POR ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ

Se dice que el Cela de Papeles interesa por encima del creador. Se valora más su revista que sus libros.

Francisco Umbral, El Norte de Castilla, 17-IX-1961

 

Tu presencia nos protege un poco a todos de la imbecilidad de nuestras dignísimas autoridades.

Carlos Barral, «Carta a CJC», 11-VII-1962

 

Entre 1956 y los primeros años sesenta, Cela fue muy hábil y tuvo un perspicaz olfato para canalizar a través de la revista, o para no impedir que eso se produjese, todo cuanto estaba ocurriendo en las artes y las letras occidentales y merecía ser tenido en cuenta, con muy específica atención a nuestra literatura del exilio.

José M. Caballero Bonald, La costumbre de vivir, 2001

I

La primera residencia mallorquina —salvada la brevísima estancia del año anterior en José Villalonga, «un primer piso, que dominaba parte de la bahía, próximo a la casa que había habitado Gertrude Stein»—[1] fue el chalé de la calle Bosque número 1, en el barrio de Son Armadans y con la mítica plaza Gomila a muy escasa distancia. Era el comienzo de otoño del 1955. Una carta a don Vicente Risco, traductor al gallego del Pascual lo confirma (15-IX): «Hasta el 27 estaré aquí, en Puerto Pollensa. Desde esa fecha, le ofrezco su casa en Bosque, 1, departamento D, Son Armandans, Palma de Mallorca, donde me refugiaré a seguir con mi trabajo, huyendo del inútil y gastador Madrid». Entusiasmo que no significaba romper la paz y el sosiego que había encontrado en Mallorca y entusiasmo que, a la vez, comportaría la génesis de la empresa más importante de las que el genial escritor alumbró en la isla: Papeles de Son Armadans.

No obstante, de entre las actividades celianas de los últimos meses del 1955, debo recordar —y apelo para ello a una crónica de «Ocnos», pseudónimo que escondía a Guillermo Sureda— la primera edición en catalán de La familia de Pascual Duarte, aparecida en abril del 1956, con traducción de Miquel Serra y prólogo de Llorenç Villalonga, en la imprenta Atlante de la ciudad de Mallorca. Guillermo Sureda escribía el 9 de octubre del 1955 en el Diario de Mallorca: «Este libro servirá para estrechar más si cabe las relaciones entre nuestro prosista excepcional y la isla de Mallorca».[2] Relaciones que, hay que consignarlo, pasaron en estos primeros años por un lugar recurrente: la atracción literaria debía girar alrededor de Cela, quien, como reconocía Juan Bonet en 1986, «consiguió de una manera perfectamente grata, que gente desafín y distanciada se reuniera y entablara una relación de amistad, trabajando en haceres comunes».[3]

Cuando se cumplían treinta años del primer número de Papeles de Son Armadans, Cela, contestando a una entrevista del suplemento de cultura de El Día de Baleares, decía: «Era una revista liberal, intelectual y abierta. Y mallorquina, no hay ninguna duda: nació aquí».[4] En efecto, esa revista liberal, tolerante, con vocación de puente entre las voces que vivían en España y las que peregrinaban exiliadas por las Américas, y con voluntad polifónica atendiendo a las culturas peninsulares, sale a la calle en abril de 1956. El 28 de enero el periódico Baleares, al pie de una fotografía del escritor en la terraza del chalé de Bosque 1, anunciaba: «CJC ha decidido no abandonarnos en mucho tiempo… Se ha instalado en Son Armadans y allí trabaja intensamente. Prepara una conferencia sobre Palma y una revista que se titulará Papeles de Son Armadans. La conferencia «Palma, cuerpo vivo. (Ensayo del planteamiento de un problema)» fue pronunciada en el ayuntamiento de la ciudad el 15 de febrero. En ella, el escritor gallego, señalando el carácter mediterráneo y la actitud individualista —«El mallorquín, quizás por individualista, tiene un claro sentido de la universalidad»—[5] de la Mallorca en que vivía, postulaba el «logro de una Mallorca mejor, de una Mallorca que, sobre su clima y su paisaje, vivifique los viejos, los tradicionales veneros de su propio ser, y dignifique los nuevos, los aún no nacidos chorros de su prosperidad mediata».[6]

