POR ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ
Hace treinta años y en estas páginas de Cuadernos Hispanoamericanos, Emilia de Zuleta concluía su artículo «El autoexilio de Guillermo de Torre» (noviembre-diciembre, 1989) con estas palabras: «Lo que verdaderamente distingue a Guillermo de Torre es su irrenunciable vocación de agente mediador entre dos culturas: la española —en el contexto de otras— y la americana. Bajo este signo nace a la vida literaria y bajo este signo muere, después de su infatigable tarea de ensayista, crítico, teórico de la literatura, editor, conferenciante y profesor».

Este aspecto de mediador lo puso de manifiesto en casi todos los libros que publicó a partir del emblemático La aventura y el orden (Buenos Aires, Losada, 1943) hasta el penúltimo Vigencia de Rubén Darío y otras páginas (Madrid, Guadarrama, 1969), conformando uno de los itinerarios críticos más sólidos de las letras en castellano del siglo xx. También queda bien perfilado en el excelente tomo preparado por el profesor Domingo Ródenas, De la aventura al orden (Madrid, Fundación Banco de Santander, 2013), dividido en dos partes: «La aventura. Del lado de acá (1900-1936)» y «El orden. Del lado de allá (1937-1971)», que complementa con materiales inéditos las dos antologías que Guillermo de Torre preparó en la última década de su vida: La aventura estética de nuestra edad y otros ensayos críticos, salida de las prensas de la prestigiosa Biblioteca Breve de la barcelonesa editorial Seix Barral en 1962, con un extraordinario prólogo —«Guillermo de Torre o el crítico»— de la pluma de Ricardo Gullón, que había visto la luz unos meses antes en la revista Ficción. La otra antología se publicó poco antes de su fallecimiento en la editorial Guadarrama, 1970, con el título de Doctrina y estética literaria.

También la mediación queda suficientemente enfatizada en el volumen que la editorial sevillana Renacimiento ha publicado en la colección Biblioteca de la memoria a finales de la primavera de este año. Lo ha preparado el profesor Pablo Rojas y lleva como título Tan pronto ayer, que era el marbete que al parecer Guillermo de Torre quería dar a unas nonatas memorias, muy fragmentariamente escritas, de las que se conoce el índice que Rojas publica en las páginas iniciales de este denso tomo de cerca de seiscientas páginas y que sirve de referencia a la selección de textos que componen el libro, algunos inéditos, como «Notas sobre Buenos Aires» (escrito en 1928) o «Reencuentro con París» (datado en 1952). Textos que ponen sobre el tapete un perfil del gran crítico madrileño apenas tratado por los esudiosos, Guillermo de Torre viajero, cuyo momento cenital es el librito Escalas en la América Hispánica, publicado en Buenos Aires en 1961.

Ahora bien, Tan pronto ayer tiene una finalidad específica que de ningún modo está reñida con la petite histoire littéraire que en realidad define la obra, proporcionando al lector una fuente inagotable de información de la literatura y el arte del siglo xx. Esa finalidad específica nace del índice establecido por Guillermo de Torre y que permite componer a Pablo Rojas «una especie de autobiografía en verdad jamás acometida por su autor» (p. 15), quien, sin embargo, en las páginas iniciales de Guillaume Apollinaire. Su vida, su obra, las teorías del cubismo (Buenos Aire, Poseidon, 1946) había acatado no escribir una «autobiografía directa», pero gustaba de incurrir «siempre que la ocasión sea propicia, en la autobiografía indirecta, es decir, en las memorias entreveradas» (p. 10). Voluntad autobiográfica que reconocía en una carta a José Moreno Villa (1º-I-1945), tras leer la formidable Vida en claro (1944): «La única forma de dar un sentido a nuestras vidas pretéritas es contarlas. Yo también he sentido tentación de ello, aunque no con tanta franqueza y amplitud como usted, en las primeras páginas de un libro sobre Apollinaire y el cubismo que acabo de escribir y que le mandaré cuando salga».

Tan pronto ayer, en su calidad de antología de textos de naturaleza heterogénea pero con un núcleo invariante de crítica literaria y con un componente de continuadas alusiones autobiográficas, cumple la inteligente afirmación de Anatole France en el prefacio a la primera recopilación de sus labores críticas de La vie littéraire (1888): «La crítica es, como la filosofía y la historia, una especie de novela para uso de espíritus sagaces y curiosos. El buen crítico es el que cuenta la aventura de su alma en medio de obras maestras». En ocasiones, no todas las obras enjuiciadas son obras maestras (una faceta de la crítica literaria de Guillermo de Torre tiene una naturaleza militante, al modo del primer Leopoldo Alas), pero nos acerca siempre al pulso vital de la aventura literaria de Guillermo de Torre, a la que con buen tino llamó Ricardo Gullón en 1961: «la porosidad mental […] o abertura del diafragma que le hace comprensivo, le sitúa en la zona templada de la crítica».

