Cada salto supone una forma completamente nueva de ver las cosas. Frente a la continuidad, la ruptura de la elección, «o esto o aquello». Ya lo hemos mencionado, una de las grandes preguntas que se hacían los físicos es cómo decide el electrón el momento y el destino de su salto. Kierkegaard, como Bohr, llegará a considerar como un elemento esencial de su filosofía asumir ciertas contradicciones y ser capaz de transformarlas en complementarias. El énfasis en la discontinuidad era tan raro en física como en filosofía, en una época muy influenciada por Hegel.

Hans Bohr, hijo del físico, ha dejado algunos testimonios valiosos recogidos por Rozental (1967, p. 328). Su padre distinguía entre dos clases de verdades: las triviales, en las que lo opuesto es claramente absurdo, y las profundas, en las que lo opuesto puede ser también una verdad profunda. Un caso particular, que experimentó como padre en un momento en el que debía imponer un castigo a su hijo, era la demanda mutuamente excluyente entre amor y justicia. No es posible conocer a alguien al mismo tiempo a la luz de la justicia y a la luz del amor. Hay una complementariedad esencial entre afecto y pensamiento, una idea indispensable para la antropología y para todos aquellos que nos dedicamos al estudio de culturas lejanas. Bohr insistirá en que «no tratamos aquí de vagas analogías sino de claros ejemplos de relaciones lógicas en contextos más extensos». En el pasado la causa eficiente y la final habían sido consideradas opuestas. Había llegado el momento de considerarlas complementarias. De esta forma se eliminaba el estéril conflicto de toda una era, tanto en la física como en la biología.

Bohr imaginó su testamento filosófico –que nunca llegó a escribir– con aplicaciones importantes fuera del campo de la física: «Demostraría que es posible llegar a todos los resultados importantes con muy pocas matemáticas. Con ello se ganaría en claridad». Mantuvo hasta el final de su vida grandes esperanzas en el papel de la complementariedad, sin desanimarse por el escaso eco que encontraban sus ideas entre los físicos, que se limitaban a calcular, y los filósofos, que se limitaban a especular. Creía que algún día la complementariedad se enseñaría en las escuelas y formaría parte de la educación general del género humano.

La complementariedad fue para Bohr el modo de sortear la complejidad inherente a la distinción entre sujeto y objeto. Fue consciente de que esa distinción resultaba insostenible en el ámbito de la reflexión del pensamiento, es decir, cuando el «objeto» es el pensamiento de uno mismo. Bohr llega a decir en su célebre conferencia de 1929 que el análisis consciente de un concepto es, en cierto sentido, incompatible con su aplicación inmediata. El único modo de resolver esa tensión es mediante la complementariedad: «La oposición aparente entre el progreso continuo del pensamiento asociativo y el mantenimiento de la unidad de la personalidad presenta una sugestiva semejanza con la relación entre la descripción ondulatoria del movimiento de las partículas materiales, gobernada por el principio de superposición, y la individualidad indestructible de dichas partículas» (Bohr, 1988, pp. 139-140).

La idea de fondo que sugiere Bohr y que, en verdad, resulta revolucionaria es que la observación no ocurre en el espacio y en el tiempo, sino que son más bien el espacio y el tiempo los que ocurren en la observación. La percepción misma «convoca» el tiempo y el lugar, el espacio y el tiempo. Nos encontramos así ante una inversión completa del kantismo. La naturaleza de lo real, que, en palabras de Leibniz, tiene su fundamento en el deseo y la percepción, es la que produce el marco epistemológico que conocemos como espacio-tiempo. En este sentido, la teoría cuántica no solo desmontaría el entramado newtoniano, que había dominado la física hasta el momento, sino también el entramado filosófico erigido por Kant, que acabó por dominar la inteligencia científica europea. No será una cuestión de tiempo que las ideas de Bohr sean asimiladas, será una cuestión de percepción.

 

NOTAS

[1] En el epílogo de su obra ¿Qué es la vida?, Erwin Schrödinger escribe: «La conciencia nunca ha sido experimentada en plural, sino solo en singular. Hasta en los casos patológicos de conciencia desdoblada, las dos personas se alternan, nunca se manifiestan simultáneamente. En sueños desempeñamos varios papeles al mismo tiempo, pero de forma diferenciada. Nosotros somos uno de ellos».

[2] Con relación a esto, Bohr citaba a menudo el relato de P. M. Môller Las aventuras de un estudiante danés, donde el protagonista habla de pensar el propio pensamiento en estos términos: «Mis indagaciones interminables hacen que no consiga nada. Tengo que pensar en mis propios pensamientos sobre la situación en la que me encuentro. Incluso pienso que pienso en ello, y me divido en una secuencia regresiva e infinita de yoes que se consideran uno a otro. No sé en qué yo parar y considerarlo como real. En el momento en que me paro en alguno, surge otro que lo observa». Al parecer, todo físico joven que se incorporaba al Instituto de Bohr en Copenhague debía pasar por la iniciación de leer este librito, cosa que asumían, suponemos, con perplejidad y cierta obediencia cortés.

[3] Heisenberg diría en otra de las entrevistas con Kuhn que William James era uno de los filósofos favoritos de Bohr y que el capítulo «La corriente del pensamiento» le había impresionado poderosamente.

[4] No todos los saltos tienen la misma naturaleza. El salto entre el estadio estético, la vida como pura posibilidad, y el ético, la vida como tarea, se realiza mediante la ironía. Entre el ético y el religioso la transición se realiza mediante el humor.

 

BIBLIOGRAFÍA

Bohr, Niels. «Unidad del conocimiento» (1954), Física atómica y conocimiento humano, Aguilar, Madrid, 1964.

  • «Física cuántica y filosofía», Nuevos ensayos sobre física atómica y conocimiento humano, Aguilar, Madrid, 1970.
  • «El cuanto de acción y la descripción de la naturaleza» (1929), La teoría atómica y la descripción de la naturaleza (traducido por Miguel Ferrero), Alianza Universidad, Madrid, 1988.

Holton, Gerald. Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein, Alianza Universidad, Madrid, 1982.

Rozental, Stefan. Niels Bohr: His Life and Work as Seen by His Friends and Colleagues, Nueva York, John Wiley & Sons, 1967.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Total
2
Shares