Una sensación de nostalgia imposible nos recorre al leer un periódico más viejo, mucho más viejo que nosotros. Es verdad que en nuestro mundo la obra afortunada tiene por destino un brillo efímero, un rápido consumo y un pronto olvido, pero también es verdad algo, en cierto modo, opuesto: de ése y de más antiguos olvidos podemos extraer cada vez con mayor facilidad lo que en él cayó y calló. Tenemos a la mano textos rescatados otrora reservados al pequeño grupo de los investigadores especializados. Una voluntad de totalidad alienta tanto en la digitalización del presente como en la reconstrucción del pasado con medios tecnológicos inimaginables para quienes lo vivieron.
Así que nada cuesta tener en la pantalla, por ejemplo, L’Intermédiaire de chercheurs et de curieux, un periódico francés al que la gente hacía preguntas que eran respondidas por otros lectores o por algún redactor. Una extraña impresión de cercanía y de paso del tiempo aparece al imaginar las cuestiones y las dudas de esos hombres que habitaron la segunda mitad del siglo xix. El 10 de mayo de 1866, un tal P.L. se pregunta en qué obra de Rousseau aparece la expresión tuer le mandarin. Cuatro respuestas aparecen en dos periódicos posteriores. Una dice que hacía años se había representado en París una pieza titulada As-tu tué le mandarin? Otra, muy certera, indica el pasaje de Balzac donde aparece, en efecto atribuido a Rousseau, la cuestión del mandarín. ¿En qué consiste esta cuestión?
Se trata de una interrogación moral. Usted, lector de Cuadernos Hispanoamericanos, tiene la posibilidad de heredar una gran fortuna con la condición de aceptar que un viejo mandarín en la lejanía de la China muera. Tal crimen quedará impune. Pongamos que todo lo que tiene que hacer es un gesto con la cabeza. ¿Usted lo haría? ¿Mataría usted al mandarín?
De manera que tuer le mandarin vendría a significar, en la literatura y en la conversación, beneficiarse de una acción que perjudica a un desconocido teniendo garantizado que permanecerá sin saberse y sin castigo. Cuatro son, pues, los ingredientes de este cuento moral: el beneficio, la lejanía respecto de aquel a quien se daña, la facilidad de la acción y la impunidad.
Seguimos familiarizándonos con la cotidianeidad de hombres nacidos hace dos siglos y nos topamos con alguien que, no siendo francés, lee en el periódico Le Figaro esa expresión: «No hay nadie que no haya matado al mandarín por lo menos cinco o seis veces en su vida». Como no sabe lo que quiere decir, pregunta por ello y por su origen a Le courrier de Vaugelas, una publicación que aparecía dos veces al mes dedicada a la promoción del francés. El 1 de diciembre de 1871 se le responde que, según Balzac, fue Rousseau el autor de esta expresión. El texto de la novela del primero (Papá Goriot) donde aparece es transcrito para ilustración del curioso extranjero. Dada la importancia que tiene en este asunto de atribuciones y ética, lo traigo a colación en la traducción de Javier Albiñana (Planeta, 1985):
―[…] ¿Has leído a Rousseau?
—Sí.
―¿Recuerdas ese pasaje en que pregunta al lector lo que haría en caso de que pudiera enriquecerse matando en China únicamente con su voluntad a un viejo mandarín sin moverse de París?
―Sí.
―¿Y qué me dices?
―¡Bah! Yo ya llevo treinta y siete mandarines.
―Déjate de bromas. Anda dime, si te demostraran que la cosa es posible y que te basta una señal con la cabeza, ¿la harías?
―¿Es muy viejo el mandarín? Pero ¡bah!, joven o viejo, paralítico o sano, la verdad… ¡Qué diantre! Pues no.
Pero Le Courrier de Vaugelas añade algo más. En el último momento («à la dernière heure»), la suerte ha hecho que el redactor encuentre las palabras de Rousseau, usadas como lema en una canción de Louis Protat. Esas palabras son transcritas también, y yo hago lo propio:
Si bastara para convertirse en el rico heredero de un hombre que nunca se hubiese visto, del que nunca se hubiera oído hablar y que viviese en los últimos confines de la China apretar un botón con lo cual se moriría… ¿quién de nosotros no apretaría ese botón, no mataría al mandarín?
