Así, el tratamiento de la frialdad en Telepena de Celia Cecilia Villalobo, una mujer madura, gélida y desengañada pero, sobre todo, gélida. Traigo a cuento esta novela como ejemplo de la riqueza de los recursos narrativos de Pombo. La frialdad de la protagonista está en correspondencia con el estilo, distante, que hace que aquello que se cuente esté visto casi desde el punto de vista de la indiferencia. Esa indiferencia se produce porque Pombo quiere reflejar la situación femenina, esa condición permanentemente preterida, a la que se añade la de la mercantilización y consiguiente banalización de estas vidas, al igual que, según Pombo, sucede con ciertos colectivos gay:
«Lo único que realmente no advirtió mi madre durante el noviazgo fue la indolencia de mi padre. No era fácil, quizá para una persona tan activa como ella, tan distribuidora de su tiempo, educada dentro de una familia de hombres de negocios y de acción y de mujeres prácticas, eficaces y sensatas, como mi abuela. Esa pereza fue, sin embargo, lo que acabó por impedirlo todo. Quiero decir que tras darse cuenta mi madre de que su matrimonio era un gravísimo error, trató de hacer de tripas corazón y sacar partido de lo que había adquirido en un momento de precipitación y ya no podía cambiar».
Vamos, la fría telenovela de la vida. Pero hay una temática esencial en la obra de Pombo y es la reflexión entre religión, poder y homosexualidad. Eso se nota sobremanera en Vida de San Francisco de Asís, un mero encargo editorial que terminaría convirtiéndose en otra cosa. Esa otra cosa es la de ser metáfora misma del amor. La renuncia de Francisco al botín anunciado por Bernardo de Claraval en la conquista de Tierra Santa es modélico para un intelectual como Pombo, al igual que le sucedió a Chesterton, que escribió una muy excelente biografía sobre el de Asís, y en la fascinación que esta enorme figura del cristianismo de principios del siglo XIII hay que encuadrar la significación como metáfora de la María de El metro de platino iridiado. Esta manera de abordar las cruzadas es el origen de La cuadratura del círculo, una novela que posee dentro de la obra pombiana una importancia similar a El metro de platino iridiado por ser otro punto de inflexión, de quiebra dentro de esa amplia, extensa producción narrativa. Esa inflexión se produce porque Pombo recurre a la narración histórica, cuando hasta entonces se había centrado en realizar una clara obra de aspectos autobiográficos muy marcados.
La cuadratura del círculo es novela histórica y aborda el conflicto entre iglesia y estado, que ya se estaba produciendo en el siglo XII, y, a la vez, la creación de un extremismo religioso que se resuelve en acatamiento al poder, a la pérdida del individualismo y a la sumisión perpetua. En estos tiempos vive Acardo, el protagonista, que guarda afinidades con el de Asís, sobre todo en la postura ante la fraseología de Bernardo de Claraval, que bendijo la primera Cruzada. Es la inconsciente entrada de Acardo en la Modernidad, que entra mediante la simbología de los siete círculos en que está dividida su vida y, de paso, la novela. En un primer momento se enfrenta a su autoritaria madre y se acoge bajo la protección de su padre, vasallo del Duque de Aquitania, pero no va más allá, acompañándole en este proceso vital una desmañada castidad. La muerte de su tío Arnaldo en Jerusalén hace de Acardo un personaje seguro, fiel a sí mismo, poderoso. Investiga entonces la muerte de su padre en una justa y llega a ser favorito de Guillermo de Peitieu. Renuncia a la venganza y es armado caballero, y en ese instante Pombo hace que su figura comience a adquirir rasgos propios de Francisco, sobre todo en su juramento de entrega. Acardo comienza así su aventura espiritual: Bernardo de Claraval, fundador del Císter, aparece como guía espiritual y le enseña a no tener miedo de nadie. Más tarde, en un alarde narrativo muy brillante, ya que páginas antes el lector había entrado en una especie de embeleso cristiano un poco terrible, Acardo comienza a cuestionar la autoridad de Bernardo. Se plantea entrar en la Orden de los Templarios y en el convento del Espíritu Paráclito conoce a la abadesa Eloísa, amante de Abelardo, figura femenina estragada por la religión, como lo es por la mercadotecnia Celia Cecilia Villalobo. Mujer decisiva en la vida de Acardo y acabado personaje femenino pombiano, es Oriana, ay, este hermoso recurso para homenajear al Marcel Proust fascinado por los oropeles, que huye a Damasco, seducida por un pariente del emir Usama. Esta circunstancia le sirve a Pombo para referirse a la derrota de los cristianos en la toma de Damasco, suceso que hace que Acardo comience a odiar a Bernardo de Claraval, enfrentamiento verbal que es lugar central de esta novela y que se encuentra entre lo mejor de la misma, una narración enorme y central en la narrativa española actual por la amplitud de los temas que aborda, algo inusual, en verdad.