Con entusiasmo, con energía y con un borrador intelectual afinado seguramente en las últimas semanas del 1955 y primeras del 1956, cuando viaja a Madrid, Barcelona y Valencia para dictar lo que el propio escritor llamó en alguna ocasión los «sermonetes» sobre las figuras del 98, lo que me hace sospechar que la empresa de PSA forma parte de la regeneración espiritual de la que andaba necesitada la cultura española de la posguerra. Cela, cual Unamuno o Valle Inclán, cual Azorín o Baroja en la crisis de fin de siglo xix, irrumpe, una vez más, en el panorama cultural español con un ademán que emparenta con el de otros contemporáneos: ya de Julián Marías, ya de José L. Aranguren, por citar sólo dos ejemplos. Valga como emblema de lo que estoy insinuando las palabras finales de la primera parte de la conferencia que Cela dictó en «Conferencia Club» —salones del Hotel Ritz—, en Barcelona, el 30 de noviembre del 1955 y que repitió en «Conferencia Club de Valencia» el 19 de enero de 1956 (debo recordar que fue también la conferencia que pronunció en más de una oportunidad en la estancia inglesa de finales del año 1954). Cela sostiene:

Don Ramón y don Miguel, cada uno desde su esquina, delimitan el campo de lo español, la geografía del pensamiento actual español. Quienes venimos detrás y sentimos el problema de España, desde todos sus ángulos, como algo cuya interpretación —aunque nos sea negado el ejercicio de nuestro derecho— nos corresponde, sabemos bien que, sin su ejemplo, no nos habría de resultar hacedero nuestro empeño.[7]

 

A esta luz debe interpretarse la empresa de PSA, en concordancia con las empresas de los escritores noventayochistas, como un aldabonazo de los despertares de la cultura española y de sus valores trascendentes y universales. Es, desde el primero al último número, una revista que se empeñó en la regeneración espiritual como utillaje que amparaba la curiosidad intelectual, la polifonía de voces y la educación de la sensibilidad, rasgo este último justificadísimo por la amalgama que ofreció siempre en sus páginas entre letras y arte, en especial literatura y pintura.

El primero de enero de 1956, Camilo José Cela escribe a su íntimo amigo, el profesor y crítico, Antonio Vilanova: «Desde Mallorca, donde el sosiego y la perspectiva son mayores, voy a lanzar mis mensuales y tímidos y honestos PSA». Nótese: el sosiego y la perspectiva como característicos del enclave mallorquín desde el que abordar la regeneración antes bosquejada. Los papeles mallorquines se están fraguando. El 16 de enero escribe a Dámaso Alonso: «¿Cuándo coño —voz peculiar de madres de familia de baja extracción social— me vas a enviar tus prometidos y anhelados versos? Mis Papeles de Son Armadans suspiran por recibirlos»; el 9 de febrero a Rafael Alberti: «Pienso hilar delgado y prefiero para ellos una muerte gloriosa a un vivir vergonzante»; el 17 de febrero, a Vicente Aleixandre:

Mis Papeles de Son Armadans son, exactamente, míos; mejor dicho, de mis amigos y míos. Para su financiación, aparté unas pesetas —tampoco muchas— y tengo esperanza en poder mantenerlos con mis entusiasmos, con las suscripciones y tal vez con algo de seleccionada publicidad.

Los Papeles de Son Armadans no tienen —ni quieren— subvención oficial ni particular alguna. La colaboración —por lo menos, en estos primeros números— no la he de pagar, por la sólida razón de que no puedo. Pienso, eso sí, corresponder a la confianza que mis amigos podáis depositar en mí, cuidando hasta el límite la dignidad —interna y externa—de la revista y creo que no me han de faltar las ayudas que mejor estimo: la tuya, por ejemplo.

 

Al otro lado, los corresponsales ofrecían su colaboración (me ciño a las semanas anteriores al primer número): Dámaso, Alberti o Aleixandre. La revista inicio su aventura. Los interiores de la empresa correspondían a sus amigos mallorquines, con excepción de José Manuel Caballero Bonald que, como reza el primer número, ocupaba, en el equipo de redacción, el cargo de secretario. Lorenzo Villalonga, «Dhey», el 8 de febrero, desde su habitual colaboración en Baleares, informaba de los escritores indígenas que rodeaban a Camilo José Cela y que formaban su cenáculo: Vidal Alcover, Sureda Molina, Miquel Pons, Moyá Gilabert… Faltan, en el artículo de Dhey, dos nombres clave en los comienzos de la revista: José María Llompart, primero gerente y luego secretario de la revista y, a juicio de Blai Bonet —en un artículo de 1958—,[8] «el brazo derecho de CJC». Y Luis Ripoll, que dio las noticias primeras de la revista en el semanario Destino del 25 de febrero y que, treinta años después, en 1986, recordaba: «Yo estuve muy vinculado a la revista que fundó, dirigió y cuidó amorosa y tercamente CJC. Y lo estuve por razones obvias; por haber sido su impresor. O mejor dicho, la imprenta Mossén Alcover, que yo dirigía […]. Papeles ha dejado, tipográficamente hablando, una bellísima colección de volúmenes, que no porque estén tan cerca de mi labor, dejo de decir que me enorgullece».[9] Artículo al que Cela contestó con una carta fechada el 5 de mayo de 1986: «Paso fugazmente por Palma y leo tus generosas palabras en El Día sobre nuestros viejos y añorados PSA. Te aseguro que merece la pena llegar a sesentón y haber hecho cosas para descubrir —o reafirmarse en la idea— de que uno tiene amigos». En efecto, Ripoll como otras personalidades mallorquinas fueron los amigos seguros de Cela en la gran empresa de PSA. Gran empresa que encontró aplauso inmediato en los círculos barceloneses frecuentados durante la década de los cincuenta por Camilo, especialmente en Vilanova, Castellet, Vergés y Luján, quien le escribe (3-V-1956):

