De hecho, en este segundo volumen de la Micropedia aparece para quedarse la idea de lo apócrifo y de lo real ficcionado, con esta incursión en biografías y trayectorias inventadas de personajes reales. En el citado relato, «Las tres Alicias», Padilla plantea la existencia de una tercera Alicia (un último volumen tras Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo), versión definitiva del clásico de Lewis Carroll. Toda esta poética de lo fantástico y de lo inquietante se explica muy bien en este fragmento de «Of Mice and Girls»:
La realidad, añadió, es en sí misma perturbadora, aunque esto sólo podemos descubrirlo merced a ciertos cambios de perspectiva. La mente nos protege de la realidad, pero el ángulo del horror se encuentra siempre a escasos grados de nuestra rutina, aguardando el momento en que algo o alguien nos empuje de golpe a verlo todo desde una dimensión distinta, desde ese punto secreto en el que de pronto ha ocurrido una inversión acaso mínima, acaso risible, que sin embargo termina por exhibir una verdad inquietante.[23]
La tercera entrega, Los reflejos y la escarcha, resulta el volumen menos asimilable a los planteamientos generales de la Micropedia y fue el que más tardó en escribir, como explica el autor en la parte final del libro:
Este volumen de imaginaciones y conspiraciones fraternas se gestó en un lapso amplísimo, significativamente mayor del que exigieron sus predecesores, y acaso también del que va exigiendo el volumen que creo le sucederá en este cuarteto. La obsesión que conjunta y genera estos relatos es casi tan antigua como mi convivencia con mis hermanos de sangre y mis hermanos de letras, a quienes agradezco su conspiración vital.[24]
Si la característica fundamental de la cuentística de Padilla en la Micropedia es que funciona prácticamente como un bloque formal y temático que se articula en torno a unos motivos fundamentales, podríamos señalar las excepciones o los versos sueltos en algunos de los relatos de Los reflejos y la escarcha y en algunos de los planteamientos que aparecen en este libro y que resultan excepcionales en el análisis general de la tetralogía. De hecho, aparecen aquí los relatos más narrativos y contemporáneos, los que ocurren cronológicamente en lugares no detallados pero que parecen más cercanos al autor, y que se marcan deliberadamente como menos exóticos, menos en esas antípodas literales en las que ocurrían la mayoría de los relatos anteriores. Hay en muchos de ellos reflexiones filosóficas que parecen menos ajenas a nuestra realidad, como en el primer relato, «Pesca de rojo y cielo»: «De repente todo, el pez, sus padres y hasta su pasado en la playa, comenzó a desquebrajarse con un crujido apenas perceptible pero suficiente para que por una grieta mínima pudiera escucharse ya la floración de esa amargura que, en los días, por seguir, los cercaría hasta estamparlos en la incandescencia de lo irrecuperable».[25]
Además, la línea de tiempo también parece contemporánea al autor. De hecho, hay un relato, «Lápidas, círculo sexto», en el que encontramos, por primera vez, unos rasgos estilísticos desconocidos hasta ahora: es un cuento narrado como un largo monólogo interior en clave dialógica y con unas herramientas orales marcadas por un coloquialismo mexicano anómalo en la narrativa de Ignacio Padilla (que, como sabemos, siempre huyó de localismos y se recreaba en un barroquismo formal deliberado): «y el abuelo en el solar con su mirada de otro siglo y su escopeta resbalándole del hombro, madre, nuestro pobre abuelo loco con su sonrisa de prócer olvidado que le hablaba a las sandías como si fueran reos de muerte, jurándoles que las enviaría al infierno, hijos de la chingada, al infierno he dicho».[26] También en «Desiertos tan amargos» encontramos una recreación al más puro estilo del realismo sucio que resulta muy nueva. Estas derivas coloquiales, autóctonas, que a veces recuerdan a Juan Rulfo, son anómalas en el proyecto compacto de la tetralogía y a la vez demuestran la multitud de registros que Padilla podía cultivar con maestría.
Los reflejos y la escarcha es también el volumen en el que se transparenta más el autor de carne y hueso que hasta ahora se escondía siempre tras las máscaras de las evasiones espacio-temporales. Aparecen relatos en los que podemos volver de ese extrañamiento intencionado en el que el autor nos había colocado anteriormente. Sobre uno de los relatos más interesantes y sobrecogedores, «El año de los gatos amurallados», dice el autor: «El relato, al margen de las virtudes o defectos que el lector pueda hallar en él, es importante para mí, y mucho. Escribí esta historia hace más de veinte años, y aún no deja de sorprenderme su sordidez, aquella decepción hacia mi gente y mi ciudad que en mi habían sembrado los sismos de 1985 y sus brutales secuelas».[27]
De nuevo aparece la obsesión por el análisis del mal y sus vertientes posibles, en «Síntomas de un mal patibulario»: «Matar era para mi padre lo mismo una obligación que un privilegio»[28] o en los siameses diabólicos de «El carcinoma de Siam». En el relato «Trampantojo», la recreación de un asesinato en clave policiaca esconde una denuncia sutil pero muy concreta a la pederastia en el seno de la Iglesia católica (estas críticas políticas a la realidad contemporánea no habían aparecido hasta ahora). Siempre están asociados estos desarrollos con el uso del humor macabro, de raigambre muy barroca pero que en este volumen se actualiza de manera más contemporánea. Por último, los relatos «La balada del pollo sin cabeza» o «El largo sueño de las cifras» suponen ejemplos magníficos de itinerarios fantásticos y desasosegantes que entroncan con el Padilla más micropédico y que resumen muy bien en este volumen su tono humorístico y distópico habitual.
