No sucedió lo mismo con Los delitos insignificantes, libro al que la crítica crucificó con cierta saña. Pombo replicó con el artículo A pesar de todos, mis libros tienen gracia y que publicó en el número de mayo de 1986 de la revista El Urogallo. En este artículo, Pombo defiende esa mezcla de que ya hizo gala en El héroe de las mansardas de Mansard, la carencia de sustanciación, pero lo cierto es que Los delitos insignificantes revelaban un conflicto moral que los críticos de Pombo no se esperaban: es ésta una novela sobre la homosexualidad, sí, pero sobre todo plantea el dilema moral de la cobardía que pretende mirar hacia otro lado cuando se vulneran los valores. La novela trata de la relación entre Ortega, un homosexual de mediana edad –escritor frustrado, por lo demás– y Quirós, un joven escritor en paro y en situación muy precaria. Al principio, desarrolla los aspectos luminosos de la relación amorosa; hay, además, la introducción jocosa de la madre de Quirós, una viuda que va a contraer segundas nupcias y que se entromete de continuo en las páginas del libro como aparición casi sobrenatural y, desde luego, entrometida. Todo bien, hasta que aparece el erotismo salvaje que lo acaba estropeando, en una orgía de desestructuración de los valores sociales que hace que los delitos se conviertan en algo insignificante. Es probable que para muchos esta inmersión en realidades muy punzantes hicieran que las vaguedades maravillosas de Ku Kús restaran como una especie de Arcadia que definía la personalidad del escritor. Pero Ortega es ya personaje maduro, casi otoñal, y Ku Kús un amanecer. Ese contraste, probablemente, no fuera bien digerido, algo que en el artículo de Pombo publicado en El Urogallo no termina de explicarse.

 

Y vayamos ahora a la que muchos consideran su obra maestra, El metro de platino iridiado, otra vez más un título que sugiere un hallazgo y que representa un punto de inflexión en la obra de Pombo, sumergida hasta entonces en un pesimismo creciente. Publicada en 1990, el autor también dio su placet a la opinión común de que esta novela significaba un punto de inflexión, una ruptura con su obra anterior. Lo cierto es que es la obra culmen de un escritor que se caracteriza por una curiosidad enorme y sujeta de continuo a un cambio. Pombo comenzó en ella lo que el autor mismo consideró «una poética del Bien», actitud que le ha llevado a posturas no siempre bien entendidas por intereses varios. En Contra natura, por ejemplo, y llevado en cierta manera por esa poética del Bien, critica el rumbo tomado por ciertos colectivos gay, dominados por la mercadotecnia y que hace que sus reivindicaciones se tiñan, muchas veces, de una trivialización creciente. Pero vayamos a la significación de esta obra. ¿En qué consiste esa poética del Bien? El metro de platino iridiado es una monumental narración de casi quinientas páginas llenas de una densa descripción psicológica de los personajes donde se adentra con coraje en procesos mentales muy poco trillados en la literatura española. Es cierto que los personajes de la misma siguen la pauta del desprecio ante la vida aburguesada, el egoísmo a ultranza –y, por consiguiente, el desapego y la violencia que conlleva un erotismo que atiende sólo a sí mismo– y la relación entre seres humanos que se tocan al modo de burbujas coriáceas, pero hay un empeño en la protagonista en sobresalir de ese estado permanente de nihilismo y llegar a una sustanciación más firme. María, la protagonista, se casa con Martín. María y Martín –él, un escritor, de nuevo ese oficio–, tienen un hijo, Pelé, del que se enamora Gonzalo, el hermano de Martín, es decir, el hombre mayor homosexual enamorado de un joven, tema que Pombo ya había indagado en dos de sus novelas anteriores. Gonzalo –de nuevo el erotismo destructivo– mata en un ataque de celos a Pelé, bien que de forma accidental. María, después de esta muerte, se plantea sus relaciones afectivas –la traición amorosa de Martín, que tenía una amante tiempo atrás, contribuye grandemente a ello– y huye del ámbito familiar. Más tarde –y aquí se produce ese punto de inflexión–, vuelve al nido porque considera que ese ámbito es lo único importante en la vida y les ofrece su amor. María es, pues, el metro de platino iridiado en que se miden los demás. Potencia la armonía, el amor de los demás y, de paso, el amor hacia ella misma, que la colma. Martín es también afectivo, pero esa afectividad está muy lastrada por su intelectualismo, en el que se refugia cuando escribe su novela, transladando esos fantasmas a su mundo simbólico. Pombo llama la atención sobre el engañoso proceso que le acontece a Martín, de confundir la vida con lo que escribe. El autor se complace aquí en una especie de narración a lo Caravaggio, llena de contrastes: María, la dadora; Martín y sus reticencias egoístas, teñidas de intelectualismo. María lo da todo, es la antiadúltera, la anti Ana Ozores, porque se mantiene fiel a pesar de los grandes golpes que le ha dado la vida, en especial, la muerte de Pelé.