«El principal motivo de la presente es comunicarte con mi mayor satisfacción que en la librería Ancora y Delfín sólo queda un ejemplar de Papeles de Son Armadans de los veinte que dejaste, por lo cual me ha dicho hoy la cuñada de Vergés que van a pedirte algunos más. Enhorabuena. A la librería he trasladado los boletines de suscripción que me diste, pues incluso alguno de estos compradores ha solicitado la suscripción».

El primer número de PSA vio la luz en abril de 1956. Acompañaba a Cela, en las tareas de preparación y edición, José Manuel Caballero Bonald, quien fue subdirector o secretario de redacción de la revista según denominaciones alternativas que alcanzaron a diciembre de 1958, cuando el escritor andaluz abandonó sus quehaceres en PSA.[10] Las secciones, que fueron en lo sucesivo bastante fijas aunque se ampliaron, eran: «El taller de los razonamientos» (dominio para el ensayo filosófico y cultural), que contó en este primer número con los nombres de Gregorio Marañón, Alonso Zamora Vicente, José María Castellet y José M. Moreno Galván; «El hondero» (creación poética), con poemas de Dámaso Alonso y Carles Riba; «Plazuela del Conde Lucanor» (narrativa), con un relato de Rafael Sánchez Ferlosio; «Las botas de siete leguas» (impresiones y viajes), con una evocación de Puerto Rico a cargo de Ricardo Gullón y «Tribunal del viento», que era la sección propia de la crítica literaria y de los debates.

Como ha recordado Cela Conde, la presentación de PSA era exquisita. En concreto el primer número «constaba de catorce pliegos de ocho páginas cada uno, a los que se sumaba un cuadernillo de papel de color, puesto al final del volumen, con los anuncios. Se tiraron mil quinientos ejemplares a un precio de venta al público de veinticinco pesetas, si bien la edición en hilo, en papel verjurado de la casa Guarro, costaba hasta cinco veces esa cifra».[11] Por cierto que cuando Carlos Barral vio la maqueta del primer número en el hotel barcelonés en que se hospedaba Cela, le dijo «que el proyecto recordaba una revista francesa, cosa que desde entonces repetía con frecuencia».[12]

Naturalmente, el número inicial se abría con «Algunas inevitables palabras» de Cela, que explicaban la fragua de la revista y su cauteloso porvenir: «Papeles de Son Armadans, como cualquier otra revista literaria que se precie, aspira a ser un poco un cajón de sastre ordenado y que lee los periódicos por la mañana, escucha la radio por la tarde y piensa, por la noche, en lo que en el mundo ocurre. Papeles de Son Armadans tendrá su ensayo, y su prosa, y su poesía, y su teatro, y su crítica. Ya veremos…».

Los inicios de PSA se vieron acompañados por las conferencias que Cela organizó en la calle Bosque, conferencias inauguradas por Blas de Otero. El auditorio lo componían amigos próximos, pero en realidad con ellas Cela daba un nuevo paso para convertirse en el referente cultural de la isla. Paso que tendría su continuidad en las «Jornadas europeas», en las «Conversaciones de Formentor» y en el «Coloquio sobre novela», actividades todas celebradas en 1959. Únicamente quiero señalar el papel central de la personalidad de Cela en todas y cada una de las actividades que desataron un «movimiento informativo» muy importante, pues, refiriéndose tan sólo a las «Conversaciones de Formentor», la «Hoja del lunes» de Palma presentó desde el 9 de marzo al 13 de abril una breve antología de algunos poetas que tomaron parte en la Conversaciones. Los elegidos fueron: Aleixandre, Otero, Diego, Dámaso, Rosales, Leopoldo Panero y Gabriel Celaya. Mientras tanto, ABC había mandado como cronista a Carmen Castro; La Vanguardia, a José Ramón Masoliver; y El Noticiero Universal, a Rafael Santos Torroella; si bien algunos poetas asistentes actuaron como cronistas, así José Hierro para La Estafeta Literaria y Celso Emilio Ferreiro para El Faro de Vigo.

Total
2
Shares