¿EL ARTE O LA VIDA?

La supremacía o banalidad de las imágenes se inserta en la reflexión sobre el papel político que puede jugar el arte contemporáneo en la sociedad actual, y la importancia que, en este engranaje, desempeña la ética del artista. A saber, ¿puede trasformar el arte contemporáneo aquello que denuncia? ¿O es solamente una pieza más que reproduce aquello mismo que pretende criticar? La figura ambigua e intrigante de Jacobo Montes, en Intento de escapada, apunta respuestas de escepticismo. La trama de la novela plantea la cuestión moral que pesa sobre el arte contemporáneo, una actividad que posa de crítica y social, donde el artista legitima una cierta estética, practicando una muy dudosa ética. Dicho de otro modo, ¿es posible admitir que el arte traspase las líneas rojas que defienden la dignidad humana? ¿Cómo criticar un sistema injusto si se incurre en su misma injusticia? Intento de escapada interroga la moral del artista contemporáneo en las sociedades capitalistas actuales. Pero, al mismo tiempo, se propone mostrar también cómo el capitalismo es el único sistema socioeconómico inmune a la crítica política, sobre todo, si proviene de un campo tan mercantilizado y especulativo como el del arte contemporáneo. Tan inmune se revela que es el propio capitalismo el que la fomenta, estimula y patrocina. Por otra parte, el personaje de Montes, en su opacidad e impostura, sirve para desenmascarar las contradicciones y la falsedad de los presupuestos artísticos como revulsivo crítico frente a los problemas de todo tipo que crean situaciones como la inmigración ilegal. La novela muestra de manera narrativa la incapacidad del arte contemporáneo para cuestionar y cambiar el propio sistema que critica. Al contrario, su función vendría a ser paradójicamente la de apuntalarlo.

El propio Marcos, narrador y testigo de los desmanes de Montes, acaba insertándose en la maquinaria que rechaza, y de la que ya no podrá salir, tal como da a entender el epílogo de la novela, pues, en el desenlace del relato, Marcos reaparece como becario en París, colaborando con Montes. Su tenue resistencia deja adivinar que no hay «escapada». En fin, el poder del arte es sobre todo mercantil, y su valor se mide, como cualquier actividad capitalista, por su rentabilidad. Marcos, que, como ya se dijo, encarnaría uno de los «yos» del autor, se ha doblegado a las exigencias del mercado. «Este libro se escribió —aclara en el epílogo— con motivo de la exposición de Jacobo Sierra en el Centre Pompidou de París». Al final se cumple lo que anuncia el título de la novela: todo queda en el «intento de escapada» de un mundo que el narrador y protagonista de la novela desprecia, pero por el que acaba siendo absorbido.

Los interrogantes morales que lanzan los relatos encuentran la senda de la resolución cuando el arte se encuentra con la vida o cuando éste se hace vida. Es decir, cuando el arte no representa la vida, sino que es. Sólo el arte y la literatura pueden salvar la vida, «porque los recuerdos acaban desvaneciéndose», y siempre será mejor contarlos, hacerlos presentes por la palabra. En las películas sin título (que manipula Anna Morelli en El instante de peligro), que, en principio, no parecían tener dueño ni autor, se vuelve a plantear de nuevo una cuestión moral. Cuando Anna Morelli y Martín Torres descubran que las películas tienen un origen y una historia afectiva detrás y, sobre todo, que existe un heredero natural de ellas, se ven obligados a cuestionarse qué hacer con ellas, y llegan a la conclusión que deben restituirlas a su dueño: «Tenemos que devolverlas». En El dolor de los demás, el dilema se lo plantea el autor y narrador de la historia: ¿es lícito hacer literatura con el dolor y la vida ajenos? En un momento concreto, en el cementerio, a la vista de los familiares de los muertos, el narrador se cuestiona el derecho que tiene de hurgar en el dolor de los otros:

¿Qué era lo que estaba haciendo? Allí estaba la familia de mi amigo, ajena a lo que yo escribía, concentrada en un dolor privado que mi libro podría resquebrajar. ¿Cómo me sentiría yo si alguien escribiera sobre mis padres? ¿Hasta qué punto nos pertenecen las vidas de los demás? ¿Qué derecho tenemos sobre ellos y sobre su memoria? (El dolor de los demás).

 

Lo que legitima y justifica inmiscuirse en la vida de los otros es el carácter transpersonal de ciertas experiencias. Enfrentarse a aquellos hechos luctuosos de los que había sido testigo en la adolescencia, lleva al narrador a enfrentarse a su propia experiencia. La vida de los otros no es algo ajeno a la suya. Ni somos entes autónomos ni existimos aislados. Nos vamos haciendo en diálogo con la vida de los otros. Su destino es también el nuestro. Este relato demuestra que nadie sale indemne de una experiencia tan dolorosa como la que nos cuenta Hernández. Porque el dolor de los demás vierte en el dolor propio como un vaso comunicante.

