Por lo demás, el reconocimiento o la falta de él puede, en cualquier trayectoria, compaginarse o no con lo que, como primera aproximación, podríamos llamar autonomía creativa. Pierre Bourdieu (1997) identificaba esta situación con una diferencia entre producción de ciclo corto –que responde a las expectativas establecidas y que muere con ellas– y producción de ciclo largo –que subsiste en su momento de surgimiento y que sigue produciendo efectos incluso cuando los marcos culturales y, en nuestro caso, también políticos en los que se gestó, desaparecen o cambian–. De nuevo, resulta imprescindible introducir en este punto la variable de género, ya que la producción de ciclo largo, por todos los condicionamientos que venimos estudiando, es mucho más complicada de obtener para una mujer, con independencia de la calidad de su obra o de su grado de autonomía creativa. La clasificación de Bourdieu está pensada en masculino, por lo que no está de más recordar algunas otras reglas de la excelencia investigadora. Dos son los criterios –aunque él mismo admite que podrían ser más–, que Louis Pinto[i] propone para esclarecer la calidad de una producción intelectual y que nos pueden resultar de utilidad: ¿propone un punto de vista nuevo que en el estado dominante de los saberes era difícil conquistar? Y, en segundo lugar, ¿permite este punto de vista una extensión del conocimiento a través de las generalizaciones y comparaciones que su puesta en funcionamiento provoca? Si pensamos en los discursos poéticos sociales producidos por mujeres, veremos que las poetas escriben de los mismos temas que los hombres –que tienen la consideración de generales–, y además de los relativos a la vida de las mujeres, cuyas experiencias estaban invisibilizadas. Como es habitual, lo masculino aparece como lo neutro, lo no marcado, la única marca que se percibe es la femenina. Esa doble vía de la poesía social puede verse claramente en los textos de Ángela Figuera, que se detienen en la maternidad, la vida doméstica, las relaciones conyugales, en experiencias que formaban parte del día a día de millones de mujeres, como ir al mercado en condiciones económicas precarias, o que construyen metáforas de la sangre alusivas al parto o a la menstruación[ii].

 

También se da esa doble réplica, a pesar de la peculiaridad de su producción, en la obra de Gloria Fuertes –«si esto no es poesía social, que venga Dios y lo vea», escribe la propia autora en la poética que presenta en la antología Poesía social de Leopoldo de Luis[iii]–, o en otras autoras como María Beneyto –en realidad, se trata de una característica que se puede rastrear en la mayor parte de las poetas cercanas a la poesía social–. Por tanto, a la primera pregunta que lanzábamos, la respuesta sería un rotundo sí en muchas de las poetas del momento. La respuesta afirmativa tiene que ver, sobre todo, como ya hemos señalado, con el discurso sobre lo femenino o con la réplica de género dentro de algunas corrientes poéticas. Basten como ejemplo los versos finales de «Mujeres del mercado», de Ángela Figuera:

Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.

Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.

A un barreño de ropa por lavar. A un marido

con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.

Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe.

Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,

sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia

de animal instintivo, les castigue la entraña

con el peso agobiante de otro mísero fruto.

Otro largo cansancio[iv].

 

La segunda pregunta tendría idéntico resultado: no hay más que recordar la cadena de reescrituras de mitos clásicos femeninos que provoca Mujer sin Edén, de Carmen Conde, la importantísima línea de poesía social escrita desde una perspectiva de reivindicación femenina que surge a partir de la obra de Ángela Figuera o la compleja red de atención que generó Gloria Fuertes. Todo esto no supuso, como hemos señalado, la consecución de puestos de relevancia en el campo literario del momento ni la inclusión en algunas de las recopilaciones antológicas más importantes del momento. En el caso de las antologías que sí incluyen a alguna mujer, además de estar dentro de esa lógica de la excepción, conviene reparar en el hecho de que esa circunstancia no marca sus trayectorias de manera tan decisiva como en el caso de los hombres: también ahí hay un «techo de cristal». Por todo ello, tienen especial importancia las antologías de poesía femenina que publicó Carmen Conde a pesar de los problemas que ha señalado un sector importante de la crítica[v] acerca del peligro de que el estudio separado y en bloque de las mujeres poetas dificulte su inserción en la historia de la literatura o construya una especie de canon a la contra. El problema, en definitiva, viene dado por la asimetría de considerar antologías de género a las que incluyen solamente a mujeres, mientras que aquellas que dan cabida solamente a hombres se presentan como generales. La justificación está, de nuevo, en la idea de mérito: en las segundas ese criterio, el del mérito, es el único que se declara, mientras que en las femeninas se hace explícito que el género es un criterio de exclusión. Por ese motivo, la antología presentada por Carmen Conde en 1954, Poesía femenina española viviente, supone una transgresión simbólica importante, especialmente en los años en los que se publicó. Su relevancia está determinada también por la posición de Conde en la vida cultural del momento –es decir, por su capital simbólico, muy alejado del de muchos poetas hombres, pero que no poseía en ese momento ninguna otra mujer–, que se transfiere a la antología y, en gran medida, la posibilita y legitima. Tras ese primer volumen antológico, publicará otros dos: Poesía femenina española: 1939-1950 (1967) y Poesía femenina española: 1950-1971 (1971). Estas antologías, en el momento en el que se realizaron y publicaron –especialmente la primera–, poseen el valor añadido de todos los movimientos de contestación del orden simbólico: contribuyen a desbaratar las evidencias. Si estas formas de contestación molestan tanto a las élites culturales es porque van en contra tanto de las disposiciones profundas como de los intereses específicos de los que podríamos llamar «hombres de aparato» –aquellos que ocupan un lugar central y duradero en grupos y/o posiciones de poder–. De ahí viene su insistencia en dejar fuera de la reflexión cultural y política ámbitos enteros del mundo social, como todo lo que tiene que ver con las mujeres: arte o literatura producido por ellas, trabajo femenino, etc. En el caso de la obra de estas escritoras estamos, por tanto, ante la introducción en la cultura necesariamente política de muchos ámbitos que la definición de ese momento de cultura y de cultura política excluía. Por ello, conviene insistir en la importancia de las trayectorias y las obras de estas poetas, ya que construyeron posibilidades, o mejor dicho, condiciones de posibilidad en las formas de decir y por tanto también de vivir, a pesar de las limitaciones impuestas con las que se toparon. En ese sentido, contribuyeron a posibilitar la existencia real de las mujeres como agentes históricos a través de las prácticas culturales y la literatura.

NOTAS
1 Moreno Pestaña, 2013: 36.
2 Moreno Pestaña, 2013: 38.
3 Moreno Pestaña, 2013: 38.
4 Alonso Valero, 2016.
5 Luis, 2010.
6 S.f., 1952: 16.
7 Fuertes, 2011:137.
8 Riba, 1993: 62.
9 Payeras Grau, 2009: 39-42.
10 Ruiz Casanova, 2007: 274-277; Urrutia, 2007: 23-26.
11 Schwarzer, 1984: 72.
12 Young-Bruehl, 2006: 350.
13 Ribes, 1952: 44.
14 1998: 15-16.
15 Por ejemplo, «La sangre», Figuera, 2009: 205-206.
16 2010: 309
17 Figuera en Luis, 2010: 230.
18 Payeras Grau, 2009: 22-23; Senís Fernández, 2004: 13.

BIBLIOGRAFÍA
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· CONDE, Carmen. Poesía femenina española: 1939-1950, Barcelona, Bruguera, 1967.

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