POR NOEMÍ MONTETES-MAIRAL Y LABURTA

Este 2018 se conmemoran varios aniversarios culturales en Cataluña, entre los que destacan los del lingüista Pompeu Fabra —en su caso se celebran ciento cincuenta años de su nacimiento (1868-1948) y cien de su Gramática catalana—, del filósofo interreligioso Raimon Panikkar (1918-2010) o del escritor Manuel de Pedrolo (L’Aranyó, 1918-Barcelona, 1990). Fuera de Cataluña, el menos afamado entre estos tres es sin duda Manuel de Pedrolo, un autor popular para el público catalán, pero escasamente conocido en España, Europa o América, donde son mucho más célebres las figuras de Pompeu Fabra o de Panikkar. Y, sin embargo, Pedrolo no sólo es el escritor más prolífico en lengua catalana del siglo xx, sino que, pese a destacar fundamentalmente por ser un excelente novelista, tanteó prácticamente todos los géneros literarios (teatro, poesía, relato breve, novela negra, ciencia ficción, dietarios, artículos periodísticos, crónicas, epistolarios…), es un auténtico precursor en algunos de ellos: sin ir más lejos, la mezcla entre presente y pasado, ficción y realidad que planea sobre el actual y muy celebrado Solenoide, de Mircea Cartarescu, así como la idea que origina la trama de la última novela de Paul Auster, 4 3 2 1 —el planteamiento de cuatro vidas probables—, las apuntó décadas atrás Manuel de Pedrolo en los once volúmenes –por once posibilidades vitales, frente a las cuatro plasmadas por Auster— de Temps obert (Tiempo abierto), escritos entre 1963 y 1969.

En español, lamentablemente, Pedrolo es casi un desconocido. Sólo se han traducido tres obras suyas: la novela Juego sucio (Pedrolo, 1972), siete años después de su primera edición (Pedrolo, 1965); el libro de relatos Trayecto final (Pedrolo, 1984b), nueve años después de la original (Pedrolo, 1975), y, por supuesto, el relato largo o novela corta Mecanoscrito del segundo origen.

Mecanoscrit del segon origen se publicó por primera vez en 1974, y no apareció en castellano hasta diez años más tarde, cuando en catalán llevaba ya más de veinte ediciones. Desde entonces, se ha reimpreso —sobre todo en catalán— en numerosas ocasiones hasta la actualidad,[i] pues se trata del título de Pedrolo que ha cosechado más éxito: en catalán, castellano y en el resto de las lenguas a las que esta obra ha sido traducida, que hasta el momento son el gallego, el euskera, el portugués, el italiano, el francés, el holandés, el rumano y, muy recientemente, el inglés.[ii]

Y es que, pese a su extensa trayectoria, popularmente a Pedrolo se lo reconoce y admira por ser el autor de Mecanoscrit del segon origen, ya que no en vano se trata de un título que ha vendido cerca de millón y medio de ejemplares. Y, sin embargo, pese a su éxito entre el público catalán, se trata de un escritor que fuera de Cataluña es necesario reivindicar. Quizá sea éste el mejor momento de hacerlo, el año en el que se conmemoran los cien años de su nacimiento, y probablemente el mejor modo sería empezar por el Mecanoscrito del segundo origen, dado que se trata del único título pedroliano que el público castellanohablante puede adquirir en la actualidad en librerías que no sean de viejo, el único que no ha dejado de reimprimirse desde que viera la luz en 1984, puesto que ni Juego sucio ni Trayecto final se han reeditado tras ser publicados.

Mecanoscrit del segon origen es una obra controvertida. A los especialistas no les suele convencer en exceso, la desestiman frente a otros volúmenes que consideran de mayor enjundia o ambición novelesca, como podrían serlo, por escoger alguno de los títulos más reconocidos del currículo pedroliano, los siguientes: los dos anteriormente citados —Juego sucio y Trayecto final—, pero también Totes les bèsties de càrrega, 1967 (Todas las bestias de carga); Acte de violència, 1975 (Acto de violencia); Hem posat les mans a la crònica, 1977 (Hemos puesto las manos en la crónica), o la tetralogía La terra prohibida, cuatro volúmenes que escribió en 1957, que no pudo ver publicados hasta veinte años más tarde, en democracia, y cuyos manuscritos mantuvo escondidos bajo un peldaño de la escalera de su casa de Tárrega.

