POR DAVID LORENTE FERNÁNDEZ
Soñar puede ser un viaje, y esta imagen es literal y no una metáfora entre distintos pueblos indígenas de América[i]. Algunos sueños son un desplazamiento, un viaje «real» del alma que, liberada del cuerpo, deambula y explora mundos-otros. Así, el acto de soñar no se considera un proceso psíquico interno que da lugar a la producción de una serie de imágenes simbólicas o representaciones mentales. Por el contrario, soñar implica inmiscuirse en ámbitos del cosmos inaccesibles durante la experiencia cotidiana, permite acceder a lugares y realidades que «existen» fuera, más allá del cuerpo. En el sueño, el alma desprendida es la que hace posible experimentar vivencias y contemplar ámbitos situados en una dimensión distinta de la ordinaria que están –no obstante, en el pensamiento indígena– dotados de un nivel de realidad muchas veces superior al de las percepciones de la vigilia.

La incursión onírica en otros ámbitos se concibe a menudo como una prerrogativa de chamanes o curanderos experimentados, los cuales adquieren las destrezas del viaje onírico al recibir un «don». Pero ciertas personas logran también tener este tipo de experiencias y obtener así un conocimiento que los distingue del común. En las culturas amerindias, el mundo de los sueños se convierte en un eficaz instrumento para adquirir y transmitir después ciertos saberes acerca de lo que las cosas y los seres son cuando se observan con una mirada distinta de la ordinaria.

A cuarenta kilómetros de la ciudad de México, todavía en los contornos borrosos de la ciudad, los indígenas nahuas de la sierra de Texcoco conceden una notable primacía a los sueños en lo que respecta a la percepción de la geografía que rodea sus comunidades y en la que transcurren sus ocupaciones cotidianas. Hay quienes afirman conocer parajes o enclaves inaccesibles y descubrir perspectivas inusuales del entorno gracias a travesías que, en sueños, efectúa su alma disociada del cuerpo. Se trata, cabría pues argüir, de una suerte de travesías oníricas por paisajes diurnos[ii].

¿Qué implica «diurnos» al hablar de sueños? Es la geografía cotidiana visible bajo la luz del Sol, que para los nahuas fue resultado de la acción de los dioses en la noche cosmológica; con el primer amanecer, quedó fijado el paisaje actual. Los mitos cuentan que el primer Sol endureció cerros y montañas, planicies, rocas y otros accidentes del paisaje serrano; sus rayos estabilizaron una superficie terrestre todavía inestable: el escenario del hombre quedó instaurado. Ésta es la geografía donde se hallan los campos de cultivo, las viviendas, los caminos, las montañas y los riachuelos que fluyen en ocasiones canalizados, irrigando los sembradíos y maizales. No obstante, este territorio donde transcurre la experiencia de la vigilia, tantas veces recorrido y reconocido en sus pormenores en las faenas cotidianas, adquiere, para los nahuas, cuando se lo visita en los sueños y es visto con la mirada del «espíritu» –la dimensión del alma disociable del organismo–, una configuración diferente de la ordinaria que, sin contradecir la percepción cotidiana, dota a la geografía comunitaria de una dimensión trascendente.

 

CUANDO EL ESPÍRITU CAMINA EN SUEÑOS

El sueño[iii] es concebido por los nahuas como el momento privilegiado en que el espíritu manifiesta su iniciativa y abandona el cuerpo. Su desplazamiento se atribuye al carácter inquieto y curioso del espíritu cuando disminuye de noche la actividad del cuerpo. Se dice que incurre en actividades indagatorias, andariegas, a menudo sin el control ni la voluntad del soñador. Los atributos que los nahuas le reconocen al espíritu incluyen una versatilidad de movimientos, una visión particular y cierta capacidad de penetrar regiones vedadas al cuerpo físico. Como explicó Faustino Durán, un habitante de la región: «De noche el espíritu sale por la boca o la nariz como un resuello, camina curioso hasta lugares lejanos, visita, conoce, y entra de nuevo con el aire que estás respirando. El espíritu es un airecito, igual que el aire de la naturaleza; si no respiráramos aire, si no hubiera aire, moriríamos… Vivimos por el espíritu». Adelaida Gregoria, una mujer de sesenta y dos años, contrastó la idea nahua de sueño como salida del espíritu con la concepción onírica occidental del sueño, empleando sus propias palabras:

