Juan Ruiz explica que la memoria se vincula con la razón de ser de ciertos libros —la necesidad de preservar las leyes y de dejar registro de los avances científicos y tecnológicos—. Observa, asimismo, que la memoria humana primero se transmitía de generación en generación mediante la imagen, pero que después, al progresar las civilizaciones y al crear los distintos alfabetos, comenzó a legarse a través de la escritura. Como la memoria, los libros constituyen registros y repositorios de ideas. En una época de escasos libros, los estudiosos dependían mucho más de la memoria. El libro en sí puede verse entonces como una mnemotecnia y, a su vez, como una metáfora de la memoria (Carruthers, pp. 8 y 16). El arcipreste se refiere a los libros en general, si bien su comentario también puede ser visto como autoconsciente, dado que lo mismo que afirma podría decirse del propio Libro de buen amor. La obra es un documento proveniente del siglo xiv que preserva para la memoria de la humanidad la lengua de aquel momento, algunos de sus saberes, así como sus géneros literarios más populares.

La memoria no sólo se ve como un libro en el prólogo. Los procesos de la memorización y de la recolección son comparables a la lectura y a la escritura. Carruthers señala que la reminiscencia es como un acto de interpretación, de inferencia, de investigación y reconstrucción, un acto análogo a la lectura (p. 25). Agrega que la memoria no sólo es como un libro y como el acto de la lectura, sino también que la reminiscencia se asemeja a la composición y a la escritura. Observa que la recolección era una tarea de composición que reunía en un nuevo lugar asuntos esparcidos en lugares diversos (Carruthers y Ziolkowski, p. 1). Relacionando memoria y composición, Carruthers describe la práctica medieval de memoria como una costumbre difundida entre los clérigos durante la época de la aparición del Libro de buen amor. Apunta que memoria era el nombre del oficio cognitivo que incluía el arte de la composición (p. 2). Al comentar esta práctica medieval, constata, asimismo, que un individuo no había leído una obra de manera profunda si no la había hecho parte de su ser (p. 10). Carruthers llega incluso a postular que la práctica de memoria puede compararse con la institución de la literatura durante el Medioevo (p. 15). Es decir, como un arte, la memoria se asociaba en la Edad Media con la composición, no meramente con la retención. La memoria medieval enfatizaba la función inventiva de la memoria humana (Carruthers y Ziolkowski, p. 3). Para Carruthers y Ziolkowski, la memoria en la Edad Media se vinculaba no sólo con el libro y con la lectura, sino con la escritura y hasta incluso con la literatura misma.

Además de considerar el libro como una metáfora de la memoria, en el pasaje citado con anterioridad, Juan Ruiz yuxtapone la memoria humana a la divina. El arcipreste aclara que la memoria perfecta corresponde a Dios, no al hombre («Ca tener todas las cosas en la memoria e non olvidar algo más es de la divinidat que de la umanidad», p. 108). La divinidad del alma, sin embargo, parece ofrecerle al hombre, por lo menos, la oportunidad de atisbar la memoria absoluta. En su comentario del mismo pasaje, Jenaro-MacLennan observa lo siguiente: «Sólo Dios tiene todas las cosas presentes […]; tal facultad, compartida con una parte del alma humana (la que conserva las huellas de los inteligibles) solamente qua imago de la divinidad, no es apropiada —no es factible— para el hombre» (p. 155). Concluye su interpretación proponiendo que Juan Ruiz recalca no la cercanía, sino «la distancia entre Dios y el hombre, ya que la memoria (agustiniana) se afirma aquí como noción más pertinente a la esencia divina y, por tanto, remota de la condición humana» (p. 155). La tesis central del prólogo, según Jenaro-MacLennan, es que la «memoria del alma […] non es apropiada al cuerpo umano» (pp. 156 y 157). Concuerdo con que la memoria es uno de los temas centrales del prólogo, pero la moraleja que Jenaro-MacLennan destaca como su mensaje principal resulta un tanto reduccionista. Matizaría su afirmación sugiriendo que es uno de los múltiples mensajes que expone Juan Ruiz en el prefacio. No hay que perder de vista que el prólogo puede verse también como humorístico debido a su seriedad casi hiperbólica, a sus veinte citas en latín y a la capacidad de exégesis limitada y problemática del prologuista, quien interpreta todo en función de la teoría de las tres potencias del alma.[xiv]

