POR JAVIER SINAY

Fotografía de Musuk Nolte

La voz honda y sedosa de Julio Villanueva Chang resonó durante horas en un salón colmado de libros de la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez, en Buenos Aires. Era la segunda jornada de «De cerca nadie es normal», un taller de perfiles periodísticos que Chang, peruano, ha llevado de Berlín a Ciudad de México y de Nueva York a Montevideo, y del cual los participantes dicen que salen transformados. (A mí también me pasó: la primera vez que asistí a su clase, la filosofía de Chang me puso en shock y me hizo cuestionarme por qué hacer periodismo, y para qué.)

Era domingo, 20 de marzo de 2016. Chang vestía un saco oscuro y liviano, y una camisa morada. Acompañaba su decir con los movimientos de su mano derecha, que se abría y se cerraba acentuando los conceptos. Era como la mano del director de orquesta que fluye con la música.

«¿Estamos aprendiendo?», preguntaba a veces.

Su voz grave accedía rápidamente a lo profundo de la conciencia de quienes lo escuchábamos. Estábamos aprendiendo. Chan, reconocido como uno de los mejores maestros del periodismo de Iberoamérica, empezó escribiendo notas.

El periodismo cambió su vida: ahora es un muy relevante autor de crónicas y perfiles (véase «Un extraterrestre en la cocina» o «García Márquez va al dentista»); y ha sido el supereditor de Etiqueta Negra —«la mejor revista de Nuevo Periodismo», según el novelista Alan Pauls; «mi escuela», según la escritora Gabriela Wiener—. Desde ese espacio ha solventado la leyenda de ser un maestro que viaja por el mundo sin detenerse, ayudando a sus discípulos a ser más justos con lo que escriben y con la gente a la que retratan, sabiendo él mismo que siempre habrá una deuda, una insuficiencia, una morosidad. «Cuando tú le pones un horario de entrega a Julio, lo puedes ver deprimido o de mal humor porque el tiempo le juega en contra de la perfección», dice Huberth Jara, el empresario detrás de Etiqueta Negra. Chang ha dicho que su obsesión es ser justo al narrar a una persona, ser justo al no empobrecer demasiado una experiencia.

Pero, más que nada, Chang es una persona asombrosa que busca asombrarse al ver en lo que todos vemos algo que nadie vio. «Es muy independiente en su pensar», dice el periodista Jon Lee Anderson, «y anda siempre fijándose en los detalles como si estuviera buscando ahí una musa». El asombro es la cuestión: Chang se inició en él cuando tenía 7 años y su madre le regaló el Libro Guinness de los récords.

El asombro es su antídoto contra el olvido y el aburrimiento. «Escribir bien y ser aburridísimo es una costumbre», me dijo en 2016, chateando en la fugacidad de Facebook. «Lo irresistible es tener mirada y saber elegir. Elegir es el verbo clave. Pero para elegir hay que nadar en abundancia de paradojas y dramas. No se trata de elegir “temas”, ni de depender de su “importancia”. Se trata de elegir ideas y paradojas, sentir el asombro de una revelación, una fascinación por lo trivial dentro de lo magnífico».

Toda esa poética está alimentada por los miles de libros con los que se rodea donde vive, en una casa de dos pisos en Lima «Es adicto a los libros», dice Jon Lee Anderson. Allí hay una colección de Crónica de una muerte anunciada (31 ejemplares en español y otros en japonés, francés, italiano, portugués inglés e indio), y otros sobre hierbamala, minerales o insectos. De sus dos viajes más recientes —a Nueva York (dio una charla pública en la New York Public Library) y a Buenos Aires (luego de dictar un taller de reportajes sobre personas en la Patagonia)— se trajo The Art Of Naming, de M. Ohl; y Jung y el Tarot, de S. Nichols, entre otros.

Y aunque lleva uno de los tres apellidos más comunes del mundo —hay 97.975.341 personas llamadas Chang—, este Chang es un fuera de serie a veces envuelto en una cortina de misterio. La biografía de solapa de su libro de perfiles más reciente, Mariposas y murciélagos (Tusquets, 2022), dice apenas: «Capricornio. Editor fundador de Etiqueta Negra».

Todo esto empezó cuando Julio Villanueva Chang se convirtió en el editor de su propia revista. Antes era otra cosa: un autor en ascenso y un favorito de la fundación de Gabriel García Márquez —hoy Fundación Gabo—, de la que fue uno de los alumnos más becados.

El número 1 de Etiqueta Negra apareció en abril de 2002. Era la época de oro de las revistas de periodismo narrativo en español: en Gatopardo, El Malpensante, SoHo, Rolling Stone, Latido, Fibra y The Clinic la crónica nos enamoraba. Pero Etiqueta Negra era otra cosa. Miraba el mundo de una manera distinta.

Número tras número, se convirtió en una de las más importantes del mundo hispano. Allí firmaron Martín Caparrós, Leila Guerriero, Juan Villoro. Incluso Susan Orlean. Incluso Gay Talese. «Chang es uno de los editores que ayudan a explicar el periodismo latinoamericano del siglo XXI», dice Elda Cantú, que fue su editora adjunta (y hoy es editora senior del New York Times).

Puertas adentro, la redacción fue la escuela en la que Chang continuó su magisterio. «El trabajo de editor es tener casi siempre la razón», solía decirles a sus editores. Eso significaba que cuando discutieran un texto con un autor, lo que debía ganar era el argumento, y no la autoridad. Para ellos Chang representaba cierto ideal imposible. «Y es importante que alguien encarne la figura de aquello a lo que deberíamos tener la ambición de llegar», dice Eliezer Budasoff, exeditor de Etiqueta Negra (hoy editor del podcast El hilo). Hablar con ellos es escuchar sobre sacrificios en cierres, lecciones exigentes y horarios alargados: «A Chang le gustaba trabajar de madrugada, a veces llegaba a la redacción a las once de la noche», dice el exeditor y premiado cronista Joseph Zárate.

Cada nueva edición de Etiqueta Negra se expandía más allá de los límites. No solo transmitir el conocimiento era una aventura, también lo era habitar la obsesión de su jefe y atender sus desafíos: descifrar cómo contar de un modo diferente lo que cuentan todos, volver visible lo invisible y cercano lo lejano, entender que el lector es un enigma, un traidor y un infiel.

Etiqueta Negra dejó de salir en 2016. Pero su espíritu sigue vivo y su fundador sigue representando cierto ideal imposible.

En el taller en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez, en Buenos Aires, ese domingo de marzo Chang nos reclamó ser mejores. Antes de la hora octava, dijo: «Cada párrafo debe ser una pequeña obra maestra».

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