Al leer Gerona (1874), al conocer detalles de la violencia, el hambre que obliga a comer ratas, la desesperación personal y la derrota, la salida a tierras francesas, Alberti pudo concluir que «Galdós historiaba el futuro». Al lector de su poesía le resultara familiar que algunos detalles del argumento llamaran su atención. Importante es para él la mirada «con verdadero realismo a estos niños, que las privaciones y locura del sitio han vuelto terribles, jugando a la guerra —¡oh niños de las calles de Madrid!— dentro de la guerra» (pág. 20). En «A Niebla, mi perro», uno de sus mejores poemas de esa época, recogido en De un momento a otro. (Poesía e historia).1932-1937, alude a esta imagen que mezcla el horror y la inocencia:
A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que mira lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo… (pág. 111).
El cerco de Madrid, Gerona, Numancia… Alberti se convirtió por fin en editor de Benito Pérez Galdós. En su conferencia había señalado lo siguiente: «[…] en los cuarenta y seis volúmenes de los Episodios Nacionales, historia verdadera, pero de tal modo mezclada a la vida, metida en los tuétanos de ella, que todo fluye tan bien armonizado, tan magistralmente entramado, que el total es un soberbio edificio, un raro y claro monumento de proporciones perfectas» (pág. 19). El poeta, junto a Hurtado de Mendoza, sobrino del novelista, abordó, como director la colección El Ceibo y la Encina, la publicación de la primera serie de los Episodios, prologados por autores del exilio español. Recuperando las ilustraciones de Enrique y Arturo Mélida de la magnífica edición puesta en marcha por La Guirnalda en 1881, o con ilustraciones del propio Galdós, la editorial Pleamar publica entre 1944 y 1945 las novelas con los siguientes prologuistas: Trafalgar (Rafael Alberti), La Corte de Carlos IV (Guillermo de Torre), El 19 de marzo y el 2 de mayo (Alejandro Casona), Bailén (Arturo Serrano Plaja), Napoleón en Chamartín (Ángel Ossorio), Zaragoza (María Teresa León), Gerona (Rafael Alberti), Cádiz (Rafael Alberti), Juan Martín El Empecinado (Lorenzo Valera) y La batalla de los Arapiles (María Teresa León). Galdosiana desde su infancia, como hemos visto, María Teresa León se encargó de dos prólogos. Había pronunciado, además, el 21 de junio de 1943 una conferencia, «Una mujer de Galdós», dentro del homenaje organizado por el Colegio Libre de Estudios Superiores. Para descubrir algunos recuerdos familiares, aprovechó lo que a Rafael y María Teresa les había contado Manuel Hurtado de Mendoza, sobrino de Galdós y fundador de Pleamar.
La labor editorial fue un modo más de ganarse la vida para los exiliados necesitados de buscar trabajo. Pero fue también una apuesta importante para mantener la cultura republicana en el exilio y los valores que habían sido derrotados con la victoria del ejército golpista. Esta voluntad quedó encarnada por José Bergamín, que reconvirtió en México las publicaciones madrileñas de Cruz y Raya con las fundación de la editorial Séneca. Cervantes, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, García Lorca y otras referencias fueron saliendo en sus cuatro colecciones, Laberinto, Estela, Árbol y Lucero, que con sus iniciales formaban la palabra Leal. Un incidente con Juan Ramón Jiménez, que no se entendía bien con Bergamín y no quiso participar en la antología poética Laurel, nos sirve sin embargo para entender el espíritu de esta labor editorial. El propio Juan Ramón (1985) recogió la carta del 14 de mayo de 1941 en la que José Bergamín insistía para conseguir su colaboración:
Queríamos también indicarle si pudiera a Vd. Interesarle una Antología de su obra poética, hecha por Vd. mismo, para esta colección «Laberinto», y en caso afirmativo, que nos dijese, en qué condiciones. Nosotros procuraríamos que fuesen las más ventajosas para Vd. dentro de nuestras posibilidades económicas, que no tienen en grado alguno ambición exclusivamente comercial, pues tratamos principalmente de realizar fuera de España, una obra que afirme la continuidad de nuestra cultura, ayudando al mismo tiempo a nuestros autores (pág. 240).
Rafael Alberti participó en Buenos Aires en esta labor. Como director de la Colección Rama de Oro de la editorial de Miguel S. Schapire publicó Los sonetos espirituales (1942) de Juan Ramón Jiménez, El rayo que no cesa y otros poemas (1942) de Miguel Hernández, Las nubes (1943) de Luis Cernuda y La lámpara que anda (1944) del poeta uruguayo Emilio Oribe. Su labor más extensa se produjo en la editorial Pleamar, en la que dirigió dos colecciones. Fundada por Manuel Hurtado de Mendoza, Gonzalo Losada y Enrique Pérez, distribuyó sus libros a través de la red de la Editorial Losada. Una de las colecciones se llamó «Mirto», palabra que se unía al recuerdo lírico de los arrayanes de Granada, ensangrentados por la muerte de su amigo Federico García Lorca. Precisamente con una Antología poética (1943) de Federico García Lorca comenzó la colección. En la «Balada del que nunca fue a Granada», Rafael Alberti (1953) escribiría: «Hay sangre caída del mejor hermano. / Sangre por los mirtos y agua de los patios. / Nunca fui a Granada» (pág. 146).
