Jacobo Bergareche
Las despedidas
Libros del Asteroide
168 páginas
POR ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Ser traducido a otras lenguas no es algo que siempre suceda a los narradores españoles, pero Jacobo Bergareche (Londres, 1976) puede preciarse de que su anterior novela (Los días perfectos, 2021) haya sido generosamente vertida a diferentes idiomas (el hecho de que William Faulkner sea uno de sus protagonistas oblicuos, vía epistolario, sin duda habrá ayudado). También ha sido bendecida por la crítica y los lectores de su país, lo que ha allanado el camino a su siguiente novela, esta que aquí comentamos. Las despedidas parece también gozar del favor de muchos (va por la tercera edición en el momento en el que se escriben estas líneas) y voces cualificadas han roto lanzas por ella.

Un cuarentón con éxito, forrado de dinero y que lleva una vida convencional, reconoce en vísperas de la fiesta de inauguración de su casa de veraneo en Menorca a un fantasma del pasado. Este, una chica (pero, claro, ya mujer por la que ha pasado el tiempo, cobrándose lo suyo), le devuelve a un festival de música en los EEUU que marcó un momento álgido en su vida (por conocerla a ella, por tener con esta una singular aventura en la que luego se verá que fue utilizado, y por cargar en aquel momento con el peso del suicidio de su primo, trauma del que hallará alivio contándoselo a su amante).

¿Pero son amantes en verdad los protagonistas? ¿No es el amor algo que busca su continuidad en el futuro? Aquella relación tiene el tiempo tasado (lo que dure el festival) y el pacto de no darse nombres ni posibilidad de seguir, acabado el plazo autoimpuesto. Aquel intenso affaire será una bomba sepultada cuya espoleta hará estallar el inopinado encuentro. En pocas horas todo sucede: el descubrimiento de quién es en realidad esa «desconocida», la verdadera identidad del hijo de ella, la destrucción quizá definitiva de su matrimonio.

Pero no hay suficiente hondura en la psicología de los personajes, y sí abundancia de estereotipos, empezando por el de la esposa ya desinteresada por el sexo y un tanto esquemática en su antipatía, que parece justificar las mentiras de su marido y una casi suicida huida hacia adelante. A aquella despedida inexcusable tras el festival sobrevendrá ahora otra despedida más trágica y que solo por ciertos aires de astracanada (el encuentro del conocido en el muelle) evita lo melodramático. Hay además algo que late implícito en toda la novela: la despedida de Diego de su propia juventud, de su carácter autónomo y libre, de su condición salvaje, domesticado como está en su papel de inversor financiero, esposo y padre. ¿Quema aquí su último cartucho y optará por el camino difícil, o volverá al redil? Desvelar la trama, y mucho menos el desenlace, es algo que por supuesto va a quedar fuera de esta reseña: sin embargo, algunos comentarios estilísticos son pertinentes.

El libro está escrito con gran solvencia, pero se podría decir que ha sido redactado más que escrito. Todo es muy correcto, «se lee bien». El problema es que no hay una sola palabra que se erija sobre ese discurso insípido, que no hay frases o párrafos que tengan carácter, que el léxico (salvo el sustantivo llaüt, un tipo de embarcación) es reducido, soso, sin relieve. Sí hay algún intento de engastar en los pensamientos de Diego el estilo directo y de compaginar perspectiva y acción. Pero es, en suma, una narración bastante conservadora en lo formal, buena para contar una historia, sin duda alguna, pero desprovista de cualquier logro artístico.

Esto no es una reconvención, pero sí una afectuosa advertencia: Bergareche debe decidir en qué liga quiere jugar. Si se conforma con confeccionar productos dignos que satisfagan a muchos sin mayor ambición, bien; pero si lo que desea (y seguramente lo podrá alcanzar si se lo propone) es crear literatura, tendrá que exigirse más en el futuro y apartarse, como de canto de sirena, de la comodidad de temas y situaciones que ya no le ofrecen puerto sino que por el contrario amenazan con hacerlo naufragar en la calma chicha de la rutina (esa que amenaza ya al protagonista de Las despedidas).