El propio Pedrolo acabó cansándose del Mecanoscrit, ya que, pese a haber escrito más de ciento veinte volúmenes y alrededor de veinte mil páginas —cifra sólo comparable a la fecunda productividad literaria de Pla—, acabó siendo popularmente conocido y reconocido como el autor de un único libro, algo que lo llevó a desdeñarlo y a llegar a manifestar que, de haberlo sabido, no lo hubiera escrito. De este modo lo recuerda su hija, Adelais de Pedrolo:

Mi padre llevaba muy mal el tema del Mecanoscrit. Y, de hecho, tenía toda la razón. Una persona que escribe más de ciento veinte obras, que sea conocida casi única y exclusivamente por el libro del Mecanoscrit, que, además, no es un libro…; es un libro muy ameno de leer, de muchas lecturas, se puede leer a muchas edades y cada vez extraes conclusiones diferentes, pero…, claro, no estaba a la altura del resto de su obra. Y me dijo que si hubiera sabido esto no lo hubiera escrito (Miguel, 2017, minuto 36.32-37).[iii]

 

Ahora bien: a pesar de las reticencias pedrolianas, lo cierto es que en el Mecanoscrit —como también ocurre en muchas ocasiones en el resto de su obra, aunque en este caso concreto con suma habilidad— Pedrolo logra combinar con extremo acierto, por un lado, el ámbito del realismo, de la necesaria verosimilitud novelesca, y, por el otro, el de la imaginación, la experimentación, la búsqueda de nuevas vías de exploración narrativa. Asimismo, ambas ramas confluyen en un mismo tronco creativo: el de un escritor que por encima de todo apostó por la libertad y creyó en ella, con una pasión y un ejercicio de voluntad extremos.

Mecanoscrit del segon origen se publica en noviembre de 1974, en un momento en el que se empezará a valorar la literatura de género, las novelas mestizas y el placer de contar historias —sin ir más lejos, una obra emblemática que refleja este proceso, La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, fue publicada en 1975—. Esto ocurre tras una época —los años sesenta— en el que la novela se había dejado seducir —en ocasiones en exceso— por el placer de la oscuridad, en los laberintos interiores de la experimentación. Será entonces, a mediados de los setenta, cuando los escritores empiezan a apearse de aquellas técnicas narrativas que dificultaban demasiado la comprensión del texto y comienzan a mirar con otros ojos las diversas «literaturas de género», buscando la riqueza del mestizaje narrativo, en este nuevo camino que trata de recuperar el deleite de la ficción. Será entonces cuando Pedrolo, quien había comenzado su carrera literaria dentro del existencialismo para, posteriormente, virar hacia el realismo, apostará por la experimentación. El novelista de L’Aranyó había bebido del existencialismo, del realismo y llevaba años experimentando con los géneros y las técnicas narrativas sin descuidar el gozo de la fábula —fue un maestro en el arte de contar, y de contar bien, una buena historia—, aunque será a partir de esa época cuando decidirá imprimirle un cierto giro a su literatura, probando técnicas narrativas que le hicieron perder algunos de sus lectores de siempre, pero ganar otros, más exigentes.

Por aquel entonces la obra de Pedrolo estaba, hasta cierto punto, marcada por el género policiaco. Había dirigido, de 1963 a 1970, la colección de novela negra La Cua de Palla (La cola de paja),[iv] en Edicions 62, donde de vez en cuando incluía algún título suyo. Y, sin embargo, pese a su apuesta y vinculación respecto de las novelas de misterio —como una manera muy eficaz de normalizar la lengua y la literatura catalanas—, surge en él, en ese momento, el proyecto de escribir una obra de ciencia ficción; y de hacerlo, además, con protagonistas muy jóvenes. Este último dato podría llevarnos a pensar que Pedrolo coqueteó igualmente con el género de la narrativa juvenil, pero no fue así. De hecho, el responsable de la estrategia de orientar el Mecanoscrit a este público lector fue Josep Maria Castellet, entonces editor de Edicions 62, quien con ello logró para esta novela ventas millonarias —es más, sigue manteniéndose como el libro más vendido en lengua catalana—. Muy al contrario, lo que pretendía su autor para esta obra era abrirse a ámbitos narrativos de mayor alcance, en concreto, los de la bildungsroman, vinculándolo al género de la ciencia ficción. Y así, pese a que en ocasiones se haya vinculado el Mecanoscrit al género juvenil y relegado, por tanto, al mero interés de este tipo de lector, resulta mucho más adecuado conceptuarla como novela de iniciación, de aprendizaje (al fin y al cabo, también Lázaro de Tormes o Stephen Dedalus son jóvenes y, sin embargo, a nadie se le ocurre considerar el Lazarillo o el Retrato del artista adolescente como meras novelas infantiles o juveniles).