En cuanto a la técnica, el cultivo del estilo indirecto libre es notable. Muchos estudiosos han calificado El metro de platino iridiado como una feliz resolución de los métodos de sutil caracterización psicológica que emplea Proust en A la recherche du temps perdu, junto al flujo de conciencia del Joyce más torrencial y ciertos recursos estilísticos habidos en William Faulkner. Algo que puede ser rastreable, pero no determinante respecto al juicio estético que esta novela nos procura pues, en este sentido, más que de influencias debería hablarse de afinidades bien electivas, y ello es así porque, si en la novela El héroe de las mansardas de Mansard hallamos ecos de cierta sutilidad a lo Henry James y en ésta de los mencionados autores, es cosa del canon literario del siglo XX, del que no deberíamos sustraernos y no hablar de influencias en ciertas alusiones maestro/discípulo, cosa a todas luces incierta y engañosa. Pombo refleja ese canon en El metro de platino iridiado, al igual que la atmósfera a lo Henry James con elementos a lo Murdoch, porque le conviene literariamente: la inocencia estética está totalmente ausente de esta obra de extremada madurez donde se mezcla con justeza la descripción en tercera persona de los estados de ánimo de los personajes junto a la descripción de esos estados a través de los pensamientos de los mismos mediante la utilización del uso del flujo de conciencia. Si ya existe, ¿por qué no usarlo? El resultado es espectacular y no es difícil entender la fascinación que produce esta obra, ya que las frases muy largas, recurso usado con éxito por Faulkner y Proust, el aluvión continuo de sus frases embutidas en bloques distintos que se corresponden a los distintos puntos de vista y las descripciones más adscritas a la estética realista hacen de El metro de platino iridiado una novela de una complejidad poco frecuente en la tradición de la novela española, más dada al testimonio, cuando no a un alejamiento curioso por la narración de corte intelectual.

Las grandes mansiones constituyen metáforas recurrentes en la narrativa de Álvaro Pombo. En esta novela, de modo similar a El héroe de las mansardas de Mansard, los espacios caseros son enormes, en consonancia con lo que se quiere constatar respecto a una clase social alta. La mansión de aquella novela, la de la iniciación de Ku Kús era asfixiante, en total alineamiento con la falta de sustancia. Esta es más cómoda, se llama La Moraleja, está llena de grandes espacios, de tal modo que sus habitantes pueden vivir juntos o en su soledad a voluntad. La metáfora del desacuerdo, de la maldad, se halla en la piscina del jardín, que nunca tiene agua. Es símbolo de la pobreza espiritual de Martín y Gonzalo, en agudo contraste con el nombre de la casa, a cuyo significado se ajusta mucho más María, regresando al hogar plena de perdón y amor. Es evidente la correspondencia con la madre de Jesús dentro del imaginario cristiano, y esta obra en especial me ha recordado, por el uso metafórico que hace de la María bíblica, a Light in August, de Willliam Faulkner, una novela de redención donde se cumple el milagro de Belén en el Sur norteamericano. Esta novela, sin embargo, ocupa una densidad conceptual bastante intensa. Actúa como trasunto filosófico de otra obra, que es la que Martin tiene como lectura de cabecera en la mesilla de noche, El ser y la nada, de Jean Paul Sartre. A veces, da la impresión de que Pombo ha teatralizado pasajes de la obras sartreanas: Martín actúa como la mala conciencia que impide el realizarse; María, por el contrario, es la buena fe, la conciencia de sí misma, ese être en soi tan irrealizable, pero esa correspondencia sartreana se ve acompañada –y esta circunstancia hace que la novela sea un feliz cúmulo de hallazgos– de un amplio abanico de símbolos que salpican la novela y que son goce para aquellos lectores que los atisban.

El metro de platino iridiado es un hallazgo narrativo, pero Álvaro Pombo es autor prolífico, imparable, torrencial, como los párrafos de sus novelas. Luego de ésta ha publicado dieciséis obras de narrativa; novelas, más algún libro de cuentos, como Cuentos reciclados, y con alguna de ellas, Donde las mujeres –otra vez un hallazgo de título–, el Premio Nacional de Narrativa, amén del Nadal con El temblor del héroe o el Planeta con La fortuna de Matilda Turpin, hasta llegar a Un gran mundo, su última entrega, pasando por una Vida de San Francisco de Asís, figura que, es de imaginar, fascinaba tiempo ha a nuestro autor. Cada una de ellas aporta un hallazgo narrativo respecto a abarcar el complejo mundo poliédrico de la obra de Pombo, zorro esencial si atendemos a la clasificación ya clásica de Isaiah Berlín, inspirado en Arquíloco, sobre los escritores erizos y zorros: Pombo es zorro, y, además, zorro inquieto, nervioso, inquisitivo, diría.