El final del prólogo se vuelve más personal. Aquí Juan Ruiz señala: «Fiz esta chica escriptura en memoria de bien» (p. 109). Esta frase crea mayor ambigüedad todavía, puesto que el lector no sabe si el arcipreste está aludiendo al prólogo mismo, en sí bastante breve, o al libro entero, bastante extenso. En el primer caso, la afirmación podría leerse como sincera. El prefacio contiene información que edifica al creyente. Por otro lado, si se refiere al libro entero, puede considerarse como una provocación humorística. De cualquier manera, Juan Ruiz sugiere que, a pesar de las apariencias y de las locuras que relata, en el fondo, su obra fue compuesta con buenas intenciones y que, además de deleitar, también contiene elementos que enseñan. Aunque el Libro de buen amor proporciona ejemplos de cómo pecar y de cómo practicar el loco amor, en realidad, instruye al hombre sobre cómo evitar el pecado y perseguir el buen amor, dado que el loco amor se castiga. Las desaventuras amorosas del arcipreste terminan en fracaso, humillación o muerte. Al proporcionar ejemplos concretos del loco amor durante las fallidas aventuras amorosas del arcipreste, el lector lo evitará, eligiendo el buen amor y las buenas obras. Según Juan Ruiz, la buena memoria salvará a los lectores de poco entendimiento de la perdición: «Los de poco entendimiento non se perderán; ca leyendo et coidando el mal que fazen o tienen en la voluntad de fazer, e los porfiosos de sus malas maestrías, e descobrimiento publicado de sus muchas engañosas maneras que usan para pecar e engañar las mugeres, acordarán la memoria e non despreçiarán su fama» (p. 109). La memoria aparece en este pasaje como una guía, incluso como una suerte de musa o diosa protectora para los débiles. A pesar de la cantidad de actividades pecaminosas que se relatan en el Libro de buen amor, el prologuista pide al lector que sepa distinguir entre el loco amor y el buen amor y que se ampare en la buena memoria.

Juan Ruiz vuelve a citar el verso inicial en latín, «Intellectum tibi dabo, e çetera», y luego reitera su explicación de «las tres cosas del alma» (p. 110). La repetición al final de su oración inicial le otorga una estructura circular al prólogo, haciendo del texto una reconstrucción de los procesos mentales de la memorización. Además, en lugar de citar el verso entero en latín, emplea el «etcétera». De este modo, invita al lector a que se sirva de su memoria activa para recordar el resto del verso, que ya había leído antes. Con respecto a la memoria, escribe: «E Dios sabe que la mi intençión no fue de lo fazer por dar manera de pecar nin por mal dezir; mas fue por rreduçir a toda persona a memoria buena de bien obrar, e dar ensienplo de buenas costunbres e castigos de salvaçión» (p. 110). La redundancia del prólogo le imprime el carácter meditativo de una oración o de una lección escolar. Como en la práctica medieval de la memoria, el prologuista repite las mismas lecciones una y otra vez para asimilarlas y para que no caigan en el olvido.

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La importancia de la memoria en el Libro de buen amor no se limita al prólogo. A lo largo de sus diversos episodios, cobra un papel central. Por ejemplo, después de la muerte de Trotaconventos, Juan Ruiz le dedica un largo pasaje tragicómico donde la conmemora y, al mismo tiempo, maldice su muerte. El arcipreste la recuerda de la siguiente manera: «A Dios merçed le pido que te dé la su gloria, / que más leal trotera nunca fue en memoria» (p. 1571). Luego transcribe lo que está escrito en su epitafio:

Urraca só, que yago so esta sepultura:

en quanto fui al mundo, ove viçio e soltura;

con buena rrazón muchos casé, non quise locura;

caí en una ora so tierra del altura (p. 1576).