Los personajes y narradores de las novelas de Hernández están inexcusablemente concernidos por el valor y el lugar que el arte ocupa en sus vidas. Se debaten entre la entrega casi religiosa al arte o al reconocimiento de la supremacía de la vida. Es decir, se ven abocados a elegir entre el arte o la vida, pero donde la «o» disyuntiva se descubre como inevitablemente inclusiva. En una conversación que mantienen Rick y Martín en El instante de peligro, el primero sostiene que Anna necesita el arte: «El arte es lo único que la mantiene a flote…; la lleva al abismo pero al mismo tiempo es la que lo salva. El arte es para ella una garantía de salud. Es cuestión de vida o muerte. Para ella todo es arte». Por su parte, Martín considera que delante de Anna «[…] estaba ante una artista verdadera; que el arte la poseía por completo. Estaba en ella como una especie de presencia real». El arte la posee, porque en su caso la experiencia artística se transforma en vida.

Las de Anna Morelli y Martín Torres, los protagonistas de El instante de peligro, son experiencias diferentes con itinerarios distintos, pero concluyen lo mismo: «El arte —como también la vida— es una cuestión de riesgo», el verdadero arte se fusiona con la vida, y sólo los que arriesgan en ambos son los verdaderos artistas. El camino de Anna y el de Martín son diferentes: en Anna lo prioritario es el arte; en Martín, la primacía la tiene la vida. Pero los dos llegan al final a una síntesis similar. En el caso de Anna, que está dominada por un dramatismo destructivo, el dilema la aboca a una cuestión de vida o muerte. Para Martín, en cambio, el arte es un cuestionamiento de lo real y también una necesidad, porque enfrentarse a las imágenes le obliga a preguntarse qué hay detrás o qué le faltan a éstas para llegar a ser comprendidas. Tal vez donde mejor se revela esta fusión vida-arte es en la historia de las películas encontradas, de las que parte El instante de peligro. En el diálogo entre Steve, el hijo del autor de las películas, y Martín, el dilema aparece de forma paradójica. «Su padre fue un gran artista» —le dice Martín—. «Mi padre nunca quiso hacer arte. Dudo de que supiese lo que significaba esa palabra. Mi padre no era un artista. Simplemente lo hizo. Sentía que tenía que hacerlo y ya está. Porque le hacía bien». El episodio ejemplifica que «el arte no es la vida, pero el arte, si lo es de verdad, sirve a la vida». La conclusión es de Martín: «No sentí que debía elegir entre el arte o la vida. Porque la escritura era la vida».

Del mismo modo, el lector de las novelas de Hernández se siente concernido a hacer su propia reflexión. A través de los narradores y de su relación con los personajes, es también interpelado por los mismos dilemas morales que les afectan a éstos. El uso confesional de la primera persona facilita la empatía, y la estructura de thriller colabora a que el lector se sienta próximo a las figuras narrativas que representan al autor. En Intento de escapada, la posición inicial del narrador, Marcos, es crítica, pero su respuesta elude cualquier tipo de maniqueísmo, pues, como ya se ha dicho, al final él mismo caerá en la misma corrupción que censuraba en Helena y Montes. En El instante de peligro, aunque el relato tiene, a mi juicio, menos capacidad empática, pues el mundo y los personajes son mucho más ensimismados, el desarrollo de la intriga acaba poniendo al lector también ante el mismo dilema moral de los protagonistas. En El dolor de los demás está siempre presente la cuestión ya aludida de si es lícito utilizar el sufrimiento de los otros para la creación de una obra o para la propia satisfacción personal.

Las tres novelas tienen un punto de partida semejante y una solución equivalente: el arte no es sólo una mera cuestión estética, sino un medio para penetrar y entender la vida y, por tanto, para modificarla. O el arte es puente para la vida o no es nada, viene a concluir Hernández. Ambos, vida y arte, se implican, se replican y se corresponden. La obra artística es parte de la vida, nunca refugio o aislamiento de ésta. En fin, la vida compromete al arte, y éste a la vida. No hay disyunción posible. El arte representa una experiencia de vida, y la experiencia artística, si es auténtica, resulta siempre arriesgada. En dicha experiencia los personajes y narradores de las novelas de Hernández no saldrán indemnes. Su vida quedará transformada sentimentalmente.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

. Hernández, Miguel Ángel. Infraleve: lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte, Murcia, Editora Regional de Murcia, 2004.

–. Cuaderno […] duelo, Molina de Segura, Nausicaä, 2011.

–. «Cuando lo sólido se desvanece en el aire: Marcel Duchamp y las políticas de lo inmaterial», Creatividad y sociedad, 19, 2012.

–. Intento de escapada, Barcelona, Anagrama, 2013.

–. El instante de peligro, Barcelona, Anagrama, 2015.

–. Presente continuo. Diario de una novela, Cartagena, Balduque, 2016a.

–. Diario de Ithaca (prólogo de Sergio del Molino), Murcia, NewCastle Ediciones, 2016b.

–. El dolor de los demás, Barcelona, Anagrama, 2018.

–. Aquí y ahora. Diario de escritura, Madrid, Fórcola, 2019a.

–. «La novela como laboratorio», Cuadernos Hispanoamericanos, 2019b.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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