POR MANUEL ALBERCA

Con sólo tres novelas, otros tantos diarios y un par de colecciones de relatos, Miguel Ángel Hernández ha creado un mundo literario propio, centrado en las siempre controvertidas relaciones entre ética y estética, entre vida y arte. El ciclo novelístico, que denomino, por su coherencia e interrelación, «el tríptico del arte o la vida», representa una original reflexión sobre estos asuntos. Otro eje argumental lo constituye la indagación y construcción del yo propio. A través de la ficción y de la autobiografía, el yo ficticio y el yo real se complementan o se contestan. El yo está observado a través de la temporalidad, esto es, de las distintas percepciones que el tiempo y su paso crean, y de los consiguientes efectos producidos en la identidad personal, que inevitablemente resulta transformada. Esta preocupación estaba ya esbozada, años antes de publicar la primera novela; en la primera sección del Cuaderno […] duelo se puede leer: «En este momento se frenó el tiempo. Y allí quedó estancada una parte de él. La otra comenzó a correr. Y decidió no pararse jamás. Por eso escribe esto ahora, para intentar frenar la escisión del tiempo, para encontrar el punto en el que todo se partió para siempre».

Las novelas de Hernández desarrollan, en forma narrativa, la relación entre arte y vida, entre imagen y relato. De aquí se derivan otras cuestiones como el poder o la banalidad de la imagen en un mundo donde ésta prolifera de modo hipertrófico, la búsqueda de la propia identidad a través del otro y el dilema ético que concierne a la creación artística en una realidad social problemática. Un conjunto de problemas que Hernández acierta a sintetizar en una entrada de su diario: «[…] hemos visto tanto que ya no vemos nada, que ya somos insensibles, como decía Susan Sontag, ante el dolor de los demás» (Presente continuo). En este ensayo indago en los fundamentos y argumentos del «tríptico», pero utilizo para su comprensión lo que los tres diarios revelan de su composición. También tendré en cuenta el libro autobiográfico Cuaderno […] duelo y algunos trabajos de su amplia obra ensayística.

 

UNA AUTOBIOGRAFÍA EN EXPANSIÓN

Miguel Ángel Hernández es, además de escritor, profesor titular de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, ciudad en la que nació en 1977. También ha sido director del CENDEAC (Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo, de la Región de Murcia) y comisario de exposiciones de arte. Ha realizado estancias como investigador en Estados Unidos en el Clark Art Institute (Williamstown, Massachusetts) y en la Universidad de Cornell (Ithaca, USA).

Ninguno de estos datos es superfluo, y remiten a contenidos y referentes presentes en Intento de escapada (2013), El instante de peligro (2015) y El dolor de los demás (2018), las tres «novelas» que forman el «tríptico». Es evidente que, como en la poética horaciana, entre pintura y poesía, entre el arte y la literatura, se establecen fructíferas relaciones, pero lo particular del mundo novelesco de Hernández es que, entre ambas modalidades artísticas, se producen también fricciones y choques.

La condición de profesor de arte no es anecdótica, pues constituye el centro argumental de Intento de escapada y El instante de peligro, en las que el arte actual y sus controversias son omnipresentes. Pero, al mismo tiempo, producen tensiones en la vida del autor por la manera en que la dedicación académica al estudio de las producciones artísticas interfiere en la literaria, su verdadera pasión. El «escritor» en sus diarios se lamenta de que el «historiador» le robe tanta energía y tiempo, que hipoteque su mayor y más gustoso deseo que no es otro que el de escribir: «Levantarte temprano a escribir tu novela. No concibes una rutina más placentera» (Aquí y ahora. Diario de escritura).

Su obra narrativa está, por tanto, íntimamente ligada a su faceta de profesor e investigador del arte, pero no como un mero adorno o como un elemento episódico, pues en sus novelas se aúnan perfectamente la reflexión sobre el arte contemporáneo con el relato autobiográfico. Es decir, el pensamiento ensayístico sobre el arte se encarna en los narradores-protagonistas y en la historia que cuentan. Reflexión y relato van de la mano, y la novela sirve para ahondar en las raíces que tiene en la experiencia del autor. La fusión de estos dos vectores —el ensayístico y el literario— se encuentran en Hernández desde su primera novela. Según el propio autor, él mismo se habría dado cuenta del potencial que tenía la ficción para hablar del arte: «Tengo la sensación —declaró en una entrevista— que lo que cuenta una novela lo aprendemos de modo más profundo que lo que trasmite un ensayo» (Contrapunto, 45, febrero 2018). En definitiva, para Hernández, la ficción es un tipo de discurso que provee de más conocimiento que el ensayo. Tras Martín Torres, el narrador y protagonista de El instante de peligro, Hernández expresará sus propias reservas con respecto al trabajo de profesor, cuando este personaje le confiese a Dominique que está aburrido de la Historia del Arte y cansado de escribir ensayos académicos.