La colección continuó después con otros títulos que unieron la obra de los clásicos y la palabra de autores vivos entonces: Poesías (1943) de Fray Luis de León, Rimas (1944) de Gustavo Adolfo Bécquer, Obra poética (1944) de Antonio Machado, Antología poética (1944) de Salvador Rueda, Salmos del rey David (1944) de Tomás González de Carvajal, Antología poética (1945) de Luis de Góngora, Leyendas (1945) de Gustavo Adolfo Bécquer, Las hojas secas y otras prosas (1945) de Gustavo Adolfo Bécquer, Poesías (1946) de Garcilaso, Mapa de la poesía negra americana (1946) de Emilio Ballagas, Desde mi celda (1947) de Gustavo Adolfo Bécquer, Antología rota (1947) de León Felipe, El son entero (1947) de Nicolás Guillén, Leyendas de Guatemala (1948) de Miguel Ángel Asturias, Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1948) de Pablo Neruda y Animal de fondo (1949) de Juan Ramón Jiménez. En esta colección también se publicaron los dos tomos de Églogas y fábulas castellanas (siglos xvi y xvii) y (xvii, xviii y xix) que el propio Alberti preparó en 1944.
La apuesta ideológica de esta actividad editorial, que juntaba al mismo tiempo el amor a la calidad estética y la defensa de los valores de la cultura frente al asalto a la razón de los totalitarismos, quedó plasmada, por ejemplo, en la nota de solapa de su primera entrega, dedicada a García Lorca:
En esta antología, seleccionada por Guillermo de Torre y Rafael Alberti, se presenta, puesto que en ella se incluyen también los mejores momentos líricos de su teatro, el perfil más completo de este poeta impar, el que por odio a su inteligencia fue fusilado en su Granada (1936) y cuya obra inmortal seguirá siendo siempre la más tremenda acusación contra aquellos que asesinaron todas las inmensas posibilidades de su genio.
La colección El Ceibo y la Encina unía en su título a España y América con el abrazo vegetal de dos plantas cargadas de significación geográfica. Dos orillas y un solo idioma. En esta colección —en la que se publicaron los Episodios Nacionales—, aparecieron también Don Segundo Sombra (1943) de Ricardo Guiraldes, El sombrero de tres picos (1944) de Pedro Antonio de Alarcón, La vorágine (1944) de José Eustaquio Rivera, Pepita Jiménez (1944) de Juan Valera y Tú eres la paz (1944) de Gregorio Martínez Sierra.
Además de figurar como director, Alberti colaboró con frecuencia en las ediciones como prologuista, anteponiendo poemas o responsabilizándose de las antologías poéticas. Por lo que se refiere a los Episodios de Galdós, asumió los prólogos de Trafalgar, Gerona y Cádiz. Para el episodio sobre el asedio de la ciudad catalana utilizó un fragmento de la conferencia de 1943. Para los dos episodios de argumento gaditano escribió poemas en forma de canción, poemas que no recogió en los libros que por entonces estaba preparando. Otras de sus composiciones relacionadas con estos libros publicados sí se recogieron en el libro titulado Pleamar (1944); pero las dos dedicadas a Galdós se quedaron fuera. Tenían un tono más relacionado con los aires de Marinero en tierra. El novelista había entrado por fin, a través del compromiso, la guerra y el exilio, en el mundo poético de Alberti. Más ágiles y simpáticas que importantes, las dos composiciones se quedaban fuera de lugar y de tiempo en esta época del poeta.
La canción escrita para prologar Trafalgar se titula «El marinero en tierra a Gabriel Araceli»:
Si Cádiz tiene azoteas,
murallas y catedral,
¡dejadme mirar los barcos
que van a hacerse a la mar!
Cádiz, ¿no te veré más?
Puerto de Santa María,
marinero y colegial,
¡dejad subirme en los barcos
que van hacia Gibraltar!
Cádiz, no te veré más.
Sal azul en San Fernando,
pino verde en Puerto Real,
¡dejad matarme en los barcos
que se van a guerrear!
Cádiz, ¿no te veré más?
Humo y sangre por el viento,
mar ardiendo por el mar,
¡dejadme llorar los barcos
que vuelven de Trafalgar!
Cádiz, no te veré más.