Adrián amplió su explicación aludiendo al origen del agua:

 

«Esa agua que tienen los cerros es propiedad de los ahuaques, los dueños del agua, unos pequeños espíritus que tienen sus casas en los cerros; aunque no los vemos, a veces viven dentro de las cuevas. Ellos cuidan el agua que sale. Porque los ahuaques le echan agua a la hierba, tienen todo verde por su mandato, porque ellos son los dueños del agua. Si tu sembraste en tu milpa unas papas, unos garbanzos, unas lentejas, unos frijolitos, en tiempo de lluvias crece y cosechas tú, pero el agua la echaron ellos… Y hay más cerros en el pueblo que yo los soñé, ya sé cómo están, hasta de memoria recuerdo cómo son en su interior…».

 

LOS RÍOS Y LOS ARROYOS SON CAMINOS, CARRETERAS

Los manantiales que brotan de los cerros alimentan un sistema de riego desde la época precolombina. Este paisaje irrigado conforma una hidrografía en miniatura que se entremezcla con las viviendas y los campos de cultivo. Hay quienes, en sus travesías oníricas, se acercan a los enclaves acuáticos para descubrir una realidad diferente de la que es posible percibir al contemplar los cauces de agua desde el mundo serrano ordinario. A Adrián López los sueños le revelaron lo siguiente:

«Cuando uno está dormido y está soñando es que su cuerpo está sano, es decir, el sentido del cerebro, el espíritu, está vagando, estás viendo muchas cosas en tus sueños… Y al soñar puedes ver que en todas partes donde hay agua están los espíritus dueños del agua. Viven en los arroyos y también en otros lugares porque ellos se distribuyen por todas partes para cuidar su territorio, que es el agua. Y cuando estamos despiertos vemos con la mirada del cuerpo manantiales y canales, o donde se riega el agua distinguimos como un pantano en el que crecen hierbas en las orillas. Pero el espíritu percibe de otro modo cuando viaja uno en sueños».

 

Si despierto se considera que ve uno con el espíritu dentro del cuerpo, soñar es ver con el espíritu liberado de su envoltorio corporal. El prisma que representa el cuerpo condiciona la visión. Ver con los ojos del espíritu ofrece otra perspectiva. Desembarazado del cuerpo, el espíritu humano está en la misma condición ontológica que los dueños del agua, y esto hace equivalentes sus miradas[i]. Espíritus humanos y ahuaques ven el mundo de la misma forma. Soñar es ver como los dueños del agua[ii], siempre que el soñante acceda a sus dominios. Esto sucede principalmente cuando la persona ha sido elegida como especialista ritual o durante su iniciación[iii]. Dijo Adrián:

«En sueño veo a esos señores chiquitos vestidos de charros, y hay hombres y mujeres, personas como nosotros pero en pequeño, ésos son los ahuaques, allí están viviendo en el agua. Y es como el mundo de nosotros, tienen sus casas en el arroyo… Despierto pues uno ve piedras grandes dentro del agua y en las orillas, como rocas de esas que ha redondeado la corriente. Pero en sueños uno ve casas, como residencias, porque está uno en espíritu, en viaje espiritual; se ven como altos edificios con ventanas y departamentos o casas con patios donde ellos viven así en familia como nosotros… Entonces las piedras son sus viviendas vistas en sueños».

 

Lauro Lascano, un joven del mismo pueblo de Amanalco, explicó refiriéndose a los manantiales y remansos de agua las diferencias que existen cuando son percibidos durante la vigilia o en sueños:

«Cuando uno viaja en espíritu puede darse cuenta de que, lo que es río para nosotros, para los espíritus del agua son caminos, carreteras. Nosotros ocupamos el río nomás para regar el terreno, pero para ellos los ríos grandes son sus caminos o carreteras. Las piedras de las orillas de los ríos son sus casas, por eso los ríos-carreteras conectan las casas de los ahuaques, formando también sus pueblos. Entonces es un mundo como el nuestro, pero visto de otra manera. Y donde se riega o esparce el agua, que a veces se encharcan las orillas, para ellos son sus terrenos, donde cultivar o donde sembrar: hay allá abundantes frutas, calabazas, mangos, naranjas, pero bien bonito, cantidad, está bien verdecito todo, como ellos tienen el agua… Y donde en el día vemos pantanos de agua, es decir, lo que son pantanos para nosotros, esa agua que se junta en los terrenos y se queda allí un buen tiempo acumulada, ésos son jardines o parques para ellos, para los espíritus que viven allí».