Pablo Rojas ha dividido el contenido de Tan pronto ayer en dos grandes apartados. El primero quiere ofrecernos la trayectoria de Guillermo de Torre de forma cronológica. El segundo se conforma con parte de los numerosos textos que el crítico madrileño dedicó a los perfiles de la personalidad y la obra de escritores y artistas que conoció a lo largo de su vida. Ambos apartados son heterogéneos, si bien los denominadores comunes de la aventura personal y de los contactos de las letras españolas e hispanoamericanas no se olvidan nunca.

En la primera parte conocemos, a través de un texto inédito, fechado en 1955 y exhumado en el año 2000 en ABC Cultural por Miguel de Torre Borges, aspectos de la niñez, adolescencia y primera juventud de Guillermo, especialmente su vocación lectora —«Encontrar un Rubén Darío, un Valle-Inclán, en primeras ediciones, por muy pocos céntimos, eran los mejores hallazgos» (p. 44)—, a la vez que sabemos de su visión muy negativa de la universidad madrileña, cuya vida le parece «una farsa y un asco», lo que facilita su confesión retrospectiva: «¿Por qué no tuvimos voluntad para desertar Derecho y seguir Filosofía y Letras?» (p. 47).

Sabemos de lo que llama «la patética adolescencia» con sus sueños vanguardistas de «un arte de abstracciones, de un lirismo geométrico, recortado, impasible, perfecto» (p. 54), en medio de residuos finales del modernismo, mientras Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Rafael Cansinos Assens y Ortega y Gasset (en un plano ideológico) «se empinaban sobre el mediocre nivel, con su obra y sobre todo con su conducta ante lo que amanecía» (p. 60).

Apasionantes son los textos acerca de Apollinaire, Borges y el ultraísmo, especialmente el titulado «Para las memorias del ultraísmo» (inédito y fechado en 1943) o el tan breve como jugoso —fechado en 1923— «Norah Borges. Retrato», «quien ilumina ahí enfrente, como un reflector cordial, todas mis horas de pensamiento y de trabajo» (p. 99). Norah Borges y Guillermo de Torre se casarían el 17 de agosto de 1928. A partir de esa fecha Jorge Luis Borges nunca se sintió complacido con su cuñado, aflorando divergencias que venían de tiempos anteriores. En la Autobiografía, dictada por Borges en inglés a su traductor Norman Thomas di Giovanni durante los primeros meses de 1970 y publicada por The New Yorker en setiembre, el maestro recuerda a Guillermo de Torre, «a quien conocí en Madrid aquella primavera (1919) y que nueve años más tarde se casó con mi hermana Norah».

En 1925 aparece un libro imprescindible, Literaturas europeas de vanguardia, que le sitúa en el centro del tumulto creador que atravesaban las letras europeas, y le convierte en un importante estímulo para los novísimos españoles e hispanoamericanos (las reseñas que recibió de las plumas de Giménez Caballero, Benjamín Jarnés o Eugenio Montes así lo atestiguan). Meses después se iba a producir un acontecimiento decisivo en la vida y en los quehaceres de Guillermo de Torre: la fundación junto a Giménez Caballero de La Gaceta Literaria (1927). Evocando esos momentos en 1968 escribía: «Aquel periódico de las letras que —dicho sin jactancia interesada— no ha sido superado ni siquiera igualado en los cuarenta años transcurridos» (p. 105). Quizás hubiese sido oportuno que Tan pronto ayer recuperase el artículo de Guillermo de Torre en el número del 27 de abril de La Gaceta Literaria, «Madrid, meridiano intelectual de Hispanoamérica».

A finales de agosto de 1927 Guillermo de Torre emprende viaje desde Barcelona camino de Buenos Aires. Es su primera etapa en la América Hispánica, que se cerrará a finales de febrero de 1932. Sus trabajos y sus días son por igual infatigables y fructíferos. La puesta en marcha en 1931 de la revista Sur por Víctoria Ocampo le convierte en primer secretario de la publicación. Tan pronto ayer recoge la «Evocación e inventario de Sur», que Guillermo de Torre publicó en el otoño de 1950 en la misma revista bonaerense. Se echa en falta aquí por su fresonancia, por la calidad de sus apreciaciones sobre las vanguardias y por su dimensión autobiográfica la conferencia que pronunció en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Buenos Aires, «Examen de conciencia. Problemas estéticos de la nueva generación española» (17-X-1927).

Entre 1932 y el estallido de la Guerra civil, Guillermo de Torre y Norah Borges vivieron en Madrid. Sus quehaceres siguen siendo infatigables. Tan pronto ayer se detiene y reproduce el texto sobre las tertulias literarias que editó en Almanaque Literario 1935 junto a Miguel Pérez Ferrero y Esteban Salazar Chapela. También participa en las ilustraciones en compañía de Ángel Ferrant, Maruja Mallo y Vázquez Díaz. Decía en el Almanaque a propósito de la tertulia de Revista de Occidente: «Ortega y Gasset mantiene el tono de la reunión y sabe llevar cualquier hecho a la plenitud de su significado» (p. 136).