Con su primera novela, Intento de escapada, llegó a la fase final del Premio Herralde de Novela de 2012, no obstante, la editorial decidió publicarla, junto a la novela ganadora y a la finalista, que aquel año fueron Karnaval, de Juan Francisco Ferré, y Cuatro por cuatro, de Sara Mesa, respectivamente. En 2015, con El instante de peligro, quedó finalista del mismo premio, que ese año ganó Marta Sanz con Farándula. En 2018, tras un complejo proceso de gestación, del que da cuenta el propio relato, publicó su tercera «novela», El dolor de los demás, que fue considerada por la crítica como uno de los libros más destacados de 2018. Por ejemplo, los votos de los críticos, consultados por Babelia, lo colocaron en el puesto siete de los mejores cincuenta libros del año.

Además de una extensa obra ensayística como historiador del arte, Miguel Ángel Hernández había ya publicado, con anterioridad a las novelas, algunos libros de creación literaria, como Infraleve: lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte y Cuaderno […] duelo. En paralelo a la escritura de las novelas llevó los diarios Presente continuo: diario de una novela, Diario de Ithaca y Aquí y ahora, que tienen mucho de taller de escritura y de recipiente de las actividades profesionales, literarias, salidas con amigos y preocupaciones personales. Los diarios citados, Cuaderno […] duelo y El dolor de los demás son los libros más explícitamente autobiográficos, creadores de un marco memorialístico, que nos autoriza a leer sus dos primeras novelas en clave autobiográfica. En realidad se podría decir que diarios y novelas, además de Cuaderno […] duelo, forman una suerte de «espacio autobiográfico» en expansión.

En mi opinión, la obra de Hernández se ha ido definiendo, en sus sucesivas entregas, como un proyecto novelístico-autobiográfico, que me atrevo a valorar como uno de los más interesantes de los que se desarrollan actualmente en España: una especie de work in progress, que no ha cesado de crecer y enriquecerse. Es posible que Hernández no tuviera la previsión ni el cálculo de seguir un plan, pero en su primera novela era ya evidente la elección de integrar en ella elementos de sus anteriores textos literarios, ligados a sus preocupaciones de estudioso del arte contemporáneo, en particular, a la circulación de las imágenes artísticas en la sociedad actual, y mezclarlo con elementos de carácter personal. Esta opción continúa y encaja coherentemente en su segunda y, sobre todo, en su tercera novela, que es ya declaradamente una autobiografía.

En realidad, en Miguel Ángel Hernández todo responde a una necesidad de escribir de sí mismo para recuperar el pasado como forma de proyectarse en el tiempo por venir. Dicha necesidad, con lo que tiene de ejercicio compulsivo de dominio del tiempo, no exenta de dudas y contradicciones, queda racionalizada y justificada en el prólogo del diario Presente continuo:

Es presuntuoso escribir de ti, lo sabes. Presuntuoso escribir un diario y creer que a alguien le va a importar lo que digas. ¿Por qué escribes entonces? Es la eterna pregunta. Te la has hecho miles de veces y siempre has llegado a la misma conclusión: escribes porque no tienes más remedio. Porque escribir es lo único que te salva. Porque lo necesitas, porque siempre lo has hecho, porque no puedes dejar de hacerlo.

 

El autobiografismo de Hernández no es simple ni directo, no va en una sola dirección, sino que se teje en un doble movimiento que recuerda, en algún aspecto, al utilizado por Unamuno. Estamos acostumbrados a que la escritura autobiográfica represente, con mayor o menor fortuna, la vida, en un movimiento que iría de lo vivido a lo escrito. Pero cabe también un autobiografismo anticipador, por así decirlo, que iría de lo escrito a la vida, como si la escritura sirviera de partitura para guiar, anticipar o diseñar lo que se vive o se aspira a vivir. Por ejemplo, Unamuno conformó su autobiografía a través de la ficción; a través de su obra, el autor fue haciéndose a sí mismo en cada libro con una continuidad voluntariosa en el acto de «parirse a sí mismo», pues su vida se encarnaba en la escritura. Unamuno no se escondía tras la máscara de sus personajes, se hacía visible en ellos.

En algo similar consiste la obra de Hernández. En su caso, hay, además, algo que lo singulariza, una especie de vórtice o pasadizo que une por senderos imprevistos y secretos la ficción con la vida y viceversa, de modo que, como el autor ha dicho, sucede algo siniestro y fatal, cuando la vida del autor se convierte en una reverberación de la novela. La ficción desemboca en la realidad fáctica, como si al creador le fuese dado anticipar en la escritura lo que ha de vivir en el futuro, de modo que la vida se convierte en una extensión de las novelas. Es una idea que no le hubiese importado firmar a Unamuno: el novelista como autor de su propia vida. Una vez diseñada la vida por vivir en la novela, la tentación del autor es revivir la ficción en la realidad. No tenemos espacio para detenernos más, pero además de los ejemplos que se verán en el epígrafe siguiente, recomiendo al lector interesado, que lea los respectivos epílogos de los diarios Presente continuo y Aquí y ahora, en los que las novelas El instante de peligro y El dolor de los demás se infiltran en la vida cotidiana de Hernández, como el final de una pesadilla o como una obstinación de la ficción de hacerse presente. Allí, de manera sobresaliente, los tiempos distintos y las fronteras de la realidad y la ficción se mezclan y se retuercen recíprocamente.

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