Conviene avisar de una narración, Donde las mujeres, publicada antes de esta gran novela, porque nos advierte claramente del destino de muchas de las heroínas de las historias de Pombo, uno de los mejores escritores actuales a la hora de pergeñar este tipo de mujeres y, de paso, nos ayuda, desde tiempos actuales, a inquirir en la personalidad de sus heroínas de épocas pasadas, como la Eloísa abadesa o la Oriana en busca de la felicidad prometida en tierra extraña. Donde las mujeres es libro que trata de una liberación, una liberación dolorosa, a través de la caída del velo de Maya que producen los convencionalismos sociales de la alta clase. A través de las descripciones de lo que es una familia mediante el recurso de la memoria de la hija mayor que había pensado que su mamá, su excéntrica tía Lucía, su novio alemán, sus hermanos, claro, eran seres a los que había que aceptar por su intrínseca superioridad, que viven en su cerrada, arcádica península, que les aísla del horroroso mundo exterior. Una vez más, un accidente produce la liberación y ese mundo se desmorona ofreciendo su lado más terrible: el de ser una tierra baldía, estéril. Y traigo aquí a colación este libro porque resume, en gran parte –y lo hace de manera muy explícita– el particular mundo de los fantasmas narrativos de Pombo.
El temblor del héroe es otra de esa novelas pombianas que conviene resaltar por su trasfondo filosófico y moral. El protagonista es un profesor de filosofía jubilado que, en correspondencia contraria a su labor académica, donde sus alumnos lo eran todo y le vivificaban, nota como se marchita según van pasando los años de obligada no docencia. Un periodista que está realizando un trabajo sobre figuras que antaño significaron gran cosa y han terminado perdiendo fuste, y un antiguo profesor de instituto que le inició en la homosexualidad cuando tenía 13 años, son la pareja con la que Pombo construye una enrevesada trama que termina en unos asesinatos muy en la línea de un thriller sui generis, algo que deberíamos suponer en un autor como Pombo. La novela es notable por la mezcla de habla culta y popular, desde las citas latinas hasta la más inveterada inmersión en las jergas juveniles y múltiples guiños literarios que abarcan desde Platón a Julio Llamazares. En este libro, que cierto sector de la crítica denostó, Pombo se muestra hasta metaliterario, y lo traigo como muestra aquí por ser representativo del enorme registro narrativo de Pombo, realmente pasmoso.
Injusto hasta la exasperación por estar obligado a una selección de una obra ingente, copiosa, pero muy versátil, entre La cuadratura del círculo y Un gran mundo se extienden, impertérritas, nada menos que diez novelas; nos referiremos a la última porque, pombiana hasta la médula, termina transformándose en una obra manierista, algo que siempre me atrajo constatar en autores que me han gustado, y pongo un grato ejemplo con Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov. Un gran mundo es el fresco narrativo de Álvaro Pombo, donde éste roza lo inefable y con unos materiales que inciden en una temática muy repetida: la del soliloquio de una mujer de origen burgués que reflexiona sobre su familia. El lector, aquí, no está escamoteado, pero lo cierto es que este soliloquio es tan personal que su destinatario parecer ser la mujer misma que no quiere interlocutor, ¿cómo, si no, entender «Configura y reconfigura una configuración que constantemente se diluye y desfigura pero que se mantiene en su misma configuración…»? ¿parece caprichoso ese galimatías que semeja parodia heideggeriana? Desde luego que no.
El libro es pura trampa, pues la dama, finalmente, confiesa hacia el final que está jugando un solitario con las vivencias que relata, que ésta sólo puede representarse con correlatos objetivos y que el suyo ha sido la vida provinciana burguesa. Sólo así puede entenderse la descripción de la vida de la tía Elvira, representante de una clase que termina poniendo un salón de té con blasón nobiliario en Marbella. Retrato, pues, casi delirante de una familia burguesa cómplice del franquismo y que arrastra consigo un ramillete granado de actitudes que se resumen en la consabida doble moral, la hipocresía a espuertas y un gusto estético deplorable. La narración está plagada de cultismos –al fin y al cabo, la narradora quería escribir de joven una novela de clara tendencia metafísica–, pero hay que decir que ello no obsta para que esta narración, con toda la carga densa de elementos conceptuales que conlleva, se resuelva finalmente en una historia sencilla, común: la de la constatación de la pasión perdida, la de la soledad inherente a la condición humana. La falta de sustancia de aquel primer Pombo se ha trastocado en la afirmación de una sustanciación, lo que sucede es que ésta termina donde casi acaba la vida, en la aceptación, se quiera o no, de la decadencia absoluta de las cosas, de su eterno effacé, la verdadera paradoja. Con esta narración, Pombo, por ahora, se reafirma en su á rebours particular, un á rebours que ha dado como resultado una de las obras narrativas más excelentes de la literatura española actual.