de fútbol que tenemos y las sesudas opiniones sobre la posibilidad —siempre latente, nunca real— de alcanzar el quinto partido en el Mundial.

El 10 de abril leí un tuit del escritor Esteban Illades: «Imaginen al SAT diciendo: metiste 158 532 facturas falsas, pero no hay problema. O a Banxico: metiste 158 532 billetes falsos, tampoco hay lío. Pues eso con la candidatura del Bronco». El SAT es el Sistema de Administración Tributaria mexicano y Banxico es el banco central del Estado. El origen del tuit fue la aprobación, por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial, para que el Bronco —Jaime Rodríguez Calderón— apareciera en las boletas presidenciales como candidato independiente, desestimando la acusación de haber falseado 158 532 de las firmas que deberían avalar su inclusión. Tuvimos Bronco en la boleta. En su cuenta de Twitter (quien a sí mismo se hace llamar el Bronco), veo la imagen de una campana que quiere simular aquella que Miguel Hidalgo tañó en las primeras horas de la guerra de Independencia. La campana tiene, ahora, grabada una frase (con las faltas de acento de rigor): «levantante mexico bronco», y el tuit decía: «El #MéxicoBronco ya despertó y está listo para luchar y exigir mejores oportunidades para su familia y quitarse la pata del pescuezo». De estar vivo, Amado Nervo movería la cabeza y nos advertiría: «Vivimos en el país de los grandes pronunciamientos», y así seguimos, desde 1895, cuando lo escribió en su columna «Fuegos fatuos». Grandes pronunciamientos, noticias falsas, «qué país».

Esteban Illades acaba de publicar para Grijalbo Fake News. La nueva realidad: «Una expresión a la que tendremos que acostumbrarnos. Una expresión que nos dice que la realidad, en el siglo xxi, se está volviendo falsa», explica en el prólogo del libro, cuya portada muestra una fotografía de Donald Trump, pero sólo aparece una parte de la silueta del tosco presidente norteamericano. Las páginas del libro recorren varios «casos»: desde WikiLeaks, la intervención Rusa en la contienda presidencial norteamericana hasta el escándalo de Frida Sofía, la supuesta niña atrapada entre los escombros del Colegio Rébsamen el 19 de septiembre del año pasado, día del terremoto, y cuya «historia» se esparció en las redes, en las pantallas de televisión y en el ánimo tembloroso de todos los mexicanos que deseábamos su salvación y estuvimos más de veinte horas con el alma en un hilo, pendientes de su «rescate». Los medios de información «se engancharon a la historia y no la soltaron. Que si Frida tomaba agua a través de una grieta, que si respondía con voz o con golpes, que si había cinco personas más atrapadas junto con ella. El país entero estaba pegado a la televisión y las redes», aunque el milagroso rescate nunca ocurrió porque Frida Sofía no existía. En otro capítulo que se llama «¿Nos importan las noticias?», Illades inicia con una afirmación triste pero certera: «México es un país opaco», donde las noticias son más dichos que hechos y vivimos en la cultura de los trascendidos: «Comunicaciones entre políticos o mensajes dentro de ciertos círculos, elaborados con frases como “Se comenta” o “Se dice”». La contienda electoral brilló con las noticias falseadas y todos se engancharon en el tren.

Illades debe haber lamentado que, unos días más tarde de que su libro estuviera a la venta, hiciera su fugaz pero inolvidable aparición la historia de un mono capuchino, escapado de no sé qué lugar y que hizo las delicias de las redes sociales cuando se «filtró» la noticia de que el susodicho mono había sido alimentado por una buena mujer con una torta de tamal (típicas de la Ciudad de México), o que era visto, a la vez, en la basílica de Guadalupe o cerca de Los Pinos, la residencia presidencial. No debe extrañar a los lectores. El don de la bilocación no es sólo propio de los monos capuchinos que se escapan en nuestra capital, sino que tiene un largo arraigo en nuestra patria desde que la Mulata de Córdoba hiciera lo mismo durante el virreinato, razón por la que fue condenada a muerte y encerrada en una mazmorra horrenda, húmeda, para esperar su ejecución. Pocos momentos de mi niñez recuerdo con mayor alegría que cuando leí el pasaje donde la Mulata encuentra una teja en el piso de su celda y, frente a su carcelero, dibuja un barco en la enmohecida pared de la mazmorra. Ante los ojos asombrados del guardia, sube al navío y desaparece en un mar proceloso, destino a un paraíso que nunca hemos conocido.

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