POR BERTA GARCÍA FAET

III

Continúo dándole vueltas al deseo.

(Aquí la primera vuelta https://cuadernoshispanoamericanos.com/venus-rompe-rocio-en-el-borde-de-todo-dijo-lisa-robertson-algunas-lineas-sobre-el-deseo/; aquí la segunda https://cuadernoshispanoamericanos.com/venus-rompe-rocio-en-el-borde-de-todo-dijo-lisa-robertson-algunas-lineas-sobre-el-deseo-2/.)

¿Puede el deseo de un yo ser tan generoso —¿esa sería la palabra, generoso?— como para excluirse a sí mismo? ¿O como para apartarse del centro?

***

Hay una parte de la trama de El celo (2024) de Sabina Urraca que se espejea en una de La seducción (2024) de Sara Torres.

Tienen que ver con las terceras personas: esas que van a desestabilizar la línea recta destinada a unir al yo y al tú, al tú y al yo.

(A partir aquí: atención, spoilers.)

(A partir de aquí: ¿de verdad existen las líneas rectas?)

***

En El Celo, la Humana tiene un poder. O lo tenía. Lo ha ido perdiendo en el sombrío transcurso de una relación de maltrato, con un tipo llamado Daniel. A medida que ella se vaya dando cuenta de la oscuridad de su vínculo y de este individuo, lo irá llamando para sí misma, con exactitud y desprecio, el Predicador. Porque se cree especial, porque es un `flipao´, porque se cree `iluminao’ y es un cantamañanas.

(No se insistirá nunca lo suficiente en el peligro mortal que entrañan los cantamañanas. Sobre todo cuando entra en juego la intimidad, el temblor inseguro que es todo yo. El pico de temblor inseguro que es el yo de una chica, la mente convulsa, las piernas que dudan hasta de si saben andar. Ver The Girls de Emma Cline, de 2016.)

¿Qué poder es ese? Ella lo llama La Fuerza. Es difícil de definir: es algo así como que, en sus palabras, «Es como que me puede gustar quien yo quiera». Para mí La Fuerza es la habilidad de tener deseo sexual (de cualquier tipo, con tú y hasta sin tú) y de disfrutarlo.

A la Humana ese don se le va secando. El Predicador se lo va robando.

En un momento sucede esto: que la Humana liga con dos chicas. Se besa con una, pero Daniel las ve y (disimulando) se enfurece. Más tarde ejecutará su venganza: una noche se liará —y así se lo restregará en su cara a la Humana, de la cual lleva un tiempo pasando con alevosía negada— justo con esas dos chicas.

Lo que le pasa a Daniel no es lo que le pasa a mucha gente: que tenía celos de esas dos chicas, cuyos encantos tal vez podrían suponer desplazarle a él en la atención de la Humana. Lo que le pasa es que tiene envidia: de que la Humana sea deseada y desee. De La Fuerza.

Supongamos que Daniel lo pasó bien en ese encuentro sexual con esas dos chicas que, cuando se interesaron por la Humana y a la Humana les interesó ellas, a él no le interesaron desde lo erótico. Le interesaron después, hacia lo erótico, pero partiendo de otra pulsión: el rencor, el medirse, la competencia. Se trata entonces de un caso sangrante de deseo sexual en el que el yo desea a un tú (o dos túes, las dos chicas) por la imagen que esas dos chicas —y ante todo ella, la Humana: el público destinatario final de su proeza y su relato— le devuelven. Él las desea porque ellas desearon a la Humana, pero ahora ya no: ahora le desean a él. Más. Se mira en el espejito jadeante de sus rostros y ve a un hombre indomable.

¿Quién es el más guapo del reino?

Tú, cariño, claro que sí: tú.

