Si la República había concebido los escenarios como ámbitos de educación cívica, ahora resultaba necesario fundir educación y propaganda. De esta apuesta nacería el Teatro de Arte y Propaganda, que tuvo su sede en el Teatro de la Zarzuela. Allí se celebró el estreno de la Numancia versionada por Alberti el 27 de diciembre de 1937. En el prólogo de la publicación de la obra, aparecida en noviembre del mismo año, Alberti explicó los ejes de un trabajo realizado «con miras a representarse en un teatro de Madrid —¡en un teatro de Madrid!, ¿comprendéis?—, a poco más de dos mil metros de los cañones facciosos y bajo la continua amenaza de los aviones italianos y alemanes» (pág. 7).
Además de justificar el corte de alusiones poco comprensibles por un público no erudito y de algunos añadidos referentes a la situación, Alberti se interesa por integrar la obra en una tradición que funda la lucha nacional española con la defensa de las libertades. Por eso, recuerda noticias difíciles de justificar hoy filológicamente, pero que dan sentido al espectáculo en medio de la batalla:
Alguien me afirma —no he tenido tiempo de comprobarlo— que esta hermosa tragedia de Cervantes fue representada en Zaragoza durante los días de su cerco por las tropas de Napoleón. Pero de lo que ya estoy seguro —porque Mesonero Romanos lo cuenta— es que cuando por los años 1815 y 1816 el gran actor liberal Isidoro Máiquez, amigo y modelo de Goya para uno de sus más espléndidos retratos, encarnaba una de las nobles figuras de Numancia en uno de los teatros de Madrid, «se reforzaba el piquete de guardias del edificio, doblaba el alcalde, presidente, la ronda de alguaciles; y cuando el público, electrizado, se levantaba en masa a aplaudir al actor en el instante que recitaba aquellos pasajes alusivos a la libertad, los soldados de la guardia tomaban las armas, y el alcalde presidente destacaba a sus alguaciles a decir al actor que mitigase su ardimiento o que suprimiese aquellos versos, a lo que él se negaba con altivez» (pág. 8).
Pueblo, cultura e historia se condensaban para dar respuesta en nombre de España a un golpe militar apoyado por el fascismo y el nazismo. Son abundantes las indicaciones que los intelectuales realizan en este sentido. José Bergamín, en un artículo publicado en Hora de España, «Pintar como querer. (Goya todo y nada de España)», afirmó: «Las verdades más claras de España son las populares que nos pintó Goya» (pág. 19). Y María Zambrano, en la misma revista, no dudó en defender la necesidad de unir «El español y su tradición». Había sido un error rechazar el pasado, borrarlo como hoja caduca, en vez de leerlo con ojos modernizadores en los retos del presente:
Se arremetió contra los fantasmas. «Hay que cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid». Surgió la crítica implacable contra el ayer, queriendo olvidarlo en un utopismo adánico. Se confundió en la arremetida, el fantasma de la historia con la historia misma, y se creyó que podríamos vivir sin ella. Y el español entonces, por librarse del fantasma, se queda en el desierto que tampoco es la vida (pág. 25).
Benito Pérez Galdós fue otra de las figuras convocadas a la batalla. Rosa Chacel lo vio así en «Un hombre al frente: Galdós», publicado también en Hora de España. Aunque sus inicios literarios se habían fundado en otra estética y en las teorías orteguianas de la nueva narrativa, ahora invocaba la memoria del novelista con palabras fervorosas: «Estas líneas están escritas únicamente para esto, para hacer sonar un nombre; para recordarle, para hacerle revivir entre lo más vivo, destacar desde lo más hondo hasta lo más alto, para que despierte de la fría memoria a la inflamada actualidad que al incorporarse purifica aún más la luz de su llama: Galdós» (pág. 128). Pensar con esperanza ante un futuro difícil significaba buscar al narrador de las derrotas y las superaciones, cronista histórico y humano de una España empeñada en permanecer y batallar sin darse por perdida.