 

La señora Adelaida Gregoria complementó, describiendo visiones de sus sueños, la narración anterior, y amplió la noción de los ríos percibidos como vías terrestres de comunicación:

«Es como entre nosotros: también tienen sus calles. Esos canales que vemos, para ellos son calles. Los ríos grandes son carreteras pero estos canales chiquitos vemos en sueños que son las calles de los pueblos donde ellos viven. Ellos empujan los riachuelos como una manera de construir caminos, una forma de hacer calles, y de esta manera unir sus casas y sus pueblos y ciudades entre sí».

 

Aunque la mayoría de los nahuas no tienen los mismos sueños viajeros, ni frecuentan necesariamente en espíritu los mismos lugares, sus testimonios no son en modo alguno excepciones personales, pues los motivos oníricos referidos parecen hallar un elevado consenso en la sierra. Quizá se debe a que los sueños se cuentan, y a que las narraciones, como las crónicas de viajes personales, son transmitidas mediante la tradición oral.

 

EL SANTUARIO DEL MONTE TLÁLOC ES UNA CIUDAD CON CALLES DE CRISTAL Y GRANDES EDIFICIOS

Es frecuente en los sueños-viajes percibir las piedras del entorno como viviendas de los dueños del agua. Las grandes peñas o los amontonamientos de rocas se diseminan por el paisaje y sólo en sueños es posible apreciar dónde, tras las caprichosas formas líticas vistas en la vigilia, hay en realidad asentamientos atribuidos a los dueños del agua: caseríos, alquerías, fincas, edificios o incluso pueblos formados por agrupamientos de piedras. Éstas se describen como viviendas semejantes a las humanas. Adrián López explicó:

«Los espíritus del agua viven en piedras formadas unas cerca de otras. Pero, ¿quién construirá esos amontonamientos? Nadie. Son piedras, ellos no tienen puertas, pero en sueños son casas. Las hay en los manantiales y también en los cerros, donde se pueden ver en las laderas piedras de unos cuarenta y cinco centímetros, como los ladrillos de nuestras casas, pero eso no está hecho por gente, quién lo va a hacer en el monte, nadie. El cerro Tlamacas por ejemplo que está aquí cerca, ése es de los espíritus del agua, allí tienen sus casas. Yo en sueño las conozco, pero así que las haya visto yo de día no, son puras piedras».

 

El conjunto de los afloramientos de viviendas distribuidos por el territorio serrano encuentra, según los testimonios oníricos, un lugar paradigmático de concentración en el Monte Tláloc. Este monte fue un centro principal de culto a la divinidad de la lluvia durante la época precolombina. En su cima se erigía un santuario hecho de un patio cuadrado en cuyo centro se encontraba la estatua de Tláloc rodeada por los idolillos de los cerros circundantes. Durante la fiesta mexica de Huey tozoztli, hacia el 29 de abril, allí se realizaba el sacrificio de un niño y la entrega de ofrendas para pedir la lluvia a la divinidad de las aguas[iv]. Aunque parte del lugar fue destruido en la época colonial durante una campaña de extirpación de idolatrías acometida en la sierra[v], hoy en día es posible apreciar claramente los vestigios arqueológicos del antiguo santuario, que los serranos describen como «carriles, caminos y cercas» hechas de piedras, y distinguir una serie de montículos y rocas dispersas de diversos tamaños, que los pobladores observan cuando ascienden ocasionalmente a la cumbre[vi].