(Entre paréntesis: el tema de la «cola vestigial» de Daniel es fascinante y daría para una reflexión sobre las metáforas, las metonimias y los desplazamientos del deseo. Resulta que Daniel nació con «una fístula en la zona de la rabadilla. A los catorce años, un bulto, una molestia. (…) La cola vestigial había crecido hacia dentro en forma de quiste. (…) No le dejaron verlo. Su padre le había dicho que era sólo pelo enquistado, pura infección. Pero Daniel a veces soñaba con esa cola blanca y larga golpeando contra el suelo al ritmo de su día». Esa cola, a las lectoras, casi desde el principio nos inquieta. A la Humana la enamora: esa anomalía viene a insistir en lo único y extraño que es Daniel. Que a ella le parece un hermoso extraterrestre. A las lectoras nos parece la cola de una bestia mala. El rabo del diablo. Y algo parecido a eso —un «vampiro», un «poltergeist»— le terminará por parecer Daniel a la Humana. Y ciertas maneras de amar. Pero antes de llegar a eso nuestra protagonista pasará por grandes perturbaciones. Y una de esas perturbaciones —o paradojas— pasa por su deseo. Cuando aún está muy enamorada se atreve a compartir con él La Fuerza. Se masturba a su lado (La Fuerza es sin manos). Y su deseo se posa justamente ahí: «Daniel la miraba. La Humana cerró los ojos e invocó La Fuerza. No sabía si iba a ser capaz. La Fuerza era un secreto solitario. Nunca había sucedido para un público. Su respiración se fue agitando. (…) La imagen apareció antes de buscarla. Era la cola que él habría tenido si no se la hubiesen arrancado, un rabo largo de pelo blanco golpeando sus pezones una, dos, tres veces. Abrió los ojos y miró a Daniel, sentado en la cama. Pensaba que no funcionaría. Pero pasó. El cuerpo cediendo a oleadas, dejándose ir hasta que ya ni siquiera estaba en la realidad. Bañada en ese placer extraño, enviado desde no se sabe dónde».)

***

En La seducción, la fotógrafa desea mucho a la escritora. Quizás esté enamorada, quizás mucho. Pero todo va (para ella) muy despacio, y parecen interponerse otros planes, desvíos, extras de mujeres que nadie le aclara si son amantes o amigas de la escritora.

Una de esas (tal vez) terceras personas es Greta. La fotógrafa teme que la escritora elija a Greta por encima de ella. Sufre de incertidumbre, celos.

Temprano en la historia asistimos a la masturbación apasionada de la fotógrafa, que como era de esperar fantasea con la escritora.

Pasa todavía un tiempo hasta que asistimos a otra escena masturbatoria. La fotógrafa sabe que la escritora y Greta están juntas, aunque no sabe qué estarán haciendo. Quizás necesita calmar la ansiedad con un orgasmo. Y lo que sucede es lo que no era tan de esperar:

«Tengo el oído atento, pero no oigo ningún sonido llegar desde la otra habitación. ¿Ya descansan? ¿Lo hacen abrazadas? Si no me masturbo no voy a dormir nunca. Pruebo a imaginarlas en la cama amplia de sábanas azul satinado. La escritora sobre Greta. La está follando fuerte y Greta cierra los ojos y abre los labios. (…) La folla, la frota. Agarrándola por las nalgas la invita a darse la vuelta y la lame por detrás. Es preciosa Greta, soy yo ahora sobre ella. Me dejo ir».

Pasa otro tiempo hasta que esta fantasía se cumple: es ahora la fotógrafa sobre Greta, se dejan llevar, se dejan ir.

Y aunque esto desordena un poco su mundo, no lo desordena tanto. La fotógrafa sigue deseando (¿amando?) a la escritora. Y viceversa. Y Greta está bien. Todas están bien.

(Me sorprendió leer ideas parecidas en Quelques mois dans ma vie. Octobre 2022 – mars 2023 de Michel Houellebecq.)

El contraste con Daniel el Predicador es abismal. El yo de la fotógrafa desea al tú de la escritora. Y el yo de la fotógrafa desea a ese otro posible tú de la escritora, Greta; como en una muñeca rusa, un deseo guarda dentro de sí más; no creo que la clave esté en el «deseo mimético» de René Girard. La imagen que ambas le devuelven es la de un yo que no hace mal ni siendo deseado ni deseando. No hay celos, no hay envidia; si los hubo, se desintegraron con la luz de la mañana, los cuerpos echados en la cama sintiendo amanecer, y el revoltijo.

***

Esto es de lo poco que puedo contar. Me pregunto: ¿a veces sois como yo: buscadoras —encontradoras— de agujas (¡qué agujas!) en este onírico pajar que es el mundo, la primavera?

¿Somos la Manuela?

Dios, ¿somos Pancho?

¿Daniel?

¿La Humana?

¿En qué momento, antes, durante, después?

¿La fotógrafa?

¿Greta?

¿La escritora?

¿A qué edad?

¿Hasta cuándo?

¿Depende de con quién?

¿La primavera?

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