«Cuando uno está soñando no es cierto que uno ‘sueñe’, porque cuando uno está durmiendo es cuando nuestro espíritu se desprende de nosotros. Por eso el cuerpo no escucha nada mientras duerme, ni un ruido. ¿Por qué? Porque el espíritu –que es el que oye y siente- se desprendió y viajó, anduvo lejos de uno. El cuerpo no oye nada, no ve nada, no siente nada, pero el espíritu –que está lejos del cuerpo- sí escucha, ve y siente, porque los sentidos están alojados en el espíritu. Entonces, cuando uno va a despertar, el espíritu sabe, regresa y al momento llega y se mete en el cuerpo. Porque el espíritu ahí debe de estar, mis ojos tienen que abrirse y tengo que despertar. Es decir, según nosotros estamos soñando, pero no estamos soñando, son revelaciones de nuestro espíritu que viajó, que vio».

Aunque generalmente se describe el desplazamiento onírico del espíritu como un deambular en cierto modo errático y arbitrario, se dice también que en ocasiones el propósito del viaje se encuentra condicionado por el hecho de que el soñante es acompañado por ciertos seres lazarillos que se abocan, explican los nahuas, a encaminarlo hacia regiones específicas del paisaje diurno.

 

CERROS LLENOS DE AGUA Y SURCADOS POR PASADIZOS

Los cerros parecen encubrir una naturaleza secreta cuya verdadera realidad interna no se manifiesta a todo el mundo. Adelaida Gregoria habló acerca de una elevación árida y parda erigida en los límites entre su comunidad y el pueblo vecino, a cuyo interior logró acceder en un sueño:

«Fíjese usted que la gente ve que muchos cerros están secos por fuera, son terrosos y duros, y creen que están macizos por dentro, rellenos de tierra. Y no es así. El Tlamacas es un cerro de agua. En la cima, debajo de las piedras que se ven, hay agua. Y me preguntan los vecinos: ¿cómo sabes? Por algo. Una vez estuve enferma, en la cama, y no estuve nada más en la cama. Mi espíritu anduvo… Y aunque se ve que es un cerro nada más, tiene túneles y pasadizos a los que ningún ser humano puede llegar. Pero yo me di cuenta y llegué a saber… ¡Cuántas veces he llegado ahí! En persona, como algo material, nunca he llegado, no he puesto un pie ahí, ni arriba ni mucho menos adentro. Yo he ido en espíritu… He recorrido esos pasadizos que cruzan el cerro por dentro y lo conozco todo, así he visto que hay agua blanca donde está la luz, esa luz que llega hasta adentro… Cuando uno está soñando no es cierto que sueña uno, porque eso son revelaciones de cuando uno está durmiendo… Pero no es fantasía. Le digo que yo lo vi por dentro, y ya me di cuenta de que esa agua es la que riega todo lo que está creciendo fuera del cerro, por algo hay árboles, nopales, hierbas… Vaya y repegue, golpee, escuche. ¡Pues no puede ser!, ¡si es cerro! Sí, pero hay agua. Eso lo vi en sueños».

 

Otro vecino, Adrián López, de la misma edad y el mismo pueblo que Adelaida, dijo al respecto:

«Con el sueño anda mi espíritu como si fuera de día… Ese cerro de allá se llama Chicocuahuitl. Ya lo soñé. Soñé tres veces lo mismo. El cerro tiene por dentro agua grande: agua negra, agua blanca[iv]… No es muy alto. De una mitad va bajando agua blanca; de la otra, agua negra, y en medio viene apartándolas, para evitar que el agua se mezcle, una cinta como asfáltica, como de carretera, como de cal, en un lado agua negra y la otra mitad agua blanca…».