Por fin, el cuarto volumen de la Micropedia, Lo volátil y las fauces, supone la consagración de esta personalísima apuesta literaria. Parecería que el campo de pruebas y el laboratorio de experimentación han terminado aquí, en la versión más enrevesada de la tetralogía y que es también la versión más filosófica. Es también el volumen más extenso y complejo (al que habría que añadirle la complejidad ya señalada de la reconstrucción y edición que llevó a cabo Jorge Volpi). Cada una de las dos partes consta de nueve relatos y se podría decir que es éste el verdadero bestiario de la Micropedia. En Lo volátil encontramos un despliegue portentoso e imaginativo sobre ornitología fantástica (el relato «Tragarlos vivos», que es un verdadero tratado de ornitofagia, con sus «derivaciones, sus perversiones y hasta sus herejías»[29] y «Bardolatría de los estorninos», resultan ejemplos emblemáticos). De nuevo encontramos los juegos de ingenio (bombas asidas a murciélagos cayendo sobre Osaka en la Segunda Guerra Mundial en el delirante «Proyecto Rayos X»), la inteligencia como tótem, los lugares exóticos, como «La Isla de los Pájaros», en la que «al llegar allí verás cosas que nunca viste»[30], los mundos autorreferenciales (en el relato «El gabinete del coleccionista»), los impostores y las nuevas genealogías de explicación del mundo (versiones apócrifas de la historia del pensamiento o de la cría de palomas como única vía de salvación del alma en «Sino sus alas»), como en este fragmento del primer relato, «Santa Elena en ayunas», que enmarca a la perfección la macropoética de todo el volumen y dice: «la escuela evolucionista de Cambridge sostiene que el hombre procede no de los primates sino de las aves, o mejor: de un volátil reptil jurásico».[31]
En la invención de animales extraordinarios encontramos el ornícalo, que emite «cantos afrodisíacos de poder nunca antes visto»[32] y que muere a los cuarenta y cinco años:
El ornícalo se lamenta, se adormece en el aire esperando que la muerte le permita disfrutar por una vez su propio canto, como un sordo redivivo ante una flauta. Asciende luego hasta el primer cielo y suspende de improviso su frenético aleteo. Emite su última nota, que los durmientes destazarán entre sueños. Desmantelada, la nota del ornícalo muriente nunca basta para saciar las pesadillas del mundo: el silencio triunfa, el ave muere triturada por la ausencia, y cae cadáver al vacío.[33]
Y el humor, que siempre ha presidido la cosmovisión creadora de Ignacio Padilla, también aparece, a la manera borgiana con enumeraciones caóticas y contradictorias, en el relato «Interdicto»:
El comunicado octavo del segundo congreso revolucionario prohíbe cosas que causan placer y otras que causan displacer. Entre las primeras estás los papalotes y las peleas de perros, la carne de alce, los alces, la miel de maple, cualquier cosa fabricada con dientes humanos o cabello, los juegos de pelota, el ajedrez, los coturnos, los destilados de semillas declaradas impuras en el inciso quinto, todo aquellos que produzca música armoniosa, los afeites de manos y cara, los petardos, las estatuas ecuestres con tricornio o espada, los catálogos de alta costura, cualquier imagen no autorizada de la gran señora y, señaladamente, los remedios contra la calvicie.[34]
En la segunda parte del volumen, Las fauces, Padilla muestra su catálogo de monstruos (algunos muy humanos, como las bestias de Zaqueo) y seres extraordinarios como las tortugas kaní de «Animalia de espejos», el mnemoferonte o qunvar «que es la única vía para conocer el nombre de Dios» del relato «Tres arañas y una cuarta improbable» o las anfipartas (seres inmortales), el pez volante (que nace y crece en el aire), el horcolus (el mayor ejemplo de fealdad), el negral o gamia o los lúmenes que eran «animales asquerosos de ver: vivían de bosta y carroña, y tenían como una cresta de pelo que refulgía según se les enfadaba. Si alguien se untaba orina o baba de ese animal, tendría pesadillas sobre íncubos que se saltaran los ojos para hacer con ellos juegos de abalorios y retacar con ellos unas filacterias que llevaban al cuello».[35] Desarrolla, siempre con una pátina de humor corrosivo, las reflexiones del demonólogo que siempre fue (su obsesión por el mal absoluto como tema lo comparte con Jorge Volpi y Eloy Urroz), como en la cita de «Tres arañas y una cuarta improbable»: «el infierno no es otra cosa que la imposibilidad igual de la memoria y el olvido»[36], y en «La rueda inversa de Zaqueo el Geraseno»: «tres clases de hombres, se ha dicho, no conocerán el infierno, los que tuvieron una esposa impaciente, los que sufrieron males intestinales y quienes padecieron la tiranía de los romanos».[37] También están los juegos de espejos, el doble, la idea de la escritura como máscara, como dice Edmundo Paz Soldán: «Padilla sugiere que uno puede ser más humano a través de la máscara. La máscara no nos esconde sino más bien nos revela».[38]