Rosa Chacel apoyaba un plan de recuperación de Galdós asumido muy pronto por las autoridades republicanas. Con precios populares, el Ministerio de Instrucción pública y Bellas Artes editó en 1936 los versiones reducidas de El 2 de mayo (parte final de El 19 de marzo y el 2 de mayo) y Napoleón en Chamartín (capítulos xii a xxx), aludiendo a las semejanzas de las dos situaciones bélicas. En 1938 la editorial Nuestro Pueblo publicó Trafalgar, Las corte de Carlos IV y El 19 de marzo y el 2 de mayo como «Edición especial en homenaje a nuestro glorioso Ejercito Popular en la segunda guerra de la independencia de España». Enrique Díez-Canedo prologó el primer volumen con el artículo «Pérez Galdós y los Episodios Nacionales». Sus primeras palabras fijan un tono en el que el respetado conocimiento literario del autor se une a la denuncia y la defensa:
La guerra desencadenada por unos generales facciosos en julio de 1936 no es más que una nueva fase de las que desgarraron a España desde las postrimerías del siglo xviii y comienzos del xix. De un lado absolutismo y tiranía, monarquía y religión, como atavíos tradicionales de España, intentando sofocar los anhelos de libertad que germinaron en nuestro pueblo, como definitivas conquistas del tiempo, sólidamente asentadas por la Revolución francesa. De otro lado, esas nobles aspiraciones, apoyándose primero con toda candidez en la monarquía y confundiendo su dudosa aceptación de los principios liberales con la indignada protesta contra los invasores del suelo, que la monarquía misma entregaba, humillándose ante un Napoleón o recabando la ayuda de un Luis XVIII (pág. 5).
Por su parte la Librería y Casa editorial Hernando siguió hasta 1939 con la publicación de los episodios nacionales que desde 1931 presentaba con la bandera republicana en la portada. Según Alfredo Baras Escolá (2014), fue una edición de 1927 de la Numancia de esta mima casa editorial la que utilizó Alberti para su versión cervantina. En cualquier caso, todo este proceso posibilitó que Galdós se convirtiese después de la derrota en una figura central para el exilio republicano. Y Rafael Alberti, por ejemplo, como director de dos colecciones de la editorial Pleamar, editó la primera serie de los Episodios Nacionales.
En el año 1943, en la situación triste del exilio, pero sin las prisas de una ciudad en guerra, el poeta volvió a la Numancia de Cervantes, publicando una nueva edición en la editorial Losada, poco después de que Margarita Xirgu la representase el 6 de agosto en Montevideo. Aunque afirma en el prólogo que «Esta versión modernizada de Numancia, es la misma que presenció Madrid en el Teatro de Arte y Propaganda del Estado», la verdad es que hay notables variaciones propias de una versión más cuidada y menos adaptada a la coyuntura. Incluso pudo en el prólogo matizar que las versiones representadas en la España decimonónica tenían más que ver con la tragedia numantina de Ignacio López de Ayala que con la de Cervantes. Pero la intención sigue siendo la misma, denunciar a los golpista de 1936 junto a sus aliados extranjeros y consolidar una cultura española de tradición liberal frente al totalitarismo. Convenía hacer memoria del presente por si el desenlace de la Segunda Guerra Mundial permitía la vuelta de la democracia a España. En 1943, de la mano de Cervantes, Alberti insiste desde Buenos Aires en los argumentos de 1937, y recuerda que, después de su estreno, la Numancia de Cervantes no fue reconocida en toda su preciada luz hasta dos siglos más tarde, y nada menos que por un Schopenhauer, un Goethe, un Shelley, un Schlegel… Pero su verdadera honra la alcanzó en dos momentos sangrientos y terribles de la historia de España, ante los asombrados y puros ojos del pueblo, los más dignos para Cervantes. En 1809, cuando Zaragoza se ve cercada por las tropas napoleónicas, el general Palafox, defensor de la plaza, ordena que se represente para exaltar con ardoroso patriotismo el ánimo de sus soldados. Y en 1937, cuando Madrid vivía su gloriosa epopeya, se eleva el alto ejemplo de Numancia en medio de los más horribles bombardeos, adquiriendo entonces la tragedia su más hondo significado, pues se vio actualizada por la presencia en tierra hispana de tropas extranjeras (pág. 12).