Cuestión, pues, resuelta… a falta de un pequeño detalle: ¿en qué lugar exacto de la obra de Rousseau se halla la historia del mandarín? El 25 de septiembre de 1876 aparece una carta en el nombrado L’Intermédiaire. En ella, M. B. se pregunta si ha de atribuirse la paternidad del cuento del mandarín a Rousseau o a Voltaire. Aunque confiesa no saberlo, aporta un texto de El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas padre, en apoyo de la paternidad del filósofo de Ginebra: «Como usted sabe, el lado perverso del pensamiento humano se resumirá siempre en esta paradoja de Jean-Jacques Rousseau: el mandarín que se asesina a cinco mil leguas de distancia con sólo mover un dedo». ¿Mover un dedo? ¿No decía Rousseau apretar un botón?
Como si fuera un vecino de París de la segunda mitad del xix, sigo intrigado el hilo de la cuestión esperando encontrar un lector o un redactor que aporte las páginas de Rousseau donde se encuentra el mandarín que, según Balzac y Protat, se halla entre ellas.
Y entonces, Le Courrier de Vaugelas del 1 de octubre de 1876 trae la carta de un lector que aporta el siguiente texto de El genio del cristianismo de Chateaubriand:
Yo me pregunto, me planteo a mí mismo esta cuestión: si pudieras con sólo desearlo matar a un hombre en la China y heredar en Europa su fortuna, estando sobrenaturalmente convencido de que nadie iba a saberlo nunca, ¿te decidirías a formular en tu interior ese deseo?
Aunque la carta corta ahí el texto, nos interesa, por su importancia para este artículo, añadir la continuación:
Por más que yo trate de exagerar mi extrema pobreza, que quiera atenuar el homicidio imaginando que, de ese modo, el chino se morirá de repente sin ningún sufrimiento, que no tiene herederos y hasta que el Estado va a dispersar sus bienes; por más que intente figurarme a ese extranjero lleno de enfermedades y de achaques, abrumado de problemas, deseando la muerte; por más que me esfuerce en creer que la muerte representa para él una liberación o que le queda apenas un instante de vida… a pesar de mis vanos subterfugios, oigo en el fondo de mi corazón una voz que grita con tanta fuerza a la sola idea de que yo sea capaz de formular el deseo asesino que no puedo ni por un momento dudar de la realidad de la conciencia.
¿Se trata de una reminiscencia de un texto anterior de Rousseau, en la que el mandarín se convierte en un chino corriente? ¿O es este el texto que estábamos buscando y no se halla, como se creía, en Rousseau? Modestamente, el remitente cree que no hay en la obra del ginebrino tal mandarín. El redactor, sin embargo, sigue sosteniendo, pese a sus infructuosas pesquisas, que Balzac es digno de confianza, y aporta dos argumentos: la cita que ya hemos transcrito de Protat y la impresión que tiene de que el texto de Chauteabriand parece un resumen de tal cita, de la que se han suprimido las expresiones familiares que no se ajustarían al estilo «pomposo» del autor de las Memorias de Ultratumba.
Ahora estoy en agosto de 1879. La política y la cultura están de vacaciones, y hay que recurrir a la imaginación para completar los periódicos. En el xxi, desgraciadamente, ya no se necesitarán esas serpientes de verano, pero entonces a un redactor de Le Figaro que firma como Masque de Fer se le ocurre usar el tema del mandarín. Dice que un lector le ha escrito preguntándole por el origen de la expresión tuer le mandarin y él no se ve capaz de responder, habida cuenta de que la especializada L’Intemédiaire des chercheurs et des curieux renunció a averiguarlo. Le Voltaire, un periódico enemigo, entra al trapo, formándose una batalla de papel en la que intervienen los tres mencionados periódicos más Le Télégraphe, La République Française, L’Événement, Le Dix-neuvième siècle y Le Globe. Tras tres meses, la cosa queda sin aclarar.