También en 1943 el exilio republicano español recordó que se cumplían cien años del nacimiento de Benito Pérez Galdós. El 16 de mayo publicaba Francisco Ayala en La Nación su «Conmemoración galdosiana», recordando la distancia que la generación del 98 y las escuelas de vanguardia habían sentido por el narrador canario, ya que sus diversas preocupaciones estilísticas impidieron «apreciar a través del realismo del escritor su hondo sentido humano». Con los Episodios Nacionales condensó, además, unos destinos individuales, familiares y sociales llamados a cruzarse en una misma comunidad política. Criticando el juego metafórico vanguardista en el que el propio Ayala había participado, el escritor granadino se preguntaba: «¿Cómo podía pretenderse así que el creador de una obra preocupada, en términos tan dilatados, por dar solución al problema estético de la vida humana se distrajera del centro de su interés y pusiera atención en los primores del estilo, que persiguen resultados artísticos de muy distinta índole?» (págs. 791).
El Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires puso en marcha un ciclo de conferencias durante los meses de mayo y junio en el que participaron Rafael Alberti, Guillermo de Torre, Jacinto Grau, José María Monner Sans, María Teresa León, Alejandro Casona, Ángel Ossorio y Ricardo Baeza. Las intervenciones fueron recogidas en Cursos y conferencias. Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores en un interesante número triple (139-40-41). Alberti destinó su conferencia a recordar «Un Episodio Nacional: Gerona», el 10 de mayo, mismo día del nacimiento celebrado. La defensa heroica de Gerona durante la Guerra de la Independencia conectaba en el pasado con la historia de Numancia y en la experiencia inmediata con el Madrid perdido:
Para los que por desgracia y fortuna hemos vivido del sitio de una ciudad, durante todas sus fases, en medio de una guerra profundamente popular y de independencia como lo fue también la que sostuvimos los republicanos de España desde julio de 1936 hasta marzo del 39, los Episodios Nacionales de Galdós —sobre todo los diez primeros, y de ellos El dos de mayo, Zaragoza, y más aún este de Gerona que nos ocupa— tenían que volver con ímpetu a nosotros, después de ciertos años de descenso de la obra galdosiana, como alimento necesario, como espejo donde reconocernos y sacar fuerza de nuestra propia imagen. Por eso, me enorgullece recordar y contarles ahora a los que aún no lo supieren, que alguno de estos episodios, reeditados por el Gobierno español en miles y miles de ejemplares durante aquellos años de lucha, fueron recibidos al lado del fusil de nuestros soldados con ansia parecida a la del pan en la trinchera, a la del anhelado refuerzo en una agotadora batalla. Y es que Galdós, por una de esas raras y difíciles inspiraciones, hizo obra popular, permanente, viva, en la que tanto aquel patriota del año 1936, campesino, obrero, artesano, estudiante, hombre cualquiera de la calle, podría mirarse aún, sentirse todavía héroe del 2 de mayo, sino que ahora manejando un cañón contra el Cuartel de la Montaña; soldado de Bailén, sino que ahora guerrillero por las sierras y campos andaluces; miliciano de la Libertad corriendo España toda para limpiarla de enemigos —¡ay!, como entonces de dentro y de fuera—. Y así recuerdo que en una tarde bombardeada de Madrid, releyendo Gerona, yo me encontré de súbito en Madrid, yo me vi en la defensa de nuestra capital, adquiriendo conciencia de su grandeza simple, de sus fatigas, de su bravura, de su gracia tocada de desdén hacia los que nunca pudieron conquistarla, de su largo, sostenido martirio? (págs. 16-17).